Flashback
Más allá del Golfo de México, de Aldous Huxley 
COLUMN/COLUMNA

Más allá del Golfo de México, de Aldous Huxley 

Tanya Huntington

El estado paranoico autoinducido de Huxley 

A principios de los años treinta, después de la Revolución de 1910 pero antes de la expropiación petrolera definitiva bajo la administración del presidente Cárdenas, Aldous Huxley viajó por el Caribe, México y Guatemala. Su relación de ese viaje fue publicada en 1934 como Beyond the Mexique Bay, un título exótico que augura la clase de precisión que podemos esperar de su contenido. Es, de hecho, un libro tan notorio por su ignorancia que para la edición que poseo del Fondo de Cultura Económica, Hernán Lara Zavala decidió escribir, en lugar de un prólogo, un “antiprólogo” que es, a mi modo de ver, una pieza clave para entender tanto esta diatriba específica como las diatribas literarias en general. Vale la pena reproducir el inicio de este breve texto deslumbrante:

Pocas veces me ha costado tanto trabajo escribir un prólogo. Tengo más dudas que certezas sobre el valor del presente libro. En México tendemos a rasgarnos las vestiduras cuando alguien osa hablar mal de nuestro país. La protesta que surge invariablemente es: “¿Tiene derecho un extranjero a erigirse en juez inapelable de un país al que no pertenece?” Considero, sin embargo, que esa actitud ha sido dañina en el pasado y nos ha impedido reconocer nuestra realidad. La experiencia nos indica que, a pesar de todo, un extranjero tiene el derecho a criticarnos pues la mirada ajena refleja una sana distancia de la cual siempre podemos aprender algo, lo cual no significa que tengamos que estar de acuerdo con todo lo que diga el autor, máxime si quien escribe carece de fundamentos objetivos. [1]

Los dilemas que plantea Lara Zavala aquí son importantes más allá del caso particular de Huxley, cuando pensamos por ejemplo en la manera en que la crítica literaria cumple con la dudosa función de asignar identidades nacionales a los libros. Entre las funciones principales de la crítica se encuentra la clasificación por idioma, país de origen, género literario —categorías que dominan la manera en que se venden los libros, o se enseña la literatura. Esta maquinaria clasificadora resulta inescapable. En lo personal, creo que las letras, igual que otras artes, debería de transcender los pasaportes. Y sin embargo, el doctorado que poseo corresponde a una sola región: la de América Latina. Esa geografía debe asignarse ¿por el lugar del nacimiento del autor, o según el lugar en el que el libro está ambientado? 

Gracias a este “antiprólogo”, a partir del cual elaboraré a continuación algunas variaciones sobre los temas que Lara Zavala introduce, me di cuenta de algo que, francamente, debería de ser más evidente dentro de la academia: me refiero a lo útil que resultaría que los estudios literarios anglo tomaran en cuenta la visión crítica de un mexicano sobre cualquier libro escrito en inglés sobre México, y de lo poco común que resulta esa inclusión, a pesar de su utilidad potencial. La traducción al español de libros como el de Huxley no suele llegar hasta que dejaron de ser contemporáneos, si es que llega. Con demasiada frecuencia, de hecho, las diatribas permanecen encapsuladas en la cultura de origen de su autor, sembrando el odio desde allí sin verse dimensionadas por una necesaria réplica desde la cultura que describen tan defectuosamente. El propio Lara Zavala se ve obligado a preguntarse por la relevancia de traducir al español un libro tan tóxico como el de Huxley, tarea que no se concretó, por cierto, hasta el 2015, ¡más de ochenta años después de su publicación original! En lo personal, argumentaría que valió la pena sobretodo, porque gracias a ello existe su valiosa reacción crítica a Más allá del Golfo de México. De hecho, me parece que este “antiprólogo” debería traducirse al inglés para acompañar futuras ediciones de Beyond the Mexique Bay.

Entre las invectivas contra México que he visto expresadas en mi idioma materno, este libro en particular me lleva a reflexionar sobre por qué se considera más legítimo escribir críticamente sobre una cultura desde afuera que desde adentro. Se acepta, por lo general, que las visiones de historiadores extranjeros son más objetivos, por ejemplo. Pero me quedo con algunas dudas al respecto, tal vez porque cuando se escribe desde afuera, como en el caso de Los persas de Esquilo, inevitablemente se contamina lo escrito de ciertos agendas y actitudes inamovibles de origen. ¿La diferencia entre Más allá del Golfo de México y otros libros críticos, como Bajo el volcán, consistirá en que esas agendas y actitudes no llegan a revisarse o cuestionarse a través de la experiencia transformadora del viaje? ¿O será que los “autores sesgados”, a diferencia de Lowry, no permiten que el viaje los mueve, los transporte verdaderamente? En cambio, insisten en utilizar los frutos del viaje únicamente como una escenografía de fondo, cual estampas, para formatear los argumentos que habían formulado desde antes de la partida, como si fueran las diapositivas en una presentación de PowerPoint realizada de antemano.

Y así, llegamos de vuelta a Huxley. Lara Zavala asevera: “El caso particular de Aldous Huxley es, sin duda, el más complejo, el más extraño y el que menos justifica su natural aversión hacia México”. También recuerda que Ronald G. Walker, autor de Paraíso infernal, México y la novela inglesa moderna, considera que Huxley utiliza a México como un “chivo expiatorio”. [2] Luego argumenta que, a diferencia de los demás autores ingleses de este marco temporal, quienes tenían un agenda, Huxley peca de ocioso: 

Huxley se convierte en el típico turista que observa las civilizaciones diferentes a la suya (que por supuesto considera inferiores) con olímpico desprecio, prepotencia, ignorancia y mala fe. Se burla y hace mofa de lo que no entiende con una óptica llena de prejuicios, deformada y de insostenibles sesgos imperialistas y racistas en torno a una cultura que, además de ignorar, no le despierta la más mínima atracción, simpatía, afecto, curiosidad y mucho menos respeto. [3]

Este insulto para Huxley de ser un escritor turista me recordó uno de los ensayos de Roland Barthes en Mitologías, dedicado al escritor en vacaciones. El filósofo define este tipo de escritura como implacable, dado que se trata de “juntar al placer banal el prestigio de una vocación que nada puede detener ni degradar”. [4] Cuando este “falso vacacionista” se pronuncia con reservas sobre la cultura ajena, Barthes asevera, toma una “posición terrorista”. [5]

Cuando llegan a México unos años después, tanto Greene como Waugh operarían como autores sicarios que cumplen con una agenda política; Lowry, como un autor que elige México como una especie de entorno expresionista que exacerba el tormento interior de su protagonista. Huxley, en cambio, no se gradúa de ser un vil turista y, por ende, según Barthes, terrorista. Esto implica una serie de características que lo distinguen de otros autores que lo acompañan en su odio por México.

Cuando viajamos por placer, voluntariamente nos exponemos a peligros reales o percibidos que no existen en nuestro habitat natural o de nacimiento. Podemos estar seguros de que incurriremos en una mala interpretación de códigos, es decir, en una falta de savoir faire. También solemos confiar en la gente equivocada porque forzosamente tenemos que encomendarnos con el que tenemos en frente. Después de que ocurre lo inevitable, nos damos el lujo de retratarnos como víctimas de cualquier abuso, real o percibido. No tenemos ningún contrato emocional a largo plazo con el país que nunca dejará de ser extranjero para nosotros; luego, no se cultiva una empatía que podría llevarnos a atenuar nuestras observaciones.

Uno podría decir inclusivamente que estar en un país extranjero es el equivalente a un estado paranoico audoinducido, en que percibimos todo lo que se encuentra a nuestro alrededor como una amenaza. De manera voluntaria o involuntaria, eso nos puede llevar directamente hacia la frustración y la rabia dirigidas hacia el otro. En cuanto a ese impulso de opinar sobre el otro, dice Barthes que “uno de los rasgos constantes de toda mitología pequeñoburguesa es esa importancia para imaginar al otro. La alteridad es el concepto más antipático para el ‘sentido común’.” [6] Opinar se deriva en apropiar, en negarle al otro su otredad. Como dice Barthes en un ensayo dedicado al pequeño Bichín, “En el fondo, el negro no tiene una vida plena y autónoma: es un objeto curioso; se reduce a una función parásita: distraer a los hombres blancos con su extravagancia oscuramente amenazante. El África es un teatro de títeres un tanto peligroso”. En este caso, se cambiaría la escenografía africana por la de las Américas; pero la ecuación es bastante similar. Huxley cree en la superioridad o inferioridad congénita de las razas, y en la “pureza de la sangre”, aunque adscribe la superioridad cultural a las tradiciones más que esas supuestas diferencias congénitas. [7] Huxley anota hacia el comienzo de su viaje una crítica de otras dos clases de viajeros que estudian y evangelizan:

Mi objeción ante los antropólogos es la misma que ante los misioneros. Por qué estas dos clases de gente pierden el tiempo convirtiendo a paganos y estudiando las costumbres de los negros cuando pueden encontrar en sus propias calles hombres y mujeres cuyas creencias y comportamiento son igual de raros que los de los M’pongos y, en cuanto a nosotros, mucho más dolorosos y peligrosamente significativos? La antropología, como la caridad, debería de empezar en casa. [8]

Hubiera hecho bien en seguir su propio consejo. Hay autores que expanden la geografía cultural de los lugares a los cuales visitan, luego hay otros que la contraen. Huxley busca contraer al imperio maya al mismo tamaño que una comunidad de esquimales:

La gente que nace en una comunidad aislada y homogénea está sometida a condicionamientos mucho más rigurosos que los miembros de una sociedad compuesta por muchos elementos diversos y en contacto con otras sociedades con tradiciones distintas a las propias. Un esquimal nunca ve más que a otros esquimales; y como la sociedad esquimal carece de clases y de especialización, significa que sólo ve gente que ha sido educada exactamente del mismo modo. La comparación es el origen de la crítica y el esquimal no tiene nada con qué comparar las convenciones aceptadas por su pequeño mundo. Con un europeo contemporáneo el caso es diferente. Vive en una sociedad dividida en un gran número de clases económicas, profesionales y religiosas. Dos horas de avión lo llevan a lugares donde la gente habla una lengua distinta, piensa diferente, obedece a otros tabúes sexuales y se comporta a la mesa en forma desacostumbrada. El Pavlov del ambiente circundante hace sonar una gran variedad de campanillas. Hay que desacondicionarse y reacondicionarse. Los conflictos se presentan cuando nuestros impulsos son diversos pero de fuerza igual. Nuestra mente, en consecuencia, está mucho menos circunscrita que la de los esquimales. No obstante, tarde o temprano, aun la persona más altamente civilizada y emancipada topa con una frontera mental que no puede trasponer –llega a ella, por supuesto, sin darse cuenta–, y no reconoce su incapacidad para avanzar. Es característica esencial de esas berreras interiores no revelar su presencia a menos que, como resultado de alguna conjunción de circunstancias afortunadas o desafortunadas, seamos sacudidos y arrancados de nuestra segunda naturaleza y transportados violentamente a otro lado, donde de ahí en adelante percibiremos la previa limitación arbitraria de nuestra libertad.

Los mayas ocupaban una posición más cercana a la de los esquimales que a la nuestra. El individuo nacía en una sociedad no muy diferenciada (probablemente dividida sólo en dos clases, el laicado ignorante y los eruditos sacerdotes-gobernantes) y en contacto con otras comunidades no muy distintas de la propia. El condicionamiento no era tan estricto como en el círculo polar, pero mucho más rígido que en la Europa moderna. [9]

Para mí lo más revelador de este largo fragmento es la definición de sí mismo como otra clase de persona, una que es “más altamente civilizada y emancipada”. Porque lo peor de Huxley no son las observaciones que derivan de la superficialidad y falta de compromiso en su calidad de turista/terrorista. Son aquellas en que se da aires de ser un gran experto sobre una cultura que es, para él, totalmente desconocida. Y como reconoce Lara Zavala con gran precisión, no es lamentable solo el disparate de, por ejemplo, equiparar la cultura maya con la de los esquimales, sino el hecho de que se congratula continuamente sobre estas teorías al vapor. Esta ignorancia voluntariosa acerca de todo lo mexicano y centroamericano lo lleva a descalificar el arte maya por falta de una “diosa del amor” o representaciones de figuras femeninas por falta de un “principio femenino activo”; algo que, como señala Lara Zavala, es patentemente falso. [10]

En cuanto al mal humor que expresa Huxley cuando llega a la capital, es inevitable adscribirlo al hecho de que en la presencia del movimiento cultural encabezado por Vasconcelos con sus vertientes muralistas e indigenistas, se vio confrontado con su propia ignorancia. Lara Zavala identifica puntualmente las instancias de misoginia y de sordera cultural que pueblan Más allá del Golfo de México, e insinúa que revela más las carencias internas de Huxley que los defectos del país denostado. Lo identifica como un problema generalizado entre estos autores ingleses: 

México resultó pues, en primera y en última instancia, un país abominable para el espíritu inglés. Odiaron a nuestros gobernantes, a sus “monumentos de asesinato”, a la violencia, a la corrupción y venalidad, pero el brutal encuentro entre su civilización y nuestra barbarie les permitió vivir en carne propia el proceso catártico para encontrarse a sí mismos. La vida ascética de los ingleses, su confianza en las instituciones, en su imperio, en su flema, en su aparente objetividad, su sentimiento de superioridad, su perenne aburrimiento y su vida ordenada, morigerada y abúlica se vieron de repente violentados y sacudidos por el desorden y la intensidad de la vida de México, por ese “paraíso infernal” al que alude Walker. [11]

A fin de cuentas, como insinúa Lara Zavala, el viaje de Huxley le sirve como un exorcismo de lo que Harold Bloom llamaba la ansiedad de las influencias: en el viaje de regreso, vuelve a leer La serpiente emplumada de Lawrence y concluye que la novela que lo impulsó a emprender el viaje a México es fallida, en el fondo. Quizás lo que buscaba subconscientemente era poder derribar la figura totémica de Lawrence para así crear algo nuevo a partir de sus escombros: en este caso, ciertos componentes de la novela que terminaría tres años después en 1936, Ciegos en Gaza, cuyo protagonista participa en una conspiración política en el estado de Oaxaca. 

Notas

[1] Lara Zavala, Hernán. “Antiprólogo”, en Huxley, Aldous, Más allá del Golfo de México. México: FCE, 2015, 7.
[2] Idem, 14.
[3] Idem, 15-16.
[4] Barthes, Roland. Mitologías. Trad. Héctor Schmucler. Siglo XXI, México y Argentina, 2016. 35.
[5] Idem, 43.
[6] Idem, 48.
[7] Huxley, Aldous. Más allá del Golfo de México. Trad. Leal Rey. México: Fondo de Cultura Económica, 2015. 84-85.
[8] Barthes, Mitologías, 43.
[9] Huxley, Más allá del Golfo de México, 76-77.
[10] Idem, 78.
[11] Idem, 24-25.

 

Tanya Huntington is the author of Martín Luis Guzmán: Entre el águila y la serpienteA Dozen Sonnets for Different Lovers,  and Return. Her most recent book is Solastalgia (Almadía / UAA, 2018). She is Managing Editor of Literal. Her Twitter is @Tanya Huntington

 

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Posted: June 1, 2021 at 8:00 pm

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