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Recuerda por qué emigraste
COLUMN/COLUMNA

Recuerda por qué emigraste

Gisela Kozak

Tengo más de dos años en México, periodo corto pero intenso en cuanto a adaptarse a mi país de acogida, mantener la ayuda para la familia en Venezuela y poner en orden la propia vida y trayectoria para continuar en plena mediana edad en otras tierras. Mi pareja tenía perspectivas laborales en México, no yo, y aunque es un país que siempre me ha fascinado, nunca lo contemplé como destino más allá de estadías temporales. Había que salir de Venezuela dada la situación del país y se presentó la oportunidad de venirse antes de que yo terminara mis obligaciones con la Universidad Central de Venezuela (UCV), en la que fui profesora por 25 años.

Acordamos que Lynette viajara primero mientras cerraba mi ciclo académico con la UCV; una vez terminado este vería sobre el propio terreno las posibilidades laborales, pues desde Venezuela no pintaban nada claras. México exige cédula profesional para ejercer, un trámite bastante engorroso, pero seguimos adelante con el plan por una razón: Venezuela se caía a pedazos. Habíamos desechado la idea inicial de irnos después de jubilarme (a la venezolana con apenas 25 años de servicio); la decisión definitiva la tomamos una tarde del año 2016 en que estuvimos horas y horas buscando comprar un pollo. Emigrar es una apuesta, así que hay que prepararse para los escenarios; la apuesta incluye que solo consiga trabajo uno de los miembros de la pareja. En fin, contemplamos todos los escenarios posibles, menos uno, como fue el que el cambio de gobierno en 2018 produjo retrasos en los procesos administrativos. Las hienas (no son otra cosa) que se burlan de sus connacionales venezolanos que han emigrado a países donde ganan las elecciones la izquierda, pueden relamerse. Efectivamente, un cambio de gobierno en México produjo consecuencias directas en mi vida, las cuales paso a contar.

Las molestias de los trámites migratorios han sido protagonistas de estos años, a pesar de que se cuidaron todos los detalles para residir legalmente. Como tantos emigrantes saben, tales trámites constituyen un impedimento nada fácil de sortear, como me consta al tener que declinar ofertas laborales en prestigiosas universidades porque no salió a tiempo “el cartoncito” (Forma Migratoria). Lo más difícil, conseguir empleo en lo que se sabe hacer bien, había sido sorteado, pero no la pereza estatal. Por fortuna he podido dar clases en posgrados extranjeros de modo virtual y, además, escribir. En México esta actividad para diarios y revistas paga bien en comparación con Venezuela. He sido invitada también a foros y conferencias en varias universidades y a ferias del libro.

Fue un golpe duro conseguir trabajo en mi área y no empezar por una tardanza burocrática. Fue duro no poder aceptar dos invitaciones pagadas a Colombia y Brasil por cuenta del “cartoncito”. Enfrentar a otro Estado que impide cosas, trajo el sabor amargo de esa máquina de aplastar llamada madurismo.

Por fortuna, somos dos en esta empresa migratoria, y no estamos en las dificultades de tanto paisano regado por Sudamérica. Desde luego, la cotidianidad es mucho más fácil que en Venezuela porque funcionan la economía de mercado, los servicios públicos y la amplísima institucionalidad educativa y cultural mexicana. Es una ciudad cosmopolita y fascinante frente a la cual Caracas parece pequeña y provinciana, pero tales comparaciones por más racionales que sean son insuficientes a la hora de ponderar el significado de una ciudad para quien emigra. Las urbes no son nada más un conjunto de ventajas y desventajas, son también afectos y pertenencia. No tengo problemas con la extranjería, en mí es una condición de temperamento, pero sí con lo que significa desde el punto de vista práctico, dado que ese invento llamado “Estados nacionales” (que estoy segura algún día causará cierta extrañeza, como la que nos causa en el presente la monarquía por derecho divino) puede perfectamente ejercer la violencia administrativa migratoria.

Ha sido una lección de primer orden constatar tanto los logros de la Venezuela de otro tiempo como sus metas jamás logradas. Nunca hemos tenido una universidad como la UNAM ni una movida cultural como la mexicana, pero si tuvimos altas cotas de modernidad tecnológica y movilidad social. México no es particularmente xenofóbico, porque está acostumbrado al turismo extranjero, y los venezolanos no recibimos los desplantes de mis desafortunados paisanos en la pobreza en Perú o Ecuador. No obstante, las políticas respecto a los migrantes centroamericanos en tránsito a Estados Unidos, las cada vez más frecuentes noticias de maltrato a venezolanos en los aeropuertos internacionales (especialmente en Cancún) y los retrasos administrativos, dan para pensar respecto a la política migratoria.

Lejos de mí una moda que ha prendido entre los venezolanos, cual es exaltar nuestro espíritu abierto a los extranjeros. Soy hija de uno y fui testigo de la xenofobia contra nuestros vecinos sudamericanos y las dificultades de los colombianos para ingresar legalmente al país. Cuando empecé a estudiar en la universidad y subí la rampa de mi querida Escuela de Letras por los años ochenta, me encontré con unos cuantos carteles que rezaban “fuera los sureños”, aludiendo a profesores del cono sur de nuestro continente. La xenofobia es la certeza de los estúpidos y los estúpidos pueden ser perfectamente mayoría. Ha sido otra lección tremenda constatar el grado de maltrato que es capaz de ejercer el Estado venezolano contra mis connacionales. Ni siquiera el retraso de los trámites migratorios en México se compara con la brutalidad ejercida por la tiranía madurista sobre la población.

En México todavía hay vida personal y se puede ejercer control sobre ella en cuanto a alimentación, techo y servicios; se trata de asuntos predecibles que transcurren por sus propios canales. Vivo mejor en México que en Venezuela porque el peso es una moneda que vale, no como el bolívar. Si en lugar de ser profesora universitaria a dedicación exclusiva –con doctorado, publicaciones y prestigio en Venezuela–, lo hubiese sido en México, no habría perdido 25 años de mi existencia, como de hecho los perdí en la Universidad Central de Venezuela de cara al futuro. Fue una época vibrante pero –con excepción de una vivienda– me dejó en plena madurez sin respaldo, cual dama aristocrática dedicada a la enseñanza y la escritura por puro placer del intelecto. La revolución bolivariana nos igualó en la pobreza.

No me arrepiento de haberme quedado en la UCV; estoy convencida de que solamente unos pocos elegidos y elegidas tienen vidas fáciles y suertudas. La mayoría cargamos cruces –muy ligeras, muy pesadas– y elegir la vida de escritora y docente en Venezuela fue una bella cruz de iglesia barroca, pero cruz al fin y al cabo. Mi padre no dejó ni un papel como prueba de su condición de natural de República checa y no cuento con un flamante pasaporte europeo al que tendría derecho. Tampoco tomé la inteligente decisión de irme de Venezuela más joven, como sí lo hicieron algunos colegas chavistas que defendieron la revolución desde Estados Unidos. Nada que hacer ni lamentar respecto a esta decisión libremente tomada, solo toca preservar la lucidez. Por fortuna, el amor es mi Cireneo constante; también la amistad, la literatura, la belleza, el arrebato de esta Ciudad de México infinita, todo lo hermoso que viví en Venezuela a pesar de lo amargo de estos años revolucionarios. A diferencia de tantos paisanos dedicados a idealizar Venezuela y verle defectos a su país de acogida, yo sí recuerdo por qué me fui y estoy satisfecha de haberlo hecho. Me fui porque no puedo soportar la vida en Venezuela y soy una mujer madura que tiene que velar por su futuro y el de su gente; me fui porque no tengo las cualidades y la resistencia que se necesita para vivir en una mezcla de Cuba con Corea del Norte; me fui porque mi pareja y yo no podíamos casarnos; me fui porque sentí miedo de que los míos pasasen hambre.

En estos días en que la xenofobia humilla a tanta gente venezolana, menos afortunada que yo, recuerdo por qué soy parte de los más de cuatro millones que estamos regados por el mundo. Cuando me dan ganas de echar pestes a los Estados o a la xenofobia, entonces hago conciencia: la culpa es de la revolución bolivariana, de más nadie. No habría un joven pisoteado por vender caramelos en Lima ni una profesora, titular de la universidad más importante de su país “sin cartoncito”, si no fuera por la tiranía atroz que somete a Venezuela.

Quien emigra de un país bajo un gobierno que ejerce la “necropolítica” o se manifiesta en términos totalitarios, decidió librarse del poder del Estado sobre su propio cuerpo y asumió que el futuro no depende exclusivamente de quien esté de presidente. A mis hoy 55 años el solo hecho de respirar un aire distinto es un acto de resistencia a la atmósfera podrida del gobierno madurista. No deja de ser una ironía que se viva mejor en un país extranjero que en el propio cuando yo alguna vez conté en Venezuela con las seguridades que construí durante décadas. Me han preguntado si me gustaría volver a Caracas; contesto siempre que preferiría hacerlo sin Nicolás Maduro en el poder y luego de haber morado una buena temporada en el exterior, pero he aprendido que planear cuando se es venezolana es más bien temerario. A los 55 años pueden quedar más de 30 años de vida pero la calidad de esos años depende de las decisiones de hoy (y de ayer). Escribo muchísimo, leo, pienso, he reconstruido paso a paso mi curriculum, practico idiomas, hago amigos. Hasta me gusta la idea de vivir en otros países, libre de cualquier arraigo que no sea vivir como quiero vivir y con quien quiero hacerlo.

México es un país al que amo pero no es un destino, como sí lo fue Venezuela. Mi patria es mi familia, la mujer con la que me casé en este país que permite el matrimonio igualitario. Estaré donde ella esté bien, donde yo esté bien, donde ambas estemos bien. Es una afirmación de la libertad, expresada en una forma de existencia que no depende de un paisaje, una comida o los afectos de siempre; tampoco de un trabajo estable, seguridad social, ahorros y una vivienda propia, todo eso que me quitó la espantosa revolución. Es la libertad de seguir adelante a todo evento, la belleza de vencer a la muerte al enviar los medicamentos necesarios para un familiar, la satisfacción de saber que se reconoce nuestro trabajo más allá de las fronteras de Venezuela. Como dice Víctor Frankl en El hombre en busca de sentido, ante los horrores del presente solo queda dotar de sentido a la existencia por medio de un propósito; el de todo migrante es demostrar que se es gente más allá de la nación. Pero además tengo los míos personales: escribir sobre la tragedia venezolana.

Ahora que nos hemos convertido en unos apestados todo se nos hará mucho más difícil, por lo cual los trabajos y oportunidades serán más escasos. Por lo menos la gente como yo cuenta con un apartamento en Caracas donde esperar la muerte por hambre, aburrimiento o desesperación si no cae el gobierno de Maduro y otros países deciden hacernos la vida imposible a los migrantes venezolanos, pero muchos compatriotas no cuentan sino con sus ganas de seguir. Pase lo que pase, lo malo siempre será culpa de la revolución bolivariana, no de los países de acogida, así su xenofobia sea cuestionable o no nos gusten determinados rasgos culturales, sociales o políticos. Recuerden por qué emigramos, le digo siempre a quienes ahora confunden su congoja por su situación de extranjería con supuestas o reales fallas del país donde fueron a parar. Recuerden que la culpa es de la revolución bolivariana.

 

Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Activista política y escritora. Algunos de sus libros son Latidos de Caracas (Novela. Caracas: Alfaguara, 2006); Venezuela, el país que siempre nace (Investigación. Caracas: Alfa, 2007); Todas las lunas (Novela. Sudaquia, New York, 2013); Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales (Investigación. Caracas: EBUC, 2012); Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (Ensayo. Caracas: Punto Cero, 2014). Es articulista de opinión del diario venezolano Tal Cual y de la revista digital ProDaVinci. Twitter: @giselakozak

 

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Posted: October 13, 2019 at 8:09 pm

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