Desigualdad y mérito
José Antonio Aguilar Rivera
Creer que la desigualdad económica no es un problema político es un error. Aún en términos liberales, la desigualdad afecta los derechos de los individuos. Como escribió John Stuart Mill en el siglo XIX: “sin salarios decentes y alfabetización universal ningún gobierno de opinión pública es posible”. La traducción de la desigualdad económica en poder desequilibra inevitablemente el principio de igualdad política que es central al liberalismo. Como ya apuntaba el polítólogo Adam Przeworski hace más de veinte años: “el problema de la desigualdad social y económica es uno de los mayores obstáculos para conseguir que los derechos ciudadanos sean, en efecto, eso: derechos ciudadanos”. La desigualdad es una de las razones por las cuales en algunas democracias el Estado hace cumplir la ley de manera desigual. La igualdad política implica no solamente el derecho positivo a votar o a manifestar opiniones, sino también el derecho a un gobierno funcional. Este es un problema estructural, no moral: “en sociedades muy desiguales el Estado, cualesquiera que sea su estructura institucional, simplemente es demasiado pobre para hacer cumplir la ley universalmente… el impedimento es fiscal, no institucional”. Para los gobiernos es más difícil recaudar impuestos en sociedades desiguales. Como señalaba Przeworski: “el ingreso total de los gobiernos centrales, el ingreso fiscal del gobierno central y los gastos en consumo gubernamental son todos menores en aquellos países más desiguales. Los análisis estadísticos confirman esta impresión. Conforme mayor es la proporción de los ingresos del quintil más alto comparado con el inferior (Q5/Q1), menores son la renta, los impuestos y los gastos en consumo gubernamental”. La historia de más de 200 años de gobierno representativo demuestra que la democracia por sí misma no crea las condiciones económicas necesarias para que los derechos políticos sean ejercidos efectivamente. También parece evidente que la capacidad del Estado para reducir la desigualdad social y económica es menor en aquellas sociedades donde la desigualdad es alta”. Es una trampa: “la desigualdad pronunciada hace que el Estado sea pobre y un Estado pobre no puede reducir la desigualdad”.
La desigualdad y su impacto en la política son reales. Sin embargo, algunos deducen de la desigualdad la conclusión de que el mérito es un mito. Esa crítica es la respuesta al “echaleganismo”, un voluntarismo ingenuo que pretende ignorar los diferentes puntos de partida de los individuos. La crítica es válida, pero a menudo acaba convertida es una imagen en el espejo de lo que pretende combatir. Algunas de estas críticas echan mano de la ciencia social para desmentir al echaleganismo, pero en su versión panfletaria, cometen varios errores genéricos.
Confusión analítica y conceptual
A menudo los críticos adoptan tres significados distintos de la palabra “meritocracia”. En primer lugar, algunos parecen estar en contra de la idea misma, es decir que los bienes sean distribuidos a partir de las habilidades y talentos de las personas. Otros, sin embargo, parecerían estar en principio de acuerdo con la idea de la asignación por mérito, pero aducen que la desigualdad secular de la sociedad mexicana hace que el mérito sea una mera ilusión porque los puntos de partida son radicalmente distintos. El mérito no puede operar. Y unos más, en realidad, no discuten la meritocracia, sino la desigualdad en sí misma y su reproducción. Estas tres dimensiones a veces se mezclan y confunden entre sí.
Caricaturización de la posición contraria
Las caricaturas de la meritocracia ciertamente existen, pero concentrarse en ellas es combatir un hombre de paja. El panfleto pinta a desalmados meritócratas para quienes no existen factores estructurales que afecten la manera en que la sociedad recompensa en mayor medida a ciertos individuos. Se supone que estos personajes creen ingenuamente que el esfuerzo se traduce automáticamente y sin mediación en ventajas sociales. Para ellos la justicia social y la redistribución son conceptos aberrantes. ¿Cuál es la evidencia de estas ideas? ¿Qué defensa seria de la meritocracia es ciega a las diferencias estructurales?
Escasa evidencia empírica
¿Qué cree la gente que es la meritocracia? ¿Está de acuerdo con ella y sus criterios de asignación de bienes? ¿Considera que los resultados que obtienen las personas en la vida son principalmente resultado de sus méritos (o deméritos)? Algunos críticos sostienen que mientras que no se cuestione el mito de la meritocracia no se podrá legitimar una reforma fiscal distributiva. Algunos creen que el éxito de unas cuantas personas atribuido al esfuerzo, al trabajo arduo y a sus conocimientos ha sido el argumento ideal contra los programas contra la pobreza en México. ¿Cuál es la prueba de que todo esto es cierto? La evidencia demoscópica, de encuestas de opinión, para sustentar la hipótesis de que la creencia en la meritocracia: a) existe y está muy extendida y b) es un obstáculo a las políticas redistributivas, es muy escasa o no concluyente. Por eso varios críticos creen que sus dichos bastan y no ofrecen pruebas. En realidad, la evidencia disponible es compleja y a menudo contradictoria.
Otras críticas derivan lapidarias conclusiones de un puñado de entrevistas cuya selección rara vez corresponde a muestras representativas de los grupos sociales estudiados. Cazar y exhibir insensibles meritócratas parecería ser el nombre del juego. En algunos casos incluso tesis doctorales se han escrito a partir de poco más de 30 entrevistados. Citar a entrevistados de una minoría de tamaño irrisorio para ridiculizarlos podrá ser muy divertido, pero ¿qué entendimiento generalizable se obtiene de ahí? Las caricaturas y anécdotas: ¿qué prueban?
El tema del papel que desempeña el mérito en la sociedad requiere un tratamiento más riguroso y menos ideológico. Lo que tenemos son alegatos que a menudo se niegan a ver o explicar la evidencia que no encaja bien con sus supuestos. Construir una “cámara de eco” discursiva, o combatir tigres de papel, es una forma que aporta poco a la discusión pública. Hay cosas que no sabemos: por ejemplo, si bien es cierto que en México más de la mitad de las personas en el quintil más adinerado también proviene del mismo, mientras que de cien nacidas en el quintil más pobre menos de dos llegan a incorporarse al más rico, también lo es que hay un 43% de los del quintil más rico para quienes la cuna no es destino y que tienen movilidad social negativa en la siguiente generación: una cuarta parte baja al quintil IV y un 11% desciende al quintil III. De la misma manera, 20% de quienes nacen en el quintil más pobre ascienden en la siguiente generación al quintil (II) y 16% al III. 10% acaba en los dos más altos (IV y V). Esto no es prueba de que el mérito individual sea el causante de la movilidad, pero sí hace más compleja la explicación de la realidad. En particular, entre quintiles intermedios hay bastante más movilidad social.
La pregunta seria, que pocos críticos de la meritocracia se formulan es: en el margen y controlando por factores estructurales y estrato ¿qué diferencia hace el mérito para el ascenso o descenso en la escala social?. El riesgo de la caricatura anti meritocrática es el determinismo y la negación del factor individual, que es relevante para el éxito de las personas. La posición de que el mérito es un criterio deseable no es incompatible con una política social redistributiva. Algunos sostienen que en realidad el mérito no existe: toda ventaja está determinada por la clase social, el género y la raza. Sin embargo, oponer el mérito a una política redistributiva es un error. Precisamente porque las dotaciones iniciales –la riqueza heredada y otras variables similares– afectan dramáticamente los puntos de salida debe haber un esfuerzo colectivo compensatorio y redistributivo para igualar, en la medida de lo posible, las oportunidades.
Si la meritocracia es una “ilusión”, también lo es el determinismo. Es cierto que el esfuerzo de los individuos está acotado críticamente por sus circunstancias, negarlo sería simplemente absurdo, pero también lo es creer que la iniciativa individual no tiene ningún impacto en el resultado, que es lo que quieren hacernos pensar los enemigos del mérito. No hay nada progresista en creer que somos simples epifenómenos de nuestra circunstancia de nacimiento. Ese determinismo niega con frecuencia las experiencias de vida de las personas. Decirles que sufren de una falsa conciencia de su éxito y que nada de lo que hacen importa porque están condicionadas por su cuna no es realismo sociológico, es pura hybris ideológica.
José Antonio Aguilar Rivera (Ph.D. Ciencia Política, Universidad de Chicago) es profesor de Ciencia Política en la División de Estudios Políticos del CIDE. Es autor, entre otros libros, de El sonido y la furia. La persuasión multicultural en México y Estados Unidos (Taurus, 2004) y La geometría y el mito. Un ensayo sobre la libertad y el liberalismo en México, 1821-1970 (FCE, 2010). Publica regularmente sus columnas Panóptico, en Nexos y Amicus Curiae, en Literal . Twitter: @jaaguila1
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Posted: May 9, 2021 at 11:18 am