Poetry
La voz deudora

La voz deudora

Ilan Stavans y MIguel Angel Zapata

El Fondo de Cultura Económica publicará en los próximos meses el libro La Voz deudora: Conversaciones sobre poesía hispanoamericana, en el que el ensayista mexicano Ilan Stavans y el poeta peruano Miguel-Ángel Zapata reflexionan sobre la tradición poética en América Latina, de la época colonial al presente. Aunque los conversadores hacen hincapié en figuras claves como Sor Juana, Mistral, Vallejo, Borges, Neruda y Paz, el recorrido va más allá, mezclando lo social con lo histórico, lo intelectual con lo estético. El siguiente es un fragmento del prólogo.

***

Miguel-Ángel Zapata: ¿Cómo llegaste tú a la poesía, Ilan?

Ilan Stavans: Por años mi interés fue pasajero. O habría que decir—con valentía—que era inexistente. Todavía me llaman la atención el ensayo, el cuento, la leyenda y la traducción. A la poesía la ignoraba porque me resultaba inocua. Es decir, que no sabía leerla. He contado mi cambio de opinión en varios sitios pero no está de más repetirlo aquí. Un ex alumno mío me invitó a su boda, a condición que leyera en ella un poema en español seguido de una versión en inglés.

Al principio no supe por qué me lo pedía, sin embargo accedí. Leí “Tu risa” de Pablo Neruda y preparé una traducción como regalo a los novios. Sin saberlo, luego de leer el poema se abrió una puerta para mí. De pronto me sentí cerca no solamente de Neruda sino de la poesía en general. Cerca es una palabra insuficiente. Me vi embargado por un hambre insaciable: deseaba leer todo, de La Odisea a Elizabeth Bishop. Desde entonces no soy el mismo.

Además de Neruda, he traducido al inglés a Borges, secciones de El Gaucho Martín Fierro, a Rubén Darío, a José Martí, a Dulce María Loynáz, a Leopoldo Lugones, a Álvaro Mutis… Y me he atrevido—aunque poco—a escribir uno que otro verso en español, inglés, hebreo, idish, francés y espanglish. La poesía para mí es el tiempo, es la duda, es la congoja, es el acertijo que nos define como humanos. Sin poesía no hay amor y sin amor no hay poesía. Sin poesía no hay filosofía y sin filosofía no hay poesía. Y sin música no hay poesía porque sin poesía no hay música. Hay poemas, por ejemplo “Lo fatal” de Rubén Darío, “Explico algunas cosas” de Pablo Neruda, “Masa” de César Vallejo, sin los cuales es imposible entender nuestra realidad.

¿Cuál fue tu caso?

MAZ: Yo llegué a la poesía a través de una clase de literatura peruana en mi colegio de Lima. Tenía trece años de edad. Sucede que mi profesor de literatura peruana, José García Conde, nos pedía con frecuencia que hiciéramos presentaciones orales, y le entregáramos comentarios sobre los poemas que leíamos en clase. Las presentaciones me ayudaron definitivamente a vencer el miedo de hablar ante cualquier tipo de público.

En una ocasión, mi profesor me dijo que no quería que le escribiera poemas al “estilo” Vallejo o Eguren, sino comentarios sobre sus poemas. Volví a entregarle un comentario sobre un poema de Eguren y me lo volvió a decir. Me di cuenta que de verdad mi camino era la literatura, sin lugar a dudas. Después ya me di cuenta que estaba imitando a Vallejo y a Eguren y que estaba tratando de escribir poemas. Me percaté que la poesía te escoge a ti, tú no tienes ningún poder de decisión en ese trato místico. Poco a poco comencé a escribir sendos escritos que mostraba a mis amigos y amigas sin temor. Recuerdo con admiración a mi profesor, y mis primeras lecturas de poetas peruanos como José Santos Chocano, José María Eguren, Carlos Augusto Salaverry y Carlos Oquendo de Amat, entre otros.

Esencialmente, mis poemas son escritos en español. Algunas veces he escrito poemas en inglés pero que nunca los he publicado. Desde entonces todo mi interés es hacia la poesía, la pintura y la música de todos los tipos. Aunque algunos no lo crean, leer poesía es un placer sumo, pero no es tarea fácil, sobre todo cuando se lee poemas complejos que requieren atención especial y mucho tiempo. Lo digo porque he leído por ahí que se requiere más tiempo y dedicación para leer una novela de mil páginas (en la cual te pierdes en la página 77) o un cuento complejo de diez páginas. Uno se puede pasar más tiempo leyendo un poema complejo que una novela larga y aburrida.

Claro que hay excepciones notables puesto que hay novelas eternas. Puedes hablar durante toda una clase acerca de un poema y seguir discutiéndolo en los pasillos y corredores de la universidad y continuar con algún café y nunca terminar. La poesía es infinita. Sigue dándome claves insospechables, abriendo derroteros, anunciando nuevas lecturas. Cada escritura de un poema ejerce un doble ejercicio: desfogar la imaginación pero al mismo tiempo se es crítico de su propia obra en el interminable proceso de correcciones.

IS: Concuerdo contigo: un poema es un agujero sin fondo. Cuando uno cae en él, súbitamente, como Alicia en el País de las Maravillas, aparece ante nosotros un universo nuevo, con su propio metabolismo, su propia idiosincrasia.

MAZ: La tradición poética hispanoamericana será nuestro eje de rotación. Hablaremos de ellas de una y mil maneras. Pero permite que me adelante: de todos los poemas que conforman nuestra tradición, ¿cuál de ellos crees que es su eje, su centro de gravedad? Listaste ya algunos poemas de Darío, Neruda y Vallejo. ¿Acaso uno de ellos?

IS: Es una pregunta inquietante. Te la contestaré de forma sorpresiva: no solamente creo que haya un poema que sirva de eje sino que dentro de ese poema hay una palabra que sirve de partidero de aguas.

MAZ: ¿A cuál te refieres?

IS: Hablo del poema “A Roosevelt” (Cantos de vida y esperanza, 1905), de Rubén Darío. Nuestra disposición rebelde, nuestra postura existencial, están presentes en todas sus frases. Darío describe al presidente norteamericano de arrogante, insensato, mordaz. Lo acusa de menospreciar a América Latina.

 Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza;

 eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy.

Y domando caballos, o asesinando tigres,

Eres un Alejandro-Nabucodonosor.

Habla de Roosevelt como “un profesor de energía” que cree que el “el progreso es erupción” que “donde pone la bala pone el porvenir”. Como el José Enrique Rodó de Ariel (1900), que apareció poco antes, Darío pinta a los Estados Unidos como materialistas.

De pronto, el poeta rompe el ritmo del poema, insertando la palabra impostergable, el antídoto, la clave:

No.

Es un no categórico, rotundo al que sigue una contestación: la América Latina que defrauda Roosevelt tiene honor. Es un continente espiritual, lleno de imaginación.

Mas la América nuestra, que tenía poetas
desde los viejos tiempos de Netzahualcóyotl,
que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco,
que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió;
que consultó los astros, que conoció la Atlántida,
cuyo nombre nos llega resonando en Platón,
que desde los remotos momentos de su vida
vive de luz, de fuego, de perfume, de amor,
la América del gran Moctezuma, del Inca,
la América fragante de Cristóbal Colón,
la América católica, la América española,
la América en que dijo el noble Guatemoc:
”Yo no estoy en un lecho de rosas”; esa América
que tiembla de huracanes y que vive de Amor,
hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive.
Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol.
Tened cuidado. ¡Vive la América española!
Hay mil cachorros sueltos del León Español.
Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo,
el Riflero terrible y el fuerte Cazador,
para poder tenernos en vuestras férreas garras.

Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!

Para Darío, nuestra América es ancestral, religiosa. Su poesía—como lo prueba el poema—es su mejor arma.

Aunque te confieso que para mí la palabra Dios al final es peculiar. ¿A qué Dios rezamos en América Latina? ¿El Dios de la Iglesia Católica? ¿Los dioses indígenas? ¿Un Dios espiritual, invocado por el Ariel de The Tempest (1610-1611), la última obra escrita por Shakespeare? ¿O un Dios material, como el invocado por Calibán? Ni Ariel ni Calibán son dioses sino metáforas de un animismo primitivo.

MAZ: Tú has dicho en The FSF Book of Twentieth Century of Latin American Poetry (2011) que Darío es la piedra angular. Borges lo describía como un libertador.

IS: El sustantivo libertad, en boca de Borges, es sarcástico. Borges apreciaba a Darío pero dudo que lo admirara.

MAZ: Aparte de Lugones, Cervantes y Quevedo, entre otros, Borges no admiraba tanto a escritores latinoamericanos como a algunos autores ingleses, alemanes o norteamericanos y a uno que otro italiano o francés, como Dante y Flaubert.

IS: Y a ciertos españoles. Más bien a uno en especial: Quevedo. Pero, ¿quién no ama a Quevedo?

MAZ: Borges tenía una predilección enorme por escritores europeos. Como dices, tal vez no apreciaba a Darío, como tampoco apreciaba a Góngora, pero su ágil inteligencia no le permitía darse el lujo de ignorarlo como libertador. Borges pensaba en la posteridad y sus lectores.

IS: La palabra libertador está degradada. Otro asunto semántico: ¿qué diferencia hay entre liberador y libertador? ¿Masajeamos demasiado el lenguaje con sinónimos innecesarios? Sea como sea, invocarla es pensar en Bolívar, una figura que duele. En todo caso, si Darío nos liberó, Góngora nos aprisionó.

MAZ: Para mi gusto, Darío no es solo un libertador en el sentido de que dotó a la lengua castellana con varios arquetipos dispersos, sino que preparó el terreno literario para la fusión extraordinaria de la poesía hispanoamericana contemporánea por venir.

Creo que Darío trajo una canción transparente y compleja, una imagen prístina e impenetrable, como en los cuadros de Rembrandt: una luz potente con excesiva oscuridad. Desde sus inicios combinó la prosa y la poesía, dándole un respirar novedoso, y demostró que toda combinación era posible y necesaria en la poesía: prosa y verso, pero al final, lo que quedaba era esa música primera que tenían sus poemas.

IS: Sí, los poemas de Darío tienen una música sin par. Y si acaso Borges sintiera ambivalencia ante Darío, quien lo veía como una piedra angular, el vaso comunicante, era Octavio Paz. Darío forma parte de su Cuadrivio, el libro que publicó en 1965, cuando el tenía 51 años. Los cuatro autores que integran el volumen son Sor Juana, Darío, Fernando Pessoa y Luis Cernuda. La combinación es aleatoria. Aunque Paz la justifica despuntando a los cuatro como baluartes de una nueva voz poética, lo mimo podría decirse de varios otros poetas. Pienso, por ejemplo, en Neruda, a quien Paz, a estas alturas de su vida, despreciaba, luego del altercado que tuvieron en la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, en Madrid en 1937. O Vallejo, cuya poesía Paz hallaba demasiado ideológica. Y de España, a Miguel Hernández o Jorge Guillén. Sea como sea, Darío es la puerta a la modernidad, el comienzo de una poesía auténticamente hispanoamericana.

MAZ: Darío dejó el aire limpio y polvoriento de la poesía para poder respirarlo plenamente en estos tiempos difíciles: el terreno baldío se fue volviendo una experimentación constante. Los que lo leían mal al principio—seguidos por un insolente nacionalismo—no se daban cuenta que Darío no nacía ni moría con Azul… (1888), era solo el principio de un color, de un tono polifónico, que después se vendría enriqueciendo con otro tipo de experimentaciones que tenían que ver con sus experiencias vitales como artista, circundando entre la vida y la muerte.

IS: En efecto, Darío compagina las dos vertientes poéticas de nuestro continente: la ideológica y la esteticista. Es como si en él se juntaran los extremos, como si en su corazón la dialéctica de los opuestos encontrara una harmonía.

MAZ:  Y justamente su tratamiento de la política y el aspecto social en la poesía es magistral: el poeta no pierde el ritmo ni el verdadero peso de la poesía de altos vuelos. En definitiva, Darío fue un modelo a seguir para los poetas que incursionaron con éxito en la práctica de la poesía política en décadas posteriores en Hispanoamérica: sobre todo los dos a quienes te referiste, Vallejo, y Neruda.

Vallejo caló profundamente en la problemática de la guerra civil española sin caer en el cliché ni en el decir fácil de la condena o la desesperación. Neruda, por su parte, también acertó en señalar algunos lineamientos emotivos y sociales de la misma guerra, aunque posteriormente su poesía “política” dejara mucho que desear. Darío, utiliza en su poema “A Roosevelt” una cadena simbológica que demarca un nuevo territorio: el terreno de la discordia es llevado a la tierra baldía de la imagen del cazador, del nuevo conquistador que llega con afanes de conquista.

Pero al mismo tiempo, el poeta nicaragüense se percata de dejar clara la imagen que representa en el poema. El símbolo principal no es solamente el presidente de un país poderoso, sino toda una nación que se aferra no al desamparo de la soledad, sino a la maravilla de sentirse acompañados por tierras que no les pertenecen ni les pertenecieron nunca. He ahí el logro de la buena poesía política: hacer que el lector llegue sin una lección aprendida de antemano, sin ninguna declaración de principios previa, sino a través de los símbolos, las metáforas y la verdadera poesía que sabe llegar a los lectores sin aspaviento alguno. De paso, se podría mencionar que la poesía política ha tomado varios giros (si así se les podría llamar) en la trayectoria de la historia de la América Latina. Darío, trazó ese primer momento, en efecto, un crucial punto de partida.

Quiero imaginar que la exploración que haremos de la tradición poética hispanoamericana hará que la veamos tal vez como una sola voz. Una sola voz con sus múltiples manifestaciones contradictorias pero que convergen desde un eje central: la búsqueda de nuestra identidad.

IS: Un sola voz, una voz colectiva, una voz que va de generación en generación, una voz que se rebela contra su pasado al tiempo que celebra ese pasado, una voz que mira hacia el futuro a través de esos rompimientos, una voz que vive siempre en el presente, esa luminosidad rodeada por obscuridad. Una voz polifónica, una voz deudora.


Posted: August 29, 2013 at 4:36 am

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