Essay
El ridículo en el amor
COLUMN/COLUMNA

El ridículo en el amor

Gisela Kozak

La ridiculez no deja de ser una forma muy fina de acoso. Imaginense una larga carta de inflamada pasión para alguien que ni siquiera ha reparado en nuestra presencia. Sea impresa, a mano, o adjunta a un mensaje usando cualquier red social, pretender que alguien lea páginas ardorosas de un sujeto/a por quien no se tiene interés puede ser digno de denuncia. Me falta el aire al pensar en un post con la carta adjunta o fotografiada y una denuncia pública de persecución. Cyrano de Bergerac, el gran escribiente de cartas de amor inmortalizado por Rostand, sería perfectamente víctima de un hashtag estilo #CyranoTambiénMeEscribió. Lejos está Cyrano de la naturaleza desleal de Don Juan, pero enamorarse del rostro de una dama, al estilo también de Romeo en la obra de Shakespeare, constituye prueba de fetichismo. La mujer objetificada es víctima del ansia de dominio sobre las “cuerpas” del occidente colonialista, dirían algunas colegas y activistas. No obstante, quien no se haya enamorado a primera vista, puede tirar sin remordimiento la primera piedra en Twitter con el Hashtag #CuidadoRomeoTeMira.

Esta situación es de un ridículo tan subido que ni milenios de literatura pueden justificarla. Además, la mayor parte de la gente ignora la existencia de  Cartas de una desconocida, de Stefan Zweig, aunque es posible que en México todavía se recuerde a Arturo de Córdova y a Marga López, protagonistas de una adaptación de ese texto llamada Feliz año, amor mío. Escapemos de la tiranía del amor romántico, diabólica invención que nos convierte en la leña que enciende el fuego de la lástima ajena. No manden cartas de amor no correspondido a nadie en ningún formato, aconsejo en esta época digital. No vale la pena hacerlo ni siquiera de manera anónima, una  forma vil del acoso. Si por casualidad toca recibirlas, es de personas de bien conmoverse o reírse en privado, sin llegar a extremos de impiedad como arrojar la carta a la basura en público o bloquear al remitente de los mensajes en redes sociales, a menos que se trate de una lección orientada a la modificación de un comportamiento tan indeseable.

Todo amor solitario es extremadamente ridículo, en cualquier circunstancia y ocasión. Incluso cuando se trata de una pareja que nos abandonó después de jurarnos su pasión eterna, la ridiculez debe limitarse a conciencia porque es inevitable. El teléfono: gran enemigo a vencer. Veinte llamadas al día o cien mensajes de Whatsapp son denunciables como acoso; además, traslucen descontrol, violencia emocional  y problemas de ira. Un post en el viejo Facebook, tan pasado de moda, puede señalar públicamente el daño a causa de una lluvia de mensajes manipuladores, enemigos de la ética poliamorosa, al estilo de: Si te veo con ella, ya verás. Y el peor de todos: No puedo vivir sin ti. No mientan, claro que se puede, dejen la ridiculez. En cuanto a aquellos, aquellas y aquelles que reciban mensajes de un ex amor, dejen la necedad y procedan a bloquear. No se crean la gran cosa porque alguien bebe de más por ustedes, no sean ridículos, por favor.

Cuidado con proceder de modo que conduzca al arrepentimiento y a la risa de las amistades. Fui testigo de una mudanza por partes de una apreciable cantidad de equipo de cocina, entre los cuales recuerdo, no sé por qué, un colador para espaguetis. El despechado se aparecía intempestivamente en la casa de la abandonadora con bolsas cargadas de objetos o, como decimos en mi tierra, de corotos. Ni hablar de hacer ostentación de la propia pobreza cuando nos han “maleteado” y terminamos en un cuarto pequeño en casa de amistades o parientes, con las maletas en una silla y el compartimento de la ropa interior abierto. No tomen fotos, tengan la bondad; nos recordarán como pendejas, pendejos y pendejes si enviamos una imagen de nuestra empobrecida vida. Tampoco se les ocurra cantar canciones de Juan Gabriel en Karaoke y, muchos menos, buscar la posibilidad de un karaoke de ópera. Si alguien pone la canción favorita de los  tiempos pasados cuando el  amor era venturoso, por piedad, no caigamos en la descortesía bochornosa de pedir que la quiten,  con lágrimas en los ojos.

Amenazar con episodios boxísticos a la nueva pareja de quien nos abandonó es, sin duda, inconveniente y expresa graves distorsiones heteropatriarcales posibles de denuncia policial y, por supuesto, de un hashtag en Twitter. Ni hablar de aparecer de improviso en un centro comercial o en un restaurante, en flagrante actitud de persecución. Tampoco se valen las serenatas, así sea una playlist de Spotify. Nuestra vida no es una obra de arte total —noción heredada de Richard Wagner— ni una película  para creernos dignos de una banda de sonido. ¿De verdad alguien puede estar convencido de que Natalia Lafourcade canta interpretando sus sentimientos? No me chinguen, como se dice en México. La mayoría de los amores no se merecen ni un silbido, si acaso un pitazo de policía de tránsito.

Termino con las ridiculeces de los amores correspondidos, tan abundantes e inolvidables. Los votos matrimoniales con poemas y frases de pensadores son la flor de la ridiculez, pero dependiendo de los y las  poetas son aceptables o no. Algo de ridiculez en medio de una gran felicidad no hace daño a nadie, así que los brindis de copa alzada entre un gentío no pueden faltar. Si bien son ridículas sin remedio, los amores correspondidos tienen derecho a una playlist, siempre y cuando no la compartan con nadie. Se valen todas las promesas, a menos que  la incongruencia sea muy notable. La promesa de poner fin a la pasión por el chocolate se vale en una deportista, no en una glotona y mucho menos si la interfecta lo promete en la cama, luego del dulce yacer. Se puede jurar amor eterno, siempre y cuando se tengan más de cincuenta años, aunque es preferible obviar el tema e inclinarse por una boda civil para que el ridículo no sea demasiado grande.

Un último consejo: jamás se debe comprometer la vida con gente caracterizada por su alto sentido del ridículo. Si no hace el ridículo contigo, no te ama.

 

*Imagen de Carol Fernandez

 

Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Activista política y escritora. Algunos de sus libros son Latidos de Caracas (Novela. Caracas: Alfaguara, 2006); Venezuela, el país que siempre nace (Investigación. Caracas: Alfa, 2007); Todas las lunas (Novela. Sudaquia, New York, 2013); Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales (Investigación. Caracas: EBUC, 2012); Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (Ensayo. Caracas: Punto Cero, 2014). Es articulista de opinión del diario venezolano Tal Cual y de la revista digital ProDaVinci. Twitter: @giselakozak

 

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Posted: October 31, 2021 at 1:59 pm

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