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La loca de la cuadra
COLUMN/COLUMNA

La loca de la cuadra

Miriam Mabel Martinez

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“Y los muchachos del barrio me llamaban loca”, y no precisamente por amor, como la protagonista de la canción de José Luis Perales escrita el siglo pasado. Yo no consulto un viejo reloj, sólo el chat vecinal. Soy una sobreviviente. Sortear los embates de las redes sociales es mi locura. Ha terminado el sexenio de AMLO y muchos integrantes de los chats vecinales siguen “pensando que ha de venir aquel que se marchó y se llevó con él su corazón”. Ya lo extrañan, le dedican memes, stickers y demás links que refuerzan que la lucha, sigue, sigue, y no precisamente la de Emiliano Zapata, sino la que emprendida para reivindicar el derecho a vivir en una sociedad que prometa regresar a lo que fue. Los entiendo, es difícil soltar la complacencia del living la vida loca para asumir que, contrariando a la publicidad refresquera, la vida sí tiene consecuencias, como lo evidencian las violencias crecientes en estados como Sinaloa, Guanajuato, Michoacán y Chiapas, donde el narco ha sembrado miedo. Es duro percatarse que el lujo no es ser precisamente Palacio, sino escapar a ser un o una desaparecida más.

Mi locura no radica en la supervivencia, sino en el apego a estos chats. No sé si el odio une más que el cariño o si la costumbre es más fuerte que el amor, lo irremediable es que les tengo aprecio. Parece un disparate permanecer en estos grupos y, desquiciado la voluntad, participar en monólogos, más que conversaciones, sobre la militarización, que si la falla es de origen, que si hay Guardias Nacionales en otros países, que qué tanto es tantito la expansión del dominio militar. Sin importar la postura ni el tema, las controversias se enredan y aceleran la profusión de adjetivos calificativos que neutralizan cualquier atisbo de reflexión y frenan cualquier posibilidad de argumentar. El aborto se convierte en un alegato moral y no penal, mientras que la Reforma Judicial en un acto de voluntad y no institucional. Mentirosos, corruptos, mediocres, conservadores, izquierdosos, comunistas, pelados, traidores… Adjetivos tan eficaces como los topes. Uno tras otro frenando el recorrido, descomponiendo los clutches y minando la paciencia y borrando su función inicial.

¿Cuál era? No sé, como tampoco sé ya cuál era la función de estos chats vecinales que en sus reglas de operación fundacionales excluían hablar de política o de religión, no por respeto a la diversidad, sino porque aves del mismo plumaje siempre vuelan juntas, y la inclusión nunca fue parte de su discurso. ¡Qué tranquilidad asegura el orden!, qué bonito es vivir con gente como uno. Todo en su sitio: la fe, los estereotipos, los clasismos, los racismos, los machismos, los abusos. Los otros lejos de nosotros sin desacomodar nuestra cotidianidad; sólo así, una sí puede vestir la indiferencia en cualquier ámbito y lugar, pasear inmune alardeando la seguridad de que nada ni nadie trastocará nuestro desdén. Ah, cómo se extrañan aquellos años tan parecidos a la “añoranza porfiriana” que aprendimos con la Época de Oro del Cine Mexicano. Ah, qué ganas de haber zarpado en un crucero o ya de menos en avión, aunque fuera desde el AIFA, con destino a la calle Serrano en Madrid. Porque si la madre patria no viene a nosotros, nosotros emigramos a su seno. ¡Esos son los chats de sus recuerdos! Nostalgia pura por regresar a estar mejor cuando estábamos peor, e inspirados por la evocación del “más vale viejo conocido…” han tenido que saltar a la plaza pública, no sin rezongar ni lamentar el engorro de salir de la comodidad a vivir la incomodidad que implica ser ciudadano. Claro, eso también es culpa de AMLO. ¡Cuántos más! ¡Así no! Todo es su culpa, la historia ya lo juzgará por atreverse a sacarnos de la falta de acción, ¡igualado! Por fortuna, ya se va a su rancho. Allá se le bajarán los humos, o qué… se cree mucho porque vino a recordarnos que todo es política. ¿Quién se cree para plantear que además de la democracia representativa también puede haber democracia participativa? ¿Qué no entiende que participar implica actuar, hacer y, pues, uno debe aspirar a que alguien más trabaje para complacernos, para qué progresar sino para no hacer nada? ¿Qué no el éxito se mide por ejercer el mérito de la comodidad? Yo también merezco abundancia y, sobre todo, beneficiarme de la obligación de los demás a procurar mi bienestar por encima del propio. Mi nana nunca se quejó de cuidarme a mí y no a sus hijos, ¡me quiso tanto! Por supuesto que la lucha, sigue sigue, ¡válgame!, este señor –ni ahora la señora ésta– me van a quitar mi derecho a que las cosas sean convencionales tampoco manipularán mis odios ni mis stickers. Ah no, eso sí no. Eso ya es personal.

¿En qué momento AMLO se coló a todos los chats? Su invasión fue paulatina. ¡Dictador! ¿Cómo fue que se coló? Me intriga tanto como la transformación de mis vecinos. ¿Cómo salieron de la cámara de ecos de la abundancia para buscar el camino a la cámara de la desdicha? ¿Cómo fue que las cadenas de rezos fueron suplantadas por las cadenas de consignas? ¿En qué ocupábamos el tiempo antes de 2018, qué dejamos de hacer para dedicarse 24/7 a buscar fuentes y referencias que respondieran a sus posturas? ¿Cómo adquirimos el hábito de informarse? ¿Cómo pasamos de compartir recetas a compartir bibliografías, artículos? ¿Cuándo aprendimos a navegar en la red hasta encontrar eso que refrendar nuestro enfoque? ¿En qué momento los aspirantes al orden hegemónico optaron por una desobediencia elegante para recuperar un orden que estructuralmente necesita de aplastar a la mayoría para permanecer intacto (ya se alguien tiene que pagar los platos)?

He sido testiga de la transformación. Observé cómo algunos solitarios encontraron en los chats no sólo un refugio, sino la oportunidad de ser visibles. Tomados en cuenta, aunque fuera para pelear. Paradójicamente, AMLO les dio identidad y visibilidad, quizá por ello el reclamo. No se vale sacar a nadie de su “zona de confort”. Presencié el empeño en en encontrarle tres pies al gato hasta desenmascarar las artimañas del presidente. Alguien debía cumplir la tarea de demostrarle a ese señor que a pesar de haber obtenido 53.19% de los votos, nunca fue bienvenido y en cumplimiento de esta diligencia quienes sí aman México arrebataron los chats. ¡Vaya efervescencia! Los ánimos exaltados, vitales, daban cuenta del estado moribundo en el que nos habíamos acomodado. (Siempre me he cuestionado por qué presumimos estar dispuestos a morir por una causa y no a vivir ella).

Sin querer queriendo AMLO nos obligó a vivir, a responder, a pelear, incluso a dar patadas de ahogado. Nos enseñó a estar enojados por sentirnos descubiertos; nos obligó a enfrentar el conflicto. No nos quedó más que mirarnos al espejo, y lo que vimos a muchos no nos gustó. Y nos arrinconó en nuestros privilegios y prejuicios. Nos empujó a rivalizar no precisamente con el enemigo, sino con nosotros mismos. Ni modo, no tuvimos más remedio que aceptar que no somos iguales porque vivimos en una sociedad injusta; que hemos preferido negar las diferencias (porque ojos que no ven corazón que no siente) y convivir con ellas es peligroso para la nación. Nos han llenado de miedos. Tememos admitir que somos diferentes para otros porque ese lugar no nos gusta; peor aún: nos resulta inaudito saber que pertenecemos a la mayoría y que nunca perteneceremos a la única minoría que aspiramos infiltrarnos: la del uno por ciento. Ahora resulta que somos iguales a quienes vemos diferente. ¿Cómo relacionarnos con “esos” si desconocemos qué nos hace iguales? Quizá por ello hemos encontrado en la descalificación la mejor manera de adjetivar lo que se desdeña…

La furia vive, la furia sigue, sigue. Y aunque los muchachos del barrio me sigan llamando loca, yo, como dice la canción, no estoy loca, simplemente soy una mujer de fe. Confío en que nuestra transformación ciudadana continúe, que dejemos de temerle al desorden, que aprendamos a escuchar al que piensa distinto, que nos pongamos en los zapatos de los otros y entendamos que el exceso de adjetivos empobrece la conversación porque la subjetiviza. Tienen razón los muchachos del barrio: creo que estoy loca y no precisamente por amor.

*Photo by Akshar Dave🌻 on Unsplash

 

 

Miriam Mabel Martínez es escritora y tejedora. Aprendió a tejer a los siete años; desde entonces, y siguiendo su instinto, ha tejido historias con estambres y también con letras. Entre sus libros están: Cómo destruir Nueva York (Conaculta, 2005); los ebook Crónicas miopes de la Ciudad de México Apuntes para enfrentar el destino (Editorial Sextil, 2013), Equis (Editorial Progreso, 2015) y El mensaje está en el tejido (Futura libros, 2016). Coordinó las antologías Oríllese a la izquierda Mujeres  (2019) y Mujeres. El mundo es nuestro (2021) ambas bajo el sello Universo de Libros. Forma parte del Colectivo Lana Desastre con el cual ha participado en “El Panal Monumental” (2017); un mural tejido para la Central de Abasto (2018); “Manta por la Sororidad” (2019) y “Data: Cambio Meta Tejido” (2019), entre otros. Pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte.

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Posted: October 14, 2024 at 9:05 pm

There is 1 comment for this article
  1. Breana at 6:50 pm

    Me gusto esta reseña porque habla de como la sociedad hoy en día busca aprobación de las demás y tener algún punto en común para así no vivir con la angustia del rechazo, como el ejemplo que se menciona, muchas personas estaban contentas con AMLO porque con ese tema se podían expresar libremente y sabían que las demás personas lo iban a apoyar y no juzgar, es por ello, que cuando la autora comenta algo negativo o va contra la corriente, las personas le dicen que esta loca, porque ellos esperan que todos vayan en un mismo sentido.

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