Querido huésped Creación y adicción
Fabrizio Mejía Madrid, Eduardo Halfon, Lina Meruane, Rodrigo Hasbún
Para este número de Literal dedicado a los vicios y adicciones, buscamos a varios escritores latinoamericanos con el propósito de conocer sus muy probables experiencias sobre el tema. La idea fue enfocar el asunto desde una perspectiva más bien heterodoxa, ahí donde una patología puede coincidir con el placer y tal vez —si no es que la experiencia se agotó en peleas pasadas— con la creación literaria.
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NO DIGAS “LA ÚLTIMA”
Fabrizio Mejía Madrid
Yo escribo para no ser un simple borracho. Si no produjera eso que la gente cree que es único y notable —novelas— no tendría su permiso para excederme. A los escritores se nos permite hacer cosas que serían reprobables en los lectores o los médicos. Durante generaciones los escritores han ganado su derecho legítimo a las intoxicaciones. Si no fuera por Burroughs o Dylan Thomas… El permiso social existe, pero tiene que refl ejarse en las páginas de lo que escribes. Sé por experiencia que los escritores son bebedores en todo el mundo pero tengo la sospecha de que, cuando se ponen frente a la computadora o el cuaderno de notas hacen lo que yo: beben agua. Nunca he podido escribir con algo más que agua. El café me pone nervioso. El alcohol decide por mí irse a la cama sin terminar de escribir.
Esa contradicción entre el escritor bebedor y el que escribe —tan propia de Fitzgerald pero tan ajena a Lowry— se debe, supongo, a que el trabajo de un escritor es el más solitario de todos: solo creas personajes, historias, nombres. Todos los demás trabajos artísticos tienen equipos detrás. Los cineastas tienen al camarógrafo y al editor, los músicos al arreglador y al productor. Los músicos tienen asistentes. Nosotros no. Vamos solos y, si estás demasiado tiempo así, cuando te reúnes con otros escritores, necesitas beber alcohol para re-acostumbrarte a hablar con otros. Aunque también está el estereotipo: si un escritor, además de productivo, bebe como cosaco, es más interesante como personaje. Y es que ése es uno de los peligros de construirte como personaje público a partir de mostrar al mundo una adicción: puedes dejar de ser el autor para convertirte en un personaje, creado, ahora, por los medios.
Y todo lo anterior lo he escrito viendo la televisión.
– Fabrizio Mejía Madrid (México, 1968). Es autor de El rencor, Planeta, 2006. En 2004 obtuvo el Premio de Narrativa Antonin Artaud en México, con su novela Hombre al agua.
ADICCIÓN
Eduardo Halfon
No sé escribir sin café. Ésa, supongo, es mi droga creativa. Pero no es tanto el café como bebida, que, como bien dijo Balzac, sólo hace que las personas aburridas sean más aburridas. Ni tampoco es el café como cafeína o el café como estimulante o inspirador. Sino el café como rutina. Va más o menos así. Me despierto y me pongo a leer. A veces leo mucho y a veces no tanto y sólo me quedo fantaseado con el libro sobre el regazo. Depende. Pero digamos que leo. Luego, casi siempre a las diez en punto de la mañana, mi proceso creativo empieza con moler unos granos de buen café de altura y sombra, si es posible, hervir el agua, echársela, darle sus cuatro minutos exactos de infusión, servirme una taza de café y, experimentando algo similar a la felicidad, llevármelo aromático y humoso al teclado. Me tomo ese café despacio y cada vez más tibio mientras trabajo. Y una o dos horas después, vuelvo a moler otro puñado de granos, a hervir el agua y echársela, a esperar esos cuatro minutos y a servirme mi segunda y última taza, con la cual regreso al teclado y trabajo una o dos horas más, hasta que se termina el café y por lo tanto se termina mi proceso creativo del día. Pero la verdad es que no sé si soy adicto al café, o a la escritura, o a la rutina, o a la rutina de tomar café mientras escribo. Pero por las tardes jamás escribo, y jamás tomo café.
– Eduardo Halfon (Guatemala, 1971). Es autor, entre otros, de El ángel literario, Anagrama, 2004 y Esto no es una pipa, Saturno (Alfaguara).
ESTRUJAR EL INSTANTE
Lina Meruane
No hay tiempo que perder. es necesario estrujar el instante. Si las últimas horas de la noche o las primeras de la madrugada son las únicas disponibles para escribir, si para aprovecharlas hay que ayudarse con otro café (y otro antiácido), con otro cigarrillo, otra línea o cualquier otro estimulante: adelante. sin embargo, sospecho que más que adicciones (o adicciones solapadas) estos quí- micos son simples suplementos para soportar el cansancio. No surten el efecto de antaño porque la adicción ya no es lo que fue: una fuga de la lógica racional, una salida felizmente inútil e indolente. toda inmersión en intensos estados de evasión, toda sustracción creativa resultan ahora un lujo imposible. ¿Cómo se las arreglaban los escritores de antes: vivían del aire, tenían fortuna propia? No conozco a ninguno con esa suerte: salvo por alguna beca ocasional todos estamos demasiado atareados cumpliendo y sobreviviendo como para poder entregarnos al éxtasis de la disolución. yo misma me encuentro en esa encrucijada, robándole minutos al descanso y a los deberes para entregárselos a la compulsión del más exigente deseo —el deseo de escritura siempre insatisfecho que me empuja cada noche a reincidir. Porque para escribir no se requiere un cuarto propio (se escribe en cafés, en el metro, en el parque si es necesario) sino de disponer de dólares suficientes para solventar la vida cotidiana y entregarse a lo otro. en ese proceso van quedando eliminadas todas las distracciones y todavía más las adicciones que contraríen el deseo de la letra, ese placer que por ser momentáneo y quedar siempre interrumpido se vuelve aún más intenso y adictivo. Y es, quizá, que sólo escribe el adicto a la escritura, el que ha renunciado, como todo verdadero enfermo, a todo lo demás.
– Lina Meruane (Chile, 1970). Es autora de Fruta podrida, FCE, 2007./p>
LOS CAFÉS
Rodrigo Hasbún
En mi ciudad y en cualquier ciudad, cuando voy de paso o cuando vuelvo de visita a los lugares en los que he vivido, donde más tiempo paso es en los cafés. Me siento refugiado ahí, a salvo de un mundo que no perdona, rodeado de gente a la que durante horas me dedico a mirar, a evaluar sus vidas a partir de unos pocos gestos, a inventarles historias y tomar notas en un cuaderno que siempre llevo conmigo.
Esté donde esté, la realidad se transforma apenas me siento y la mesera se acerca a anotar la orden. Cochabamba puede ser por unas horas Barcelona o Santiago o Buenos Aires o Berlín. El tiempo se suspende, las diferencias se atenúan, afuera deja de existir. Y en la mesa de al lado un grupo de adolescentes intenta consolar inútilmente a una que al parecer se ha embarazado. Y al fondo un muchacho escribe una carta que a juzgar por la manera en la que acerca el cigarrillo a la boca debe ser una carta de amor. Se irán y vendrán otros, mientras levanto la mano y pido un cortado más, mientras me pregunto qué defi ne a una adicción y si algo como esto clasifi ca (sí, sí clasifi ca, me confi eso adicto a los cafés y estoy seguro que sin ellos, para bien o para mal, mi literatura sería completamente distinta), mientras escribo a la rápida que contemplación y escritura son el mismo viaje y que este es el lugar ideal para que ambas coincidan.
Hay intimidad en los cafés, gente dándose un respiro antes de volver a la vida. Hay la cercanía precisa y la distancia precisa. Una confl uencia casual y exacta de universos que en la calle no se tocan más.
– Rodrigo Hasbún (Bolivia, 1981). Es autor de Cinco, Gente Común, 2006. En 2007 ganó el Premio Nacional de Literatura Santa Cruz de la Sierra, por su novela El lugar del cuerpo y el Premio Unión Latina a la Novísima Narrativa Breve Hispanoamericana 2008 por su relato Familia.
Posted: April 14, 2012 at 10:29 pm