La raya en el AGUA
David Miklos
Hace muchos años ya, cerca de cuatro décadas, hice un pequeño viaje que aún recuerdo, porque ocurrieron varios eventos sueltos que permanecen indelebles en mi memoria, si bien hay muchos detalles que no aparecen en mi mente. ¿Cómo llegamos al rancho de mi amigo Federico? Lo ignoro. Sólo sé que, de pronto, ya estamos allí. ¿En dónde pasé el par de noches que estuve en ese lugar? No lo sé. Sólo me veo, al principio del viaje, en una cabaña separada del casco de lo que hoy imagino una hacienda. Hay, allí, un juego de dardos. Jugamos a los dardos. Luego regresamos al casco de la hacienda y, en medio del camino, un camino de terracería, delgado, hecho por pasos humanos, se nos cruza una serpiente. En mi recuerdo la serpiente es una amenaza: se detiene a medio camino y hace que nosotros, Federico, Alex y yo —¿hay alguien más con nosotros?—, nos detengamos también. ¿Alguno de nosotros lleva un rifle de municiones o de diábolos consigo? ¿Le dispara a la serpiente? No lo recuerdo, pero sí tengo la impresión de, en algún momento, horas después o al día siguiente, regresar en pos de la serpiente, para cazarla, pero sin éxito: la serpiente no vuelve a aparecer en el camino y, en mi memoria, deja de ser una amenaza. Ese primer día nos veo alimentando a un becerro. Le damos heno. Y el becerro se traga tanto el heno como nuestras manos. Su boca es suave y no lastima. Sólo quiere más heno. Luego entramos al lugar en donde guardan la paja —¿tiene un nombre?—; y saltamos desde la pila de pacas hasta el montón de paja suelta, un pequeño y suave cerro que ablanda la caída. Después, la noche: el no-recuerdo, el tiempo para siempre desvanecido, la ignorancia de en qué lugar de la hacienda —¿o fue en la cabaña ya mencionada?— dormí, dormimos. Al día siguiente tendrá lugar el evento culminante del viaje. Vamos al pueblo más cercano a la hacienda: Almoloya de Juárez (hoy famoso por la prisión en la que pasó varios años Raúl Salinas de Gortari; antes, famoso por lo que ahora describiré afuera de este invasivo paréntesis). Hay, frente a la fachada de la iglesia —¿o a un costado?— un estanque, que es, hasta donde comprendo, un ojo de agua, que ha salido en la televisión, en un programa llamado ¡Es increíble! En medio del agua hay una raya, que no es la sombra de un cable ni un lazo colocado a ras de la superficie: es, tal cual, una línea que no desaparece si se le avienta una piedra o una moneda. El agua se inquieta un momento y, calma de nuevo, muestra su raya. Nadie nos explica el fenómeno. Yo no indago. Me contento con dejar caer una moneda en el estanque y, con gran tino, ver cómo se sumerge hasta rebotar contra la cabeza de una carpa. El pez se agita. Luego continúa con su nado. Regresamos a la hacienda. Y algo ocurre que me encuentro en una súbita soledad, aislado de mis amigos —¿no me hablan, se pelearon conmigo, hice algo que les molestó?—: no sé qué pasa, sólo sé que estoy solo. Y solo duermo —aunque no recuerdo dónde— y solo amanezco, solo paso el resto del día siguiente; hay una comida, alguien bebe tequila, me veo deambulando al interior de la hacienda, hasta que es hora de volver al DF. Y eso es todo, hoy. Y siempre.
David Miklos es autor de La piel muerta, La hermana falsa y La gente extraña entre otras novelas. Actualmente es jefe de redacción de la revista de historia internacional Istor. Es columnista de Literal. Su twitter es @dmiklos.
Posted: July 14, 2015 at 9:51 pm
Gracias al autor por compartir. La lectura logro turbarme en un principio y pienso que ese era su cometido. Lo logro increiblemnte.
Gracias a ti por la lectura.
Gracias al autor por compartir. La lectura logro turbarme en un principio y pienso que ese era su cometido. Lo logra increiblemnte.