Lecciones breves de lepidopterología
Efrén Ortiz
No hay insecto que despierte mayor curiosidad que las mariposas. Se trata de seres especiales; y decir especial en este contexto es absolutamente intencional. Cualquier otro adjetivo pudiera resultar de sospechoso juicio. Describirlo como “el más vistoso” pudiese comportar exhibicionismo. Tildarlo como “el más atractivo”, además, adelantar juicios que tocan los límites del riesgo. Por ende, vale más ubicarse en una categoría neutra: es especial. He ahí la razón que exige un cursillo, unas breves lecciones que normen nuestro criterio. La superabundancia de tales seres en estas (y otras) latitudes hace necesario reconocerlos y, de acuerdo con los nuevos requerimientos ecológicos, saber tratarlos.
Ante todo, hay que saber distinguir una mariposa de cualquier otro insecto más o menos afín. Una mariposa, individuo del orden de los lepidópteros, posee cuatro alas membranosas y boca chupadora. Las alas adoptan formas y colores diversos, están formadas por diminutas escamas, y se distribuyen por pares: alas interiores, o propias, y alas exteriores, o ajenas. Su uso depende, en gran medida, de la ocasión. Si bien en su vuelo toman como punto de partida las alas interiores, el timón de vuelo está ligado, indudablemente, a las alas exteriores, las cuales se mueven a un ritmo de aproximadamente doce oscilaciones por segundo (número que puede variar, de acuerdo con el grado de excitación que el vuelo inspire).
Respecto de su boca chupadora, poco podemos decir. Los estudios emprendidos al respecto, aún son insuficientes. Con base en una hipótesis muy extendida, su forma, por vía evolutiva, ha ido sufriendo adaptaciones. Originalmente cubierta por diminutas películas membranosas, a manera de dientes, las ha ido perdiendo hasta configurar un círculo labial, mucho más propio para la succión. El néctar no es, en esencia, su alimento preferente. En este sentido, parecen alternar y multiplicar aficiones que rayan, en algunos casos, en la extrañeza. Sin embargo, no se puede afirmar que tal conducta sea valedera para todos los casos.
Recientemente, se ha postulado que tal procedimiento posee los rasgos de una adicción perversa, si bien no se han inventariado los comportamientos naturales inherentes a todas las variedades. La insufi- ciente información se debe, entre otras razones, a que comprenden específicamente la fase adulta, lo que da pie para introducir un nuevo carácter. Se trata de seres que poseen metamorfosis completa. Por metamorfosis entendemos aquí una transformación absoluta, un viraje radical que altera sustancialmente la anatomía, fisiología, etiología, moral e, incluso, la currícula profesional, social o parental.
La primera etapa de lo que, con el tiempo, será una mariposa, transcurre bajo la modalidad de oruga; sin embargo, si bien en el origen de cualquier mariposa hay un gusano no se puede asegurar, correlativamente, que delante de todo gusano haya una mariposa. La selección natural darwiniana tiene mucho que ver en el asunto. Como todo punto de partida, el tamaño, real o presumible, y la forma que toma el gusano es, quizás, lo menos importante. Lo básico es que el crecimiento del gusano está permitido por su configuración a base de anillos cilíndricos que se ensanchan progresivamente.
En su gran mayoría, las mariposas han desarrollado aptitudes miméticas, es decir, se igualan con el medio circundante, lo que les permite sobrevivir haciendo pasar desapercibido todo hábito que contravenga la estandarización ambiental. La asociación entre gusanos y mariposas, hasta ahora considerada como ocasional, registra altos niveles de incidencia estadística, particularmente en la etapa formativa de la oruga. Una vez alcanzada la madurez, el gusano se encierra en un capullo o saco tejido con base en secreciones y se transforma en crisálida (del griego “krisis”: salida) y luego en mariposa (apócope de “mar”, “maris” y “posare”, según unos; o de “María” y “posar”, según otros).
Existen diversos criterios que permiten formular varias taxonomías. De acuerdo con la constitución y finalidad de sus trompas, encontramos tres grandes grupos: lamedoras, picadoras y mixtas. Las últimas, son las más frecuentes. Atendiendo a sus hábitos, de manera artificial se clasifican en diurnas, crepusculares, nocturnas y microlepidópteras. Las mariposas diurnas, quizás las más vistosas y llamativas, son objeto por ello de la depredación y el afán de exterminio. Van de un lugar a otro, aparentemente sin dirección ni otro proyecto trascendente que “gozar la vida como viene” (de allí la metafórica expresión de “mariposear”: ir y venir sin sentido ni dirección). Constituyen el género más extendido y, entre sus tipos más conocidos, están la mariposa de la Coli-flor (Pieris brassicae), los Sátiros, con manchas oceliformes, las Vanessas, de brillantes colores y movimientos ágiles, y los Apolos, raros y musculosos ejemplares que han llevado a la perfección el mimetismo.
Las mariposas crepusculares poseen antenas prismáticas y sus alas permanecen horizontales durante el reposo, debido a la fatiga. Poseen colores adustos y hábitos más reservados. Proceden de orugas que, imposibilitadas ya para desempeñar la actividad propia de su género, terminan por autogenerar su necesaria metamorfosis. Las mariposas nocturnas, de colores oscuros o pardos, suelen ser siempre nocivas. En la nomenclatura popular son designadas “mariposas de calentura”. Sus alas desprenden con facilidad tiñas, que no son otra cosa que escamas sueltas que el insecto arroja en gran cantidad para confundir a sus enemigos. Generalmente, permanecen ocultas durante el día, o desarrollan hábitos miméticos. Por último, en el grupo de los microlepidópteros se sitúan los ejemplares más pequeños e insignificantes pero también los más dañinos, como las polillas. En este sentido, son muy semejantes a los insectos dípteros pues, como ellos, poseen el cuerpo rechoncho y las patas cortas, y les encanta chupar la sangre. La única diferencia entre ambos es que los dípteros comunes poseen solamente dos alas (siempre internas).
En relación con la reproducción, conviene señalar que estos insectos muestran mayor apremio que aves y mamíferos, y que la temperatura juega un papel inusitadamente relevante. La fecundación puede ser interna o externa, y en ambos casos, son ovíparas, es decir, intervienen los huevos; viven y mueren por huevos, si bien algunas variedades practican la partenogénesis. En asunto tan delicado, los expertos no pueden llegar a acuerdo. En términos de observación común, la mariposa se reproduce, aunque sea por obra del huevo. Sin embargo, hay quien opina que, como mariposa, el ser se autoengaña, y que es el gusano que no puede dejar de llevar dentro, lo que verdaderamente impulsa la reproducción. Sea una u otra posibilidad, lo cierto es que hay huevos de por medio, y que éstos son fecundos porque ha habido cópula. Aérea, en reposo, dorsal, intercostal, las variedades son múltiples, con una sola exclusión: aquélla de corte frontal, puesto que lo impiden las alas internas. Ello ha dado pie a versiones oficiosas y a terribles acusaciones de sodomía para estos seres, a quienes su vistosa imagen ha hecho buscar alternativas diferentes de las usuales.
Posted: April 10, 2012 at 6:14 pm