Essay
José Luis Rivas. El lugar del canto
COLUMN/COLUMNA

José Luis Rivas. El lugar del canto

Adolfo Castañón

La poesía aspira muchas veces a ser posible que lo humano se cumpla realmente. J.L.R.

I. El primer contacto que tuve con el poeta José Luis Rivas no fue con su persona sino con el manuscrito de su primer libro Tierra nativa, publicado por el FCE en 1982. Lo leí deslumbrado por su pericia y excelente factura y con la emoción de estar ante una obra real y ante un poeta genuino. Transmití mi parecer a don Jaime García Terrés, subdirector del Fondo de Cultura Económica. El editor, poeta y diplomático de inmediato no sólo autorizó la edición del libro, sino que me sugirió que sondeara al poeta nacido en Tuxpan, Veracruz el 28 de enero de 1950, para que formara parte del selecto equipo de escritores y lectores que componían el comité de lectura que tutelaba a la editorial.

Tierra nativa es un libro deslumbrante en el cual se recrea la niñez del autor y sobre todo el lugar edénico y paradisiaco en que transcurrieron esos años de infancia. Es también un hecho literario, una afirmación del lugar del canto en el lenguaje. Ese lugar lo recreará Rivas en sus siguientes libros, Río (1998), Raz de marea (1975-1992). Podría decirse que Tierra nativa es una relectura personal y originaria del poema de T.S. Eliot La tierra baldía. Octavio Paz no fue insensible al hecho de que, más tarde, Rivas tradujera al poeta inglés y supo saludar con generosidad su traducción (t. XIV, p. 118). Detrás de la obra de José Luis Rivas, detrás de cada uno de sus libros alientan las voces que serán coro de T.S. Eliot, Arthur Rimbaud, Saint John Perse, Derek Walcott, John Donne, William Shakespeare, Joseph Brodsky, entre otros autores que han sido para él guías e hilos en la exploración de su mar interior.

II. En nuestros oídos todavía resuenan algunos versos de Tierra nativa y de otros libros suyos. Sin embargo, no son muy conocidas las palabras mismas que el poeta ha tenido a bien conceder en una entrevista de Ramón Rodríguez Rangel publicada recientemente en el número 1 de la revista Praxis. Cultura & medio ambiente donde habla precisamente de Tuxpan, aquella legendaria tierra nativa, y de otros temas que pueden resultar de interés para el oyente y el lector como aquella ciudad de su infancia, sus estudios, su vocación literaria desde la primaria, el ascendiente que tuvo en el desarrollo de su vocación el doctor Ramiro Martínez Chacón, su labor como traductor, su relación con Octavio Paz, sus proyectos, el Tuxpan de hoy, etc.1

III. José Luis Rivas no sólo es un gran poeta y un gran traductor. Su tarea personal y podría decirse caritativa van juntas y son indisociables de una búsqueda que tiene que ver con la creación de un idioma propio y con el hecho de apropiarse las voces caudalosas de los grandes poetas para afirmarlos en y desde su propia obra. En el Delta de su obra, las aguas del mar y las aguas de los ríos, se funden en una arquitectura fluida y fecunda. Alternando aguas de ríos y de mar en un solo Delta poético, José Luis Rivas ha emprendido a lo largo de sus libros un ejercicio de custodia y salvaguarda del idioma y del lenguaje. En la frondosa algarabía de sus poemas y traducciones resuenan, como los sonidos del mar en un caracol, las voces y nombres de las aves y de los árboles, de las corrientes y del cosmos mismo. Podría hablarse de un proyecto radical, de un designio eco-poético, pero esto sería en cierto modo equivalente a reducir el compás de una obra única y a la par ambiciosa, y diría necesaria. Más allá de esta custodia de lo natural, lo que está en acción es un proyecto de libertad radical pues lo que se juega entre los árboles y las olas es el cuerpo, el cuerpo del poeta y el cuerpo del lenguaje, la oralidad y la escritura (Rivas tiene uno de los oídos más privilegiados de la poesía mexicana). Rivas es un poeta amoroso y pánico, dionisiaco, religioso, trágico, entre cuyos pasos la luz se asombra con filológico estupor de su propia intensidad. Lo que nos enseña desde esa búsqueda del lugar del canto es un oficio sagrado, el oficio de vivir en la intemperie, ya sea en el lenguaje, ya sea en el cuerpo, ya sea en los arrabales de las ciudades y aldeas en que sobrevivimos.

IV. La lección de José Luis Rivas, su lección humana se resuelve en una carcajada, una enorme e incontenible carcajada. Es una risa trágica, pues, como apuntó Maurice Blanchot al escribir “La risa de los dioses” (1976), un ensayo sobre Pierre Klossowski. A la luz y a la sombra de esa risa cósmica anda vacilante la humanidad. Los poetas que son en cierto modo los sacerdotes de ese conocimiento oculto son los custodios de esa risa en la que se cifra la libertad y el juego. La poesía de José Luis Rivas encierra, en más de un sentido, una sabiduría jovial, una gaya ciencia, como enseñaba Nietzsche. Esa sabiduría es una sabiduría del cuerpo, de los cuerpos, de la geografía y de los territorios. José Luis Rivas se ha mirado en el espejo de la palabra poética y ha trazado en estrofas y estancias de amplia respiración su propio autorretrato, al tiempo que dibuja también, aunque parezca increíble, la historia sin historia del mar, de la mar océana y aun del planeta. Lección enorme: de ese tamaño es nuestra deuda incalculable con el poeta nacido en Tuxpan, una ciudad del Caribe, más cercana a las Antillas que al valle del Anáhuac.

V. Ese vivir en la intemperie o desde la intemperie no excluye en el caso de José Luis Rivas un vivir o desvivirse para el otro o para los otros. Así lo prueba su entrega apasionada a la tarea editorial. Rivas, sobra decirlo, es un editor, un diseñador de espacios librescos, un urbanista de las letras como lo prueban sus años de trabajo en el FCE y al frente de la Editorial de la Universidad Veracruzana. Ahí están los catálogos.

VI. Nada de esto se podría dar sin un concepto clave. La amistad. Esa amistad le da un sentido a su búsqueda de un espacio para el lugar del canto en el mundo. Ese lugar está poblado de presencias amistosas. Es un lugar amigo, un claro del bosque, para evocar a María Zambrano, un ámbito de encuentros afortunados para los que andan en busca de la belleza hecha letra.

VII. Felicidad y amistad. La alegría de José Luis Rivas ha sido contagiosa. Sin pudor, me pongo a mí mismo como ejemplo. A él le debo no uno de mis mejores poemas pero sí uno de los que más alegría me han dado. Me permito transcribirlo como un modesto tributo, como quien arroja plumas al mar:

Parrots date back to Dinosaur Age

Adolfo Castañón

Se llama Arqueopterix
Edad aproximada: 150 millones de años
Acompañó a Dinos y Brontus
y a otros Colosaurios
entre aquellas selvas de helechos cretácicos
y viscosos pantanos inteligentes
peinados por las mismas serpientes de siempre.

Archi —perdón por la confianza—
era un pájaro:
cotorro prehistórico,
paleoperico entre los paleosaurios

Se divertía asustándolos
con sus imitaciones guacamayas
de Dinos y Brontos
Feliz Pericodáctilo graznando
sobre húmedos lomos color manglar

Lloró a carcajadas sollozantes
la muerte de los últimos gigantes
Ahora sonríe pícaro y nostálgico
cuando se acerca a su jaula,
cernícalo, un cristiano

¡Lombriz edad del loro Pterico!
¡Feliz edén de los fantasmas cretácicos!
¡Felices, chismosos pantanos ociosos!
¡Venturosa, cotorra infancia del venerable Cotorrix!

El poema tiene como personaje a un cotorro que alegraba la casa familiar donde vivían José Luis, Albertina, Juan y María y me trae el recuerdo de los días felices que compartimos en aquellos años.

VIII. Para concluir me permitiré recordar un poema de José Luis incluido en mi antología Lluvia de letras. Ese proyecto improbable pero real se hizo al socaire de las conversaciones entre Guillermo Sheridan, José Luis Rivas y yo mismo. Pensábamos hacer una antología de la poesía hispánica, hispanoamericana y mexicana que nunca logramos hacer. Sólo sobrevivió mi proyecto que lleva el título del poema que Octavio Paz le dedicó al pintor Robert Rauschenberg, Lluvia de letras. En el libro y junto al poema viene una prosa sobre Río (1998), proyecto poético de Rivas:

Con Río, el poeta nacido en las costas orientales de la América mexicana cumple una cita con la vía misteriosa que separa (y confunde) las aguas dulces de la infancia y las marismas indóciles del meridiano adolescente: vía crucial donde la muerte de la madre abre las puertas del arcaico paisaje cordial y fija las viñetas arquetípicas que alimentarán los subsuelos de la memoria. Río cuenta XLVII poemas —otros tantos miradores desde donde se domina la Atlántida sentimental y sensible que ha quedado inmersa en el inicio sublunar.

Habla, en el poeta, el niño cautivo en el ámbar de la lengua, el cantor fertilizado precozmente por el polen de lo inolvidable. En el espejo oceánico del poema aparece la infancia y su memoria pero los recuerdos más distantes sólo volverán a flote por la recreación de un lenguaje olvidado donde la humanidad terrestre queda como divinizada por la nostalgia de las aguas. Cuatro afluentes concurren: la Madre y la Lengua, el Tiempo cuya imagen encauza el Río. Las islas-poemas de este archipiélago redondean la figura continental que ha ido dibujando el artífice. Al devolver las escenas domésticas y el álbum de las reminiscencias niñas a la atmósfera natural y a su hospitalaria intemperie, al proceder a un cultivo riguroso de la selva recordada y de la emoción silvestre, Rivas entreteje lo público en lo privado, la muerte en la vida, la historia en la fábula. Los metros breves para la canción y los amplios vuelos de ritmo libre para el sueño inapresable; entrevera las voces regionales con el óxido del fondo de la lengua atesorada. Resulta de ahí una fábula lírica: Río surcado por islas afortunadas; calendario donde fluyen, entre las corrientes del Río-Tiempo-Lenguaje, los remolinos de la madre transfigurada en memoria: lengua encantada capaz de dar permanencia a lo fluctuante.2

• Texto leído el pasado 7 de febrero en el marco de “Luz de mar abierto”, celebración de la Universidad Veracruzana a los 70 años de José Luis Rivas.

Notas

“Nadie es humano si no ejerce como tal: José Luis Rivas”, por Ramón Rodríguez Rangel, Praxis, núm. 1, otoño 2019, pp. 8-12.

2 Lluvia de letras, Adolfo Castañón, UNAM/ Dirección de Literatura, México, 2007.

 

Adolfo Castañón. Poeta, traductor y ensayista. Es autor de más de 30 volúmenes. Los más recientes de ellos son Tránsito de Octavio Paz (2014) y Por el país de Montaigne (2015), ambos publicados por El Colegio de México. Premio Alfonso Reyes 2018. Twitter: @avecesprosa

 

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Posted: February 19, 2020 at 10:01 pm

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