Más allá de la tragedia del migrante
Celia Guerrero
Las tierras arrasadas, de Emiliano Monge (Random House, México, 2015)
Las tierras arrasadas no busca “desnudar la tragedia del migrante” centroamericano en México, como podría reseñarlo superficialmente cualquier periódico. Y si es así, Monge escribió tarde el enésimo libro que retrata las miserias a las que se enfrentan quienes cruzan por México para llegar a Estados Unidos aunque sin insertarse en la lista de autores “comprometidos” con dicha realidad: aquellos que se sientan a escribir (tan conscientes ellos) sobre las tragedias ajenas que merecen ser contadas; historias en donde los protagonistas son, a todas luces, las víctimas. Las tierras arrasadas se aleja de esta ambición poco sana y, distinguiéndose de otras ficciones que abordan el mismo tema, se arroja a un abismo menos explorado: las profundidades de un escenario en donde no hay negros ni blancos. Sus personajes centrales son un hombre y una mujer que así como son capaces de vender y comprar a los migrantes como si intercambiaran mercancías, manipular o asesinar, también se adoran y se quieren unos a otros, sienten miedo y tienen anhelos. Epitafio y Estela son personajes complejos: ni villanos ni héroes, son victimarios grises como también llegan a ser grises sus víctimas, quienes vienen de otras patrias y terminan por colaborar con la máquina de muerte que los destroza. Porque no son los personajes ni su suerte (buena o mala), ni su posición (víctima o victimario) lo que los define, sino el escenario (las tierras arrasadas) el que los lleva a actuar más allá de su propia voluntad.
Otra particularidad de la novela de Emiliano Monge es que, a través del lenguaje, reafirma su esencia de ficción. Pese a que el autor tomó fragmentos de testimonios reales de migrantes para insertarlos en la narración, todo lo que se cuenta solo sucede y puede suceder dentro de ese mundo narrativo. La construcción de la ficción a partir de la realidad comienza desde que el autor nombra a los locales con palabras que evocan a la muerte: Estela, Epitafio, Sepelio, Osaria, Cementeria, el padre Nicho, Ausencia, Osamenta. Lo que de inmediato impacta en nuestra lectura es la elección de dichos nombres, señalándonos con ello que nos hallamos frente a algo consciente de ser literatura. Sin embargo, los nombres dados a estos personajes constituye algo más que una evocación. Los nombres de los personajes dependerán del tiempo y la acción que realicen: Estela podrá ser Estela o La oigosóloloquequiero o La mujer que entra y sale de la mente de Epitafio o Laciegadeldesierto. Epitafio será Epitafio o Lacarota o El que quiere tanto a Estela. Los migrantes serán Los que vienen de otras tierras / Los que extraviaron sus anhelos y sus nombres / Los que tantos días llevan caminando / Los que violaron las fronteras y, más tarde y engullidos por la violencia, Las sincuerpos / Los sinnombre / Los sintiempo / Los sinDios / Los sinsombra. Este acto de renombrar es también un renacer o, en el otro extremo, deshumanizar a una persona cuando se le niega un nombre propio. Es el caso de Mausoleo: la transformación del personaje va acompañada de una transformación del nombre. De la misma manera, no hay ningún nombre propio que dé identidad a los personajes, ni del lado de los locales ni del lado de los migrantes; todos son Los hombres que dejaron la Meseta Madre Buena, El Topo, El Tampón, Encanecido, Teñido, Merolico, Los chicos de la selva, Elquetieneaúnnombre, LaquecuentaaúnconDios, Quienaúnpresumedealma, Elquetodaviatienecuerpo, Laqueaúntienesombra, etc. A partir de esta singular nomenclatura de los personajes, Monge erige una ficción que retiene de inmediato nuestra lectura.
Otros pilares que distinguen a esta novela son sus complejas construcciones, saltando de un escenario a otro a partir de inductores de memoria o de referencias espaciales. Se trata de un rasgo narrativo que acerca a la novela al terreno del guión cinematográfico. Hallándose en diferentes espacios, los personajes principales evocan y nos remiten constantemente al escenario en el que se desenvuelve la acción del otro, a veces en esa misma línea de tiempo o anacrónicamente. Tales recursos, que podrían parecer excesivos y confusos, resultan útiles para mantener tensos los hilos de todas las historias e incrementar el suspenso general de la novela, sobretodo en los tres primeros capítulos. En adelante el lector podrá seguir la narración seducido acaso por otros detalles, como las referencias al entorno donde los personajes se desenvuelven de manera natural y donde el paisaje se erige como un personaje más. La selva, el bosque, el río, el llano, la flora, la fauna, el frío, el calor, la noche y el día determinan los estados anímicos de los personajes. Por su parte, los diálogos entre los personajes son precisos, sin exageraciones ni imposturas o juicios de valor. Las páginas en donde Monge hacer hablar a los personajes constituyen algunos de los mejores momentos de la novela. Ello se debe quizá a su trabajo de investigación –es decir, a los testimonios sobre los que da noticia en la nota final– o a que la novela fue inicialmente un guión de teatro. Da la impresión de que nada falta ni sobra en lo que los personajes se dicen; a su vez, los juegos lingüísticos de Monge se asimilan perfectamente a dichos diálogos. Junto con estos diálogos, la cuidadosa construcción de las atmósferas aportan cierta verosimilitud muy singular al relato.
Ahora bien, el dilema de Las tierras arrasadas (y en general de la literatura que aborda temas políticos del presente) es que la tragedia “real” compite con la tragedia-ficción. Tratándose de un autor que además de escritor es politólogo, parece natural su postura crítica ante un sistema que propicia situaciones tan trágicas como las de las migraciones actuales. En ese contexto y aunque el autor explore la perspectiva humana de las víctimas, la transcripción de algunos fragmentos de La divina comedia en la narración junto con los testimonios de los migrantes induce cierta confusión narrativa. En efecto, la apropiación del clásico literario coquetea como un elemento no-creativo y, así, tanto los fragmentos como los testimonios aparecen en cursivas (lo que nos hace pensar que eso que nos suena a Dante en realidad lo dice un migrante centroamericano). De esa manera, tras las últimas páginas del libro la nota final se nos entrega con una suerte de moraleja: este infierno es el mismo y sobre él ya se ha escrito. No caben similitudes como no hay necesidad de calificar a esta nueva ola de migración y violencia como el Holocausto del Siglo XXI —según ha dicho el autor en algunas entrevistas—si el fin de la escritura es subrayar que ninguna noción preestablecida es suficiente para hablar de la interminable y desquiciada vorágine de la migración.
Celia Guerrero es escritora y miembro de la Red de Periodistas de a Pie. Ha participado en los proyectos colectivos En el Camino, Entre las Cenizas y Tú y yo coincidimos en la noche terrible. Actualmente es reportera del sitio Pie de Página. Twitter: @celiawarrior
Posted: February 11, 2016 at 10:00 pm
Hola! Gracias por el resumen dan ganas de leerlo !
excelente trabajo celiux
Muy buena crítica, saludos 😀