Sergio González Rodríguez. Un recuerdo personal
Israel Covarrubias
Conocí a Sergio González Rodríguez hacia mediados de 1999. Luis Astorga, investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, y quien en ese entonces era mi director de tesis de maestría en el Instituto de Investigaciones Dr. José Ma. Luis Mora, me sugirió buscarlo y platicar con él. Incluso Luis me proporcionó su correo electrónico. La razón era simple: cursaba el segundo semestre de la maestría en sociología política y tenía el interés de hacer mi tesis de posgrado a partir del fenómeno de violencia extrema a la mujer en Ciudad Juárez, Chihuahua. En aquel momento, como era evidente, fueron básicamente los medios de información quienes habían comenzado a señalar el problema, y Sergio precisamente acababa de publicar un largo reportaje en Letras Libres sobre el caso bajo el título de “Muertas sin fin”, ya que estaba trabajando con mucha intensidad en su investigación sobre lo que aún no se llamaban “feminicidos”, y que luego cobró forma en el detallado libro Huesos en el desierto. Le escribí y me respondió de inmediato, después nos vimos en varias ocasiones. Finalmente hice mi tesis, cite en varias ocasiones sus trabajos y conseguí el grado.
Tiempo después le escribí a Sergio para comentarle que ya había terminado la tesis, su reacción me sorprendió: mostró un enorme interés en mi trabajo, al grado de ir a buscar el ejemplar físico de la tesis a la biblioteca del Instituto Mora. ¡Vaya lección de interés por el trabajo de otros! Luego nos vimos en varias ocasiones para seguir platicando sobre los problemas sociales de nuestro país. A mediados del año 2001 gané una beca del gobierno italiano para irme a estudiar un doctorado en ciencia política a Florencia, Italia. Esto dio motivo para volver a vernos y seguir platicando, ahora sobre pensadores y literatura italiana. Recuerdo bien que le exprese mi preocupación por la insuficiencia de los fondos que tenía la beca italiana (eran, si mal no recuerdo, el equivalente a 600 euros, en una ciudad donde ¡terminé pagando 400 euros mensuales de renta!), y la necesidad de poder conseguir fondos complementarios, que llegarían tiempo después a través de una beca complemento que me otorgó la SEP en ese programa que, por inexplicables razones, el actual secretario de educación simplemente le dio la gana cancelar. En fin, en aquel momento, Sergio me sugirió que aprovechara mi estancia en Florencia para enviarles al suplemento “El Ángel” del Reforma, colaboraciones sobre las novedades editoriales de Italia (entrevistas, reseñas, traducciones, etc.). Una vez atrincherado plenamente en Florencia, hacia el otoño de 2001 me di a la tarea de comenzar a proponerle algunos materiales a “El Ángel”, siempre por intermediación de Sergio. Así fue que comencé a escribir y a publicar profesionalmente, volviéndome colaborador del diario donde él participaba y animaba como consejero cultural. No sé cuántas colaboraciones le envié, y no tengo gana de ir a mis archivos a contabilizarlas, pero lo que sí sé es que todas fueron publicadas (salvo una que comentaré más adelante). No recuerdo haber sido rechazado en ninguna de las propuestas que hice. Y recuerdo con total claridad la primera de estas colaboraciones: una brevísima nota sobre Baudolino, la novelas de Umberto Eco –reseñada por mí en un momento donde aún no aparecía su traducción al español– y que titule, simplemente, “La esfera y el diálogo”. Algo de lo que siempre tuvo Sergio: trabajar dando largos y exquisitos rodeos y regresar una y otra vez a los temas cruciales de nuestro tiempo mexicano, pero también más allá de él. Y dialogar, mucho y con intensidad. También recuerdo las que quizá sean mis dos últimas colaboraciones con “El Ángel”: una fue la entrevista que realicé al sociólogo inglés Colin Crouch sobre su célebre ensayo que luego haría escuela: Postdemocracia. Debo decir que fue precisamente Sergio quien me puso al tanto sobre la publicación de este libro por el editor italiano Laterza. Fui de inmediato por el libro y contacté a Crouch, en ese momento profesor del Instituto Universitario Europeo, en Fiesole, a las afueras de Florencia, para pedirle la entrevista. Crouch aceptó gustoso y la charla fue publicada con el título de “Vislumbra decadencia de las democracias”. La otra colaboración fue una traducción del texto que escribió a manera de homenaje Giovanni Sartori poco tiempo después de la muerte de Norberto Bobbio. (Qué irónico es el mundo: Sartori murió un día después que Sergio). Concluyó así mi ciclo de colaboraciones con Sergio y con “El Ángel”. Debo decir que publiqué varios artículos y reseñas sobre temas contemporáneos junto con diversas traducciones de autores como Alessandro Baricco, Roberto Calasso, Paolo Virno, Marco Revelli, Wolfgang Sofsky y Gianni Vattimo, entre otros.
Ahora que falleció, comencé a leer los obituarios y las reacciones de muchos de los amigos de Sergio y todos coincidían en su extrema generosidad intelectual y personal. Después de lo que he contado de mi paso por “El Ángel” no puedo más que estar totalmente de acuerdo. Sergio era de una generosidad inigualable, pero también de una profundidad intelectual muy alta. Por ejemplo, la primera vez que supe de la existencia de un autor como el filósofo italiano Mario Perniola, fue por una paráfrasis que Sergio hizo de él, en particular, del libro de Perniola, El sex appeal de lo inorgánico, en alguna de sus entregas para el periódico Reforma. Y este dato no es menor, ni mucho menos puramente anecdótico: fue uno de los pocos ensayistas y críticos de la cultura en nuestro país que no sucumbió a las limitantes de lo nacional y de la cultura propia; tenía un olfato intelectual para leer y “traducir” a nuestro contexto cultural a muchos de los autores centrales del pensamiento crítico del último cuarto del siglo XX, y de aquellos otros que escalaron a estos primeros lustros del siglo XXI. La casualidad hizo que muchos años después yo tuviera la oportunidad de conocer a Perniola en México, en 2008, cuando vino invitado por la UNAM a un ciclo de conferencias sobre los cuarenta años del movimiento estudiantil del 68. No sólo lo conocí y entreviste (debo confesar que perdí la cinta de una larga entrevista que me concedió), sino también lo invité a participar como consejero editorial de Metapolítica, cosa que aceptó con entusiasmo (Sergio mismo fue consejero de Metapolítica por algún tiempo). Y hasta el día de hoy, Mario sigue siendo consejero de nuestra revista, así como colaborador de primera línea.
Cabe decir que Sergio coordinó en 2003 el número fuera de serie que Metapolítica publicó sobre los feminicidios en Ciudad Juárez y que, extrañamente, desapareció de las librerías poco tiempo después de que comenzó su circulación. Me invitó a participar y, por mi parte, le envié a destiempo mi colaboración y, por lo mismo, ya no fue incluida en el número –aunque el texto me dio oportunidad de publicar en 2005 un capítulo sobre el caso. Se dice que el Secretario de Gobernación de ese entonces (hagan las cuentas y darán con el nombre), mando “comprar” la edición a librerías. Es una lástima porque fue el mejor trabajo colectivo sobre el “estrago colectivo” que expresaban los femincidios (cito de memoria a Sergio). Quizá esa fue la primera vez que publiqué en Metapolítica y el destino hizo que terminara siendo director de la revista desde el 2007.
Sergio publicó Huesos en el desierto en 2002, causando un gran revuelo en medios culturales, políticos y periodísticos. Creo que muchos periodistas lo comenzaron a ver con cierto recelo, sobre todo los que estaban en Ciudad Juárez. Después de leer su libro quedé maravillado con su don de colega: citaba en varias ocasiones mi tesis de maestría, y me daba un agradecimiento al comienzo del libro junto a muchos otros colegas que habíamos trabajado desde distintos frentes y hasta ese momento el tema. Inmediatamente me puse a escribir una larga reseña de su libro y se la envié con la idea de que la considerara para publicarla en “El Ángel”. Me respondió que no, que era muy larga y que no atinaba al centro del asunto. Me quedé con la impresión de que no le gustó. Como sea, en 2003 la publiqué en la revista Este país. Nunca le envié el número de la revista donde la publiqué, no sé por qué. Y así nos vimos de vez en cuando durante varios años. La penúltima ocasión que nos encontramos fue a principios de 2016, en mi casa; poco después de la publicación de Los 43 de Iguala, en el verano de 2015, le había pedido una entrevista; y me respondió que sí pero que dejara pasar los meses intensos de la promoción del libro (que coincidían con el primer aniversario de la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa). Sergio nos concedió una larga entrevista a Pablo Tepichín Jasso y a mí, que publicamos en el número 94 de Metapolítica, correspondiente a los meses de julio-septiembre de 2016.
En fin, Sergio se volvió para muchos, entre los cuales me incluyo, un chef d’orchestre de los momentos más innovadores de la reflexión cultural mexicana, incluso del pensamiento, en nuestro país. Para muestra véase su El mal de origen. Ensayo de metapolítica, un ensayo que revela una gran maestría analítica conjugada con una pluma certera. Quizá para muchos fue un colega, amigo de generación y correrías, un “periodista” o ensayista. Y lo fue, sin duda, pero a la distancia veo que lo conocí cuando tenía 23 años; ahora, con 41 años encima, nuestra amistad comenzaba a caminar en otra dirección, creo más atenta a la palabra escrita. En este sentido, tuve la fortuna de ser incluido en dos ocasiones en su lista anual de los mejores libros, en la categoría de ensayo político: en 2013 con mi libro El drama de México. Sujeto, ley y democracia, y en 2015, con mi ensayo Los espejos de la democracia. Ley, espacio político y exclusión.
Con su muerte perdemos todos y sobre todo pierde el poder de la palabra escrita, así como la escritura de la política que en su pluma logró atisbar los tirones de racionalidad y esperanza en medio del abismo de violencia y destrucción que habita nuestro “mundo común”, si es que hoy podemos imaginar que “habitamos” ese mundo compartido. La última ocasión que lo vi fue justo diez días antes de su muerte. Nos citamos un martes por la mañana para desayunar en el Café Moheli, de Coyoacán, lugar donde nos habíamos visto en varias ocasiones. Hablamos de muchas cosas con cierto animo, además aproveché el encuentro para entregarle un ejemplar de mi libro más reciente, Descifrar la comunidad política, pues sucede que, precisamente, había invitado a Sergio a que presentara el libro hacia finales de abril, en el Colegio de Saberes, a lo que aceptó de inmediato y creo que gustoso. Hablamos de los pormenores de la presentación, de cuál era mi idea de invitarlo a presentar un libro que, en lo fundamental, era de teoría política, pero sabiendo que él era un conocedor de la mayor parte de los autores sobre los cuales versaba el libro (un volumen colectivo donde compartimos espacio 19 colaboradores), me parecía necesario poner a dialogar a filósofos, sociólogos, teóricos políticos con un crítico cultural en el sentido más amplio pero al mismo tiempo preciso como lo fue Sergio.
Su muerte me ha impactado y lamento muchísimo su ausencia. Sergio fue un colega y amigo respetuoso y respetable, pero sobre todo un autor eficaz y libertario, cosa por su parte inusual en nuestro medio cultural actual, tan comprometido políticamente que deja poco espacio para la reflexión sin ataduras.
Israel Covarrubias es profesor de teoría política en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y Director de la revista Metapolítica. Su libro más reciente en coordinación con Edgar Morales es Descifrar la comunidad política (Ciudad de México, Ediciones Navarra-Unisal, 2016).
©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.
Posted: April 13, 2017 at 9:31 pm