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Las dos Coreas sin maquillaje
COLUMN/COLUMNA

Las dos Coreas sin maquillaje

Ricardo López Si

Tuve que leer a Fernando San Basilio y visitar Seúl —la típica ciudad que tiende a la infinitud— por primera vez para caer en cuenta de la agobiante cantidad de ideas y sensaciones buscando un destinatario que no está, o que ha pasado de largo.

Las afiladas reflexiones del escritor español me parecieron una brillante crítica al capitalismo —encapsuladas sobre todo en la desconcertante proliferación de cafeterías temáticas y gorras impersonales de beisbol—, perfectamente compatible con las ideas vertidas por el filósofo y ensayista Byung-Chul Han, el pensador antineoliberal de moda. Es lógico que dado el tiempo tan exiguo que tengo para recorrer las absorbentes calles surcoreanas sea capaz de palpar mucho más las teorías de San Basilio que las de Han, puesto que las primeras están levemente salpicadas por ese típico exotismo occidental que me causa repulsión y al mismo tiempo me reconforta.

Respecto a Han, quizá su historia personal revela tantas cosas en torno a su ideología como sus libros. Hijo de un ingeniero civil especializado en obra pública, Han engañó a sus padres para afincarse en Alemania con apenas 22 años. Después de estudiar Metalurgia en la Universidad de Corea, les dijo que tenía intenciones de prolongar su especialización técnica. Prendado por la obra de Bach, a la que llegó por un regalo de su madre, en realidad se fue para consagrarse a la Filosofía. Fue precisamente durante el exilio intelectual que escribiría libros como La sociedad del cansancio, Piscopolítica: Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder y Vida contemplativa: Elogio de la inactividad, toda una afrenta para el milagro económico surcoreano, el eufemismo con el que suele ser romantizado el hipercapitalismo que ha sembrado una lacerante desigualdad económica, social y de género en todo el sur de la península.

El paseo por Myeongdong, el barrio más agitado del centro de Seúl, no hace más que confirmar que se trata de la gran metáfora de la despersonalización. Tampoco es que sea posible obviar la reconversión de los hanoks —la vivienda coreana tradicional— en tiendas de moda dentro del laberíntico Ikseodong, otrora barrio antiguo. Me genera una gran curiosidad reflexionar en torno a qué hubiese pensado al pasar por aquí Walter Benjamin, quien conjeturó en su día que el capitalismo era el paradigma del culto no expiatorio. Tanto Myeongdong, con sus tiendas de cosméticos, ropa, calzado y comida callejera, como Ikseodong, con sus callejuelas evocadoras, son, a diferentes escalas, una oda a la hiperproducción y al hiperconsumo —acá ya va quedando más o menos claro que el prefijo hiper en clave surcoreana no es un ornamento intelectual—. Habiendo llegado a este punto, es aquí donde se dibuja más visiblemente el aura de Han, un confeso discípulo de Benjamin y una de las voces más críticas en torno a la hiperinflación de objetos que conduce a su proliferación explosiva. Lo grave en torno a esto es la normalización de la sobrepoblación de espacios urbanos como Myeongdong, donde diariamente se aglomeran más de 2 millones de personas sin ningún lazo afectivo de por medio. Por esto y otras cosas, decir que la depresión, el estrés y la insatisfacción son consecuencias directas del capitalismo no es una exageración.

Ahora bien, ¿qué legitima a un modelo de estas características? Aquí entra en escena Corea del Norte, el hermano malvado y, nunca sobra decirlo, comunista. Sin la demonización del modelo norcoreano, los excesos del hipercapitalismo neoliberal del sur no serían tolerados tan fácilmente. Estamos tan obsesionados con lo que no sabemos sobre Corea del Norte que ignoramos a menudo lo que sí sabemos sobre Corea del Sur. Lo mejor que le podía pasar a Corea del Sur, para no despertar sospecha, es que Corea del Norte siga siendo el eterno malo de la película. Al hilo de esto, me parece bastante más interesante denunciar y enjuiciar moralmente todo lo que ocurre en la parte septentrional de la península únicamente a partir de los testimonios serios. Cuando hablo de testimonios serios pienso en dos ejemplos concretos: el del periodista español David Jiménez, quien se camufló de empresario y fue testigo de primera mano del culto a a la personalidad en torno el Eterno Líder, Kim Il-sung, y la megalomanía de sus descendientes, entre ellos su nieto, el actual jerarca Kim Jong-Un, así como la utopía orwelliana en la que había convertido el proyecto de gobierno estalinista que comandó durante 17 años su hijo, Kim Jong-il. El otro es del cronista argentino Daniel Wizenberg, que tuvo a bien denominar el sistema político norcoreano como «comunismo surrealista» después de internarse desde la frontera china en Dandong, como parte de un grupo variopinto de viajeros, y quien confirmó que ningún turista puede hacer un recorrido exhaustivo por la zona rural y el interior del país, donde la gente recibe menos comida y peores servicios. Con la propaganda occidental que caricaturiza todo lo que proviene del extremo norte, casi siempre curada editorialmente en Seúl, conviene no ser tan entusiasta.

La división de la península coreana —simbolizada por la línea paralela ubicada en los 38° norte del plano ecuatorial de la Tierra— es, quizá, el último gran vestigio de la Guerra. La República Popular Democrática de Corea pasó a administrarse bajo la tutela soviética y la República de Corea bajo la estadounidense a partir de la firma del armisticio, en 1948. Desde entonces, todos los infructuosos esfuerzos de reconciliación se han visto ensombrecidos por las abismales diferencias ideológicas entre ambos; diferencias cimentadas, dicho sea de paso, no en torno a la concepción de democracia, sino a la concepción del capital. En Pionyang, pese a las recientes visitas de los dueños de Samsung, LG y SK —los principales promotores del milagro económico surcoreano—, no sería posible la estandarización del famoso modelo empresarial chaebol, que lo mismo remite a la riqueza de un clan a partir de un negocio familiar, que al privilegio legal que ostenta un conglomerado, el cual le permite inhibir deliberadamente la competencia en una o muchas industrias de producción. Monopolios, como se les conoce universalmente. En sentido opuesto, el socialismo juche —una doctrina colectivista y nacionalista que defiende la independencia y la autosuficiencia económica, política e ideológica, identificada como una variante norcoreana del marxismo-leninismo— es incompatible con las dinámicas de producción y consumo que reinan en las principales ciudades surcoreanas.

No deja de ser descorazonador que tan solo baste con asomarse por cualquier tienda de cosméticos o cafetería temática del sur para constatar que la utopía de la reconciliación entre las de Coreas no es una conquista asequible para nuestra generación.

Una expedición a la zona desmilitarizada desde Seúl

Era previsible que en el paraíso del «capitalismo de alto rendimiento» —Julián Varsavsky dixit—, las agencias explotaran a mansalva el mito de la división de las dos Coreas como atractivo turístico. Desde Seúl, la capital surcoreana de más de 9 millones de habitantes, es posible internarse en Panmunjeom, la aldea que pasó a la historia por ser sede de la tregua, en menos de tres horas. En el área circundante de la villa se encuentra la zona desmilitarizada, otro eufemismo utilizado para referirse a una de las zonas más militarizadas del mapa. La famosa DMZ (por sus siglas en inglés) es una franja de 4 kilómetros de ancho y 263 km de longitud que se estableció   formalmente como la frontera intercoreana tras el final de una guerra que dejó más de cinco millones de muertos civiles y militares de ambos bandos. El conflicto estalló con la invasión del ejército del Norte, con el apoyo político y logístico de la Unión Soviética, a Corea del Sur, bajo la idea de reunificar la península bajo un solo régimen comunista. Esto, lógicamente, propició la entrada de Estados Unidos.

Un dato anecdótico: el edificio donde se firmó el armisticio —que no tratado de paz— se encuentra en el lado norte de la línea de demarcación militar. Contrario a lo que se piensa, un armisticio sólo es el precursor de un acuerdo y, en el mejor de los casos, de un tratado de paz. Así que, pese al cese de hostilidades, técnicamente la guerra continúa. Por eso luego, al conversar con Heidi, la guía surcoreana que comanda la expedición de la que formo parte, percibo cierta melancolía en cada una de sus palabras, aunque intente bañar de humor y de ironía sus apuntes en torno a la historia del conflicto. «Quizá la próxima vez que nos veamos ya no existan estas absurdas fronteras», nos dice con ese aire de resignación propio del que va perdiendo la fe.

El negocio turístico se vio seriamente amenazado después de que el joven soldado estadounidense Travis King cruzara, en 2023, la línea de demarcación militar hacia Corea del Norte. En un comunicado emitido desde Pionyang, el gobierno norcoreano aseguró que King habría solicitado asilo tras ser víctima de racismo en una de las bases militares estadounidense en Corea del Sur. Dos meses después, tras la intervención diplomática de China, King fue expulsado del país y, por consecuencia, liberado. A las pocas semanas, el ejército de su país lo acusó de deserción y le imputó otros presuntos delitos como posesión de pornografía infantil y desobediencia a un mando superior. Antes de que King coqueteara con la idea del suicidio internándose clandestinamente en la frontera norte del paralelo 38, también era posible visitar el Área de Seguridad Compartida, el único punto de la zona desmilitarizada en donde las fuerzas militares de ambos lados de la península tienen contacto directo. En otras palabras, la temeridad de King evitó que otros turistas y viajeros contempláramos en directo la línea divisoria y el Puente sin Retorno —construido sobre el río Imjin, desde donde se daba el intercambio de prisioneros de guerra—. Menos mal que siempre nos quedará la inmensa película de Park Chan-wook: Joint Security Area (JSA).

De cualquier manera, durante mi incursión por la zona desmilitarizada de la frontera intercoreana —que incluye el avistamiento del territorio norcoreano desde el Observatorio Dora,  un sentido homenaje a las familias separadas por el conflicto, el reconocimiento de los cuatro túneles clandestinos construidos desde el Norte para invadir el Sur y la visita a las aldeas de la unificación— no puedo dejar de evocar los encuentros furtivos entre soldados rivales que construyen la trama de la cinta de Chan-wook, cuando, embebidos en nostalgia, integrantes de ambos bandos se lamentan el suicidio del cantante folk Kim Kwang Seok, con los versos de «A Letter from a Private» de fondo. La imagen, además de rezumar un belleza apabullante, sigue siendo el único punto de encuentro posible entre las dos Coreas.

 

*Foto de Ciaran O’Brien en Unsplash

 

Ricardo López Si es coautor de la revista literaria La Marrakech de Juan Goytisolo y el libro de relatos Viaje a la Madre Tierra. Columnista en el diario ContraRéplica y editor de la revista Purgante. Estudió una maestría en Periodismo de Viajes en la Universidad Autónoma de Barcelona y formó parte de la expedición Tahina-Can Irán 2019. Su twitter es @Ricardo_LoSi

 

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Posted: August 7, 2024 at 9:26 pm

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