Silencios elocuentes
Jorge Iglesias
Dir. Cristián Jiménez
Chile/Francia/Argentina/Portugal, 2011
En los últimos años se ha visto en el cine, sobre todo en las producciones independientes, una marcada tendencia hacia el silencio. Muchas películas, como Historias mínimas (Carlos Sorin, 2002) y Familia para armar (Edgardo González Amer, 2011), emplean un diálogo escasoo deliberadamente repetitivo. La abundancia de pausas y los coloquios truncados son la respuesta del cine independiente al pragmatismo y la lógica artificial del diálogo hollywoodense. Bonsái, según el afiche estadounidense “una historia de amor, libros y bla bla bla”, constituye una paradoja puesto que se trata de un film de pocas palabras, en el que sin embargo las palabras juegan un papel protagónico. Basada en la novela breve homónima de Alejandro Zambra, la película de Cristián Jiménez representa uno de esos poco frecuentes casos en que la adaptación cinematográfica se encuentra a la altura del texto, considerando, por supuesto, a cada obra dentro del ámbito artístico al que pertenece.
Bonsái es principalmente la historia de Julio (Diego Noguera) y Emilia (Nathalia Galgani), estudiantes de literatura. Desde el primer momento conocemos el desenlace de la historia: la voz en off del narrador anuncia que al final ella muere y él no. Como el relato de Zambra, la película no depende de la revelación, sino de la sugerencia y la reexaminación de una situación, características propias del género de la novela breve. El carácter literario de la historia se ve reflejado desde los créditos iniciales, que simulan la escritura a máquina. Los encuentros y desencuentros de los personajes se suceden entre lecturas de Marcel Proust, Gustave Flaubert, Macedonio Fernández y Juan Emar. Abundan las citas y uno de los temas principales de la película es la producción de la escritura. El espacio de las palabras, sin embargo, es claramente el texto; en la intimidad, los momentos de silencio que los personajes comparten son más elocuentes que sus diálogos monótonos e inconsecuentes. Cuando Julio elogia a Emilia, ella responde, “bla, bla, bla”. Words, words, words, como dice Hamlet. Aunque las palabras establecen el vínculo entre Julio y Emilia, son el silencio y la unión física lo que mantiene unida a la pareja. Las palabras sólo echan a perder la relación. “Tenemos que hablar mañana”, dice Emilia a Julio en un momento, y sabemos que el resultado no será positivo.
Noguera y Galgani encarnan exitosamente la inexpresividad intencional de los personajes, trasladando a la pantalla el aire melancólico del relato de Zambra. No encontramos en Bonsái momentos de furia desenfrenada ni exabruptos melodramáticos; al igual que el libro, la película es una obra maestra del understatement, que muchos tal vez perciban como desidia. El tono refrenado del film, sin embargo, hace que las emociones, cuando aparecen, vengan cargadas de una expresividad que raras veces encontramos en el cine mainstream. Hacía tiempo que no veía en pantalla lágrimas tan pesadas como las que corren al final de esta película. La escena en que Julio y Emilia empiezan a leer juntos los siete volúmenes de Proust, por su parte, resulta sencillamente enternecedora.
La cinematografía, a cargo de Inti Briones, es otro punto fuerte de Bonsái. En una época en que la filmación estilo hand-held se ha convertido en un lugar común, las tomas fijas de Briones resultan refrescantes. La escena principal del film son los espacios cotidianos: la habitación, la cocina, el pasillo del edificio. Aunque también se nos muestren escenas de los barrios residenciales de la capital chilena, predomina sin duda alguna el espacio íntimo, como en la novela breve de Zambra, que conforme a los parámetros de la narrativa intimista no se detiene en descripciones de lo exterior. El paisaje de esta película es la epidermis, los cuerpos de los amantes, presentados fragmentariamente en close-ups separados por cortes rápidos.
A propósito de cortes y fragmentación, la estructura de Bonsái merece un comentario. Como el texto que la inspiró, la película está dividida en segmentos que saltan en el tiempo, hacia atrás y hacia delante, en intervalos de ocho años. En los años 80 y 90, directores como Jim Jarmusch y Quentin Tarantino mostraron al público general las posibilidades de la narrativa no-lineal. Las narrativas elípticas y los saltos en el tiempo confieren a un film la calidad de puzzle, y agradan al observador que siente que, más que ver una película de manera pasiva, está participando de la producción, armando el rompecabezas. En Bonsái no importa tanto la trama como la situación que se reexamina; la estructura fragmentaria, por lo tanto, es un recurso eficaz para mantener la atención de un espectador que ya sabe “cómo termina la película”.
Un film de grandes palabras y grandes silencios. Una historia que envuelve al lector sin jugar con sus emociones, revelando la poesía del espacio cotidiano. Una adaptación bienvenida que ya ha sido premiada y celebrada en varios festivales de cine. Ojalá el futuro nos depare más películas como Bonsái.
Posted: December 29, 2012 at 3:53 am