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Lo que el viento no debería llevarse
COLUMN/COLUMNA

Lo que el viento no debería llevarse

Miguel Cane

La controversia suscitada por la abrupta decisión de la cadena HBO de retirar de su catálogo en la plataforma digital HBOMax la clásica cinta de Hollywood Gone with the Wind, estrenada en 1939 e históricamente la película popular más taquillera de la historia (ajustada a la inflación), ha resultado una de las más insólitas consecuencias de la actual sacudida social y cultural surgida del movimiento antirracista #BlackLivesMatter.

El 9 de junio, se reportó que la cinta –cuyo rodaje lleno de anécdotas es material de leyenda– sería retirada permanentemente; no obstante, al día siguiente se publicó una aclaración por parte de WarnerMedia (dueño de HBO y de la Warner Brothers), que matizó la situación explicando que en realidad la cinta no ha sido “cancelada”, el término tan de moda para denunciar artistas de cualquier época que hoy son considerados reprobables por sus conductas sexuales, tendencias políticas o pecados sociales, que en su periodo histórico no causaron –en su mayor parte– el escándalo que producen hoy.

En lugar de “cancelar” la cinta, será relanzada con un disclaimer y comentario explicando que el periodo histórico que retrata la cinta, la Guerra Civil Estadounidense (1861-1865) presentaba “prejuicios raciales y estereotipos que hoy son inaceptables” y que regresará a toda clase de Home Media con extras que “abrirán una discusión de su contexto histórico y una denuncia de esas mismas representaciones, pero se presentará tal como se creó originalmente, porque hacer lo contrario sería lo mismo que afirmar que estos prejuicios nunca existieron. Si queremos crear un futuro más justo, equitativo e inclusivo, primero debemos reconocer y comprender nuestra historia”.

Si bien esta reacción, aunque loable, parece exagerada, forma parte de un fenómeno cultural que ha ido arraigándose en nombre de una corrección política: un revisionismo histórico al servicio de unos espectadores cuya responsabilidad con formar su criterio no debería depender de una compañía, si no de su propio interés. Pero ese es uno de los defectos de carácter que las nuevas generaciones han desarrollado en pleno siglo XXI, irónicamente siendo ésta la era en la que más información histórica hay disponible mediante internet.

Me refiero a esto: escudándose detrás de la corrección política prevaleciente, muchas obras que son producto de un tiempo muy específico, han sido objeto de críticas, escarnio e incluso “cancelación” por el afán de un sector del público que demanda que los productos sean apegados a una óptica del siglo XXI –un ejemplo de esto, además del que nos ocupa, es la controversia hace pocos años cuando en algunos distritos escolares de Estados Unidos se exigió se expurgase To kill a mockingbird, la muy querida novela de Harper Lee, para eliminar los epítetos raciales usados en los diálogos y también buscar la manera de modificar la representación de personajes de raza negra en la narrativa, que finalmente estaban usados en el contexto de la reproducción de la infancia de la autora, situada en Monroeville, Alabama, en el año 1936 .

Eso también ha formado parte del reclamo contra Gone with the Wind: su representación estereotípica de los esclavos negros en la plantación de Tara, específicamente Prissy (encarnada por la actriz Butterfly McQueen) y Mammy, en una interpretación oscarizada (¡e histórica!) de Hattie MacDaniel, quien no solo se convirtió en la primera actriz afroamericana en recibir un premio de la Academia, también logró romper la barrera de las leyes “Jim Crow”, aún vigentes en las primeras décadas del siglo XX, al estar presente en todas las galas de estreno que se llevaron a cabo en Atlanta, Georgia, en diciembre de 1939 cuando debutó el filme, todo esto siendo hija y nieta de esclavos liberados.

En efecto, se trata de una representación estereotípica y, sí, racista. De hecho, la película y la novela de Margaret Mitchell en la que se basa, son también obras revisionistas que, como Song of the South, cinta de 1946 que mezcla animación y actuaciones que los estudios Disney ha suprimido discretamente de sus catálogos y plataformas, pintan una imagen idílica del “viejo sur”, con esclavos felices y amos benevolentes en medio de un panorama completamente irreal.

Evidentemente, la película es un producto de su época –que busca dulcificar o romantizar la verdad histórica de la Guerra Civil y la esclavitud– que debería apreciarse –como cualquier otra– en sus propios términos, tomando en cuenta los contextos históricos en los que fue realizada, amén de aquellos que representa desde una ficción (que algunos críticos consideran sin valor literario, siendo básicamente un hiperbólico melodrama romántico, más que un fidedigno retrato histórico) que retrata una situación específica, sin mayor profundidad.

El revisionismo que propone esta acción no le quita en absoluto sus temas y defectos a la película, ni cambia el contexto en que se hizo. En mi opinión, los espectadores se beneficiarían más en hacer una lectura acerca del conflicto, surgido para abolir la esclavitud en los Estados Unidos de América, pero las nuevas generaciones, en una mayoría, parecen preferir preterizar tales contextos, exigiendo que obras y lecturas se adapten a sus sensibilidades y no viceversa.

Gone with the Wind no es una gran película, y comparada con otras cintas contemporáneas no es más que un espléndido espectáculo popular hecho con esmero y lujo que sobrevive y trasciende como auténtico fenómeno, principalmente por el amor que ha recibido por parte de los espectadores. Si bien tiene obvios defectos (ya señalados), sus virtudes son también indiscutibles en cuanto al diseño de arte, la fotografía, la música y el trabajo de su elenco, que incluye a Olivia de Havilland (hasta hoy la única sobreviviente, a los 104 años de edad), Clark Gable y la oscarizada Vivien Leigh. Asimismo, se trata de una película histórica de un periodo en Hollywood que no debería ser alterado sino juzgado como un precedente en la evolución de la cultura popular.

El refrán dice que quienes no conocen la historia están condenados a repetirla. Considerar el pasado como una pérdida de tiempo o algo obsoleto para adecuarlo a nuestra percepción actual me parece inútil ya que el pasado, aunque se revise o se censure (lo que sería terrible), es inamovible y los espectadores encontrarían un mayor beneficio en informarse sobre las raíces históricas y culturales del racismo, sin tener que depender de una (por muy bienintencionada que sea) revisión que solo fomentará, a la larga, una mayor indiferencia por la historia que, irónicamente, es la razón de lo mismo que ahora denostamos.

 

Miguel Cane es autor de la compilación Íntimos ensayos y de la novela Todas las fiestas de mañana. Es colaborador de Literal. Su Twitter es @aliascane

 

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.


Posted: June 16, 2020 at 7:09 pm

There is 1 comment for this article
  1. fernando at 10:15 am

    Quienes no conocen la historia están condenados a repetirla Jorge Ruiz de Santayana. George Santayana, para los Estados Unidos.
    No es un refran. Es una frase de Santayana.

    Una frase muy española. La historia de España es un bolero, con un estribillo tragico que se repite ciclicamente. Agustin Goytisolo

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