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Si empiezo a desconfiar de mi suerte
COLUMN/COLUMNA

Si empiezo a desconfiar de mi suerte

Sandra Lorenzano

No es la indiferencia lo que quita peso
a la imagen, es el amor, el amor extremo.
Roland Barthes

¿Adónde llevan los puentes? ¿A qué orillas? ¿A qué paisajes? ¿A qué lenguas? ¿A qué soles? … si empezamos a caminar ahora / el sol nos recibirá del otro lado / seguro que podemos cruzar el puente de madrugada, escribe Ramón Inama en su hermoso poemario Si empiezo a desconfiar de mi suerte estoy perdido. Y es el suyo un puente que conecta el pasado con el hoy, las ausencias con las presencias, los versos con la música, las tristezas con el rock. Puente de palabras y amores que le permiten hablar con quienes lleva tatuados en la piel, con quienes son parte de su sangre y su memoria: el padre, secuestrado y asesinado por la dictadura argentina; la abuela –“huérfana” de hijo que acompaña con amor la orfandad del nieto-; la madre joven que es hoy una mujer mayor a quien Ramón quiere entender; el poeta niño vuelto adulto que se reconoce por fin en las palabras.

El puente que construyen los versos es el puente del encuentro del yo consigo mismo, el puente de la anagnórisis a través del cual se ve en los fragmentos (escritura perdida vaya a saber por qué razón) de esas imágenes que lo rodean.

Ramón recorre el álbum familiar para rescatar en él su propia memoria. ¿Quiénes somos sino esta suma de los que fueron antes, de los que fuimos antes? ¿Quiénes seremos si no logramos cruzar el puente que nos permita abrazar las ausencias?

Cada poema toma como pre-texto una fotografía (que sólo en pocos casos vemos como imagen los lectores) y un epígrafe “ricotero” como emblema de una generación: “la que transitó su adolescencia en los frágiles inicios de la democracia. En ese entonces cada palabra necesitaba su legitimación para mitigar mi orfandad, e iba acompañada siempre, disfrazada de una cita, o con alguna referencia autorizada. En realidad buscaba cobijo…” (p. 12). También ahora se trata de cobijo, de madrigueras tibias en las que nacen las palabras.

Escribir a partir de las ruinas, de los escombros, dice la introducción. Y recuerdo “Sutura”, una instalación plástica del grupo platense llamado precisamente “Escombros. Artistas de lo que queda”, en los primeros años de la posdictadura. Allí el puente de Ramón es una soga intentando cerrar las heridas.

“Sutura” 1989

En un ejercicio que va de los conversacional a lo conceptual, los poemas buscan la mirada de un lector cómplice, al que desafían a abandonar certezas preconcebidas. Cada uno es resposable de su propia memoria, de sus propias y múltiples orfandades. Ramón nos comparte la suya como invitando a una charla íntima, con banda sonora rockera. Y ahí están Skay Beilinson, Gustavo Cerati, el Indio Solari, Charly García. Algunos alcanzamos a escuchar por debajo de ella también a Viglietti o a Violeta Parra, o imaginamos a alguien que saca una guitarra.

La primera parte, “Álbum de poesía (futuro)”, formada por cuatro “Diapositivas”, es una suerte de ars poetica, declaración de principios, mochila para cruzar el puente. Pizarnik, Blanca Varela, Bolaño, están de alguna manera presentes, tan cercanos y tan familiares como ese caramelo que, descubierto en el fondo de un bolsillo, viejo y pegajoso, permite llegar a la propia voz. El futuro no existe sin esas voces pasadas, sin esos restos encontrados en el fondo del bolsillo, en el fondo de la memoria.

mi voz corre el riesgo de quedar pegada para siempre en un papel pegajoso de caramelo
recuperar la voz meticulosamente
y comerme el caramelo harto de tragar sin voz
es hora de recuperarla. (p. 28)

Las dispositivas son también, como Los redondos, una marca generacional. Algo que acompaña el recuerdo. Largas sesiones de proyecciones en la pared hacían de las fotos un encuentro colectivo. Al mismo tiempo la transparencia que las caracteriza permitiría vislumbrar hoy, otra época, otros espacios, otros personajes.

Como lo muestra Lucila Quieto en su obra “Arqueología de la ausencia” en la cual la superposición de imágenes permite que la hija adulta pueda posar junto al padre desaparecido antes de que ella naciera, las “Dispositivas” de Ramón Inama dejan ver, “entre líneas”, a sus propios ausentes.

Lucila Quieto, “Arqueología de la ausencia”

“Al término del trabajo —dice la fotógrafa— fue como librarme de algo pensado durante 25 años, tener una foto con mi viejo, la necesidad de verme con él, o de juntarlo a él con mi madre, no tenía una foto de ellos juntos.”

La segunda parte del poemario se titula “Álbum de fotografía (pasado)” y está formada por “Fotogramas” y “Fotografías”.

¿Cuál es la relación de la fotografía con el tiempo? ¿Cómo es el lazo que establece con la memoria? ¿Qué nos dice del pasado y del futuro? ¿Qué no nos dice? ¿Qué significa ese corte casi arbitrario, casi azaroso que hace una foto en el fluir de la historia? ¿Es una celebración del presente o es un guiño a un posible después? ¿Qué pasa cuando ya no hay después? ¿Es el testimonio de lo que fue o la promesa de lo que será?

El poema “Fotograma 1” establece las coordenadas: tres personajes -el hijo, el padre y un testigo del momento del secuestro-. Los une algo tan cotidiano como un trapo de cocina (un “repasador”). Con un repasador amarraron las manos del padre cuando se lo llevaron secuestrado, cuenta el testigo que en ese momento tenía siete años. Un repasador es lo que el poeta hijo dobla nerviosamente cuando discute, y que va dejando de manera obsesiva por toda la casa. Señales de una memoria doméstica que vuelve una y otra vez.

ese flaco era Daniel, mi viejo
entre sus manos hab
ía un repasador
hay siempre un repasador
como ahora hay un repasador arrugado, al lado del teclado mientras escribo estas palabras

un repasador atándome las manos
un sucio y gastado
repasador que me permite volver en el tiempo
(pp. 36-37)

También el Fotograma 3 y el 3.1 (no hay Fotograma 2) son sobre el padre y el vínculo con el poeta hoy, padre ahora él mismo. Imágenes fantasmales, espectros de una época guardada en el fondo de una cajón.

Daniel y Ramón Inama

In memorian al Gaucho (Guillermo Lara, autor de la foto) secuestrado el 01/05/76 y asesinado el 13/05/76

Hay un ojo fantasma que mira por el lente de su cámara.
Hay un joven fotografiando a un joven padre con su peque
ño hijo con esa cámara.
El joven fot
ógrafo recorta al joven padre a su pequeño hijo con su ojo fantasma. (p. 49)

El 4 y el 4.1 son sobre la abuela, la amada Lela, quien muriera en la inundación del 2 de abril de 2013.

Cuando llueve como hoy
los nervios se me ponen de punta
se me estremece la piel
como si una tragedia inminente se avecinara

y sí, son las huellas del agua en la muerte.

Me acuerdo de vos Lela me acuerdo siempre de vos… (p.54)

Los fotogramas son así memoriales, epitafios para quienes ya no están. Ambos -padre y abuela- arrebatados a la vida sin tiempo de despedidas, ni de abrazos, ni de reclamos. ¿Ante quién se reclama la propia soledad?

Tanto estos poemas como los cuatro que llevan por título “Fotografía” bucean en el pasado para poder explicar el presente. En las fotos la muerte es siempre un personaje más: en ellas lo que fue ya no existe, y lo que es dejará de existir apenas se apriete el disparador. Como Barthes, Ramón sabe que “No es la indiferencia lo que quita peso a la imagen, es el amor, el amor extremo”. Así, el diálogo con estos fragmentos de realidad que son las fotos es un duelo profundamente amoroso.

escribir un poema es un duelo
dentro de la palabra est
á la memoria del dolor memoria real memoria
afectiva memoria del duelo
no hay duelo sin memoria
¿no se duela lo que no se recuerda? (p. 39)

Y de pronto, la madre. Extraña presencia entre dos ausencias. Tal vez para invitarla al propio duelo, tal vez para con-dolerse con ella, tal vez para expiar una culpa que oprime tanto como los vacíos de quienes ya no están. O para aprender de ella a seguir bailando a pesar de todo.

este poema está dedicado a esa chica antes del amor
antes de la ausencia
antes de la soledad

antes de que la abandonaran

antes de la desaparición
antes de que yo la abandonara un poco mucho no s
é

echándole quién sabe qué culpas

esta chica es mi querida madre joven (p. 44)

Dora. Doris, Dorita, Loli, que cruzó “el puente” que une Encarnación en el Paraguay con Posadas en Argentina, cuando aún no había puente sino una barca por el río, en busca de una libertad que quizás la vida aún le debe.

La tercera parte, “Álbum de escritura (presente)” reúnen las “Diapositivas” de la 7 a la 11 como cierre de ese marco abierto en el primer álbum. Entre el futuro y el presente quedó el pasado. En el hoy del nuevo álbum, el lenguaje es finalmente el propio y cada verso parte de una carta que busca a los interlocutores que importan:

No soy lo que recuerdo
soy lo que no quiero recordar
(p. 85)

En la patria / matria de los 30 mil desaparecidos, de las heridas que no cierran, de la orfandad de madres e hijxs, Ramón Inama teje un puente para darles rostro e historia a sus ausentes. Teje ese puente haciendo de lo íntimo algo compartido, de lo colectivo el sostén de lo individual. Charlas con el padre, con los compañeros de HIJOS, con la abuela Lela:

porque después de leer a Cervantes
a Baudelaire a Lenin las obras de Mao…

lo único importante para mí

siguen siendo nuestros desayunos

refugio ineludible

Se reconstruye así un imposible álbum familiar. Son, como dice el último epígrafe del libro, Recuerdos que mienten un poco / (siempre fue así) / (Solari – Beilinson).  Cada verso es también una reflexión sobre el (im) posible testimonio de los sobrevivientes.

Las Diapositivas, los Fotogramas y Fotografías de Ramón pueden verse en diálogo con algunas de las obras fotográficas que se han creado sobre los desaparecidos. Pienso nuevamente en Lucila Quieto, en Marcelo Brodsky, en Inés Ulanovsky, entre otros, y pienso sobre todo en la dolorosa serie de Gustavo Germano, “Ausencias”. Allí cada historia está resumida en dos imágenes: la primeras, tomada del álbum familiar, muestra alguna escena cotidiana de antes de la desaparición. En la segundas, el vacío ocupa el sitio del cuerpo ausente.

Hermosamente editado por la editorial platense Vuelo de Quimeras, dirigida por María Micaela Corfiel Recalde y Eugenia Straccali quien, además, fue la acompañante más cercana en la construcción del poemario, el libro de Ramón Inama es un homenaje a las Madres, a las Abuelas, a lxs hijxs, a los 30 mil asesinados, a quienes nos quedamos de este lado de la vida, de este lado del puente, esperando poder abrazar a los que tanto nos faltan.

cuando vuelvas quiero abrazarte

decirte tantas cosas
pero seguramente me quedar
é callado

solo escribiré estos versos… (p. 83)

Gracias por estos versos, Ramón. Gracias por este libro. Gracias por abrazarnos con tu poesía y tu memoria.

 

1.-Barthes, Roland. La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía. Barcelona: Editorial Paidós, 1989. p. 43.

2.-Ramón Inama nació en La Plata, Argentina, en 1971. Es hijo de Dora Barboza y Daniel Alfredo Inama (detenido desaparecido en noviembre de 1977). Participa como columnista literario en el programa de radio “HIJOS de 30.000” en Radio Provincia de Buenos Aires. Su primera obra poética es Si empiezo a desconfiar de mi suerte estoy perdido (2020, Vuelo de Quimera editoras)

3.-Generación marcada por la banda de rock independiente “Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota”.

4.-Ana Amado y Nora Domínguez (compiladoras), Lazos de familia. Herencias, cuerpos, ficciones, Buenos Aires, Paidós, 2004, p. 56.

 

Sandra Lorenzano es autora de Aproximaciones a Sor Juana (2005) y Políticas de la memoria: tensiones en la palabra y en la imagen (2007), de la novela Saudades (2007), del libro de poemas Vestigios (2010) y de La estirpe del silencio (2015). Forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte y es reconocida como una de las 100 mujeres líderes de México por el periódico El Universal.

 

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Posted: April 11, 2021 at 7:50 am

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