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PORFIRIO MUÑOZ LEDO, TRES VIÑETAS PARA UN RETRATO

PORFIRIO MUÑOZ LEDO, TRES VIÑETAS PARA UN RETRATO

Edgardo Bermejo Mora

La trayectoria pública de  Porfirio Muñoz Ledo representa la paráfrasis nacional del Baldanders que describió Borges: monstruo sucesivo, infatigable, de una gestualidad sin límites y  de un  alto poder histriónico en el gran teatro de la República, donde tantas veces representó papeles protagónicos: “!Porfirio, valiente, callaste al Presidente!”

2023

Menciona Jorge Luis Borges en El Libro de los Seres Imaginarios: “el Baldanders –cuyo nombre podemos traducir por «ya diferente» o «ya otro»’– (…) es un monstruo sucesivo, un monstruo en el tiempo. La carátula de la primera edición de la novela de Grimmelshausen trae un grabado que representa a un ser con cabeza de sátiro, torso de hombre, alas desplegadas de pájaro y cola de pez, que con una pata de cabra y una garra de buitre pisa un montón de máscaras, que pueden ser los individuos de las especies”.

“Uno de los principales atributos del Baldanders –continua Borges– es que puede adoptar a voluntad todas las formas imaginables: de un hombre, de un roble, de una flor, de un tapiz de seda, de muchas otras cosas y seres, y luego, nuevamente, de un hombre. (…) También se convierte en un secretario y escribe estas palabras de la Revelación de San Juan: «Yo soy el principio y el fin»”.

La trayectoria pública de  Porfirio Muñoz Ledo representa la paráfrasis nacional del Baldanders que describió Borges: monstruo sucesivo, infatigable, de una gestualidad sin límites y  de un  alto poder histriónico en el gran teatro de la República, donde tantas veces representó papeles protagónicos: “!Porfirio, valiente, callaste al Presidente!” fue la consigna que el propio senador Muñoz Ledo acuñó e hizo gritar a sus simpatizantes, luego de su célebre interpelación al último informe presidencial de Miguel de la Madrid, en septiembre de 1988.

Encarna la contradicción irreductible del intelectual y el político de Estado que abrevó y ejerció el poder casi tantos años como los que se desmarcó de él y militó en la oposición, sólo para regresar de nuevo a las cumbres de la política en 2018 del lado de los triunfadores –como presidente de la Cámara de Diputados en representación del partido gobernante– y tres años después regresar por enésima –y última vez– a territorio opositor, como un aguerrido e implacable crítico del presidente López Obrador.

Ya no fue en esta etapa final de su vida pública un opositor más: se convirtió en estos dos últimos años en el viejo sabio de la nación, en el Senex de nuestro atribulado siglo XXI y nuestra incierta cuarta transformación. La mayor autoridad moral de la Gerusia política mexicana, que tras su muerte recaerá en los hombros de Cuauhtémoc Cárdenas, mucho menos incisivo y aguerrido que su viejo compañero de lucha (no olvidar al respecto su último deslinde del frente opositor).

Muñoz Ledo entró y salió de los territorios del poder y de la oposición como quien entra a la tienda departamental de la política a través de una puerta giratoria. Dos veces Secretario de Estado (Del Trabajo y de Educación Pública), otras dos embajador -Naciones Unidas y la Unión Europea-, senador (“fui el senador más votado en la historia del país”, solía decir), tres veces diputado federal, militante de cuatro siglas (PRI, PRD, PT y MORENA), presidente de dos partidos (PRI y PRD), candidato a gobernador de un estado en el que no nació (Guanajuato), e incluso efímero candidato presidencial por el PARM (para quien no lo recuerde, Partido Auténtico de la Revolución Mexicana) en el año 2000. En uno de sus momentos de retiro temporal fundó el Centro de Estudios de la Globalidad, y desde ahí contribuyó a la creación de una nueva agenda internacional para el país. Como un Luis XIV de la democracia mexicana, bien pudo decir “la transición, soy yo”.

Equipado con libros, lecturas y una inteligencia proverbial, cada tantos se hacía capullo para reaparecer transformado en una nueva identidad.  Siempre convertido en otro y al mismo tiempo él mismo. Adoptando las poses, los gestos y los discursos del nuevo personaje, regodeándose en sus declaraciones atronadoras e ilustradas, sus desplantes y ocurrencias.

Entre 1959, que ocupó su primer cargo como funcionario de la SEP, y 1987, que renunció al PRI, habitó en la casa del poder por espacio de 28 años. Sumó 12 como figura prominente de la oposición de izquierda, y a partir de 2000 se sumó a la campaña presidencial del candidato triunfante del PAN, lo que a la postre le granjeó su segundo nombramiento como embajador de México. Al término del sexenio de Fox podemos decir que el marcador iba: 34 años en el poder y 12 en la posición.

Ya fuera del PRD, alejado de Fox y los panistas, apoyó en 2006, 2012 y 2018 las campañas presidenciales de López Obrador, y entre 2009 y 2012 obtuvo su segunda diputación federal bajo las siglas poco lustrosas del Partido del Trabajo. De tal suerte que al llegar el 2018 mantenía sus 34 años acumulados del lado del poder y ahora 24 años en la oposición. Si sumamos los tres años como diputado de Morena, y los últimos dos como opositor independiente, el marcador final es de 37 años en el poder y 26 en la oposición.

Hay algo de Falstaff en su actuación sobre los escenarios de la política nacional. Bufo, pendenciero y entrañable como el personaje de Shakespeare. A un tiempo profundo, singular, genial y pintoresco. “¡Chinguen a su madre, qué manera de legislar”! profirió el diputado de 86 años Muñoz Ledo al frente de la mesa directiva de la LXIV legislatura, sin darse cuenta que el micrófono de la sesión seguía abierto.

Hay algo también de Zelig en sus apariciones. Como el personaje de la película de Woody Allen que le vemos en diversos lugares y épocas con diferentes aspectos y la misma cara, a Muñoz Ledo lo vimos hombro con hombro en el templete de celebración del triunfo de muy disimiles candidatos. Con Cuauhtémoc Cárdenas en 1997, con Fox en el 2000, con Miguel Mancera en 2012 y con López Obrador en 2018. Era él, por decirlo así, quien le alzaba la mano al pugilista victorioso en el cuadrilátero electoral de la región más transparente de la política mexicana.

Fue el  campeón insuperable de la anécdota de pasillo, en la que siempre surgía como el protagonista estelar:  aquella vez que se coló a la toma de posesión del venezolano Carlos Andrés Pérez escondido entre los guardias de la escolta de Fidel Castro -como senador opositor no había sido invitado a la ceremonia pero insistió en asistir-; aquella otra que le gritoneó y le colgó el teléfono al presidente portugués, Mario Soares, por negarse a recibirlo siendo ya senador del PRD;  o bien el cartel que lo mostraba saludando al Papa Juan Pablo II y que hizo pegar a lo largo y ancho de Guanajuato cuando compitió  sin éxito  por la gubernatura de aquella entidad ultra católica.

Nuestro devoto republicano, el personaje ubicuo que dijo haber estado en todos los desayunos, comidas, cenas y reuniones en las que se jugaron los destinos de la patria en las últimas cuatro décadas, fue también campeón de baile, de oratoria y de natación en su juventud. Para él, la noción de la derrota se aparecía como una contradicción existencial.  Hasta antes de la aventura de su campaña para gobernador de Guanajuato -por el PRD, el PFCRN y el PPS- solía decir que jamás había perdido una elección.  Si bien su historia en competencias electorales cara a cara se redujo a dos: la Facultad de Derecho en los años cincuenta, y la senaduría del Distrito Federal en 1988 (a la Cámara de Diputados entró las tres veces por la vía plurinominal).

Recorrió de ida y vuelta todas las rutas que se puedan imaginar para ser una figura reconocida, influyente y admirada, cuya magnitud que se desborda hace difícil reconocer las fronteras entre la admiración y el vilipendio. El resultado de esta combinatoria de insultos y elogios cosechados a lo largo de las décadas es la edificación de ese monumento mítico a la egolatría y la lucidez política llamada Porfirio Muñoz Ledo. El cancerbero mayor de la República ha muerto.

 

1968

Pese a todo, mal haríamos en honor de su trayectoria y de su memoria si lo exentáramos de la revisión histórica que amerita su prolongada vida pública. No con ánimos de linchamiento o descalificación, sino simple y sencillamente porque el olvido fomenta la impostura y es, por esencia, conservador, fuente de injusticias e impunidades.  El olvido –él mismos lo sostenía– juega en favor de los autoritarismos. La amnesia es la ruta más sencilla para evadir la crítica y la autocrítica, tan necesarias en el examen de nuestra vida pública. De ahí la pertinencia de conjurar a los fantasmas del olvido, que suelen convertirse en los demonios de la impunidad.

El discurso pronunciado por Muñoz Ledo en septiembre de 1969, tras el V informe de gobierno del presidente Díaz Ordaz no puede –ni debe– borrarse de su expediente, porque es otra manera de acercarse y entender la evolución del autoritarismo en México y sus propias transformaciones políticas con el paso del tiempo.

En aquel entonces se desempeñaba como Secretario General del IMSS, un escalón antes de formar parte del gabinete ampliado. A nombre del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del PRI, el 9 de septiembre expuso sus puntos de vista en una jornada de conferencias que organizó el Instituto de Estudios Políticos y Sociales (IEPES) de su partido con el propósito de “explicar y divulgar el ideario político del Presidente”. La versión íntegra del discurso apareció publicada en la página 5 del periódico El Nacional, el 14 de septiembre de 1969.

En aquel discurso habló fundamentalmente de los temas ligados al modelo de desarrollo del país, pero fue mucho más allá. Destaca en primera instancia su alto contenido adulatorio. Pasa del elogio a la franca zalamería al expresarse del presidente Díaz Ordaz y de su Informe. Lo califica como un “armonioso conjunto de tesis que interpretan por sí solas los actos del poder público”. Dijo además que el Informe: “establece una relación consecuente entre los principios, la realidad y los actos de gobierno, […] lejos del lugar común [y] de la retórica fácil”. Mas aún, señaló que el Informe “sobrecoge por su franqueza y gravedad”, y confiesa estar “hondamente conmovido” por el “valor moral y la lucidez histórica del presidente Díaz Ordaz [al expresar su confianza] en la limpieza de ánimo y en la pasión de justicia de los jóvenes mexicanos”.

Para el político de 36 años el PRI era el partido “cuyos principios y programas de acción están ordenados […] según el pensamiento que hoy confirma, esclarece y afianza con actos el más distinguido de sus miembros: Gustavo Díaz Ordaz”.

El “rumbo señalado al país” por Díaz Ordaz –escribió– es “el mejor respaldo y la argumentación más concluyente que nuestro partido avanza por el camino correcto”. Celebró también la capacidad de Díaz Ordaz para “razonar frente al pueblo, exponer problemas, plantear dudas y deducir certidumbres”. Y citó, haciendo suyo, un fragmento sumamente paradójico del discurso presidencial: “nuestro partido –dijo Diaz Ordaz citado por Muñoz Ledo– no ha tendido ni tenderá jamás emboscadas políticas a los hombres de convicción ni a los sectores más avanzados de nuestro país”.

También hizo eco de la forma belicosa y despectiva con la que se solía fustigar a los críticos del régimen en aquellos años. Condena su “indolencia mental” y los acusa de confundir “la ideología con esquemas políticos o culturales que son y fueron de otro contexto”. Para Muñoz Ledo, los opositores son predicadores “de un voluntarismo aventurero” que impulsan al país con “entusiasmos intermitentes y euforias momentáneas”.

En el párrafo más directamente ligado al tema del movimiento estudiantil y sus efectos, Muñoz Ledo elogiaba el hecho de que los sucesos del 68 no modificaron “en lo más mínimo” la estructura de poder y el sistema vigente hasta ese momento.

“En todo mundo existe la convicción de que los últimos movimientos de rebeldía y de protesta han dejado como secuela inmediata el aumento de poder de los enemigos del cambio social. Con la más estricta objetividad podemos afirmar que los conflictos sociales que tuvieron lugar en la ciudad de México, y que tan severamente inquietaron a la opinión pública, no dejaron como saldo el más mínimo incremento del poder o de influencia en favor de quienes se oponen a la transformación social y a la autonomía del país”.

“La prueba suprema de los partidos políticos reside en la congruencia ideológica [y] en la obra realizada”, concluyó.

En un diálogo memorable de Enrique IV de William Shakespeare, Sir John Falstaff le dice a su amigo, el joven príncipe: “Daría cualquier cosa por saber dónde venden a buen precio buenas reputaciones, necesitamos una cada uno”.

 

1960

Con el título México 50 años de Revolución, entre 1960 y 1962 el Fondo de Cultura Económica –dirigido por Arnaldo Orfila Reynal– publicó en cuatro volúmenes una revisión exhaustiva de la realidad nacional al cumplirse cinco décadas de la Revolución Mexicana, para lo cual convocó a una nómina impresionante de expertos profesionistas e intelectuales. Los emergentes provenían del medio siglo mexicano y los más veteranos se formaron en la tercera década del siglo XX. La economía, la vida social, la política y la cultura eran los ejes temáticos de estos volúmenes.

De los setenta colaboradores de esta obra monumental, el último en morir fue Porfirio Muñoz Ledo. Con apenas 29 años de edad, y tras haber regresado de estudiar un posgrado en Francia, Muñoz Ledo tuvo su primer cargo público como subdirector de Enseñanza Superior en la SEP y fue a él, por lo tanto, a quien se le encargó el artículo dentro del Tomo IV de la obra (publicado en 1962) con un balance de la educación superior en México.

Un mínimo repaso por la nómina de autores da cuenta del alcance del proyecto. En los apartados económico y social Raúl Ortiz Mena escribió sobre “Moneda y crédito”; Hugo B. Margáin sobre “El sistema tributario”; Adolfo Orive sobre “Las obras de irrigación”, Carlos Prieto sobre “La industria siderúrgica”; Arturo González Cosío sobre “Las clases y estratos sociales”; María Elvira Bermúdez sobre “La familia”; y Andrés Caso sobre “Las comunicaciones”.

En el volumen de política Mario de la Cueva escribió sobre “La constitución política”, Raúl Carrancá sobre “La administración de la justicia”; Ignacio Burgoa “sobre el Federalismo”, Jorge Castañeda sobre “México y el Exterior”; Jesús Reyes Heroles sobre “La Iglesia y el Estado”; y Pablo González Casanova sobre “La opinión Pública”.

El volumen sobre cultura y educación lo abre Jaime Torres Bodet con un artículo sobre las “Perspectivas de la educación”, incluye un texto de Edmundo O ‘Gorman sobre “La historiografía”; de José Luis Martínez sobre “La literatura”; y de Emilio Uranga sobre “El pensamiento filosófico”-

“No siempre han marchado de acuerdo la Universidad y el gobierno –escribió el joven Muñoz Ledo y sus palabras adquieren hoy una actualidad perturbadora– lo que se explica porque aquella, si bien contemporánea, no fue producto de la Revolución, sino que nació al calor del antiguo régimen”.

Hace un breve recuento de las aportaciones de Antonio Caso y José Vasconcelos al proyecto de la Universidad Nacional y se detiene en la conquista de su autonomía en 1929, tras la cual, afirma: “La Universidad es una Institución del Estado, libre en su régimen interior, pero bajo la vigilancia de la opinión pública y del gobierno”.

“La autonomía no ayudó a ajustar a ajustar la Universidad a la evolución del país, sin incurrir en demagogia y preservando la independencia académica. Los vicios políticos del gobierno de la época fueron capitalizados por la derecha, en tanto las izquierdas se tornaban intransigentes. Y cuando Vicente Lombardo Toledano, en 1933, propuso el materialismo histórico como doctrina oficial de la Universidad, la lucha se desató destruyendo el status universitario”.

La Educación Superior en México a la mitad del siglo XX era un universo en expansión cuyos alcances eran del todo insospechados.  En el artículo se menciona que la gran mayoría de sus casi 100 mil alumnos se concentraban en las universidades públicas, y solo el 10 por ciento (poco más de 9 mil alumnos) en las privadas.  De los 100 mil alumnos universitarios, 67 mil se concentraban en la UNAM y en la Ciudad de México, y el otro 23 por ciento en universidades de apenas cuatro entidades federativas.

Muñoz Ledo presenta varios cuadros estadísticos donde se refleja el esfuerzo del Estado mexicano para financiar la educación superior fuera de la ciudad de México: de 3 millones de pesos en 1952 a 44 millones en 1961. Así como los esfuerzos por ampliar la educación politécnica que pasó de 3 mil alumnos del IPN en 1942, a casi 10 mil en 1961.

Vaticina entonces un fenómeno que alcanzaría su momento más drástico en la década de los setentas y ochentas: “La UNAM trabaja al límite de su capacidad numérica y un aumento de alumnos provocará, sin duda, un descenso de sus niveles académicos. El IPN, en cambio, se encuentra preparado para jugar un papel más importante que el hasta ahora jugado; es en dirección a él a donde debe extenderse la enseñanza superior”.

“La rápida revisión del panorama de la educación superior nos lleva a proponer su planeación a escala nacional, con base en la Ley de Educación Superior hace mucho prevista pero aún no elaborada”.

Pasarían otros 18 años para que en 1978 se aprobara la Ley para la Coordinación de la Educación Superior, dotada apenas de 20 artículos muy generales, y sería hasta 2020 cuando finalmente se aprobó la Ley General de Educación Superior que Porfirio Muñoz Ledo propuso sesenta años antes.

 

Colofón

En julio de 1996 le propuse a la revista Viceversa que dirigía Fernando Fernández entrevistar a Muñoz Ledo no para hablar de política sino para conversar sobre su formación intelectual, su relación con la cultura y con los intelectuales. Eran los últimos días de su cargo como presidente del PRD y estaba por entregarle la estafeta del partido a Andrés Manuel López Obrador.

En algún momento de aquella conversación me dijo: “reconozco que tengo una deformación: mi interés por la política deriva del estudio de la historia. Mi madre era profesora de historia, y eso me marcó. Siempre he dicho a quienes afirman que he luchado por el poder, que mi lucha ha sido por estar en la historia. Hay gente que tuvo poder y no está en la historia, y quienes aparecen en la historia sin haber tenido poder”. Muñoz Ledo, el Baldanders, tuvo y no tuvo poder, participó en páginas luminosas de nuestra historia contemporánea, pero también habitó en las zonas más oscuras de ese pasado.

 

Edgardo Bermejo Mora (Ciudad de México (1967) es escritor, diplomático, historiador y periodista. Obtuvo el Premio Nacional de Novela Política, de la UdeG por su novela  Marcos Fashion, o de cómo sobrevivir al derrumbe de las ideologías sin perder el estilo (Océano, 1996). Textos suyos forman parte, entre otras, de las antologías Dispersión multitudinaria (Joaquín Mortiz, Ciudad de México, 1997), y Líneas aéreas (Lengua de Trapo, Madrid, 1999). Dirigió el suplemento Lectura (1997-98),del periódico El Nacional, y ha colaborado como articulista en diversos diarios, suplementos culturales y revistas literarias. Fue corresponsal de la agencia Notimex para el Sudeste  Asiático con sede en Singapur. Fue agregado cultural de las Embajadas de México en la República Popular China y en Dinamarca. Ha sido director general de asuntos internacionales del CONACULTA y director de Artes del British Council en México. Su Twitter es: @edgardobermejo

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Posted: July 11, 2023 at 2:36 pm

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