NO VOY A HABLAR MAL DE DIEGO MARADONA
Mónica Maristain
No voy a hablar mal de Diego Armando Maradona. Creo que diré como el escritor Eduardo Galeano que era “el más humano de los dioses”. Pavada de expresión que hoy se ha convertido en un lugar común. Estoy paralizada y lloro en los momentos libres. Ando por el día recorriendo las obligaciones y cuando tengo un instante en el que puedo meterme adentro de mí misma, lloro como un pescado, como alguien que anduviera en el océano sin guía, pretendiendo morir rodeada de algas y piedras marinas.
Tengo que escribir sobre Diego. Que es un poco como escribir sobre Luis Alberto Spinetta. Recuerdo todavía el día que murió. Yo iba en un taxi. Me llamó Erika, mi amiga de Escandón y me avisó de la noticia. Lloré varios días y trataba de explicarme que la vida es un poco eso: vas perdiendo a la gente que te importa, hasta que te pierdes a ti mismo. Así es todo.
Pero hay muertes que te matan irremediablemente. Como esa puñalada que sientes por un amor terminado. Siempre la tendrás. Te sentarás buscando una comodidad para que la herida no supure ni se abra, pero está la cicatriz y si te mueves demasiado, volverá a sangrar.
Está la muerte de la madre. Ese rasgo de orfandad en el que comienzas a vivir como un ciego en el medio de un bosque. Encuentras alimañas, plantas que desconoces, tal vez muchas sombras a tu alrededor y el camino será así. A veces llamarás en la madrugada a tu madre, gritando como loca y desesperada, recordarás el pan dulce que te dio durante una tormenta y creerás que el dolor te disolverá para siempre.
Hay también muestras de duelo colectivo. Lo de Maradona es eso. Es algo difícil de explicar. Como cuando Diego dio positivo al antidoping en los Estados Unidos. Era 1994. Caminabas como una zombi por las calles de Buenos Aires. Te subiste a un coche de pasajeros. Te miraste con el chofer y los dos dijeron: ¡qué pelotudo es!
Llorar y preocuparse en multitud. Eso, claro, no es propio de los argentinos, pero siempre equivale a nombrar a alguien nacido y criado allá. Las cosas las sufrimos en público y cuando la muerte es como ahora, algo que te parte como un rayo inesperadamente, te paralizas y luego lloras en el balcón.
Ahora hay tres días de duelo nacional en la Argentina. La gente en multitud camina hasta la Casa Rosada, la de Gobierno, todos en fila pasan por el cajón de Maradona y lloran, le hacen gestos y algunos, como decía ayer Walter Saavedra: “Nosotros, los crotos de acá abajo, los cabeza, los grasita, los que amasamos el barro con las patas, los despreciados por la oligarquía, los urgentes, los sin dientes, los retobados, los negros de mierda… Nosotros, los reventados, los que bebemos cuando podemos un vino turbio y camorrero, los que copulamos mientras tintinean las gotas de lluvia en las palanganas, los que masticamos un putaparió con cada injusticia, los que nunca tuvimos suficiente talento para tirarle una gambeta a la miseria, los que nos quedamos porque no tuvimos a donde ir… Nosotros, los que remendamos el hambre de hoy con las sobras de ayer, los que tenemos su estampita colgando del clavo, los que andamos con el corazón estropeado y un agujero en la suela, los que cada mañana nos aferramos al estribo de la vida con lo negro de las uñas, los que pateamos con tres dedos la luna llena en los charcos… Nosotros te lo pedimos: devolvelo, Dios.”
¿Y SI DIOS NOS ESCUCHA?
Diego Armando Maradona nació en 1960. Falleció a pocos días de cumplir los 60 años. En el medio de su vida fue protagonista de muchas resurrecciones. Cuenta el periodista Juan José Panno que hace muchos años un cardiólogo le dijo: “Anda con el certificado de defunción en el bolsillo”.
“A veces uno tiene la sensación de que es inmortal”, dijo el mismo médico años más tarde, incrédulo frente a cada una de las resurrecciones en las sucesivas caídas.
Pero esta vez no es cierto. Te moriste. Punto.
No lo puedo explicar. Es algo tan hondo, tan profundo. Tengo que a poco acostumbrarme, a saber que no estás haciendo lío como siempre, ese “ser argentino” que siempre te acompañaba y expresabas como el que más. Una vez el periodista John Carlin dijo que los argentinos tenemos ídolos de barro, como tú, que eras drogadicto, que siempre estabas en contra de todo. No puedo con el periodista Carlin ni con los que dijeron que hiciste trampa a Inglaterra. No puedo con eso. Puedo contigo, con la vida que le diste al pueblo entero, con esa señal de victoria siempre, aún en las caídas, aún en las derrotas.
Diego Maradona es un sentimiento que va más allá de toda explicación y es el triunfo de una generación que en Argentina estuvo destinada al fracaso. La anterior a la nuestra estuvo destinada a la muerte, la tortura y la desaparición, pero los nacidos en los 60 siempre fuimos eso: unos muchachos a los que nunca les preguntaron nada y le metieron la Guerra de Malvinas, los levantamientos militares, el uno a uno, el neoliberalismo.
Maradona era todo lo que había que ser en la vida: salir adelante con arrogancia, con orgullo, con decisión, aunque uno sea un negro de la villa, un gordo, un feo o un inculto y tantas otras cosas que le decían los ricos que lo criticaban. Como esa carta que hoy escribió Jorge Valdano en El País, su compañero en México 86 y que se quebró de llanto ayer, cuando se enteró de la muerte de Maradona, mientras hacía comentarios para un partido de la Champions League: “Si el fútbol es universal, Maradona también lo es, porque Maradona y fútbol ya son sinónimos. Pero a la vez era inequívocamente argentino, lo que explica el poder sentimental que siempre ha tenido en nuestro país y que lo hizo impune. Un hombre que, por su condición de genio, dejó de tener límites desde la adolescencia y que, por su origen, creció con orgullo de clase. Por esa razón, y también por su fuerza representativa, con Maradona los pobres le ganaron a los ricos, de manera que las adhesiones incondicionales que tenía allá abajo fueron proporcionales a la desconfianza que le tenían los de arriba. Los ricos odian perder. Pero hasta sus peores enemigos tuvieron que sacarse el sombrero ante su descomunal talento futbolístico. No había más remedio.”
En la vida hay que vivir como él, como canta Manu Chao en la canción “La vida es una tómbola” (“Si yo fuera Maradona, viviría como él”), sobre todo si cuando naciste no te tocó nada en la lotería de la vida, si no hablas tres idiomas, si no estudiaste en el Liceo Francés, cuando lo único que tienes es tu talento, tu voluntad, tu capacidad para salir adelante y claro que en el camino vas a meter la pata y te vas a mandar miles de errores.
Maradona conocía el cielo y el infierno, la muerte y la resurrección, cada vez que lo daban por acabado, reaparecía con su pechito argentino porque como dice Andrés Calamaro: “Maradona no es una persona cualquiera”.
Los ricos, el poder, la mafia le daban tanto y le daban tan mal, le daban con tanto odio, que nuestro amor por Diego crecía a la par del odio que los envidiosos le dedicaban.
NO VOY A HABLAR MAL DE MARADONA
“Ha llevado hasta las últimas consecuencias su peculiar causa revolucionaria, con la que ha salido vencedor en la vida”, dijo una vez el cantante y compositor argentino Andrés Calamaro. No sé si es cierto, si siempre salió vencedor en la vida, pero tratar a alguien con ese filtro de blanco o negro es injusto para todos, pero más con él.
Tuvo muchos hijos. A muchos los reconoció tarde. Era caprichoso. Era adictivo. Reaccionaba siempre con una pasión militante. La pasión era su bordado íntimo. Por eso, no hablaré mal de Maradona, ni siquiera aceptando que como buena víctima del patriarcado, era probablemente un hombre que jamás lavó un plato o tendió una cama.
Me quedo con unos párrafos que encontré en el Facebook de mi hermana: “Chiquilinas, nadie les pide ser fanáticas del Diego, pero salir a señalar y patrullar a quienes están tristes y necesitan duelar esta pérdida enorme para nuestro país es más cercano a ser policía que ser feminista. Me tienen seca.
No hicimos una revolución para generar nuevos mandatos. La hicimos porque creemos en construir conciencia colectiva para ver que el problema es estructural y cultural, no individual. Porque creemos también en el feminismo popular con los pies en el suelo. Hoy es un día tristísimo para todes quienes fuimos felices y tuvimos esperanzas en lo que hacíamos gracias a él”.
“No importa lo que Maradona hizo con su vida, sino lo que hizo con la mía”, dijo alguna vez el dibujante argentino Roberto Fontanarrosa. Esa frase la hago mía.
*Imagen de Wagner Fontoura
Mónica Maristain (Concepción de Uruguay, Argentina). Editora, periodista y escritora. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales como Clarín, Página 12, La Nación y la revista Playboy. Ha sido colaboradora en las agencias EFE y DPA. En 2010 publicó “La última entrevista a Roberto Bolaño y otras charlas con grandes autores” . En n 2011, coordinó la antología El último árbol. Cuentos de navidad. El hijo de Míster Playa fue publicado originalmente por Almadía en 2012. Su título más reciente es Antes, poema largo editado por Literal Publishing en 2017.
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Posted: November 26, 2020 at 9:04 am
Pagó por sexo con menores de edad. Si el feminismo es tolerar eso porque le dio esperanza a los pauperizados, al feminismo no le queda mucho futuro o a ti en él.
Con tu comentario ratificaste el final del artículo.
Señora, me ha puesto el cuero de gallina, que forma de escribirle al “hombre fútbol”, mi admiración a usted.
Que pendejada más grande. Deberían dar de baja este artículo que trata de romantizar y excusar algo que nomás no es.
Qué argumentos tan profundos, colega: “algo que nomás no es”. Frase matona para ganar cualquier debate. Felicidades.
(Pfffffff…)