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La meteorología en Gabriel García Márquez

La meteorología en Gabriel García Márquez

Adalberto Tejeda-Martínez

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Nos vemos en los climas de agosto: la meteorología en Gabriel García Márquez

• Adelanto de un ensayo en preparación sobre las ambientaciones meteorológicas en la obra periodística y literaria de GGM.

A mis amigos colombianos Martha Lucía y Liborio Enrique, por aquellos tiempos

Cuando Gabriel García Márquez (GGM) había publicado apenas tres libros –La hojarasca (1951), El coronel no tiene quien le escriba (1961) y Los funerales de la Mamá Grande (1962)– Ernesto Volkening escribió un ensayo titulado “Gabriel García Márquez o el trópico desembrujado”[1]. El texto de Volkening enfatiza la importancia en esos tres libros de las descripciones del ambiente atmosférico –o del tiempo meteorológico, o del bioclima humano– como probablemente diría un experto en esta materia.

De la recurrencia de las descripciones o ambientaciones atmosféricas en las narraciones de GGM también se ocupó Mario Vargas Llosa en García Márquez: Historia de un deicidio[2]. Para cuando Vargas Llosa escribe su monumental ensayo ya se había publicado Cien años de soledad (1967). Además, estaba a punto de aparecer la colección de relatos –que Vargas Llosa ya había leído y estudiado– La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1972), al igual que los primeros textos de ficción de GGM que después se integraron en Ojos de perro azul (1972) y algunos adelantos de El otoño del patriarca (1975). Si se extrajeran de la Historia de un deicidio… las descripciones o ambientaciones meteorológicas que rastreó Vargas Llosa, se podrían completar cincuenta o más páginas de las 742 que contiene el libro.

Esas descripciones –que por el tema del reportaje abundan en el Relato de un náufrago (1970)– en casi todos los libros son precisas, a pesar de hipérboles y metáforas desbordadas en las obras que caen en el realismo mágico, como el cuento “Los funerales de la Mamá Grande” (1962), la novelas Cien años de soledad y El otoño del patriarca, y algunos relatos de La increíble y triste historia...

Por cierto, GGM en ocasiones recurrió al calefactor eléctrico, escribiendo en la Ciudad de México o en Barcelona, para imprimirle a su prosa un ambiente caldeado[3]. En 1956, en París, GGM le dijo a Plinio Apuleyo Mendoza[4]:

  • Fíjate, es el único problema serio que tengo con la novela. No consigo que haga calor.
  • En La hojarasca (dice Plinio) el calor zumba en cada página.
  • Claro, la escribí en Barranquilla. De noche, oyendo las rotativas del periódico.

El calor es abrasador en algunos de los relatos de Los funerales de la Mamá Grande: mata de sed a los pájaros mientras asfixia y trastorna al padre Antonio Isabel hasta hacerle ver al Judío Errante, y se encima a la humillación de la madre y la hermana que visitan la tumba del ladrón que la viuda de Montiel mató de un escopetazo. El trópico cálido, húmedo, de lluvias interminables, está desde La hojarasca (1955) y el “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo” (1955) hasta el diluvio de Cien años...

Ese ambiente se extiende a otros libros, como el del general que recorre su laberinto desde el frío de las alturas, con la lluvia pertinaz, para desembocar en las llanuras bajas del bochorno y la malaria, y el barco de vapor del amor y del cólera que inicia su historia con la selva omnipresente y la termina entre la floresta devastada por una generación de talamontes. Pero las ambientaciones meteorológicas no son solamente para los textos de la costa caribe húmeda y cálida, sino para otras regiones de Colombia, como el desierto de La Guajira, o las lloviznas persistentes de Bogotá a más de 2,600 metros sobre el nivel del mar. El propio territorio de Colombia debió aleccionar a GGM sobre los fenómenos climáticos, pues es el único país con costas en el Atlántico y en el Pacífico cruzado por el ecuador –87% del territorio continental está en el hemisferio norte y el resto en el sur–, que además está surcado por cadenas montañosas en varios puntos arriba de los cinco mil metros de elevación, de modo que el país es un muestrario de los climas del mundo, desde lluviosos y cálidos, hasta húmedos y templados, estepas, nieves perpetuas en algunas cimas, y el desierto de La Guajira[5].

Las ambientaciones meteorológicas de GGM se inician en su trabajo como reportero, cuyo máximo ejemplo son las descripciones de la circulación oceánica y atmosférica durante la travesía del náufrago del célebre relato. Pero este recurso llega a su máximo en algunos textos, no de los más famosos: Diatriba de amor contra un hombre sentado (1988) y el discurso “El cataclismo de Damocles” que pronunció el 6 de agosto de 1986 en Zihuatanejo, frente a seis jefes de Estado, incluido en el libro Yo no vengo a decir un discurso (2010).

En efecto, en los primeros trabajos periodísticos –compilados en los Textos costeños: obra periodística 1 (1948-1952)– es cuando GGM empieza a usar ese recurso de ambientación, pero básicamene circunscrito a las temperaturas altas, las lluvias copiosas y persistentes y a la humedad del ambiente, es decir, a los fenómenos que caracterizan al trópico húmedo. El frío aparece cuando hace periodismo entre cachacos, de 1954 a 1955, y cuando sufre corporal y emocionalmente; los fenómenos del altiplano colombiano además, reportajes sobre desastres  como inundaciones, deslaves o sequías, lo sensibilizan todavía más sobre el papel de la meteorología en la vida, y cada vez con mayor acierto los usa para reforzar o acentuar los ambientes, tanto externos como del interior de lo personajes. También es posible que sus tiempos de vendedor de enciclopedias, libros de ciencia y de medicina, allá por 1952-53, le proporcionaran los conocimientos básicos para describir con propiedad los fenómenos atmosféricos. Pero a su llegada y estancia en Europa (1955-1957) esas ambientaciones las extiende a las lloviznas, el frío, los veranos cálidos, los vientos cortantes del otoño, fenómenos que se alternan a lo largo de las estaciones del año; entonces sintió, palpó en carne propia, los cambios atmosféricos estacionales.

También las notas de prensa europeas, alguna africana y varios de los Doce cuentos peregrinos (1992) –que transcurren todos en Europa– se nutren de esa pecisión en las ambientaciones meteorológicas. En los Doce cuentos… hay al menos tres cuyo planteamiento y desenlace son francamente meteorológicos: “El rastro de tu sangre en la nieve” (1976), “Tramontana” (1982) y “El avión de la bella durmiente” (1982).

El otoño en los tiempos del cambio climático

Pero no solo se refirió a los climas naturales. Desde sus tempranas épocas de periodista hasta sus escritos de la madurez literaria, GGM se ocupó de manera recurrente a la modificación de los fenómenos atmosféricos por la voluntad o la imprudencia humana; es decir, a lo que actualmente conocemos como los cambios climáticos antropogénicos. En 1952, en “Huracanes civilizados” escribió sobre los primeros intentos de los meteorólogos por domesticar los huracanes –que el joven GGM equívocamente a veces llama terremotos–. Más adelante, en 1955, en la nota “Regreso al Génesis”, el tema es la lluvia artificial que intentaban los franceses contra Vietnam, y en otra del mismo año, escribe sobre los “alquimistas nucleares” que hicieron que lloviera un mes antes de lo debido sobre la muestra cinematográfica de Venecia. De la URSS escribió en 1957, sobre una excavadora gigantesca mostrada en la Exposición Agrícoloa de Moscú, que…

se está empleando en cierta región de Siberia para un trabajo colosal: la construcción de un mar artificial que modificará el clima, el régimen de lluvias y el ciclo de las estaciones…

En el reportaje ficticio de 1958 sobre “Caracas sin agua”, se refiere a los esfuerzos inútiles de los ingenieros por hacer llover sobre la zona que abastece a esa ciudad.

Retoma el tema en sus grandes obras. En Cien años…, cuando inician las incoformidades de los obreros contra la compañía bananera, el gerente, míster Brown, anuncia un posible acuerdo:

—Será cuando escampe –dijo–. Mientras dure la lluvia, suspenderemos toda clase de actividades.

No llovía desde hacía tres meses y era tiempo de sequía. Pero cuando el señor Brown anunció su decisión se precipitó en toda la zona bananera el aguacero torrencial que sorprendió a José Arcadio Segundo en el camino a Macondo. Una semana después seguía lloviendo.

Pero a esa semana siguieron otras más…

Llovió cuatro años, once meses y dos días. Hubo épocas de llovizna en que todo el mundo se puso sus ropas de pontifical y se compuso una cara de convaleciente para celebrar la escampada, pero pronto se acostumbraron a interpretar las pausas como anuncios de recrudecimiento. Se desempedraba el cielo en unas tempestades de estropicio, y el norte mandaba unos huracanes que desportillaron techos y derribaron paredes, y desenterraron de raíz las últimas cepas de las plantaciones.

Y también cuenta cuando…

Aureliano lo contradijo con una madurez y una versación de persona mayor. Su punto de vista, contrario a la interpretaión general, era que Macondo fue un lugar próspero y bien encaminado hasta que lo desordenó y lo corrompió y lo exprimió la compañía bananera, cuyos ingenieros provocaron el diluvio como un pretexto para eludir compromisos con los trabajadores…

En El otoño… ocurre una transformación climática mayor, cuando los infantes de Marina se llevan el mar. Esta historia la va narrando a trozos. En el primer capítulo anticipa la idea:

…vimos abandonada en un rincón la máquina del viento, la que falsificaba cualquier fenómeno de los cuatro cuadrantes de la rosa náutica para que la gente de la casa soportara la nostalgia del mar que se fue…

y se aclara en el capítulo seis, con la desaforada sintaxis de esta novela:

Tuve que firmar solo pensando madre mía Bendición Alvarado nadie sabe mejor que tú que vale más quedarse sin el mar que permitir un desembarco de infantes, acuérdate que eran ellos quienes pensaban las órdenes que me hacían firmar… en el entendimiento de que dicha cesión comprendía no sólo las aguas físicas visibles desde la ventana de su dormitorio hasta el horizonte sino todo cuanto se entiende por mar en el sentido más amplio, o sea la fauna y la flora propias de dichas aguas, su régimen de vientos, la veleidad de sus milibares, todo, pero nunca me pude imaginar que eran capaces de hacer lo que hicieron de llevarse con gigantescas dragas de succión las esclusas numeradas de mi viejo mar de ajedrez…

porque…

…el rudo embajador Mac Queen le replicó que ya no estamos en condiciones de discutir, excelencia… o vienen los infantes o nos llevamos el mar, no hay otra, excelencia, no había otra, madre, de modo que se llevaron el Caribe en abril, se lo llevaron en piezas numeradas los ingenieros náuticos del embajador Ewing para sembrarlo lejos de los huracanes en las auroras de sangre de Arizona, se lo llevaron con todo lo que tenía adentro, mi general, con el reflejo de nuestras ciudades, nuestros ahogados tímidos, nuestros dragones dementes…

Pero en El amor en los tiempos… ya no se trata de metáforas, sino de la realidad de nuestros tiempos, si se contraponen párrafos de los capítulos tres y seis:

En el tres dice:

…El río se volvió turbio y fue haciéndose cada vez más estrecho en una selva enmarañada de árboles colosales, donde sólo se encontraba de vez en cuando una choza de paja junto a las pilas de leña para la caldera de los buques…

Y en el seis:

…se dio cuenta de que el rio padre de la Magdalena, uno de los grandes del mundo, era sólo una ilusión de la memoria. El capitán Samaritano les explicó cómo la desforestación irracional había acabado con el río en cincuenta años: las calderas de los buques habían devorado la selva enmarañada… en vez de la maraña de árboles colosalas que había asombrado a Florentino Ariza en su primer viaje, había llanuras calcinadas, desechos de selvas enteras devoradas por las calderas de los buques, escombros de pueblos abandonados de Dios, cuyas calles continuaban inundadas aun en las épocas más crueles de la sequía…

Extiende el relato a la pérdida de la biodiversidadad:

Fermina Daza no vería los animales de sus sueños: los cazadores de pieles de las tenerías de Nueva Orleans habían exterminado los caimanes que se hacían los muertos con las fauces abiertas durante horas y horas en los barrancos de la orilla para sorprender a las mariposas, los loros con sus algarabías y los micos con sus gritos de locos se habían ido muriendo a medida que se les acababan las frondas, los manatíes de grandes tetas de madres que amamantaban a sus crías y lloraban con voces de mujer desolada en los playones eran una especie extinguida por las balas blindadas de los cazadores de placer.

Lo anterior parece que había sido anticipado en una nota de prensa de 1983, cuando escribió que…

De la ciudad de México… no me va quedando más que el recuerdo de una tarde increíble en que estaba lloviendo con sol por entre los árboles del bosque de Chapultepec, y me quedé tan fascinado con aquel prodigio que se me trastornó la orientación y me puse a dar vueltas en la lluvia, sin encontrar por dónde salir… Diez años después… he vuelto a buscar aquel bosque encantado y lo encontré podrido por la contaminación del aire y con la apariencia de que nunca más ha vuelto a llover entre sus árboles marchitos.

Un par de años después de la publicación de El amor en los tiempos…,–el 6 de agosto de 1986– pronunció un discurso en Zihuatanejo ante los jefes de Estado de Argentina, México, Tanzania, Grecia, Suecia e India titulado  “El cataclismo de Damocles”, incluido en el libro Yo no vengo a decir un discurso (2010). Entonces la Guerra Fría era más que hoy una amenaza de conflagración nuclear que de haber ocurrido habría llevado al enfriamiento planetario. Entonces dijo:

…Un invierno de lluvias anaranjadas y huracanes helados invertirá el tiempo de los océanos y volteará el curso de los ríos, cuyos peces habrán muerto de sed en las aguas ardientes, y cuyos pájaros no encontrarán el cielo. Las nieves perpetuas cubrirán el desierto del Sáhara, la vasta Amazonia desaparecerá de la faz del planeta destruida por el granizo, y la era del rock y de los corazones trasplantados estará de regreso a su infancia glacial…,

párrafo que es una trasposición de lo dicho en los pergaminos de Melquiades sobre el fin de Macondo, pero trasladado a la catástrofe mundial que vendría después de una guerra atómica, temor mayúsculo de aquellos años finales de la Guerra Fría:

…Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugados por la cólera del huracán bíblico…

El invierno nuclear fue de particular preocupación para muchos científicos en esa década del discurso de GGM, como lo ha reseñado Alan Robock[6] en 2010 a propósito de los conflictos del Medio Oriente. Los cálculos que ofrece indican que una conflagración nuclear podría enfriar el planeta entre 0.7 y hasta 8 °C durante un par de años –dependiendo de la intensidad de la conflagración, desde luego– principalmente por la cantidad de polvos que dispersarían en la atmósfera las destrucciones de las explosiones nucleares, de modo que ocurriría una oscuridad dramática[7]. Unos años atrás, coincidía con esas cifras el científico inglés Philip Weber al evaluar el riesgo en que estuvo el mundo con la política de los submarinos Trident de la era Thatcher[8], pero seguramente quien más contribuyó a difundir ese enorme riesgo para la humanidad fue Carl Sagan con su artículo aparecido en 1983 en la revista Science titulado “Nuclear Winter: global consequenses of multiple nuclear explosions”.

La moda del calentamiento global que recorre el mundo, para bien de los precavidos y abuso de los políticos, pudo florecer cuando el espanto del enfrentamiento atómico entre las potencias se minimizó tras la desaparición del bloque socialista, aunque desde hacía años varios científicos venían propalando esa novedad del calentamiento, sin que les hicieran caso los insensatos porque creían que era una patraña de gitanos, como le pasó a Úrsula con la idea de la redondez de la Tierra.

Y llegó agosto en marzo

Desde luego GGM no es el único autor que ha recurrido a las descripciones meteorológicas para reforzar su literatura. El propio GGM apuntaba sobre la meteorología presente en la literatura gallega en el artículo de 1983 “Viendo llover en Galicia”, incluido en el libro Notas de prensa (1991):

…Llovió durante tres días, pero no de un modo inclemente, sino con intempestivos espacios de un sol radiante. Sin embargo, los amigos gallegos… (no eran) conscientes de que Galicia sin lluvia hubiera sido una desilusión, porque el suyo es un país mítico… sin acordarse de Valle-Inclán, de Rosalía de Casto, de los poetas gallegos de siempre, en cuyos libros llueve desde el principio de la creación y sopla un viento interminable…

En la Diatriba de amor… (1988) llega a la mayor explicitud de sus descripciones meteorológicas:

La escena transcurre en Cartagena de Indias, con treinta y cinco grados a la sombra y noventa y cuatro por ciento de humedad relativa, después de que Graciela y su marido regresan de una cena informal casi al amanecer de un tres de agosto…

El 6 de marzo de 2024 apareció En agosto nos vemos, la novela póstuma. Por primera vez un libro de GGM en primera edición llega con un prólogo que no es del autor, unas notas del editor, páginas facsimilares del manuscrito, y en ediciones tanto impresa como digital. Es más, salvo el “Relato de un náufrago”, “Del amor y otros demonios” y los “Doce cuentos peregrinos”, ninguna de sus obras en primera edición mereció un prólogo del propio GGM. Ahora los hijos del escritor y sus editores han decidido explicarnos por qué publican algo que GGM consideraba impublicable. Los lectores se dividirán entre complacidos y frustrados, pero ese no es el motivo de esta coda, sino remarcar que las ambientaciones meteorológicas han vuelto como en los mejores tiempos.

La novela nos cuenta cómo una mujer otoñal cada año va a su isla de las ilusiones. En cada viaje su alma y sus deseos van sobre las calles de “arena ardiente”, bajo “un sol áspero… de fuego”; a veces se tiende sobre la cama en su cuarto de hotel “cuyas aspas apenas y remueven el calor”, y en la noche los relámpagos, “en un mediodía instantáneo”, le permiten ver “la laguna encrespada”, mientras la “lluvia arrecia y se oyen los aullidos del viento”. Cada año cumple su cita con ese “agosto de calores y aguaceros locos”.

(El autor agradece a Norma Angélica Cuevas Velasco, Germán Martínez Aceves y Luis Antonio Mendoza Vega su apoyo para escribir este texto).

 

NOTAS

[1] Revista ECO, No. 40, agosto de 1963, reproducido en Gabriel García Márquez. “Un triunfo sobre el olvido”, Fondo de Cultura Económica, Bogotá, 2010, 183 p.
[2] Barral Editores, Barcelona, 1971.
[3] “Escribo… en un cuarto cerrado y con buena calefacción, porque lo único que me perturba son los ruidos y el frío…” En “García Márquez: calendario de cien años”, revista Ercilla, Santiago, Chile, abril 24 de 1968, p. 50-51, citado en …Historia de un deicidio. Y en El olor de la guayaba (con Plinio A. Mendoza. Diana, 2010, Editorial Planeta, México, 166 p. Dijo (Escribo) de nueve a tres de la tarde, en un cuarto sin ruidos y con buena calefacción. La voces y el frío me perturban”.
[4] Gabo. Cartas y recuerdos. Ediciones B, S.A., Barcelona, 2013, 251 p.
[5] Rodrigo Bernal, “Geografía de Colombia”, en Catálogo de plantas y líquenes de Colombia, Vol. 1, Rodrigo Bernal, S. Robbert Gradstein y Marcela Celis, editores. Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá, Facultad de Ciencias, Instituto de Ciencias Naturales, 1500 p: 19-32. 2016.
[6] Nuclear Winter, WIRE, Climate Change, Vol 1, mayor/junio 2010: 418-427.
[7] Andrew Revkin y Lisa Mechaley, 2018. “1983. Nuclear Winter”, en Weather. An illustrates history. From cloud atlases to climate change. Editorial Sterling, Nueva York. Versión ePub.
[8] Forecasting nuclear winter. Bulletin of the Atomic Scientists, 2007, vol. 63, No. 5: 5-8.

 

Adalberto Tejada. Doctor en Geografía, investigador en la Universidad Veracruzana (México) donde coordina el Grupo de Climatología Aplicada.


Posted: April 17, 2024 at 9:23 am

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