Sátira del gozo
Luis Enrique Castro Vilches
Se puede pensar que el muchacho famélico que acaba de abandonar su asiento es un verdadero desgraciado. Si no se conoce la historia real tras su mirada perdida, las ojeras casi negras, su memoria destruida por recuerdos que no debió volver a buscar y su ánimo pisoteado, podría afirmarse que este muchacho es un pobre diablo con una cruel historia que contar. Pero la verdad tal vez dista de ser lo que aparenta; quizás él no juega un completo rol de víctima, ni es alguien de quien nos podamos compadecer del todo. Más de alguno, incluso, podría desear que esas imágenes que lo atormentan cobren vida en pesadillas eternas y que colmen su espíritu con asolaciones infernales: que la demencia no tenga piedad de este miserable que ahora llora por quien ha cobrado su venganza.
Su nombre probablemente no merece el honor de ser recordado, pero es él quien se ha encargado de sembrar en la red la leyenda de Gloria. Ella, sin duda, no puede permanecer en el anonimato. Quienes gustan de explorar el basto mundo de la pornografía en internet, la conocen muy bien: ya saben cómo dibujan sus curvas esas delgadas líneas sonrosadas; cómo ondean sus encantos al son de diferentes ritmos enmarcados por un sin número de atavíos; ya saben qué tanto dura su orgasmo, cómo gemirá al momento de ser poseída y, seguramente, habrán maquinado, en sus fantasías, mil y un maneras de tenerla en sus brazos.
En los sitios de descarga ilegal, allí donde los muchos usuarios de manos impetuosas y sexos impacientes hacen gala del contrabando de fotografías y videos para el deleite visual y corporal, allí se ha esparcido la venturosa colección: 24 secuencias de gloria audiovisual y 74 fragmentos de sensualidad estática. Ambos tipos de imagen, video y foto, carecen de filtro alguno que detenga su creciente propagación; millones de ojos se han posado sobre esta celebridad involuntaria. Se sabe que ésta solía ser la colección privada de un exnovio que estuvo allí, cámara en mano, capturando todos sus momentos íntimos con la doncella que consentía la inmortalización de sus encantos. Era su divertimento sexual favorito: grabar y volver a mirarse en la ejecución de sus placeres más ocultos.
La primera vez que accedió a ser grabada fue durante una videollamada. Ella es, sin duda alguna, una de las mejores bailarinas que podría conocerse. No tomó ninguna clase de danza, sus curvas se movían con la naturalidad de la serpiente encantada por el reggaeton, como si la música hubiera nacido de su vientre para instalarse en toda la gracia de su cuerpo. Parecía como si sus propias manos sujetándole el cabello y los dedos acariciando sus piernas desnudas e impecables, produjeran ritmos compuestos sólo para el deleite del novio, el imbécil que más odia hoy. Aquella vez no se quitó la ropa. Ni una sola prenda. Acaso dejó entrever un pedacito de abdomen, quizás el inicio de la curva de un seno. Pero nadie que mire siquiera veinte segundos de este vídeo puede negarse a saciar, a diestra y siniestra, las bajas pasiones carnales.
Después vinieron aventuras más atrevidas. Gloria comenzó a bailar con más extroversión. La profesionalidad innata de sus movimientos se tornaron insinuaciones absolutas. Sus exhibiciones adquirieron madurez insólita. Con el tiempo acompañó su rito excitante con el desprendimiento de faldas y blusas, mostrando ropas interiores que en cualquier otra serían comunes, pero que a ella le sientan como a una Venus de las pieles.
Pero tarde o temprano tenía que ocurrir: el nudismo en la webcam, por más piel, por más cercanía que muestre, es apenas como el flirteo para los amantes de la vida no virtual. Gloria se dejó grabar en vivo y directo; entonces vimos, sus testigos, las maravillas que puede hacer una cámara al seguir las sendas de una ninfa sin malicia aparente. Para ese entonces, la muchacha ya era una leyenda que muchos querrían desnudar.
Por fortuna para los cautivos de su encanto, eso ocurrió a partir de su segunda actuación en vivo. Las insinuaciones que tanta especulación causaron no habían mentido. Ella, su cuerpo terso de pezones rosados e impíos, su rasurado perfecto, todo su ser expuesto, sobrepasaba cualquier expectativa de los admiradores secretos. Y el novio se regodeaba de hacerla conducirse hacia los deseos que él jamás lograría saciar. Porque, a esas alturas, sería difícil decir si la mayor de las satisfacciones era la de tenerla allí, sola con él, sólo para él, o la de compartir su alegre trofeo con jaurías de lobos jadeantes que manifestaban, en comentarios lascivos, en los foros de YouPorn y Pornhub, las intenciones de poseerla, manosearla, retorcerla, chuparla, violarla.
Los vídeos parecían haber rebasado los límites de lo erótico. Pisaban ya los terrenos del porno amateur. Y el público, en los comentarios al pie de las fotos y los videos, vaticinaba si alguna vez se vería una penetración más osada. Por supuesto que sí, pensaba el novio, ya lo verán, y su siguiente grabación se convirtió en la más famosa de todas. Ella, contoneándose como siempre, pero completamente desnuda desde el comienzo. Sólo hacía falta ver una línea de su abdomen cubierto por un cinturón que lo cruzaba, de cadera a cadera, y acentuaba el pubis lampiño mientras las manos huesudas amasaban esos senos, no tan grandes, no tan pequeños, el tamaño justo, perfecto, al tiempo que sus ojos miraban hacia la lente de la cámara que, sólo por ser máquina, tuvo la suerte de no estallar por tanto ardor. Luego de un par de minutos de inenarrable voluptuosidad, la chica cogió un envase de aceite y lo esparció sobre su figura, ahora tan brillante que la grabación hizo bien en no perder ni el más ínfimo rastro de sus detalles. ¡Gloria, parecías una diosa, o algo mejor! Conforme descendían sus caricias sobre el trazo de su cuerpo, hasta casi, casi, casi introducir la longitud de sus dedos allí donde nada había profanado, se tendió en el suelo lenta y plácida, abrió las piernas y mostró la entrada desconocida al paraíso más ignoto y anhelado. Una vez en el suelo, así como estaba, fue poseída por el novio, quien dejó la cámara empotrada para grabar fijamente el momento más crucial.
Las siguientes emisiones de Las atrevidas aventuras de la tierna Gloria, mostraban al novio y a la chica retozar, a veces con faldas cortas y pantalones a la mitad de las piernas; a veces con pantimedias y disfraces de todo tipo; a veces al desnudo y en la cama, en sillones, en alfombras y un par de veces en la pulcritud de la bañera, llena, vacía, como fuera. Sus gritos eran a penas gemidos perceptibles que se desvanecían para aquellos que supieran apreciar la sutileza de su mirada amorosa. Se entregaba a un deseo genuino de placer, sí, pero de la jovialidad bondadosa de quien ama con ceguera y pasión. El novio, por supuesto, seguía alimentando los deseos y expectativas de sus seguidores. Y, cuando no tenía nada mejor que hacer, excavaba en sitios desconocidos para verificar qué tanto alcance habían conseguido él y su esclava sexual.
Ese hábito que lo convertía en voyeurista de sí mismo lo persiguió aun cuando Gloria decidió dejarlo. Fue por un pleito casual, de adolescentes que dejan de entenderse por las diferencias de la vida cotidiana, allí la sexualidad no siempre es lo que importa ante otros asuntos de mayor trivialidad.
Después de Gloria, otras chicas se dejaron seducir, pero ninguna consintió la grabación. Más de alguna descubrió el foquito rojo e intermitente de la cámara oculta. Más de alguna le dejó la marca de su mano en la mejilla y el orgullo destrozado. Había perdido a su única fuente de verdadero gozo. El poco sexo que consiguió le fue insípido y el abandono lo llevó al desasosiego. Sus noches se tornaron eternas búsquedas en Google, donde se hallaban los momentos que mayor júbilo le causaron. Su nueva afición era hallar en internet sitios nuevos en los que se replicaban las viejas aventuras de su tierna y perdida amada. De este modo dio con la obra maestra de su alumna, una estrella porno consagrada que había aprendido las artes amatorias de la web.
Esta nueva representación del amor y el odio fusionados tenía una clara dedicatoria. ¿Qué buscaba?: ¿placer?, ¿venganza?, ¿diversión? La película dura alrededor de veinte minutos. Comienza con el rostro de Gloria, quien acaba de encender la cámara para pronunciar sus palabras definitivas. «Enjoy», dicen sus labios mudos. A continuación, la muchacha de belleza pronunciada, más despampanante, más voluptuosa, se retira, ya desnuda, hacia una cama desconocida, lujosa; parece un hotel, piensa el novio. Se acomoda entre las sábanas para aguardar, no por mucho, al hombre de pectorales y abdomen bien definidos que llega, con la virilidad en la mano, para comenzar con caricias y desenfreno. La penetra. No lleva protección alguna y ella grita con el mayor placer que una simple actuación no podría lograr. El hombre entra y sale con vigor y el rostro de Gloria se desfigura en un combate entre el dolor y el regocijo. No deja de mirar hacia la cámara. El novio escucha palabras que ella no llega a pronunciar, «mírame, no te olvides de mí», y cambia de postura para ser tomada por delante y por detrás, arrodillada, de pie, boca arriba, sobre el colchón, en el suelo, cabalgando sobre su nuevo cómplice hasta terminar y terminar y terminar.
El exnovio sólo puede observar. No le queda más que seguir mirando. No lo puede soportar. Nada puede ser peor, piensa, sabiéndose al borde de la locura, cuando un segundo hombre aparece para acompañar a los dos cuerpos que se entregan, ya frenéticos, ya insaciables. Ella no deja de recibir el sexo del primero en su propio sexo mientras toma el del segundo y lo introduce en su boca. Parece llegar su garganta. Parece deleitarse con la degustación. Es una maestra del fellatio. Entrecierra los ojos para demostrar su dominio sobre los desconocidos que quieren imprimir fuerza a sus movimientos, pero ella consigue atenuar su brutalidad. Es ella quien más goza. Abre los ojos para mirar a la cámara; a su espectador. Cambia de postura. Por arriba y por abajo; por delante y por detrás…
El exnovio no deja de observar. En la pantalla: manos, pies, pechos, bocas, lenguas y pieles se enredan y trazan nudos erizados de placer. Ella no deja de mirarlo. Sus miradas se encuentran: el antiguo amante mira a Gloria. Gloria no lo puede ver cuando exhala otro orgasmo. ¿Cuántos van?
Fin del vídeo. El silencio de la pantalla negra palpita en la garganta del exnovio y no lo deja respirar. A penas cae en cuenta de lo que ha perdido. La había entrenado –o creyó haberla entrenado–, para ser su puta favorita y ya no queda ni un palmo del cuerpo que él había conocido; del que creyó ser dueño y eterno poseedor. Lo había superado como maestro –¿acaso le había ensañado algo en realidad?– y se había vengado de él –¿acaso era aquello una venganza en realidad?; ¿acaso las acciones de Gloria serían siempre para él?–. Sea como fuere, internet todo lo mira y todo lo deja ver; el antes y el después, hasta ahora, y tal vez para siempre. La semillas propagadas no se podrán detener y él lo sabe. Ahora, el espectador, el eterno persecutor de Gloria, no puede hacer sino rastrearla y entregarse a su deseo en secreto. Desde entonces, todas las noches busca sus memorias esparcidas; ya no le importa dónde. Sólo le interesa mirarla, desearla hasta la saciedad; anhelar aquellos días y materializar todo ese ardor blanco que escurre por su mano, que lo deja sin aliento, después de mirar cada viejo y nuevo video, para fingir que tales visiones llevan una especial dedicatoria a ese primer y último desamor que ya no volverá.
Luis Enrique Castro Vilches (León, Guanajuato, 1990), estudió el Máster en Creación Literaria de la Universitat Pompeu Fabra y egresó de la Universidad Iberoamericana León. Ha escrito para medios digitales, como las revistas Cultura Colectiva y ViceVersa Magazine y el suplemento cultural Tachas del diario en línea Es lo Cotidiano. Desde siempre lo han llamado Bixos y sus huellas digitales pueden rastrearse en http://nidodebixos.wordpress.com
Posted: January 22, 2017 at 9:31 pm