La lista de Hugo Gernsback
Alberto Chimal
El Premio Hugo no es el reconocimiento literario más famoso de los que se otorgan en los Estados Unidos, pero es mucho más conocido de lo que podría parecer y, sospecho, importa a más personas que otros de mayor prestigio.
Se llama así en homenaje a un editor estadounidense, Hugo Gernsback (1884-1967), a quien se atribuye comúnmente la invención del término science fiction y que en abril de 1926 lanzó Amazing Stories, la primera revista dedicada expresamente a esa vertiente literaria. Otorgado desde 1953, el Hugo premia a obras narrativas de diferentes extensiones (cuentos, novelas, novelas cortas, etcétera) e incluye, además, categorías que van más allá de la literatura, como mejor película, serie de televisión, trabajo de ilustración y otras. Los diferentes galardones se otorgan en un festival anual llamado World Science Fiction Convention, o Worldcon. Llamar a un evento así “convención mundial” es ligeramente exagerado, por supuesto: las obras deben haber sido publicadas en lengua inglesa en determinados circuitos editoriales de los países angloparlantes. Por otro lado, entre los ganadores del Hugo hay obras y autores que van más allá de esos circuitos y de sus aficionados, y que incluso tienen el aprecio de personas que desdeñan la idea misma de la science fiction. (Dos ejemplos: Philip K. Dick y la recién fallecida Ursula K. LeGuin.)
Este año, la novedad del Hugo es que la Worldcon contará, por primera vez desde su fundación, con un conductor de origen mexicano para su ceremonia de premiación: el artista John Picacio.
Algo también interesante, aunque un poco menos novedoso: en la convocatoria del Hugo pueden optar a los diferentes premios literarios obras traducidas al inglés y aparecidas en las publicaciones o editoriales que el comité organizador del premio toma en cuenta, es decir, hay un espacio (aunque sea pequeñísimo) para textos escritos en otros países y otros idiomas. Me enteré de esto último por una publicación en redes sociales: resulta que un breve relato de una persona querida está en una lista de textos “elegibles” para el Hugo de 2018 en la especialidad cuento: menos de 7,500 palabras. Se me ocurrió compartir el hecho: de inmediato llegaron tanto felicitaciones para la autora del texto y su traductor como los inevitables troleos y comentarios malintencionados. Alguna persona insistió en que estar en la lista de trabajos “elegibles” no equivalía a ser finalista del premio, ni mucho menos. Such a fuss!, decía. No big deal.
Y, en efecto, el estar en semejante lista –muy larga– no es garantía de nada. Los votantes registrados en la Worldcon deben elegir primero a cinco finalistas en cada categoría votando por los que prefieran (sin obligación de leerlos todos) y luego volver a votar. Que un texto sea elegible ni siquiera significa que sea de notable calidad. Simplemente está allí.
Lo que esas personas olvidan, o no pensaron nunca, es que sólo “estar allí” es dificilísimo. ¿Cuántos, de entre los millones de personas que publican textos narrativos cada año en todo el mundo, pueden esperar que alguna obra suya llegue siquiera a ser considerada para su traducción al inglés? ¿Cuántas son realmente traducidas, cuántas son aceptadas para publicación, cuántas son publicadas en los medios a los que está atenta la World Science Fiction Convention? Invariablemente, todo depende de contactos muy complicados de obtener, de fiabilidad y posibilidades inciertas, y también de los caprichos de un medio editorial que es proverbialmente insular y cerrado. Y la situación es peor aún si no se vive en los Estados Unidos o Inglaterra, si se escribe en una lengua no occidental o “minoritaria”…
Sí es un big deal superar tantas dificultades, porque más bien suele pasar lo contrario: la mayoría de quienes escribimos, sin importar lo mucho que publiquemos o lo bien que se llegue a recibir nuestro trabajo, jamás cruzaremos realmente la doble frontera de nuestro país y nuestro idioma: no llegaremos de manera significativa al inglés ni a ninguna otra lengua. Incluso una traducción sola, un cuento en una revista, una aparición en una antología, no equivale a un reconocimiento. Por cada Laura Esquivel o Carlos Ruiz Zafón –digamos– hay miles que caen por el camino.
Lo que deseaba celebrar, pues, era el haber visto que un texto mexicano fuera traducido y, además, tuviera ahora la oportunidad de llamar un poco más la atención fuera de su país. De hecho, mi contento se extiende también a otros tres autores mexicanos en las mismas listas: Andrea Chapela, Carmen Boullosa –que está en la categoría de novela– y Yuri Herrera, quien de hecho aparece con dos cuentos distintos. Celebro la oportunidad para quienes la tienen.
Se podría argumentar que Herrera o Boullosa no necesitan promoverse entre lectores de science fiction: que son de nuestros escritores canónicos y de los más apreciados en el extranjero. Pero tampoco se trata de eso: en el fondo, la mayor oportunidad, el mayor beneficio posible que puede salir de esta situación, es probablemente para los lectores de lengua inglesa.
Basta mirar las listas: además de los autores ya mencionados, otros latinoamericanos incluidos son Samanta Schweblin, Mariana Enríquez, Martín Felipe Castagnet, Liliana Colanzi y Rodrigo Fresán. Y los representantes del “resto del mundo” incluyen no sólo a figuras vivas, sino a escritores fallecidos, de gran calidad, que por alguna u otra razón fueron considerados esta vez dentro del terreno de la science fiction. Czeslaw Milosz está al lado de Yasutaka Tsutsui; están Antoine Volodine y Michel de Ghelderode, Marcel Schwob y Karin Tidbeck, John Ajvide Lindqvist y Nicola Pugliese, ¡hasta Julio Verne en una nueva traducción!
¿Habrá algún programa de lecturas universitarias en el que estén todos esos autores juntos? Sospecho que no. También sospecho que el conjunto, en promedio, podría ser incluso superior, más interesante que las listas de obras originalmente escritas en lengua inglesa que pueden optar por un Premio Hugo… y hasta por más de un premio “general” o de “alta literatura”.
Una muestra de muy bella y variada literatura mundial, de la que el público de la Worldcon –y de allá, en general– no habría tenido noticia en ninguna otra circunstancia.
Science fiction se ha traducido (muy mal) al castellano como ciencia ficción, pero el sentido correcto del original en inglés –narrativa científica, narrativa interesada en el discurso científico o impulsada por éste– era muy claro para Hugo Gernsback: no le interesaba tanto el capricho de la invención –la “ciencia ficticia” que muchos creen ver en las narraciones de ese subgénero– como el uso de la literatura para ayudar de la divulgación científica. Al inventar el término, Gernsback estaba nombrando un fenómeno muy peculiar y localizado del pensamiento estadounidense del siglo XX: la noción de que el progreso material traído por la tecnología puede y debe promoverse, actualizando el discurso profético para convertirlo en una promesa de maravillas, bienestar y emociones al alcance de su público –muchachos blancos, anglosajones y protestantes, en aquel tiempo– y de la nación que éste habitaba. Los muchachos se volverían científicos, o ingenieros, que harían acelerar la marcha hacia delante de los Estados Unidos.
Con el tiempo, el conjunto de las obras a las que se ha colocado la etiqueta science fiction ha sufrido numerosas mutaciones, y felizmente ha llegado a incluir numerosas críticas de aquellas ideas de progreso y excepcionalismo. De hecho, en la actualidad una porción apreciable de su discurso es admonitorio, preocupado por los riesgos de un progreso material que no disminuye la desigualdad y vuelve más mortífera la violencia de los individuos o los poderes fácticos. Esto se puede ver lo mismo en fanzines subterráneos que en series de cine como Los juegos del hambre, o de televisión, como Black Mirror.
Pero lo que no se ha conseguido todavía es abrir del todo las posibilidades de ese discurso: lograr que éste se incorpore profundamente en las literaturas –y en las realidades– ajenas al mundo desarrollado de habla inglesa, y que los productos de esa incorporación, de la ficción especulativa y la imaginación fantástica como herramientas para reflexionar sobre problemas de otros lugares y otras culturas, crucen esas fronteras tan difíciles de penetrar. La migración de los textos es otra con graves dificultades y que nos hace falta en el mundo: en la comunidad planetaria cuya existencia muchos buscan negar en aras del patrioterismo nacionalista.
Por cierto, he aquí un detalle irónico: Hugo Gernsback era migrante. Originalmente se llamaba Hugo Gernsbacher. Nació en Luxemburgo.
Alberto Chimal es autor de más de veinte libros de cuentos y novelas. Ha recibido el Premio Bellas Artes de Narrativa “Colima” 2013 por Manda fuego, Premio Nacional de Cuento Nezahualcóyotl 1996 por El rey bajo el árbol florido, Premio FILIJ de Dramaturgia 1997 por El secreto de Gorco, y el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2002 por Éstos son los días entre muchos otros.
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Posted: February 11, 2018 at 11:36 pm
No. En la convocatoria al Hugo NO existen premios para obras traducidas al inglés. Las obras traducidas (en su primer año de publicación como traducciones) compiten en la misma categoría que las obras en inglés original. No hay una categoría de “mejor obra en idioma extranjero” como en los Oscars. Para la Worldcon 76 hay 16 categorías más el Campbell y en cada una de ellas son elegibles obras en inglés o traducidas a ese idioma, lo mismo, sin distinción o diferencia. Ahora, sobre el fondo. El premio Hugo no es otorgado por ninguna academia ni comité de expertos; es dado por los fans de la ciencia ficción. Y cualquier fan puede unirse a la convención, obteniendo a derecho a voto, pagando la membrecía correspondiente. A nadie se le niega la membrecía y hay básicamente dos tipos; presencial, que es asistir a la Convención (unos 200 US$), y de apoyo (unos 60 US$), pero en ambos casos hay derecho a voto. Yo no se si hay interés porque los autores latinoamericanos seamos captados en el radar del Hugo, pero si así fuese (y es una hipótesis), el camino es claro; hacerse miembros y nominar obras, autores, dibujantes, revistas, editores, de habla hispana. Esas obras que mencionas difícilmente serán nominados, porque son outsiders en la Worldcon. Los miembros de la Worldcon suelen favorecer a quienes participan de las Worldcon. ¿Latinos que sean miembros de la Worldcon? Según el desglose por nacionalidad, no pasan de 3 o 4 por Convención. Y probablemente ni siquiera se conocen entre ellos. Si queremos que nuestros autores figuren en las nominaciones, no va a pasar por arte de magia. Va a pasar porque los aficionados latinos empiecen a participar de la Worldcon.
Rodrigo Juri (miembro del comité organizador de la Worldcon 2007).
Hola, Rodrigo. El detalle que mencionas ya está corregido en el texto. Y yo también veo muy remoto que puedan ganar. Lo que me interesa subrayar es algo distinto. Como te dije en Facebook, gracias por tomarte el tiempo de escribir.
Me da mucho gusto que Alberto Chimal esté escribiendo esta columna. Considero que es un gran escritor, con mucho talento, conocimiento muy amplio de literatura y una sensibilidad especial para llegar a las personas, en especial a los jóvenes.
Me parece muy interesante la idea de que la narrativa científica en Estados Unidos haya tenido la intención de promover el desarrollo de la ciencia en los jóvenes. Lamentablemente, mucha de la visión de supremacía de grupos humanos sobre otros bajo el diferenciador económico está plasmada en sus obras.
Trabajo con estudiantes de ingeniería en México, que particularmente están siempre interesados en ayudar a otros, y mejorar el mundo, mediante las aportaciones que pueden hacer con base en sus conocimientos.
Sería muy bueno leer y escribir mucho más, acerca de visiones de narrativa fantástica científica que integren ideas de comunidad planetaria, que valoren y apoyen la búsqueda del bien común. Considero que América Latina es un perol multicultural muy apropiado desde donde escribir sobre ello.
Muchas gracias, Mayra.