Our Lives Are The Rivers
Juan Álvarez
Jaime Manrique: Our Lives Are The Rivers, Rayo, 2006.
(Nuestras vidas son los ríos.
Traducción de Juan Fernando
Merino, Alfaguara, 2007).
La vida, alegrías, humillaciones y conquistas de Manuela Sáenz. El legado político liberal, las artimañazas diplomáticas y las estrategias de supervivencia. Su mundo íntimo junto a sus esclavas, sus pocas amistades, su final miserable, visualmente aterrador. Varios catálogos, sofisticados o rústicos, podrían formularse. Estarían bien: aproximarían, iluminarían, con seguridad se acercarían a una descripción suficiente y sin embargo un extraño sabor queda siempre que se trata de hablar de la última novela de Jaime Manrique por este camino. ¿Por qué? ¿Qué clase de enigma no despeja?
En uno de sus solicitados talleres de creación literaria en el MFA de la Universidad de Columbia en Nueva York, Manrique pregunta a sus estudiantes por los temas que les preocupan, los temas que invaden sus vidas, los temas que les penetran por las entrañas y les quitan el sueño. Los temas, en síntesis, sobre lo que quieren escribir. Los estudiantes se miran perplejos y apenas posan rostros que parecen querer decir trágame tierra. “Themes? What’s he talking about?” siguen murmurando en clave de silencio y miradas veloces, seguros de su educación sofi sticada en la tecnología y los nuevos medios.
¿Por qué no es menos difícil aproximarse a Nuestras vidas… desde una pregunta supuestamente avejentada como la pregunta por su tema? Se dirá que el reseñador se enreda, pierde el rumbo, avanza y no consigue entregar una razón mínima para que el lector pueda tomar la decisión de comprar o no el libro, o de hacer el esfuerzo de sonsacárselo al vecino que ya lo compró. Todo esto es cierto. Pero no menos lo es aquello que estos tres párrafos tratan de comunicar: la última novela de Manrique se viste desde la historia de Manuela Sáenz, sí; se desnuda desde la historia de los confl ictos socio políticos de la independencia andina de principios del siglo XIX, sí. Pero también, o sobre todo también, Nuestras vidas son los ríos se lee como una novela sobre la contemporaneidad, con lo que podría pensarse que estoy diciendo que los principios del siglo XXI bien se parecen a los principios del siglo XIX, y nada más lejos de la verdad. En otras palabras, el reseñador da vueltas porque le ha entrado un mal poco común dentro de los reseñadores. A la altura de la mitad de su labor debe confesarse: ha leído dos veces la novela de Manrique y todavía no sabe muy bien cómo hablar de ella.
No se tome la confesión anterior como debilidad. Al contrario. Las novelas poderosas dejan sin lenguaje para hablar de ellas. Se agotan en sí mismas, se consumen. Los prejuicios humanos de principios de siglo XXI son bien distintos a aquellos del siglo XIX. Las texturas históricas son bien distintas también. Por eso la insinuación de contemporaneidad debe hacerse con pinzas, pinzas gruesas como para no dejar de hacerse. Al modo quizá de los sofi sticados cronistas europeos del siglo XVI, humanistas, abnegados seguidores de la verdad histórica y la prosa oceánica, a Manrique le interesa el juego decisivo de la reescritura de la historia. ¿Por qué habría alguien de ocuparse de rescribir la historia dos siglos después de los hechos? Bueno, por un lado, suponemos, porque no le gusta la forma en que esa historia está escrita, no le gusta los énfasis puestos, las consecuencias derivadas de allí. En suma, entonces, Manrique aborda ahora la historia por la misma razón que en sus novelas anteriores había abordado otros territorios: por incomodidad. Porque lo que ve, en la contemporaneidad, no le gusta, y algo le ha hecho sospechar, esta vez, de la existencia de un puente cruel y burlón que se extiende ancho y grueso dos siglos atrás.
Como siempre cabe la posibilidad de estar desvariando habrá que revisar las voces paralelas de las esclavas, quienes junto a la voz de la mujer del libertador (¿o la libertadora de la mujer?) tejen la trama, los complots en los que se vio envuelta la Sáenz y las miserias de una sociedad pacata, prejuiciosa, dispuesta a escandalizarse al precio que hiciese falta. Habrá que revisarlas, distinguirlas, preguntarse por la independencia crítica de Natán, ligeramente menos cercana a Manuela y por lo mismo capaz de apreciaciones agudísimas sobre los subterfugios y corrupciones connaturales al poder. Habrá que hacer muchas cosas. Nunca, eso sí, dejar de disfrutar de una prosa como la de Manrique, una prosa que con
premeditada distracción califi qué hace un momento de oceánica, concreta y ancha, como el faro que igual ilumina las rocas de la costa o el barco que se aleja.
Posted: April 9, 2012 at 4:10 am