Essay
Ir a los cafés en el exilio
COLUMN/COLUMNA

Ir a los cafés en el exilio

Angelina Muñiz-Huberman

Ir al café es una manera de ir al exilio, no es la casa ni el trabajo, es un lugar fuera de. Un lugar de encuentro. Una tertulia esperada. Se habla, se discute, taza tras taza de café. Es una cita para resolver problemas o crearlos, para arreglar cuentas, para afianzar amoríos o para terminarlos. Es lo inesperado o la rutina establecida. El camarero que ya conoce tus gustos y se sorprende si hay cambios o te ofrece algo nuevo. Quien es habitual o quien entra por primera vez. ¿Volverá?

El café es un pequeño mundo en ebullición. Pasiones escondidas, alternancias, ambigüedades. Un sabroso refugio. Hay escritores que lo escogen como su centro de escritura inmersos en el barullo ensordecedor. Otros lo rehúyen escandalizados. Hay pintores que hacen bocetos de los asistentes sin que éstos lo sepan. Pensamientos van y vienen. Cerebros con mil posibilidades.

Un lugar complicado

o simplemente

para tomarse un café.

Un lugar neutro

ante todo.

Los cafés han tenido muchas funciones. Invitar a un café puede significar  desde la neutralidad hasta la complicidad. Es arriesgarse o es un descanso. Es un azar y una necesidad. Es un elegir y un desechar. Es la vida, pero también es la muerte. Puede entrar alguien con una ametralladora y empezar a disparar.

En mi caso, me aficioné a ir a los cafés a los seis años y desde entonces no he parado. Mejor dicho, fueron mis padres recién llegados a México a causa de la Guerra Civil Española, los que me llevaban con ellos a todas partes. Así que me convertí en la única niña que iba a los cafés. Mientras los adultos discutían de política y de cuándo iba a morir Francisco Franco yo bebía una Extra-Poma o leía la revista argentina Billiken. Así, pasé por diversos cafés, el Tupinamba, el Do Brasil, el Campoamor y oía las conversaciones de Arturo Mori, Emilio Criado y Romero, Alardo Prats, Félix Herce, Antonio Bravo, antiguos compañeros de mi padre del periódico Heraldo de Madrid. Habían trasladado las tertulias de los cafés españoles a México.

Los exiliados, más bien llamados “los refugiados” cuando llegaron, se reunían también en Las Chufas y el Café Villarías. Éste último vendía todas las mezclas de granos de café para escoger la preferida. Mi padre pedía una mezcla de caracolillo y planchuela.

Lo que me recuerda a Alfonso Reyes y su época española, de 1914 a 1924,  en la que solía asistir a las famosas tertulias madrileñas en cafés  como el Regina y el Pombo, al lado de Enrique Díez-Canedo, Azorín, Ramón Gómez de la Serna y otros escritores de la época.

Siguiendo con los cafés mexicanos, el Sorrento, a una cuadra de la Avenida Juárez era de mis preferidos. Solía ir los fines de semana con un amigo y   compañero de la preparatoria. Veíamos el público a nuestro alrededor. Destacaba León Felipe y nos imaginábamos qué nuevo poema estaría ideando.

Otros cafés con abolengo eran los antiguos que provenían del siglo XIX: Tacuba, Colón, Lady Baltimore, frecuentados por Andrés Henestrosa, Antonieta Rivas Mercado, Manuel Rodríguez Lozano, José Vasconcelos, Federico Gamboa.

Estaba también La Veiga, en Insurgentes Sur. Donde acudían escritores más jóvenes, aún no consagrados, pero que empezaban a presentar sus libros y luego lo celebraban yendo al café. Acudían estudiantes y profesores de la Ciudad Universitaria y fue punto de reunión de los participantes del movimiento de 1968.

Hoy las tertulias se han perdido, sólo quedan como recuerdo nostálgico y muchos de los cafés mencionados ya no existen. Se han cambiado, por ejemplo, por las cadenas internacionales de Starbucks que aunque ofrecen la posibilidad de entrar y sentarse, gran parte de la clientela compra el café para llevárselo e irlo bebiendo mientras camina. Imposible una tertulia.

Es el paso del tiempo, desde luego. Ya no quedan exiliados de la primera generación y pocos de la segunda. La muerte con su guadaña que no gusta de ir a cafés.

Los exiliados son otros.

Los que están sentados frente a una pantalla.

Estáticos.

Paradójicos exiliados

que borraron el movimiento.

Y la imaginación.

Sólo quedaron los dedos

sobre el teclado.

El paisaje se ha ido.

Los nuevos exiliados,

los que huyen de sus países

recobran los pasos perdidos.

Inmersos en la naturaleza

atraviesan ríos

escalan montañas.

Un muro les aguarda.

No hay café que les espere.

-Foto de Jakub Dziubak en Unsplash

Angelina Muñiz Huberman es autora de más de 50 libros. Ha ganado el Premio Xavier Villaurrutia ,  el Premio Sor Juana Inés de la Cruz el Premio José Fuentes Mares, Magda Donato, Woman of Valor Award, Manuel Levinsky, Universidad Nacional de México, Protagonista de la Literatura Mexicana, Orden de Isabel la Católica, Premio Nacional de Lingüística y Literatura 2018, entre otros.

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Posted: August 9, 2023 at 7:00 pm

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