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El caso Carmen Aristegui-MVS

El caso Carmen Aristegui-MVS

Diversos autores

Tras una serie de conflictos ventilados públicamente, el pasado 19 de marzo Noticias MVS dio por concluido su vínculo laboral con Carmen Aristegui y su equipo. Tal ruptura acontece en un contexto nacional donde –según informes internacionales– en los años más recientes el ejercicio de la libertad de expresión en nuestro país se ha visto gravemente vulnerado.
En la medida en que estos hechos afectan sin duda el interés público, Literal ha querido reunir a un conjunto de voces del medio cultural y periodístico para conocer su opinión con base en una sola pregunta. He aquí sus respuestas en estricto orden alfabético.

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A partir de la ruptura entre Carmen Aristegui y MVS se abre un espacio para reflexionar sobre la libertad de expresión en nuestro país. ¿Cuál es tu opinión sobre este tema medular para un país que aspira a la democracia?

Nicolás Alvarado
Decía Scott Fitzgerald que la verdadera prueba de una inteligencia de primera reside en la capacidad de sostener dos ideas opuestas a la vez y aun así funcionar. Nunca he pensado que la mía sea especialmente excepcional –me alcanzan las neuronas, de hecho, para saberla del montón– pero el contexto político mexicano parece empeñado en contribuir a mi soberbia intelectual. Y es que en el México de 2015, pensar que Enrique Peña Nieto es un mal presidente y al mismo tiempo que Carmen Aristegui no es la encarnación del bien y de la verdad es postura que se lee como sospechoso oxímoron. Pero es la mía. Aun si jamás cifré esperanza alguna para México en el regreso del PRI al poder, no puedo sino saberme decepcionado por un gobierno federal que no tiene el menor interés en resolver el secuestro del sistema educativo a manos de sindicatos épicamente corruptos –su acción al respecto habría de limitarse a encarcelar a la cabeza visible del magisterio y hacerse de la vista gorda ante el funny business as usual–, que acusa una lentitud de respuesta pasmosa (¿o pasmada?) ante crisis políticas apremiantes, que ni ve ni oye un descontento social que ha alcanzado niveles históricos (e histéricos), que escandaliza no sólo por la presunta corrupción de su líder sino por su absoluta torpeza para encarar la exhibición pública de ésta. Ello, sin embargo, no me hace ver en Carmen Aristegui a la adalid de la verdad sino a alguien que tiene una visión parcial de la realidad –como todas, como la mía–, una agenda propia –respetable más no químicamente pura– y que –aquí va mi crítica– de un tiempo a la fecha escuda tras la práctica del periodismo lo que no es sino activismo. Me parece inteligente, y que su voz merece formar parte del concierto (más bien desafinado) del México contemporáneo; me parece también, sin embargo, que ninguna empresa está obligada a emplearla por el sólo hecho de ser ella, por encima de sus propias políticas, ideas e intereses, tan respetables –o no– como los que ella representa. Su voz es la de muchos –pero no la de todos, no la mía– y merece, como otras, ser atendida. Deseo sinceramente que encuentre un lugar en el espectro mediático mexicano y que participe del diálogo sobre lo público. No puedo, sin embargo, sostener, como muchos, que ella encarne la libertad de expresión. Y es que la condición misma de la democracia supone la coexistencia de muchas voces que sostengan ideas opuestas, y válidas, en un contexto que, pese a ello –o acaso por ello mismo– funcione.

Elia Baltazar
Será una pena si los ciudadanos y los periodistas dejamos pasar esta oportunidad para abrir de nuevo la discusión sobre los medios en México, porque del caso Aristegui se desprenden muchas aristas. Entre otras: la transparencia de los medios, su responsabilidad en la “administración” de un bien público como la información —que a su vez es materia del derecho a la información—, los límites o los alcances de la relación del Estado y el gobierno con los medios, los derechos de los periodistas en relación con la información, la necesidad de la cláusula de conciencia y los derechos de las audiencias. Urge el debate ciudadano en torno de estos temas, que los medios intentarán pasar por alto. Ya lo vimos: en el caso Aristegui-MVS mucha tinta de articulistas y columnistas ha servido para defender el derecho de la empresa sobre la relación de trabajo con sus “empleados”, y muy poca para analizar sus repercusiones en el ámbito público. Eso, sin considerar la manera como los periodistas admiten sin chistar que la última palabra sobre su labor —imprescindible para el país— recaiga en la voluntad empresarial. Hasta el criterio más básico de derecho laboral nos dice que el empleado tiene derecho a pelear un despido. Sobre todo cuando hace bien su trabajo. Pero lo que leímos en muchas de columnas fue lo contrario: aunque haga bien mi trabajo, el “jefe” tiene derecho a despedirme si así conviene a sus intereses. Resulta entonces que, a final de cuentas, la calidad de la información y del periodismo de que disponemos depende de una voluntad: la del empresario dueño de un medio.

Sabina Berman
Carmen Aristegui y su equipo, con su investigación sobre la Casa Blanca del Presidente Peña, dividieron en dos el sexenio. Cambiaron la conversación nacional de la discusión de las reformas estructurales a la discusión sobre la corrupción. Eso es gran periodismo. Eso, encontrar la verdad, aunque duela, es la vacuna que México necesita para avanzar hacia una mayor Democracia y prosperidad. Y son malas noticias que se hayan quedado sin espacio desde donde emitir más noticias. Yo tengo una corazonada, que ojalá no sea una ilusión: que Carmen y su equipo encontrarán como llevarse su audiencia a otro medio, el internet, donde ya sin dueños con intereses distintos al periodismo, se vuelvan aún más relevantes. Repito, ojalá.

Ana Clavel
El despido de Carmen Aristegui y su equipo de periodistas de investigación de MVS revela la falta absoluta de sensibilidad e inteligencia de la clase política dirigente que pretende gobernar como una dictadura palaciega pero dándose baños de democracia y apertura. El pecado de esa clase política es ser todo menos política: no conciliar, no considerar, no gobernar para todos. Su signo es el autoritarismo déspota e iletrado. Al cancelar los espacios de crítica y disidencia a la versión oficial, convierten al país en una democracia bananera, ficticia, doblemente monstruosa porque asentándose en la irrealidad y la simulación nos hacen pagar saldos crueles y sangrientos en la realidad nuestra de cada día.

Alberto Chimal
Lo que más me preocupa del conflicto entre MVS y Carmen Aristegui (y con ella su equipo de colaboradores) es que no se puede ver como un hecho aislado. Incluso si no fuera verdad que hay en el despido influencia del gobierno federal, como muchísimas personas sospechamos, el hecho ocurre en un contexto muy preocupante: en medio de numerosas agresiones contra periodistas que nos han convertido en uno de los países más peligrosos del mundo para esa profesión y en un clima de cerrazón por parte de los poderes fácticos. Se puede argumentar que declaraciones como ésta no serían posibles en países con menos libertad de prensa,  pero ese no es el modo correcto de enfocar el problema. Es éste: las evidencias apuntan a que México se está volviendo más represivo y autoritario ahora mismo.

Francisco Hinojosa
Todo huele al viejo PRI que dio el golpe a Excélsior. Sin embargo nuestro país no es el mismo que el de la época de Echeverría. Creo que le podrán quitar por el momento a Carmen Aristegui su espacio matutino por la radio, pero no la van a callar. Tampoco dejará de hacer investigaciones, como la que le llevaron a sacar a la luz el indudable conflicto de intereses que hay tras la Casa Blanca.

Miriam Mabel Martínez
Este suceso me hace reflexionar sobre tres diferentes temas: el primero es que en México todo es personal. No sabemos poner límites y nunca se sabe hasta qué punto una situación está en el ámbito personal o en el profesional. Para mí esta actitud es una constante en países en los que la sociedad civil no ha madurado ni fortalecido debido –también– al estado impositivo que juega a la democracia, pero que no sabe negociar sino sólo controlar. El paternalismo genera hijos malcriados que nunca toman responsabilidad de sus actos e incapaces de la autocrítica ni de argumentar, ni matizar. Resultado: todo se polariza y empaña cualquier opinión crítica. En este caso específicamente o se está contra Carmen o a favor, y en este tomar partido se revuelven todos los temas y se pierde de vista el meollo del asunto. El segundo tema: parece que los medios de comunicación ya no les interesa ni buscar la nota ni el periodismo de investigación en serio, sino, por qué despedir a dos buenos reporteros y querer imponer un pool de noticias. Ya los noticieros quieren ser sólo un producto consumible el periodismo ya no importa. Los medios de comunicación apurados por el mercado quieren ser una fábrica más, sólo que no “producen” alfileres. Tercero: el respeto por la diferencia. Más que tolerancia me parece que no hemos aprendido a respetar al otro. La diversidad de voces nos invitan a comprender un poquito mejor el mundo y lidiar mejor con la realidad, que nos guste o no es diversa. De eso se trata la libertad de expresión: de proponer distintas vías para entender el presente.

David Miklos
Más allá de lo que pensemos de su persona y de su manera de hacer periodismo, el despido de Carmen Aristegui por parte de MVS es otra pústula más en la piel de un país duramente atizado por el autoritarismo. Si bien Aristegui no sufrió el terrible destino de su colega veracruzano Moisés Sánchez —periodista autónomo y autogestado, muerto por decir la verdad, así como le pasara a un periodista más visible en 1984, Manuel Buendía—, el aparente “conflicto entre particulares” del que formó parte y que le hizo perder su gran espacio radiofónico matinal es otro evento infame del sexenio peñanietista (el “despeñadero”, sí,  porqué no, como quiere otro miembro de la clase política, aunque desde la aparente “oposición”: Andrés Manuel López Obrador en su fase Morena). El golpe asestado a Aristegui y su equipo de periodismo de investigación recuerda, mucho, a lo ocurrido al Excélsior de Julio Scherer y sus periodistas allende 1976; no sobra decir que en este mismo mes el archivo de la Guerra Sucia fue recluido de nuevo en la oscuridad, con el tremendo hedor de lo ocurrido en Ayotzinapa aún —y por siempre— en el aire. En México hay que ser tlatoani para tener una audiencia, buena o mala, y detentar el poder, bien o mal. Aristegui, así como Enrique Peña Nieto, son las dos caras de esa misma moneda, acuñada con el peso real y simbólico de nuestra herencia originaria: líderes que incomodan. Si bien la decisión del despido fue empresarial, hay a todas luces una mano negra y poderosa que parece haber ejecutado dicho evento, una mano ajena a la voluntad del público (firmas y firmas en change.org no hacen diferencia alguna: hay una sordera notable por parte de la esfera dominante), la gente a la que gobierna y (no) sirve, aunque se beneficie de ella sin llenadera. Es increíble que pase esto en México, aquí y ahora, en 2015, como si aún siguiéramos prisioneros de un bucle llamado 1968-1976, que a eso huele este aire estancado.

Alberto Ruy Sánchez

Desde la censura autoritaria que se origina en el gobierno de un país o en la jerarquía de una Iglesia hasta la no menos odiosa censura al estilo La letra escarlata o Las brujas de Salem que se ejerce por denuncia en FaceBook y otras redes, silenciar a los otros es la gran tentación de los psicópatas que en algún mometo pueden ejercer esa crueldad. Pero es una enfermedad cancerígena que comienza a permearlo todo en la sociedad donde surge porque, uno de sus efectos, es generar autocensura en los atemorizados que piensan que a ellos también les puede caer encima el yugo de La gran silenciadora. Cuando una sociedad está más enferma de otros males: autoritarios, corruptos, corporativistas, integristas, fundamentalistas de toda especie, más rápidamente genera el brote psicópata de la censura.
La censura es un mal mortal que a la vez es un síntoma de otros males más graves en una sociedad. La censura pretende callar aquello que los señala pero al silenciar su visibilidad hace que los males crezcan a la sombra y se vuelvan aún más graves.
Cuando un gobierno, como el de México ahora es incapaz de escuchar las voces que una y otra vez señalan sus errores, en vez de corregirlos escuchan el ritmo de la vena inflamada de la paranoia que salta en su rostro y prefieren creer que callando voces su error ya no existe. La historia demuestra que, al contrario, tarde o temprano les estalla en la cara.
Democracia no es solamente, como se ha vivido hasta ahora en México, que nuevas facciones partidistas se sumen al reparto de privilegios de poder y dinero que durante décadas tuvieron las corporaciones (o “sectores”) dentro del sistema político que se llamaba PRI. Democracia no es alternacia de esas facciones que se autodemoninan partidos, democracia es que los gobernantes aprendan a ejercer la contención: sean antes que nada y solamente servidores públicos y limiten sus tradicionales tentaciones de ostentar, robar o privilegiarse, maleducar a sus hijos y a su país, imponer medidas económicas que deshumanizan y empobrecen a la mayoría, violentar y, por supuesto, censurar.

Naief Yheya

Al hablar de la disputa entre Carmen Aristegui y la cadena MVS  se está hablando de ideología, los argumentos legaloides son simples artificios a la disposición de la empresa. Tomar en serio los recursos de los abogados es una pérdida de tiempo.  Estar a favor de la periodista o de la empresa responde a criterios ideológicos, no legales. Quienes piensan que la presidencia no tiene el menor interés en enturbiar las aguas no tienen memoria del funcionamiento del PRI en el poder o tienen mala fe. La diferencia entre periodismo y militancia radica más en el contexto que los individuos. La percepción de militancia aparece en la lectura y el seguimiento que se le da a noticias, al fervor y a veces a la credulidad con que se busca la verdad, una verdad. Son militantes tanto aquellos informadores que se desviven por ignorar el cataclismo nacional como aquellos que imponen con frenesí en la agenda política revelaciones escandalosas acerca de los crímenes, la soberbia y la corrupción de nuestra clase política. Resulta paradójica la disposición de numerosos periodistas, comentadores y consumidores de noticias de defender a gritos el derecho que tienen las empresas informativas de censurar o silenciar a sus empleados, mientras ignoran el derecho de los ciudadanos a escuchar una diversidad de voces. El despido de Aristegui es una solución momentáneamente conveniente para ciertos políticos y empresarios pero como toda revancha oportunista, sirve tan solo como gratificación instantánea.


Posted: March 23, 2015 at 3:04 pm

There are 2 comments for this article
  1. Alejandro at 3:56 pm

    En un país donde el presupuesto de imagen pública del gobierno sobrepasa al de la máxima casa de estudios, la UNAM y en donde una periodista saca ala luz el tráfico de influencias y la corrupción se le despide presionando -o premiando, quien sabe- a la empresa que la contrata para despedirla por este motivo ya se sabe las consecuencia y la inexistencia de la libertad de expresión y libertad periodística.

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