Pajaritos
Eduardo Scheffler
Nunca los veo caer.
Aparecen siempre al día siguiente de la tormenta,
al día siguiente del dolor.
Con sus diminutos cuerpos retorcidos en posiciones poco naturales.
El cuello doblado contra el suelo en ángulo agudo.
La mayoría de ellos no tienen plumas.
Si acaso una especie de pelusa que comienza a formarse en lo que hubieran sido sus alas.
Jamás lo serán.
El resto de sus diminutos cuerpos está cubierto por esa piel rosácea que a la vista produce escalofríos.
Casi siempre los encuentro inmóviles.
Sin vida.
Con esas extremidades frágiles que parecen de palo, extendidas y sus pequeñísimos picos clavados en la tierra como si buscaran alimento o algo que pudiera salvarlos antes de que las hormigas invadan sus cuerpos muertos para devorarlos hasta hacerlos desaparecer.
Pero sus picos ya no pueden salvarlos.
Los pequeños cuerpos son de crías de aves arrancados de los nidos que (supongo), atados a la enorme palmera en el centro del jardín, soportan las ráfagas del viento, la lluvia y también los truenos.
Nunca había pasado, pero en las últimas semanas son más y más los pequeños cuerpos que encuentro al despertar y salir al jardín, siempre descalzo para sentir la humedad del rocío en la planta de mis pies, pálidos y azulosos.
El tono de su piel es el mismo que el de los pequeños pajaritos.
Sin plumas.
Sin alas.
Tengo cuidado de no pisarlos mientras los recolecto y junto en una bolsa que tendré que arrojar a la basura. ¿Qué más puedo hacer con ellos?
Ocasionalmente encuentro a uno que todavía está vivo. Frágil y herido se mueve y respira agitado, intuyendo la sombra de mi presencia.
Lo miro mientras se le escapa la vida siempre antes de recogerlo.
Y en silencio hago esa pregunta absurda a la que nunca obtengo respuesta.
¿Eres tú un ángel caído?
*Imagen de Peter Miller
Posted: September 28, 2020 at 4:18 pm