Mirar en venezolano: Rayma en México
Gisela Kozak Rovero
En los primeros años de este siglo, una caricatura de Rayma Suprani resumió para mí en un golpe de vista la realidad de la Venezuela revolucionaria. Un músico de rostro desencajado con una guitarra en las manos enumeraba distintos ritmos hasta dar, finalmente, con el apropiado para los tiempos: heavy metal. El humor explora los bordes filosos de la incongruencia e interpela al rápido entendimiento y a la fraterna complicidad. Los impenitentes cultivadores del humor perseguimos el adictivo regocijo de iluminar la existencia con luces de estadio. Bajo estas luces, hasta la mayor de las tragedias adquiere tintes de celebración: el humor demuestra que se puede reducir a los poderosos a cómo lucen sus estupideces en ropa interior.
No quiero limitar la sobresaliente trayectoria de periodismo gráfico de Rayma, como se le conoce dentro y fuera de Venezuela, a su cualidad humorística. En su exposición Vade Retro (2014), Rayma ofreció una interpretación despiadada del acontecer político venezolano. En su versión de las cartas del tarot sobresalía la imagen de El Colgado, baraja que alude al sacrificio por el bien colectivo, referida a un preso político emblemático, objeto de polémicas tremendas dentro de la oposición venezolana: Leopoldo López. La indoblegable perspectiva crítica demostrada a lo largo de su carrera, le valdría a Rayma ser despedida del diario venezolano El Universal; su última caricatura en el impreso centenario, que pasó a manos de editores colaboracionistas, denunciaba el colapso del sistema de salud con una sobria imagen, la de un electrocardiograma de una persona normal en contraste con la línea recta que prolongaba la reconocida firma de Hugo Chávez.
Obligada a emigrar, Rayma siguió cultivando la caricatura; de hecho, forma parte de la extensa batería de caricaturistas del diario francés Le Monde. Al no estar sometida, como en el pasado, al apasionante trajín diario del periodismo, su obra explora otros registros menos contingentes y se expone en galerías; una de estas exposiciones la trajo de nuevo a Ciudad de México en el mes de septiembre del año en curso: Yo, inmigrante. Fue corta en tiempo y contundente en efectos y no solo entre venezolanos, como atestigua la extensa entrevista publicada en el diario mexicano El Universal y el contacto sostenido de Rayma con caricaturistas mexicanos.
En la inauguración, Rayma y yo renovamos nuestro pacto entre espíritus burlones. No más al vernos recordamos a nuestra diosa tutelar, el personaje de Malula, encarnado por la gran cómica venezolana Martha Olivo en el marco del espacio televisivo Radio Rochela. Malula jamás sonreía e increpaba a su gente con duros reclamos relacionados con la política venezolana y la situación del país; el efecto chistoso no se hacía esperar cuando sus seguidores clamaban por convertirla en concejal, dada sus virtudes como presidenta de ASOCERRO. Los cerros de Caracas son famosos por las grandes extensiones de casas producto de la autoconstrucción y, obvio, de la pobreza. El clasismo caraqueño diferencia los cerros de las colinas, donde viven las clases medias más acomodadas; Malula lideraba a la gente del “cerro”, despectiva descripción de los barrios populares. Desde luego, Rayma y yo hemos tomado partido por ASOCERRO y nos confesamos Malulas en diáspora, críticas, respondonas, hilarantes y juguetonas aplaudidoras de la irónica afirmación del personaje al terminar el sketch:
-Yo nací en el cerro, crecí en el cerro y amo el cerro, pero como me gustaría vivir en los Countrycluses (sic).
En nuestro reencuentro celebramos el común afecto por México, la belleza gustativa de los tequeños (pequeños tubos de masa de hojaldre rellenos de queso blanco) infaltables en celebraciones venezolanas y, claro, el acierto de una muestra dedicada a la migración. La conexión entre México y Venezuela se ahonda con los inmigrantes que estamos haciendo vida aquí, dispuestos a rescatar de nuestros ancestros y de nosotros mismos todo los aires de la poderosa paleta cultural del país que ahora nos acoge. En la reinterpretación de Las dos Fridas, pintura de la icónica artista mexicana, destacan las faldas, en las que relucen los colores de las banderas de los dos países; la dura decisión entre irse de o quedarse en Venezuela es representada por dos enmascarados, al estilo de una escena de la popular lucha libre; el Monumento de la Independencia es el telón de fondo de una multitud de hombres y mujeres que caminan por la avenida Reforma expresándose con frases coloquiales muy propias de nosotros; en una cena, parodia del famoso cuadro de Leonardo Da Vinci, los venezolanos vestidos de trajes regionales mexicanos piden exclusivamente platos de su país, pero al solicitar el acompañante, exigen tequila al unísono. La reelaboración de la imaginería popular mexicana del pasado conecta con una imagen de México que marcó a nuestros mayores; también, se abordan figuras emblemáticas de las letras y la artes de las dos naciones en el estupendo altar de muertos. La instalación, a cargo de Carolina Pedrique, combinó los dibujos de Rayma con calaveras y alebrijes hechas por artistas mexicanos.
Un mariachi traído desde la Plaza Garibaldi engalanó la inauguración; los paisanos emigrados cantaron, gritaron y aplaudieron. Los jóvenes que atendían el servicio de bebida y comida me comentaron que les daba mucho gusto la presencia de México en nosotros; también comentaron que sabían de nuestra fama de grandes consumidores de alcohol. Desde luego, no todos los emigrados comparten idéntica simpatía por la cultura popular; por lo tanto, a algunos de los presentes en la inauguración les pareció inadecuada la mezcla de fritura de tequeños con la música de Juan Gabriel. Por fortuna, Rayma fue indoblegable respecto a sus exigencias celebratorias.
Participé en un foro sobre la muestra con el periodista José Luis Ávila y los escritores Alberto Barrera Tyszka y Julieta Omaña. No es fácil hablar de Venezuela entre venezolanos; suelo ser muy determinante al señalar nuestro fracaso como sociedad, pero al menos logré arrancar una sonrisa cuando definí a un tipo de emigrado como “vene-noruegos”, connacionales que critican a los países donde migran desde una supuesta superioridad que, sobra decirlo,no es tal. Nos fuimos y nos seguimos yendo porque la situación, desde hace mucho tiempo, se ha ido deteriorando. Suele confundirse la denuncia de la derrota colectiva ante la revolución bolivariana con un señalamiento de derrota personal, lo que no es cierto. Luché contra un gobierno que me venció pero mi vida continúa porque no se reduce a la política, afortunadamente. Lo mismo puede decirse de la propia Rayma y de tantos y tantas paisanos.
José Luis Ávila mencionó en el foro una palabra clave: compasión. Compasión no tiene nada que ver con lástima ni conmiseración sino con una postura ética: dejarse afectar por el padecimiento ajeno, vivir la pasión del otro, más allá de los caminos propios de la razón siempre necesarios en el contexto de una tragedia colectiva. Ese dolor que compartimos pese a nuestras diferencias, brilla con la tenue luz de una común nostalgia. No es fácil, como bien lo dijo Julieta Omaña, traspasar el umbral, el doloroso momento en que volvemos a empezar en un país extranjero, desprovistos de lo poco o mucho que construimos. A mi lado, ambos tratando de protegernos del sol inclemente de un mediodía en Ciudad de México, estaba Alberto Barrera Tyszca, a quien conozco desde 1982 pues ambos fuimos compañeros en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Décadas nos separan de ese entonces, cuando nada indicaba que nos tocaría fijar residencia en otro país por razones distintas al estudio o al trabajo. Mucho más amante de Caracas que yo, Alberto siempre regresa de visita; en mi caso, a pesar de que he escrito montones de páginas sobre la ciudad desde hace más de un cuarto de siglo, me marché y no me seduce la idea de una visita: mi Caracas está muerta.
Parte del público aprovechó la ocasión para hacer la sempiterna catarsis entre connacionales. La petición de limitarse a formular preguntas no fue escuchada; comenzaron los alardes sobre el alma nacional y hasta se citó en lengua original el himno de Polonia: mientras un polaco sobreviva, el país seguirá en pie. Lejos de mí menospreciar el poder de esta clase de consuelo; lo que ocurre es que soy inmune a sus efectos y no me importa seguir siéndolo. El realismo no es un refugio cálido y confortable; apenas comporta claridad, certeza, además de la solidez de la roca.
En fin, qué importa la profusión de sentimiento vivo y muerto durante el foro, importa que Rayma interpeló a los presentes con su lenguaje visual impregnado de la experiencia de la gente de a pie. En las salas del piso superior de una bella mansión de tiempos del Porfiriato, se escucharon las voces destempladas y las risas propias del impenitente caribeñismo, como si en lugar de conversar tocase gritar para hacernos entender desde el puerto por los tripulantes de una embarcación. Afloraron los prejuicios de los inmigrantes sabelotodo tanto como el amor apasionado por México; por sobre todo, gente radicada en diversas ciudades se unió alrededor de Rayma, una manera de vivir la nacionalidad desde el regocijo.
Puro regocijo significó también abordar unos taxis para acudir al Bar de la Ópera. Hambrientos y alegres nos dirigimos al antiguo lugar para renovar el pacto con los chiles en nogada que firmé hace veinticinco años en mi primera visita a México. Costó conseguir una mesa para nueve personas. La esposa de Rayma, Eva, se adelantó al aceptar una mesa para cuatro; luego entramos a saco los demás, para sorpresa del encargado que nos indicó suavemente que la mesa era demasiado pequeña para tanta gente. El actor Jean Paul Leroux y mi esposa Lynette se avergonzaron de nuestra conducta, pero cedieron ante el imperio de la mayoría. Conseguimos rápidamente un reservado en el que nos apretujamos codo con codo para beber y comer en abundancia, acompañados de los amigos periodistas Aliana y Miguel, además del ya mencionado José Luis Ávila y el estupendo Ignacio, el hijo de ocho años de Eva y Rayma. Los meseros no tuvieron más remedio que reírse ante semejante conducta; mientras, un grupo de varones jóvenes cantó los éxitos de Alejandro Fernández serios, concentrados e impregnados de mezcal. Los músicos oficiales del lugar parecían más bien aburridos y cansados, así que se agradeció el improvisado coro. Agotados por el largo día y ebrios de felicidad, nos separamos con la firme intención de seguir juntos, así sea en la distancia.
Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Activista política y escritora. Algunos de sus libros son Latidos de Caracas (Novela. Caracas: Alfaguara, 2006); Venezuela, el país que siempre nace (Investigación. Caracas: Alfa, 2007); Todas las lunas (Novela. Sudaquia, New York, 2013); Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales (Investigación. Caracas: EBUC, 2012); Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (Ensayo. Caracas: Punto Cero, 2014). Es articulista de opinión del diario venezolano Tal Cual y de la revista digital ProDaVinci. Twitter: @giselakozak
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Posted: October 13, 2022 at 9:18 pm