Essay
Judas y los utópicos

Judas y los utópicos

Gerardo Cárdenas

Confieso mi debilidad por Judas, el odiado, el vituperado, la imagen última de la maldad en una historia donde había otros peores que él (Poncio Pilato, los sacerdotes del Sanedrín, el hipócrita de Pedro). Inclusive lo convertí en personaje de un cuento en el que, vuelto inmortal, se encuentra en el Chicago del siglo XXI con Lázaro, ese otro residuo de la historia del Nazareno.

Así, no pude evitar hacerme con Judas, la décimo séptima novela del israelí Amos Oz, traducida al inglés por el hebraísta Nicholas de Lange y publicada el año anterior por Hougton Mifflin Harcourt.

Confieso también que no había leído nada de Oz previamente. Sin conocer su literatura, intuí que Judas se centraría en temas que me interesan, en especial en la redención de Judas Iscariote, condenado al odio de buena parte de la humanidad por su supuesta traición a Jesús. Buscaba una alternativa, como la planteada por Scorsese en La última tentación de Cristo (no he leído la novela de Kazantzakis) o por Borges en “Tres versiones de Judas”; es decir, buscaba una propuesta que contradijera el destino predeterminado de Judas, que es terrible e inaceptable.

Oz se va por otro camino: Judas aparece intercalado en una curiosa historia que es, a la vez, una fuerte declaración contra los principios fundamentales del Estado de Israel y contra las corrupciones políticas de las utopías.

La novela narra tres meses en la vida de Shmuel Ash, estudiante universitario en Jerusalén en el invierno entre 1959 y 1960 y quien escribe una tesis sobre las visiones judías de Judas. Abandonado por su novia, Ash entra en crisis y deja sus estudios pero en vez de volver al hogar de sus padres en Haifa, consigue un empleo como cuidador de un misterioso anciano de nombre Gershom Wald, quien vive en una casa llena de libros junto con su nuera, Atalía Abravanel.

Apunto, a manera de paréntesis, que Oz parece hacer referencia, con estos nombres, a Sholem Asch, escritor judío que escribió una trilogía muy polémica sobre Jesús, Pablo y María; y a Abravanel, apellido de varios miembros de una culta, importante e influyente familia sefardita de la Edad Media en España. Dudo que esto haya sido casual.

Shmuel encuentra pronto una situación inesperada: Wald es un inválido que sostiene interminables polémicas telefónicas con sus amigos en torno a temas políticos y a la creciente tensión entre el joven Israel y sus vecinos árabes (la novela se sitúa poco después de la guerra de 1956, y antes de la guerra de 1967); Atalía es una misteriosa y áspera mujer de la que Shmuel pronto se enamorará.

En un segundo plano, que poco a poco va haciéndose presente, están tres fantasmas: Mischa Wald, el hijo de Gershom y esposo de Atalía, muerto en una escaramuza contra guerrilleros palestinos en las afueras de Jerusalén; Shealtiel Abravanel, padre de Atalía, y miembro del liderazgo sionista, compañero de batallas de David Ben Gurión quien, sin embargo, es expulsado y descalificado por sostener que Israel debería abandonar la idea de un Estado sionista y buscar una alianza con sus vecinos árabes, por lo que es calificado de traidor; y Judas, el objeto de los estudios de Shmuel, y cuya presencia se va tejiendo capítulo a capítulo en la medida en que Shmuel construye su narrativa: Judas está más convencido de la divinidad de Jesús que el propio Nazareno y es quien lo convence de ir a Jerusalén y revelarse como Mesías, forzando así su arresto, tortura y crucifixión; la muerte en la cruz destruye el corazón y las ilusiones de Judas quien, según Shmuel, es realmente el primer y único cristiano.

En tres meses, el mundo de Shmuel se voltea de cabeza: su firme creencia en las utopías sionista y comunista es desmenuzada, sin piedad ni pausa, por Wald y por la memoria de Abravanel, quien murió olvidado, destrozado, condenado y calificado de traidor; y su amor por Atalía, aunque finalmente se vuelve carnal, es imposible: ella no tiene más interés en los hombres que el puramente sexual por cuanto la absurda muerte de su marido la ha convencido de la imposibilidad de redimir la violencia y sed de poder del género masculino. Atalía no puede dejar de sentir cierta ternura y comprensión por el torpe e iluso Shmuel pero éste no es el primer ni será el último hombre en ser amante ocasional y visitante temporal de una casa en la que ella y Wald van muriendo poco a poco.

Aunque a ratos es verbosa, la novela plantea con claridad un principio central: toda utopía deviene en una realidad política sangrienta; y todo aquel que entienda la dualidad de lo utópico e intente denunciarla es exhibido como traidor, y odiado para siempre. Así fue Abravanel, y así lo fue Judas.

“Personalmente, no creo en la reforma mundial. No porque considere que el mundo sea perfecto tal y como está –ciertamente no, el mundo es retorcido y siniestro y lleno de sufrimiento—pero quien sea que venga a reformarlo pronto se hunde en ríos de sangre. Ahora bebamos un vaso de té y dejemos de lado estas obscenidades que me has traído. Si tan sólo todas las religiones y todas las revoluciones se borraran de la faz de la Tierra algún día, te lo digo –todas, sin excepción—habría menos guerras en el mundo. El hombre, escribió alguna vez Emanuel Kant, es por naturaleza un retorcido trozo de leña. Y no debemos intentar enderezarlo, por cuanto podemos acabar hasta el cuello de sangre”, dice Wald a Shmuel en uno de sus muchos diálogos.

En Abravanel, el muerto, y en Wald, el vivo, podemos ver al propio Oz, quien siempre ha defendido la idea de un estado árabe-judío para Israel; y en Judas, Oz parece asumir un doble riesgo: el de atacar sus propias raíces – el escritor es hijo de una prominente familia sionista – y el de ser visto como un traidor a su propia tierra, el de convertirse en Abravanel, o en Judas. Su novela nos subraya la delicada línea que existe entre la utopía, el poder absoluto, y el ingrato ejercicio de la verdad.

gerardo-cardenas-150x150Gerardo Cárdenas, escritor y periodista mexicano, reside en Chicago. Es autor del volumen de relatos A veces llovía en Chicago (2011), del poemario En el país del silencio (2015) y de la obra de teatro Blind Spot (2014), publicada por Literal Publishing. En 2015 obtuvo el premio Nuevas Voces de Repertorio Español. Es editor de la antología de relato breve en español de Estados Unidos Diáspora, de próxima publicaciónSu poemario Silencio del tiempo fue publicado  por Abismos Editorial. Twitter: @el gerrychicago

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.


Posted: January 23, 2017 at 11:26 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *