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A furore Vox libera nos

A furore Vox libera nos

Andrés Ortiz Moyano

Una reflexión sobre el desembarco de la ‘extrema derecha’ en España

Cualquiera mínimamente interesado en la actualidad española de las últimas semanas, concretamente desde el pasado 2 de diciembre, podría interpretar que la extrema derecha ha desembarcado en nuestros casi 5.000 kilómetros de litoral a la usanza de los antiguos hombres del norte. Ya saben, aquel “A furore normannorum libera nos Domine”, que gimoteaban los medrosos monjes ingleses.

El caso es que aquel día se celebraron elecciones regionales en Andalucía y, ¡sorpresa!, por primera vez en la historia reciente de España, un partido calificado de extrema derecha, Vox, consiguió la nada desdeñable cifra de doce diputados gracias al voto de 400.000 andaluces, colocándose como quinta fuerza política y clave en la formación de gobiernos alternativos.

Hasta ahora no han sido pocos los análisis que señalaban, con buenos argumentos, que España era uno de los pocos países europeos donde una propuesta radical derechosa no contaba con un amplio respaldo social. La irrupción de Vox ha provocado una torrencial verborrea mediática y analítica que, insisto, parece más propia de aquella oscura Northumbria que veía desembarcar a las insaciables bestias escandinavas de sus imponentes drakkar.

Pero, y aquí está la cuestión, ¿es realmente Vox un partido de extrema derecha o ultra al estilo de la Agrupación Popular de Marine Le Pen, la Liga Norte italiana, o el Amanecer Dorado de Grecia? (Aquí podríamos incluir una buena lista de partidos similares a lo largo y ancho de Europa). Siendo objetivos, efectivamente hay alguno de sus planteamientos que chirría, bien por ser aparentemente irrealizable (como eliminar el modelo de administración territorial de las comunidades autónomas), bien por cierto tufillo carca y demagogo. Pero, realmente, se encuentra uno poca cosa que no haya dicho ya la derecha española alguna vez en su acomplejada trayectoria política.

Se llega, pues, a la conclusión, sin mucha dificultad, de que Vox es más bien una alternativa de derechas, dura, pero no ultra o extrema. “De extrema necesidad”, dice su líder, Santiago Abascal, vasco, antiguo miembro de las juventudes del Partido Popular.

Y es que, a pesar de la avalancha de análisis políticos que nos asuela desde el 2 de diciembre (pareciese que antes del resultado electoral no había existido; de hecho, ningún medio invitó a Vox a ningún debate televisado), todavía cuesta creer que, de repente, en Andalucía, hayan brotado 400.000 filonazis. Y esto quizás sea porque este resultado no haya sido tanto de colores o ideologías como de hartazgo y necesidad imperiosa de cambio. Andalucía, una de las regiones más empobrecidas, menos competitivas y con mayores tasas de desempleo, no sólo de España, sino de toda Europa, ha estado gobernada por el partido socialista PSOE durante la asombrosa cifra de 36 años. Sepan que el que suscribe tiene 34 años y nunca ha visto otro signo político en su tierra; saquen sus propias conclusiones…

A este sempiterno y decepcionante mandato, llamado con sorna por algunos el PRI europeo, hay que sumarle escándalos de corrupción prácticamente únicos en toda la Unión Europea por su magnitud y desfachatez. Sí, Andalucía is different por sus extraordinarias particularidades, pero todo apunta a que la ola de Vox se va a extender por España, para tembleque del centro-derecha y pavor de una izquierda confiada y claramente torpe en la derrota.

Y es que, precisamente, con la irrupción de esta amenaza política, la izquierda, representada por PSOE (moderada) y Podemos (extrema izquierda), ha elegido un camino peligrosísimo que el votante estándar, calmado, del signo que sea, suele castigar en las urnas. Desde el principio, lejos de la autocrítica, se han empecinado en demonizar a Vox, utilizando, principalmente, dos de los recursos más de moda en los últimos tiempos: la inmigración ilegal y la violencia de género.

Respecto al primero, Vox propone una política mucho más firme que, cierto es, levanta suspicacias. Plantea la expulsión de irregulares y el reforzamiento de muros. Esto que puede sonar a puro trumpismo, es en realidad una reactivación de fórmulas ya vigente. No en vano, España ya es desde hace mucho tiempo uno de los países más exhaustivos en el control de fronteras. ¿Y el muro? Ceuta y Melilla, ciudades españolas enclavadas en Marruecos, están rodeadas por una valla de seis metros de altura, 12 kilómetros de largo, y adornada con concertinas lacerantes y alambres. Los muros no tienen por qué ser siempre de hormigón.

En cuanto a la violencia de género, Vox ha planteado una revisión en profundidad de la legislación actual, esgrimiendo que es intolerable que, básicamente, como reza la ley andaluza sobre violencia de género, el hombre sea por defecto el culpable sin aportar más prueba que el mero testimonio de una mujer. Una legislación que no ha evitado que la epidemia de asesinatos de mujeres se frene, pero que sí ha sido arrogada por movimientos, en muchas ocasiones radicales, que lo han desvirtuado y usan como arma arrojadiza que parece que lo último que les importa es el empoderamiento real de las mujeres.

La izquierda española, en definitiva, parece perdida, escorada cada vez más en postulados extremistas, lecturas del presente ridículas, y alejada de la realidad del ciudadano. Vox es el demonio. Pareciese, insisto, que hayan desembarcado los terribles vikingos. Una alerta inminente como si, de repente, el patriarca tribal fuera a decidir el futuro de su esposa e hijas, sin permitirles conducir el coche o estudiar (ah, no, que eso ocurre en otros países de los que no nos quejamos tanto).

Pero es que quizás sea esa deriva pueril y sospechosa, esa que llama a la desobediencia e incluso al acoso, evidenciando que todo es democracia siempre y cuando sean ellos quienes ganen las elecciones. No. Rotundamente no. La madurez democrática de una sociedad se mide en estos panoramas, y creo que debemos decir los españoles, sumamente orgullosos, que nuestro país vuelve a estar en el pequeñísimo grupo de democracias totales del mundo, según un informe anual elaborado por The Economist.

Porque, repito, en España no han brotado centenares de miles de ultras fascistas (tenemos algunos, por supuesto); de hecho, en los mítines multitudinarios de Vox no van a encontrarse skin heads o matones a sueldo ni simbología fascista, sino gente que podemos considerar, en su mayoría, normal a todos los efectos. Los españoles no somos los mejores, pero me cuesta creer que una sociedad de indeseables pueda presumir de ser el país con más donantes de órganos del mundo, uno de los que cuenta con mejor calidad de vida, el más tolerante de Europa respecto a la comunidad LGBT, o uno con las tasas de homicidios más bajas (a ver qué país con 40 millones de población puede decir eso).

Desde mi infancia (también gobernada por el PSOE en Andalucía), he oído que los españoles somos indolentes respecto a nuestros símbolos nacionales. Puede que sea cierto. Pero tampoco es casualidad que un mensaje claramente centrado en el España first haya tenido semejante apoyo. La alergia tradicional de los políticos españoles a decir simplemente “España”, y en su lugar “estado”, “país” o “sociedad”, pasa factura.

Más aún, con la penosa gestión del gobierno de Madrid ante el desafío independentista en Cataluña, la ausencia real de una izquierda moderada reformista y la orfandad política que siente la mayoría de la población, parece hasta lógico y natural que el apoyo se vierta ante propuestas simples, directas, que hablan sin tapujos de lo que muchísimos, ojo, consideran sencillamente normal.

El triunfo de Vox es, ante todo, el fracaso de la corrección política. Un peligrosísimo discurso que, escondido tras el barniz de las palabras suaves y una falsa empatía social, se destapa como un odioso inquisidor que impone el pensamiento único y demoniza al pensador disidente.

El estilo de Vox, evidentemente, se nutre de unas altísimas dosis de propaganda y demagogia, faltaría más, es política; pero no deja de ser una fotografía de un nuevo panorama. Una política que quizás no necesite de circunloquios y piruetas contradictorias, y sí de claridad y hechos.

 

Andrés Ortiz Moyano, periodista y escritor. Autor de Los falsos profetas. Claves de la propaganda yihadista, #YIHAD. Cómo el Estado Islámico ha conquistado internet y los medios de comunicación; Yo, Shepard y Adalides del Este: Creación. Twitter: @andresortmoy

 

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Posted: January 27, 2019 at 10:57 pm

There are 2 comments for this article
  1. Sebastián Canelo Gómez at 11:19 am

    La irrupción de Vox tiene muchos paralelismos con la de Podemos. Ambos nacen en un escenario de crisis con propuestas salvadoras (léase renta mínima universal o expulsar al demonizado inmigrante) a la par que también se hacen otras propuestas más propias de los capítulos de Coros y danzas populares que de la política de 2019.
    Tanto unos como otros van contra el sistema constitucional español. Que nadie se engañe: Podemos es el reverso de la moneda de Vox, ni más ni menos. Aunque para ser justos, aún no he visto a Abascal darle un beso de tornillo a un exetarra, cosa que no podrían negar los morados. Bueno, ya ni los socialistas, si no que se lo digan a Múgica, hijo.
    La vida útil de ambos partidos dependerá mucho de cómo transcurra la economía y por ahí los indicadores no son nada halagüeños. No obstante, la obsolescencia de la formación de extrema izquierda de Iglesias parece estar programada con mayor antelación que la del expopular Abascal.
    Vox seguirá teniendo un papel preponderante en la próxima legislatura, pero a poco que la situación en España mejore correrán la misma suerte que Podemos, ser una formación en minoría dentro de un panorama político que está conformado por tres partidos
    Ahora bien, cuánto durarían Podemos y Vox si PSOE-PP y Cs formasen una gran coalición que marginase a los extremos y a los nacionalistas vascos y catalanes. Una hipótesis deseable en tiempos de crisis, aunque inviable con políticos de un perfil tan bajo como los que tienen Sánchez o Susana Díaz.

  2. Esteban de la Hoz at 6:52 am

    creo q podemos nació como un movimiento social que fue secuestrado por la izquierda y por intereses muy oscuros. se han destapado como gente perversa. Vox es muy distinto a lo que dices Sebastian. Han llegado para quedarse y a dios gracias

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