Flashback
La excepcionalidad de Susan Sontag

La excepcionalidad de Susan Sontag

Efraín Villanueva

Susan Sontag recibió el diagnóstico en 1975: cáncer de mamá fase 4, sin ninguna posibilidad de cura. En una decisión poco común en aquel entonces, Sontag buscó una segunda opinión y en París encontró un doctor convencido de que sí tenía posibilidades de sobrevivir. Sontag aceptó someterse a un tratamiento agresivo y experimental.

Esta nueva experiencia como paciente llevó a Sontag a abandonar los proyectos literarios en los que venía trabajando y la inspiró a uno nuevo. El resultado fue La enfermedad y sus metáforas, un ensayo en el que Sontag propone cambiar las conversaciones alrededor de las enfermedades terminales y despojarlas de metáforas, misticismos, romanticismos y sentimentalismos. En la perspectiva de Sontag, los pacientes se beneficiarían mucho más si les tratara con honestidad adulta, rodeándolos de racionalidad e inteligencia, de datos precisos sobre su estado, en vez de ofrecerles intentos de disfrazar su realidad. Solo así podrían enfrentarse a sus enfermedades basados en la medicina moderna, no en fantasías.

La belleza del ensayo de Sontag radica en que no es la típica historia del paciente de cáncer que “llora, batalla, se conforta, sufre, vive con valentía” sino que, como lo explica Katie Roiphe, periodista que investigó su muerte, Sontag canaliza “el calor de su experiencia en forma de contemplación intelectual pura”. En 1987, dos años después de recuperarse, Sontag le aseguró al The New York Times que su experiencia con la cercanía a la muerte le agregó fiereza placentera a su vida. Saber que moriría la hizo sentir fantástica, la obligó a definir sus prioridades y apegarse a ellas con disciplina. “Obtienes una energía tremenda al enfrentar tus conflictos en una forma activa y consciente”, aseveró.

La excepcionalidad de Sontag

Sontag tuvo una carrera prolífica e influyente. Fue escritora, periodista y cineasta. Le interesaban los temas políticos como la Guerra de Vietnam y el conflicto de Sarajevo (lugares a los que viajó), pero también la fotografía y la cultura, los derechos humanos, el conflicto entre la democracia y el comunismo. Trabajaba con ahínco, sin límites, se proponía metas altas en todos sus proyectos. Le interesaba, siempre había sido así, evadir la vida regular que demasiadas personas vivían en el mundo. Se burlaba de uno de sus amigos por tener una cuenta de ahorro y seguro de vida –esas eran cosas de gente regular, no de artistas.

A Sontag la impulsaba el objetivo de mitificarse a través de sus ideas, de sus actos, de sus aportes a la sociedad, de la forma en la que se enfrentaba y vivía su vida. En sus diarios, se alienta así misma a alejarse de la debilidad y demuestra una intención profunda en convertirse en una persona intensa, gloriosa. Odiaba y buscaba distanciarse de lo ordinario.

Fue esta excepcionalidad la que entró en acción cuando le anunciaron que moriría. Su espíritu de superviviente, de luchadora, tomó las riendas. ¿Estaba enferma? Pues entonces habría que buscar alternativas de cura, encontrar la forma de vencer aquel obstáculo –“reluzco de supervivencia”, sentenciaba. Que, en efecto, lograra curarse puede entenderse de dos formas. Sobrevivió al cáncer por ser excepcional o, el ser excepcional le permitió subyugarlo.

Vuelve el cáncer

En 1998, con la misma excepcionalidad de la primera vez, venció un nuevo diagnóstico: cáncer uterino. Seis años después, en marzo de 2004, la enfermedad regresó por tercera vez. Mientras la ayudaba a preparar su baño, su ama de llaves notó unos moretones en su espalda. Sontag había contraído una variedad fuerte de leucemia y le auguraron seis meses de vida.

Su racionalidad contagiosa la embarcó a ella y a sus amigos en una investigación sobre la enfermedad y sus posibilidades de tratamiento. Esta vez, sin embargo, Sontag no sentía la misma fuerza de las ocasiones anteriores, sentía que debía trabajar más para sentirse excepcional, casi hasta el punto de engañarse a sí misma. David, su hijo, tenía pensamientos similares, pero no se atrevía a expresarlos o a ser complaciente con su madre, a ser “cándido” porque ella habría detestado esa actitud.

Sontag se sometió a sesiones de quimioterapias intensas que atacaban su cuerpo, lo reducían, la enfermedad como una alternativa de cura. Mientras la radiaban, leía El Quijote y esperaba noticias sobre un trasplante de médula, un tratamiento que no podía costear y para el que una persona de su edad (71 años) no habría calificado. Un logro que para Roiphe habla del mérito de la excepcionalidad de Sontag, capaz de influir en quienes la rodeaban, de lograr que compartieran sus ideales y trabajaran por ella.

Desde Nueva York viajó a Seattle para el trasplante, en compañía de un séquito de amigos. Se hospedó en el Marriot y durante aquellos días vivió como una persona sana. Visitó la nueva biblioteca de la ciudad, daba paseos, tomaba el ferry, cenaba en restaurantes. Fue al cine y vio Spiderman 2. Le gustó.

Aunque el injerto evolucionaba bien, los doctores eran cautos. Sontag lucía enferma la mayor parte del tiempo, su cara y su estómago inflados, su piel herida con llagas, siempre conectada a tubos y máquinas. Un amigo le leía La muerte de Iván Ilych, de Tolstoi, en voz alta. En su diario, cuarenta años antes, Sontag había escrito: “La densidad de Iván Ilych me conforta –me hace más presente, más fuerte”.

Las dudas de su hijo David regresaron, pero se propuso ayudarla a mantener la confianza en el tratamiento –era lo que su madre habría esperado de él. Aunque lo deseaba, se contenía y no le hablaba de lo mucho que la amaba. Hacerlo habría sido un acto de debilidad de su parte, la admisión de que su madre estaba muriendo. David sufría por su propio comportamiento, pero se decía que la situación no era sobre él, sino sobre su madre y ella “tenía derecho a morir a su manera”.

Finalmente, el trasplante falló y Sontag regresó a Nueva York, no a pasar sus últimos días, sino a intentar otro tratamiento experimental. Sontag fue clara: sin mentir, había que insinuarle a la prensa que el trasplante había funcionado, que estaba en recuperación. La narrativa era de supervivencia y recuperación y esa narrativa no podía cambiarse.

Sontag nunca mencionaba la palabra muerte, rodeaba el tema con frases como “no sé si lo vaya a lograr” o “¿funcionará el tratamiento?” o expresaba tener miedo, pero sin dar detalles. Para Roiphe, Sontag acostumbraba a mentir y a mentirse, constantemente, para proteger la mitología de excepcionalidad y supervivencia que había creado para ella. Mentía sobre el precio de su apartamento y evadía el hecho de que tener un ama de llaves, por ejemplo, porque esas eran acciones de burgueses, de gente normal.

Sontag se sabía mortal, pero podía convencerse de que, como en las dos veces anteriores, esta no era su hora de morir, el cáncer no sería su verdugo. El nuevo tratamiento le producía demasiado sufrimiento. Las drogas atacaban el cáncer, pero también a su cuerpo, le producían náuseas y, cuando no la dejaban inconsciente, le provocaban delirios. Sus amigos se debatían entre la decepción de rendirse o satisfacer los deseos de Sontag y continuar el tratamiento. El 28 de diciembre 2004, el doctor convocó a sus amigos, quienes se congregaron alrededor de su cama. Murió a las siete y diez de la mañana. David, su hijo, reflexionaría al respecto más tarde y entendería que su madre había muerto como le hubiese gustado, luchando hasta el final, “continuó viviendo, quizá esa fue su forma de morir”.

• Con información de The Violet Hour (Dial Press, 2016), de Katie Roiphe.

 

Efraín Villanueva. Escritor colombiano radicado en Alemania. Su primer libro,Tomacorrientes inalámbricos (2018), fue galardonado con el Premio de Novela Distrito de Barranquilla. Su primera colección de cuentos, Guía para buscar lo que no has perdido 2019), fue ganadora del Concurso Nacional de Cuentos de la Universidad Industrial de Santander. Sus trabajos han aparecido, en español y en inglés en publicaciones como Granta en español, Revista ArcadiaEl HeraldoVice Colombia, Literal MagazineRoads and KingdomsLittle Village Magazine, entre otros. Su Twitter es @Efra_Villanueva

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Posted: December 5, 2019 at 1:14 am

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