Essay
Borrando palabras hasta encontrar poesía

Borrando palabras hasta encontrar poesía

Efraín Villanueva

El hijo de rana, Rinrín Renacuajo,
salió esta mañana muy tieso y muy majo
con pantalón corto, corbata a la moda,
sombrero encintado y chupa de boda
“¡Muchacho, no salgas!”, le grita mamá,
pero él hace un gesto y orondo se va

Extracto de El Renacuajo Paseador (Rafael Pombo)

Como la mayoría de los niños colombianos de mi generación (quienes nacimos en los 1980), mi primer contacto con la poesía fue a través de los poemas de Pombo. En clase, hacíamos rondas mientras los entonábamos con entusiasmo. Mi relación con la poesía se basaba en la alegría y, en esa bondad que siempre le admiré, a ella no le importaba que yo no supiera qué es una chupa de boda o qué significa orondo. O que no entendiera que es una expresión artística y la considerara solo un medio para mi diversión.

Con el tiempo, el disfrute derivó en obligaciones académicas, en apáticas tareas y exámenes. El rostro de la poesía se transfiguró en el de un ente incomprensible, un artefacto de literatos, intelectuales y artistas geniales. Empecé a darle excusas falsas para no verla hasta que, sin mediar palabra, dejamos de existir juntos.

Nos reencontramos en la adultez, en los cursos de poesía de otoño en la Universidad de Iowa. Mientras la poesía y mis compañeros parecían llevarse muy bien, mi relación con ella se basaba en la indiferencia, tan aferrado estaba a mi identidad como narrador. Sin embargo, decidí no terminar el curso sin sacarle provecho y me involucré en las clases.

En un momento de frustración engrandecido por la falta de sol, descubrí, caribeño que soy, que la poesía no es muy diferente a la música. Ambas juegan con el ritmo y procuran la escogencia de las palabras correctas, en maneras milimétricas que la narrativa apenas sueña. Luis Muñoz, mi profesor, también me obsequió un secreto que despojó a la poesía del aura de solemnidad que yo le había otorgado: “la diferencia entre la poesía y la prosa es en dónde saltamos de línea”.

Me tropecé con un gran reto: escribir poesía era narrar sin narrar, en una economía de las palabras que exigía cortar con la intensidad con la que se deforesta el Amazonas. Pero los hallazgos durante las clases me permitieron reencontrarme con la poesía que conocí en el jardín infantil: entre más escribía poemas más me divertía. Noté también que mi narrativa evolucionó gracias a ella: me ayudó a mejorar el ritmo de mi escritura y el desarrollo de mis personajes. Me entregó formas más profundas para aproximarme a las emociones en el papel (y en la vida real).

*

La cordialidad que la poesía y yo compartimos durante los dos otoños que viví en Iowa no culminó en una relación duradera. Hoy es un recuerdo oculto, de aquellos que solo regresan por un par de segundos –cuando alguien o algo los trae a colación– antes de regresar a su rincón en la memoria. Sin embargo, en 2020, mientras escribía Adentro, todo. Afuera… nada (Editorial Mackandal, 2022), mi diario pandémico, volvimos a vernos las caras. Fueron poco más de tres meses los que registré en el libro y en once de esos días escribí poemas. Creo identificar en casi todos ellos momentos que sobrepasaban al cuerpo y a la mente. Situaciones pérdidas en un pasado que parecía remoto, aunque no lo fuera tanto, como estos versos que escribí un sábado:

……………………….Los sonidos caducados de nuestra calle

……………………….……………………….la madre obesa que paseaba a su bebé

……………………….……………………….……………………….mientras llevaba a su nene al colegio

……………………….……………………….……………………….sus bramidos telefónicos

……………………….……………………….……………………….despertándonos puntuales cada mañana

……………………….……………………….los vagabundos reunidos

……………………….……………………….……………………….en el parqueadero de Netto

……………………….……………………….……………………….sus tertulias roncas y exaltadas

……………………….……………………….……………………….profundas y etílicas

(…)

O un presente que se presentaba confuso (y quizás con más pesadumbre porque ocurrió un domingo):

……………………….Adentro

……………………….……………………….respiramos aire estancado

……………………….……………………….nos movemos en cámara lenta

……………………….……………………….Sabeth desprecia su encierro

……………………….……………………….apenas tolera mi presencia

……………………….……………………….las palabras me huyen

……………………….……………………….aunque nada haya cambiado para mí

(…)

Entre más releo mis poemas pandémicos más me convenzo de que esta vez no recurrí yo a la poesía, sino que fue ella quien vino en mi rescate. Incapaz de explicar lo que sentía y de aclarar las congojas que se paseaban por mi cabeza, solo pude expresarme a través de ella, un género que, precisamente, se nutre de la escasez de palabras.

*

Hace poco, dos años después de la pandemia, volvimos a tropezarnos. También en otoño. También en una tarde de sol escaso y frío abundante. En un momento en el que el cursor temblaba, pero no se movía de su lugar. Acudí a un ejercicio de concentración básico que aprendí hace unas semanas, cuando empecé a meditar en las mañanas. Cerré los ojos, respiré profundo tres veces y le permití a mi respiración volver a su ritmo natural. Me enfoqué en el ritmo del aire entrando y saliendo de mi nariz y conté las exhalaciones hasta cinco. Repetía el ciclo, relajaba los hombros y me enfocaba en mi respiración cada vez que me distraía. Hasta que un pensamiento furtivo me indicó que el problema con el texto que intentaba escribir no era lo no escrito, sino lo que sobraba en aquello que ya había escrito. Las palabras poesía del borrado se deslizaron en mi mente.

Esta técnica se basa en el principio de imponer una restricción voluntaria como punto de partida –una estrategia útil cuando no se sabe por dónde comenzar. Georges Perec, por ejemplo, asumió la tarea de escribir una novela sin usar palabras que incluyeran la letra “e”; el resultado: La disparition. En la poesía del borrado, la limitante es empezar a partir de un texto ya escrito (preferiblemente de otro autor) y borrarle palabras hasta obtener un poema con un significado “diferente al texto fuente. Será representativo de tu voz y narrativa”, como lo explica E. Kristin Anderson en un artículo del New York Times. En aquella ocasión, no tenía intención de escribir un poema, pero participar en este juego sería más entretenido que continuar contemplando la pantalla de mi portátil.

Empecé con Japón quiere prevenir suicidios juveniles con mensajes en el papel higiénico, un artículo de Deutsche Welle pendiente por leer. Como lo sugiere Anderson, subrayé palabras que me llamaran la atención y evité las relacionadas con el tema central. En una segunda pasada, examiné las palabras elegidas y qué despertaban en mí, buscaba conexiones entre ellas. Me percaté de que requería más artículos y conjunciones, verbos y adjetivos, sustantivos. Finalmente, la creación se redujo a jugar con el insumo disponible y descartar palabras con un marcador virtual negro:

 

Pretendes leer todo

pero el pasado aparece

en el papel

con gatos

¡Satisfacción! Había logrado transformar un reporte de prensa sobre el suicidio en un poema sobre el ansia imposible de saberlo todo. Además, los versos resultantes sobrepasaban las palabras y su componente visual era un rostro que me miraba y se dejaba ver.

Sentí la necesidad de continuar. En Aporofobia y el rechazo al pobre (Paidós, 2018), Adela Cortina plantea que “el problema [en muchos países] no es de xenofobia, puesto que la acogida entusiasta de turistas extranjeros contrasta con el rechazo de refugiados e inmigrantes […] es el pobre el que molesta, incluso el de la propia familia”. Elegí una página al azar:

……………………….Se opone a la autenticidad

……………………….se conforma con su comodidad

……………………….pero puede

……………………….……………………….romper

……………………….……………………….abrir

……………………….……………………….arrastrar

……………………….……………………….poner

……………………….……………………….……………………….palabras

……………………….El cambio

……………………….los instintos

……………………….la simpatía

……………………….el amor

……………………….el temor

………………………………………………..exigen egoísmo

………………………………………………..obligan a la conciencia

Esta vez, con más confianza, la técnica se mezcló con la intuición y me permití mayor libertad para interpretar y reinterpretar el texto original en nuevos versos. El resultado fue un poema de dos estrofas o dos poemas separados, lo dejo a elección del lector. Pero no me di tiempo para examinar el poema a detalle, el entusiasmo no me permitía detenerme. Cambié de género y elegí Las manos, un cuento de Julio Cortázar:

……………………….……………………….Pantallas del horror

……………………….……………………….cosquillas como papel

 

……………………….……………………….Sacudió los tambores lentamente

……………………….……………………….izquierda izquierda derecha

……………………….……………………….girar girar hasta maldecir

 

El cuerpo batió con todo

Si el protagonista de Las manos se encuentra aterrorizado por el crecimiento repentino y masivamente anormal de sus manos, mi poema se desvía por el camino de lo musical.

Para mi siguiente experimento, decidí recurrir a la no ficción. En Mi vida y el palacio (Planeta, 2020) Helena Urán Bidegain relata su experiencia esclareciendo la tortura y asesinato de su padre por militares colombianos en la retoma del atentado terrorista del Palacio de Justicia en Bogotá, en 1985:

……………………….……………………….Él

……………………….……………………….en lo profundo

……………………….……………………….de mi garganta

……………………….……………………….Luz

……………………….……………………….de angustia

……………………….……………………….y sueño

Tal vez por estar escrito en primera persona y porque está fuertemente centrado en los sentimientos, este primer intento lo sentí más como un resumen poético de la prosa de Urán que un poema mío, lo que va en contra del propósito de la poesía del borrado. Así que lo reintenté:

……………………….……………………….La mano en punto de silencio

……………………….……………………….y el cuerpo

……………………….……………………….……………………….siempre

……………………….……………………….en la sombra de mis pensamientos

Como el original, este nuevo poema camina sobre la línea de la pesadumbre, pero la extiende, le da un alcance más amplio, extrapolable a situaciones potencialmente opuestas a las de la fuente.

Finalmente me pregunté si se podía crear poesía de borrado desde la poesía y opté por Cedros, de la poetisa colombiana Meira Delmar, incluido en Ninguna voz repetirá (Editorial Mackandal, 2022):

Niños sucesivos

en mi pecho

son plantas

de belleza lejana

Habiendo concluido el ejercicio, releí mis poemas. En primera instancia, noté que me era inevitable evaluarlos e interpretarlos con respecto a la fuente –qué tanto tomaban o se alejaban de ella. Pero si se leyeran solos, se descubriría que son poemas independientes. Quien nunca haya leído Cedros de Delmar, por ejemplo, encontraría imposible compararlo con el poema que yo creé a partir de él –“Basado en Cedros (Meira Delmar)” terminaría siendo apenas un pie de página de mi poema. No tengo duda en afirmar que los poemas resultantes de este ejercicio son originales.

Me encontré extasiado y en la pantalla de mi portátil, ahora apagada, descubrí el reflejo de mi sonrisa. Me había acercado a la poesía desde el juego que, contrario a la rigidez con la que a veces nos enseñan en la escuela, es un lugar de divertimento y comodidad del que no te quieres alejar, que alienta el interés y la curiosidad. Es, quizás, el lugar más adecuado para aproximarse a la poesía, al arte. Inicialmente creí que, como en Iowa, me había reencontrado con la poesía de mi infancia, a la que tanto quise. Pero enseguida entendí que ella, en realidad, nunca había cambiado, que seguía siendo la misma, que eran otros quienes me habían hecho dudar de ella.

Haber practicado, y disfrutado, este ejercicio de poesía del borrado no ha modificado mi identidad como narrador de prosa. Tampoco tengo interés en involucrarme más activamente con la poesía. Pero sí siento la necesidad de aceptar mi error. Dije antes que la poesía es solo un recuerdo oculto en mi mente que emerge de tanto en tanto y por un tiempo diminuto y limitado. La verdad es otra. Veo poesía no solo en estos poemas de borrado, también en grafitis en la calle, en una fiesta improvisada, en un viernes de chill and Netflix, en una risa incontenible con amigos. La poesía me rodea sin que yo la reconozca de forma explícita. Existe por fuera del papel y de las palabras. Está presente en todo, hasta en lo que hemos borrado.

 

Efraín Villanueva. Escritor colombiano radicado en Alemania. Ha publicado los libros Tomacorrientes Inalámbricos (Premio de Novela Distrito de Barranquilla, 2017), Guía para buscar lo que no has perdido (XIV Premio Nacional de Libro de Cuentos UIS, 2018) y Adentro, todo. Afuera… nada (Mackandal, 2022). Es Magíster en Escritura Creativa en español de la Universidad de Iowa y tiene un título de posgrado en Creación Narrativa de la Universidad Central de Bogotá.

Sus trabajos han sido publicados en diversas antologías y medios como Granta en español (España); ArcadiaEl HeraldoPacifista!ViceRevista Corónica (Colombia); Revista de la Universidad de MéxicoRoads and KingdomsIowa City Little Village MagazineLiteral MagazineIowa Literaria (Estados Unidos); entre otros.

 

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Posted: January 31, 2023 at 9:59 pm

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