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Raquel Abend van Dalen: la persistencia de la literatura
COLUMN/COLUMNA

Raquel Abend van Dalen: la persistencia de la literatura

Gisela Kozak

Mi primer contacto con la obra de la poeta, narradora y periodista venezolana Raquel Abend van Dalen (1989) fue la lectura de su novela Cuarto azul (Madrid: Kalathos, 2017). No se trataba de su primer relato extenso pues ya había incursionado en el género con Andor (Miami: Suburbano Ediciones LLC, 2017) publicada originalmente en 2013; además tenía en su haber los poemarios Lengua Mundana (2012) y Sobre las fábricas (New York: Sudaquia, 2014). Posteriormente ha publicado los poemarios Una trinitaria encendida (New York: Sudaquia, 2018) y La beata de las locas (Madrid: Entropía Ediciones, 2019). No cabe duda que se trata de una escritora de oficio, con varios libros publicados y una decidida vocación por la literatura, palpable incluso en la decisión de cursar una maestría en escritura creativa en Houston, ciudad en la que reside. En estas líneas abordaré sucintamente sus dos novelas y dos de sus poemarios, los ya mencionados Sobre las fábricas y Una trinitaria encendida. Tocaré cuatro hilos conductores: el sentimiento del despojo, el suicidio, la presencia de la visión psicoanalítica y el cosmopolitismo en tensión con el tema nacional.

El sentimiento del despojo

Cuarto azul sorprende por su prosa sobria, capaz de definir con pocos trazos la singularidad de cada personaje y crear atmósferas enrarecidas con chispazos de plenitud en medio del dolor. Zofianka Kiéslowski es una mujer que cambió radicalmente de piel pues se trata de una monja católica residente en Estados Unidos que olvidó su lengua polaca natal y su religión judía. La historia se concibe como una recapitulación del pasado desde el presente, con todas sus lagunas, reinterpretaciones y desmemorias. Al igual que la familia paterna de Abend van Dalen, inspiradora de la historia, Zofianka vive su infancia y juventud sometida a los rigores de la guerra y la posguerra, nada menos que en Siberia (Rusia) y Alemania.

Se enamora de Henri Wozniak, un hombre casado con el que descubre los placeres y rigores del erotismo. Tal experiencia pasional es un parteaguas vital pero ella decide emigrar a Nueva York con el fin de encontrar a su hermano para toparse con que había muerto. Décadas después Henri la invita a un reencuentro en una irreconocible Polonia y ella acude con setenta y un años y los recuerdos vivos a cuestas para darse cuenta de que la memoria es la sangre de la psique humana, pero nunca ha de confiarse plenamente en ella. El final de Cuarto azul es de una ironía implacable: lo poco en común entre dos amantes de hace medio siglo es una ficción, apenas un escape de la memoria, un subterfugio para sus lagunas y ocultamientos.

Esta falta de asidero en la nación, la religión, los afectos y la tradición es compensada por la conciencia plena del desarraigo como condición de vida, no como simple condena por las vueltas brutales de la historia. La autora describe el sentimiento del despojo, de la vida cercenada por fuerzas a veces incomprensibles que se materializan en la propia psique. No en balde, cuando escribimos nos alimentamos de las incontables páginas amargas de nuestros antecesores, de aquellos que absorbieron y expresaron el mundo y la vida en la plenitud de su mortal belleza. El sentimiento del despojo en Cuarto azul y en los demás libros de la autora muestra sus raíces: la familia, la historia, el desamor, la certeza de la muerte, la migración propia y la de los ancestros, el don de observación traducido en insoportable lucidez. Esta lucidez se traduce en imágenes potentes pues al leer los poemas de Sobre las fábricas se pueden oler tanto los piojos de un vagón rumbo a un campo de concentración nazi como las calles sucias de ciudades inmisericordes, del mismo modo que oímos el murmullo de las compañeritas de colegio que miran de reojo a una niña rara y también el sonido de los correazos maternos.

Del suicidio como una de las bellas artes

La otra novela de Abend van Dalen, Andor, posee, al igual que Cuarto azul, un final abrupto, el cual propicia una comprensión de lo narrado radicalmente diferente. Edgar Enrique Crime intenta suicidarse y cuando despierta su suerte lo lleva a Andor, un lugar lo más cercano posible a un limbo del siglo XXI, en el que estar vivo o muerto es un tema básicamente secundario y hay disponibilidad de sexo, drogas, comida, alcohol e incluso buena compañía. De nuevo, como en Cuarto azul, el amor es un salvavidas pasajero encarnado en el personaje de Donatella, huidiza y neurótica, tan capaz para la pasión como para el abandono, pero el itinerario personal de Edgar no es cambiado por su presencia.

En Andor el tema de la transformación del protagonista, acompañado por un consejero, se trata de una parodia -bastante cruel si se quiere- de la novela de formación, pues tal guía no es lo que parece ni el protagonista descubre el sentido de su propia existencia. No hay cura para Edgar, tampoco salida; Andor es la alucinación de un hombre desahuciado, que descubre la clave de su destino en su doble, llamado también Edgar, una figura gris y vencida. La ambigüedad de la historia le da un toque de terror refinado propio del lenguaje de series al estilo de Black Mirror, por ejemplo. En el caso de Edgar Enrique Crime puede decirse “mi autodestrucción es un rito generoso”, como reza el único verso del poema XXXI de Sobre las fábricas. También en este poemario la muerte y el suicidio vienen a nuestro encuentro como un paradójico homenaje al valor de existir. Apreciar la vida implica la aguda observación de lo que escapa al ojo acostumbrado a una percepción más amable del mundo. Por eso:

Hay que darle

demasiada importancia a la vida

para ser

bocado

de suicidio. (XLI, Sobre las fábricas)

El relato psicoanalítico: aceptación y liberación

El padre y la madre, tan necesarios, tan rechazados (mientras más rechazados más necesarios), son imágenes que trascienden lo biográfico. Tópico milenario de la literatura, la familia (lo que nuestra memoria hace de ella, en realidad) devino con el psicoanálisis freudiano en límite preciso de nuestra capacidad para moldear libremente la existencia. Sobre las fábricas, Andor y Cuarto azul no escapan de esta herencia del siglo XX. Tampoco escapa de esta mirada freudiana el poemario Una trinitaria encendida (2018), que recoge los volúmenes Lengua mundana (2012), Hotel de santos (2015) y Sardinas eléctricas (2017). 

El poema “Condena” (Lengua mundana) es una confesión brutal de los sentimientos de furia, celos y envidia que una niña-mujer siente ante el padre, la madre y las mujeres “normales”. Esta batalla perdida frente al relato entre enigmático y causal de la psique propio del psicoanálisis es acompañado de la exploración de la identidad femenina vista desde el cuerpo, pero también desde la pregunta sobre el género como conjuntos de rasgos identificables que obligan a la mujer a doblegarse ante la imposibilidad de sus propios deseos. En “Me basta” (Lengua mundana) se resume la sed de aventuras, perversidades y deseos de fama y fortuna vedados a la mujer por el solo hecho de serlo. El enamoramiento masculino es abordado de modo implacable, como la posesión del cuerpo femenino en términos de efluvio e impureza (“Acto I” y “Acto II”, Lengua mundana).

Pero esta rebeldía última de la criatura vencida es progresivamente dejada atrás en los otros poemarios compilados en Una trinitaria encendida. En Sardinas eléctricas la mujer plena asume el nacimiento, la cúspide y la muerte del amor, personificado en la figura del poeta traductor con un toque femenino entre genial e inquietante. Respecto al fin de esta relación tenemos una escena en Washington Square, Nueva York, en la cual el poeta y la poeta se despiden:

a mí solo se me ocurre reírme y preguntarle

si seremos como Bishop y Lowell

y a él solo se le ocurre reírse y decirme que sí.

Del amor por este hombre se pasa al amor lésbico. En un poema sin nombre de Sardinas eléctricas leemos:

III

Escribo el poema frente a ti

en un restaurante ruso de Astoria

poeting,

esperamos que nos traigan la comida

llueve, el cielo está gris londinense oscuro

habíamos salido de ver Blue de Kieslowski

al ver las calles de París recordé cuando te pedí que

fueras mi novia

te muestro el poema

en la pantalla de mi celular

me dices:

no te asustes, quiero vivir contigo

llega una bandeja con carne de corazón, hígado y

riñón

pagas la factura y dejamos la cena intacta.

La nación desde el cosmopolitismo

El cosmopolitismo radical de Abend van Dalen que nos pasea por la literatura, el arte, las calles y el cine de diversos países es el elemento que cohesiona toda su obra y le da su mirada singular dentro de sus contemporáneos y dentro de la literatura venezolana actual. Está presente en sus novelas y en sus poemarios como un modo de vida ineludible, una aventura para la que la autora estaba preparada al nacer en una Venezuela que cambió para siempre y que estuvo poblada por millones de extranjeros cuyos descendientes hemos tenido que emigrar. En el poema XLVI de Sobre las fábricas se lee:

Nací siempre extranjera y he vivido

siempre con mis raíces absorbiendo el

agua amarga del trópico.

Pero ese cosmopolitismo convive con el tema de la nación, presente siempre en Abend van Dalen, desde esa mirada dislocada y dislocante que significa barajar las identidades como apuesta ante el destino cuando toda certeza está perdida. Se agradece entonces haber vivido en situación de relativa extranjería en el propio país, se agradece gustar de la diversidad, de las lenguas extrañas y de los sabores sin tradición familiar. Se prefiere existir así, tejiendo raíces desde lo que se ha vivido, antes de terminar como la mujer del poema IX del mismo libro:

IX

Me enfrento a mi ciudad

con la esperanza de un perro contagiado de moral

(y luces)

todo acercamiento hacia ella es un juicio tribal

un funeral sin énfasis

una descomposición sin los índices abiertos de la memoria.

Mi relación con sus calles

es accidental

está privada de un remedio materno

sólo encuentro

testigos de la insolencia que retumba en los cementerios

del fervor atávico que sólo se halla

con la presencia de un arma

de la mecánica heredada por hijos de putas y soldados mudos

y más hijos de putas.

Qué esperanza la de esta mujer

alguien que le diga a qué oficina debe dirigirse

con quién puede hablar

denle un frasco de Patriotismo Nº4.

* * *

Raquel Abend van Dalen a los treinta años ha forjado un camino literario consistente, en el que se han ido depurando los regodeos en las emociones frente a situaciones límite para llegar a la limpidez y superior talento de la impecable prosa de Cuarto azul. Semejante madurez se refleja igualmente en unos cuantos de sus poemas tanto en Sobre las fábricas como en Una trinitaria encendida. Se trata de una obra en proceso y progreso que demuestra que eso que llamamos literatura, esas estupendas páginas amargas de la poesía y a narrativa de los últimos siglos, continúa en medio de las atractivas nuevas mitologías del siglo XXI, estilo Games of Thrones o Los juegos del hambre.

 

Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Activista política y escritora. Algunos de sus libros son Latidos de Caracas (Novela. Caracas: Alfaguara, 2006); Venezuela, el país que siempre nace (Investigación. Caracas: Alfa, 2007); Todas las lunas (Novela. Sudaquia, New York, 2013); Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales (Investigación. Caracas: EBUC, 2012); Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (Ensayo. Caracas: Punto Cero, 2014). Es articulista de opinión del diario venezolano Tal Cual y de la revista digital ProDaVinci. Twitter: @giselakozak

 

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Posted: December 9, 2019 at 11:21 pm

There are 2 comments for this article
  1. Melo Pego at 9:44 pm

    Creo q el mejor poema de esta “escritora” es el de que Caracas es una ciudad hermosa, pero sin gente. La sifri nazi redimida en poeta por Sus amiguitos arios de los medios de comunicación.

  2. Pingback: «La fuga de escritores venezolanos cambia cómo escribimos y somos leídos» – Raquel Abend van Dalen

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