Consulta nonata
José Antonio Aguilar Rivera
¿Cuáles son las consecuencias de la parodia de consulta que tuvo lugar hace unos días? Los resultados numéricos son obvios: la primera experiencia formal con mecanismos de democracia directa fue poco menos que un fiasco. Sólo un 7% del padrón participó en el ejercicio. Muy lejos del 40% necesario para volverla vinculante. Durante décadas la clase política mexicana se resistió a introducir en el entramado constitucional del país plebiscitos o referéndums. Cuando finalmente lo hicieron diseñaron candados para dificultar su empleo. El temor canónico que inspiran estos recursos que apelan directamente al pueblo es que éste actúe de manera impulsiva y disruptiva para el orden político. Como señaló Max Weber en 1918: “todas las democracias parlamentarias buscan expresamente… eliminar los métodos plebiscitarios de selección de líderes, peligrosos para el poder del Parlamento”. Frente al “hombre de confianza de las masas” el parlamento garantizaba límites a su poder, continuidad, y la conservación de las garantías civiles. La naturaleza disruptiva de los referéndums está en su naturaleza binaria. Obligan a responder “sí” o “no”. Esta elección dicotómica impide la negociación y es incapaz de acomodar los múltiples matices que usualmente acompañan a las cuestiones políticas. Como señalaba Weber, el referéndum, “no conoce ciertamente, el compromiso sobre el que descansa inevitablemente la mayoría de las leyes en un Estado de masas con fuertes antagonismos regionales, sociales, confesionales y otros antagonismos de su estructura interna”. El peligro era que hubiera un fuerte predominio de los factores emocionales en la política. Las masas, creía Weber, solo pensaban “hasta pasado mañana” y siempre estaban expuestas a las influencias irracionales del momento.
Esta es, digamos, la objeción clásica a este mecanismo. Sin embargo, en los tiempos del populismo el riesgo no es que la participación desde abajo, plenamente democrática, rebase a los políticos o les imponga una camisa de fuerza (y rigidice las decisiones), sino más bien que los referéndums sean usurpados por gobernantes autoritarios. El referéndum es una exigencia impuesta desde abajo que el parlamento debe acomodar aun en contra de su voluntad. En el caso del populismo este recurso no es una exigencia de la gente sino proviene desde arriba, desde el poder, para ser utilizado como un instrumento más de polarización. El referéndum, entonces, no es tanto una forma de acción popular como un recurso de manipulación.
La reacción a la fallida consulta sobre el juicio a los ex presidentes encontró un lema que aglutinó a los opositores: la ley no se consulta. Es evidente que la pregunta como había sido propuesta por el presidente López Obrador era inadmisible en un estado que respete las garantías procesales de las personas. La redacción modificada por la Suprema Corte produjo una interrogante vaga e incomprensible. Como instrumento decisorio quedó desactivada. No sólo desde un punto de vista liberal era aberrante que se sometiera a consulta el inicio de procedimientos penales. Para los demócratas cabales la experiencia no sólo significó una oportunidad perdida. Fue más que eso: probablemente marcó el aborto de las consultas en México. En primer lugar, demostró que este mecanismo lejos de ser plenamente democrático fue cooptado desde el poder y se convirtió en un mero instrumento político. De esta manera, conjugó los defectos y ninguna de las virtudes de los referéndums. A menudo los principios plebiscitarios debilitan la responsabilidad de los funcionarios. Ante la presunción de delitos cometidos por anteriores gobernantes el recurso de la consulta eximió a los fiscales de actuar puntualmente. De la consulta no emanó ningún mandato: una pequeña minoría vocal del electorado se manifestó sin que su opinión tenga peso de ley. Las urnas desoladas hablaron con elocuencia. La captura de la consulta popular produjo una gran apatía. Si los demócratas continuamente se lamentan de la abstención en las elecciones federales cada tres años esta consulta no solo no fue un acicate a la participación sino que pareció constatar la inutilidad y el sinsentido de la acción cívica. ¿Una consulta verdaderamente popular y sobre un tema que realmente convocara a la ciudadanía habría tenido mejor suerte? No lo sabemos. Lo que es cierto es que el desaire del 1ro de agosto manda un claro mensaje al futuro. Los proponentes del referéndum tenían un tiro en la recámara para mostrar su eficacia. Necesitaban una bala de plata y en cambio dispararon un cartucho de salva. Permitieron que un demagogo desnaturalizara e instrumentalizara en su beneficio personal el primer referéndum. La manipulación y el abuso del recurso parecen confirmar las reservas de los críticos. Los principales perdedores en este capítulo de nuestra vida política son precisamente los partidarios de buena fe de los referéndums. Perdedores son también los ciudadanos que pagaron un oneroso ejercicio de magros resultados. Si hay quienes aducen que los diputados plurinominales deberían desaparecer por caros, el argumento tendrá más tracción en el caso de consultas que pueden ser capturadas para montar espectáculos simbólicos. Aquí no hay ningún avance democrático, al contrario. El fiasco es ya un pretexto para atacar y debilitar a la autoridad electoral autónoma. El saldo de esta aventura plebiscitaria es negativo por donde quiera que se le vea.
José Antonio Aguilar Rivera (Ph.D. Ciencia Política, Universidad de Chicago) es profesor de Ciencia Política en la División de Estudios Políticos del CIDE. Es autor, entre otros libros, de El sonido y la furia. La persuasión multicultural en México y Estados Unidos (Taurus, 2004) y La geometría y el mito. Un ensayo sobre la libertad y el liberalismo en México, 1821-1970 (FCE, 2010). Publica regularmente sus columnas Panóptico, en Nexos y Amicus Curiae, en Literal . Twitter: @jaaguila1
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Posted: August 3, 2021 at 9:08 pm