Essay
Susana Francis o del  diálogo en espejo
COLUMN/COLUMNA

Susana Francis o del diálogo en espejo

Adolfo Castañón

…la guía el impulso de penetrar y lo consigue, lo que nunca
es fácil, ya sea hombre o mujer el poeta que nos da su
mensaje.
Por otra parte, es difícil encontrar en las letras
mexicanas, o aún en las hispanoamericanas, una voz tan
desolada y profunda como la de esta poeta…

EUNICE ODIO

I. Abrigada por las altas paredes del milenario Tepozteco, cuya cima la corona una inaccesible pirámide, se encuentra la casa donde vive retirada Susana Francis Soriano, la poeta y escritora nacida en Ozumba el 4 de noviembre de 1922. Osho, Bhagwan Shri Rashnísh (1931-1990), la bautizó como Suguita, que significa Dulce Canción. Ahí me hizo entrega del manuscrito de hojas que ahora conforman la antología Diálogos con el espejo (1941-2015). Ella vive retirada desde hace algunos años en ese pueblo de la alta montaña que tiene algo de asiático y solamente ve a un reducido número de personas amigas con quienes la une el gusto por la conversación y la práctica de la meditación, que trajo como uno de los “Rumores del camino” que practicó en la India.

La antología recoge algunos de los poemas que Susana Francis escribió a lo largo de más de medio siglo de andanzas por el mundo interior. No sé si ella diría que en rigor no los escribió, sino que le fueron dictados o arrancados por un viento interior. Por eso mismo dice que no corrige. Igual que quiere respetar la vida de la hoja que no se atreve a caer, quisiera respetar esos Momentos —título de otro de sus libros— que le fueron dados.

II. Susana Francis-Suguita es una lúcida sobreviviente que se ha podido bañar en los ríos y cascadas de una turbulenta época, la nuestra, que hoy puede parecer remota. Nativa de Ozumba, se crió hasta los tres años en Amecameca, población mexicana con una enorme tradición indígena y novohispana. Creció en la ciudad de México, fue hija de un ingeniero norteamericano y de una mexicana, las tías con quienes se crió le heredaron un poderoso sentido del ser y saberse mexicano, pues a su vez sus memorias oídas la remontaban, al menos, hasta tiempos de Santa Anna. Muy pronto la niña dio a conocer su curiosidad e inclinación por las letras. Estudió la preparatoria en la ciudad de México, en el antiguo palacio de San Ildefonso. Convivió ahí no sólo con los murales de Diego Rivera y José Clemente Orozco, en sus patios y aulas tuvo como maestros a Erasmo Castellanos Quinto y, en su último año, a Francisco Monterde, y como compañeros a Helena Beristáin, Rubén Bonifaz Nuño, Ricardo Garibay, Jesús Castañón Rodríguez y Gabriel Sotres, con quien contraería matrimonio.

Entre esos maestros destacaba don Erasmo Castellanos Quinto, que impartía cursos de literatura española, en particular sobre los cuentos del infante Juan Manuel, Cervantes, el Quijote y las letras del Siglo de Oro y de literatura universal, desde poema heroico de Gilgamesh hasta el Ramayana y el Bhagavad-Gita. No es improbable que el viento entero de aquellas lecciones tempranas haya impulsado más tarde a la futura peregrina a conocer la cuna de aquellos ciclos legendarios. Castellanos era un varón singular, decía sentirse la “madre” de sus alumnos. En esto recordaba, sin saberlo, las palabras de François Rabelais a Erasmo de Rotterdam, que le pedía permiso para llamarlo “madre”, pues sus enseñanzas habían sido como nodrizas para él. Al maestro le gustaron los poemas de la joven Francis, pero sobre todo lo atrajo su indudable vocación que se expresaba en el caudal de poemas clásicos que entonces se sabía de memoria. Se lo hizo saber en un breve poema que se rescata como prólogo a   con el espejo (1941-2015). Esas líneas serían decisivas. De un lado, la afirmaron en su vocación y compromiso con sus maestros; del otro, le hicieron saber que ella estaba aparte y que en cierto modo era otra y distinta que sus compañeros.

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Más tarde la joven obtendría su título académico con una investigación sobre el Habla y literatura popular en la antigua capital chiapaneca (1960). El trabajo lo publicaría el Instituto Nacional Indigenista con una introducción de Rosario Castellanos (1925-1974), nacida ahí y, como ella, también poeta, ambas mujeres educadas y que sabían latín en una sociedad dominada por los hombres. Más allá, el aire de libertad y de crítica que recorre la obra de Rosario Castellanos alienta de otra forma en la obra más ensimismada y contemplativa de su amiga. El libro de Susana Francis es todavía ponderado por los lingüistas estudiosos del habla de aquella región y fue apreciada en la prensa por el padre Ángel María Garibay. Rosario Castellanos escribía así sobre esta obra de Susana Francis que a la luz de los acontecimientos en Chiapas relacionados con la cultura indígena cobran una singular actualidad:

Hay que hacer un examen de la conciencia del ladino; descomponerla en sus elementos, mostrar el mecanismo de sus actos, descubrir sus puntos débiles y sus fallas. Es tarea de antropólogos, de sociólogos, de sicólogos. También es tarea de lingüistas, porque en el habla se delatan hábitos mentales, estados de ánimo colectivos, ambiciones, recuerdos, propósitos. El habla es el instrumento para medir la densidad cultural de un pueblo.

Nunca, antes de Susana Francis, se había intentado estudiar, con método y rigor científicos, el habla de San Cristóbal, la metrópoli ladina en la zona indígena de los altos de Chiapas.

Que tal estudio sea el primero no constituye su mérito mayor. Tiene otros: la amenidad; el estilo más que correcto, agradable; la vivaz presentación de los materiales.

En sus páginas hallamos un retrato de San Cristóbal en el momento en que comienza a despertar de su marasmo. A su alrededor los acontecimientos siguen un ritmo vertiginoso; si tienen sentido, San Cristóbal no acierta aún a discernirlo y se enfrenta a ellos con una ambigua actitud de aceptación y rechazo. La ambigüedad es paralizante y San Cristóbal ni se deja arrastrar por los hechos exteriores ni opone a ellos más resistencia que la de un peso inerte.1

Poco antes de cumplir cuarenta años, en 1967, otro maestro suyo, Francisco Monterde, vio con simpatía e hizo que se publicara en la colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica la reunión de poemas Desde la cárcel de mi piel, de la cual se incluyen algunas muestras en Diálogos con el espejo (1941-2015). La voz de Susana Francis viene de la voz que atraviesa la lírica del Siglo de Oro… Esa recolección hecha en el mediodía de su vida, resiste sin duda la comparación con las facturas metálicas de Margarita Michelena –quien escribió sobre el libro cuando apareció–, Rosario Castellanos o el rumor relampagueante de Concha Urquiza, pero sobre todo afloran los ecos de la lírica de Fray Luis de León, San Juan de la Cruz y aun algunos acentos de su paisana Sor Juana Inés de la Cruz.

Después de la publicación de ese volumen Susana Francis seguirá, a partir de 1971, su vocación poética a través de otras experiencias, viajará a la India y a otros países de la región, como Nepal y Tailandia, en busca de lecciones que solamente la soledad, la distancia y otros paisajes podían darle. Va y viene, atraviesa mares, da vueltas al mundo sin perder o romper el hilo de su íntimo y secreto coloquio. También se despoja de ropajes prosódicos y procura la expresión llana que llama agua al agua y pan al pan.

En 1988 se le concede la presea en Lingüística y Literatura “Sor Juana Inés de la Cruz”, promovida por el Instituto Mexiquense de Cultura del Gobierno del Estado de México. Publica en 2000 el libro de memorias Rumores del camino. De este libro se ha dicho: “es un libro que demuestra que no se viaja impunemente a los lugares sagrados, y que el viaje a los santuarios es ya el principio de un sacramento”.2

III. En la mesa en que Susana nos recibe a comer a Marie, mi esposa, y a mí, hay ensalada de nopales y arroz integral. En el centro, un salero transparente y esbelto como una columna con sal color de rosa que proviene de los Himalayas. Varias veces estuvo al pie de ellos y conoció Nepal y sus alrededores. La conversación se orientó hacia la India y se habló de los poetas, del moderno Tagore (1861-1941), del legendario Kabir (1440-1518) y de Gandhi (1869-1948) cuyo cuerpo fue incinerado en una pira hecha de madera de sándalo que los devotos del guía habían traído de todos los confines de la India. Yo recordé para mis adentros lo que cuenta Mircea Eliade de Gandhi, que una vez a la semana se abstenía no solamente de toda comida sino de toda compañía y conversación: dedicaba esa jornada al silencio. Susana me entregó las hojas donde estaban impresos sus poemas con sencillez y desprendimiento, con un tácito sentido del deber a ese oficio del cual se dice alejada, como para dejar entre las manos de los que vengan esta cosecha de relámpagos que ha venido cosechando en el curso de una muy rica y muy libre longevidad. Siente, dice, que no le pertenecen.

IV. La admiración y amistad que Suguita le profesa a Santa Teresa de Jesús no parece casual. Tiene, como Teresa, un apremiante sentido práctico, una premura de limpiar los calderos, al igual que la autora de las Moradas, a Susana los poemas le pasan, le ocurren y sobrevienen. No le interesa tanto ser señora de las letras sino reina de su silencio y así se adentra por las sendas a la par sigilosas y transparentes del meditar. Pertenece a esa rara estirpe de quienes van a través del espejo en busca del sentido.

V. La inclinación de los mexicanos y americanos hacia lo que podría llamarse desde aquí el “Diván occidental” o la “Tentación del Distante Occidente” no es nueva. Los rumores del camino asiático atraviesan la historia literaria de nuestro país y de otros americanos: Amado Nervo, José Juan Tablada, Francisco I. Madero, quien pertenecía a una Sociedad Teosófica y llevaba ahí un nombre proveniente del Bhagavad-Gita, José Vasconcelos, autor de una Indología, Octavio Paz, quien en El mono gramático se entrega a una rescritura intensiva del Ramayana; Elsa Cross y su Canto Malabar (2012), inspirado en las experiencias que tuvo en el Ashram de Ganeshpuri, fundado por Swami Muktananda, discípulo de Bhagavan Nityananda y con Shri Gurumayi; Sergio Mondragón, Alberto Blanco, son algunos nombres que pautan ese camino que inició seguramente desde el Siglo XIX. Pongo por ejemplo un caso poco conocido: la obra Moral de la vida humana, traducida de un manuscrito indio escrito por una antigua brahmina, publicada en Londres en 1825, fue vertida del inglés al español por la señorita Concha Gómez Farías e impresa en Roma en 1899 por la Tipografía del Instituto Gould. Es significativo el caso de que entre en la élite liberal y porfirista del México de fines del Siglo XIX el pensamiento budista fue reconocido como una corriente capaz de vivificar el esclerosado cristianismo. La obra Moral de la vida humana3 fue prologada por J. B. Híjar y Haro.

Más al sur, en Venezuela, el nombre de Rafael Cadenas es sinónimo de la inteligencia a la par poética y budista. No está sola Susana Francis en la cartografía espiritual, la carte du tendre de México.

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VI. La antología Diálogos con el espejo (1941-2015) de Susana Francis, reúne más de siete décadas de quehacer poético en siete libros: Cuaderno de apuntes (1941), Momentos (1962), Carta a mí (1965), Desde la cárcel de mi piel (1967), Tres ejercicios de amor (1977), Diálogos con el espejo (2015, inédito) y Otros devaneos (2015, inédito).

Puede dividirse el itinerario personal y la obra poética misma de la autora en dos grandes hemisferios: el primero iría desde Cuaderno de apuntes hasta Desde la cárcel de mi piel; el segundo se abriría desde Tres ejercicios de amor, publicado diez años después, hasta Diálogos con el espejoOtros devaneos. La primera fase se da en función de una intensa búsqueda, de un ir hacia o en pos de algo y está marcada por la esperanza y la desesperanza, y por una esmerada voluntad estilística que no cae, sin embargo, en una estética de las apariencias. La segunda estación está caracterizada por la libertad interior y exterior, el desprendimiento, la plenitud, la reflexión y aun el humor y hasta cierto desengaño que, de hecho, ya se advertía en la fase anterior. Por ejemplo, véase “Pompa de jabón el mundo”.

Susana Francis salió de México en 1971, luego de haberse divorciado, hacia un viaje que, con breves regresos a México, la llevaría por Europa y sobre todo por Asia, la India, Nepal, Camboya, Ceylán… Esa experiencia itinerante no se encuentra nombrada en los poemas. La poesía, para Francis, se da como una experiencia íntima de soledad y amorosa comunión, se despliega en todo caso como una hilera de guijarros blancos sembrados en el camino para que eventualmente otro paseante del bosque pueda seguir no tanto sus pasos como su forma de andar, su aliento a la par concentrado y dilatado, ávido de despertares tanto como de amaneceres.

Diálogos con el espejo (1941-2015) se titula tanto la antología como el penúltimo de los dos libros que lo cierran. Pero cabría preguntarle al espejo de la voz que alienta en los poemas de Susana Francis si ese espejo no es el cuerpo mismo, el cuerpo-mente, el vehículo físico de la carne y del hueso, del ser humano itinerante y errante que es la poeta y la autora de ese libro autobiográfico y de viajes exteriores e interiores titulado Rumores del camino. De hecho, de la segunda parte de esta canasta poética cabría desprender un racimo de tácitas lecciones espirituales relacionadas con la afirmación y el desprendimiento. Estas lecciones la sitúan en un lugar señalado de lo que podría llamarse el parnaso budista hispanoamericano.

Singular por la sencillez y llaneza en su decir poético, distante de alambiques y amaneramientos pero que destila eso que podría llamarse sabiduría de la experiencia y hasta política de la experiencia, para hacer eco aquí del título de Ronald D. Laing, el antipsiquiatra usamericano que tenía también, por cierto, algo de poeta. Tal sabiduría de la experiencia se traduce, desde luego, en un espacio verbal, poético y literario:

EN LA COMEDIA DEL MUNDO

Basta saber leer
para conocer a Dios,
son cuatro letras.

Tienes hambre de pan,
sólo tres letras.
Ahora estás ahíto.

La sabiduría de la experiencia desemboca en una política de la experiencia y por ende en una crítica del mundo

Libro de poemas, cofre de meditaciones desnudas pero no desunidas, despejadas y despojadas, ávidas de señalar nada más lo que es:

EL FUTURO EXISTE FUERA DEL TIEMPO

El futuro está dentro de ti,
es el espacio de tu sueño.

Y el sueño no tiene forma ni linderos.
Se extiende como una mancha de aceite
sobre la vítrea superficie
de la realidad de la muerte.

La muerte que, como la vida,
sólo tiene el presente.

“Un no sé qué que queda balbuciendo…”

Lo sé porque también he estado allí.
¿Allí?
Allí no es eso
que pueda conciliar el ala.
Ingrávido vuelo en un vacío de espacio.
Ruta que lleva hacia la nada, hacia el misterio y te
funde con él en la cueva insondable del no saber
sabiendo…

22 de julio de 2015

• Las ilustraciones que acompañan a este texto fueron tomadas del libro de Susana Francis Tres ejercicios de amor, Gobierno del Estado de México, Toluca, 1977.

NOTAS

1 Susana Francis, Habla y literatura popular en la antigua capital chiapaneca, prólogo de Rosario Castellanos, dibujos de Adolfo Mexiac, México, Instituto Nacional Indigenista, 1960, p. 7.

2 Susana Francis, Rumores del camino, prólogo de Adolfo Castañón, México, Miguel Ángel Porrúa, 2000.

3 Moral de la vida humana, traducida de un manuscrito escrito por un antiguo Brahma (Londres, 1825), vertido del inglés al español por la señorita Concha Gómez Farías es “un pequeño tratado de moral escrito en el lenguaje y con los caracteres de los antiguos Gimnosofistas o Brahmas”. Fue comunicado a un ciudadano inglés que vivió en el Tíbet a fines del siglo XVIII, quien a su vez lo envió a Lord Chesterfield. Algunos suponen que el tratado fue escrito por el Brahnma Dandanus, el mismo que dirigió una carta a Alejandro Magno que todavía es recordada entre algunos europeos. Otros lo atribuyen a Confucio y otros más a los seguidores de Lao Kium, otro filosofo chino de la escuela Tao-Tse. El anónimo enviado inglés la dedicó al Conde de Chesterfield desde Pekín en 1749. El enviado inglés visitó Lhasa, la ciudad del Tíbet conocida como Barantola. Ahí recogió del Gran Lama este breve tratado que fue traducido siglo y medio después por una señorita de origen mexicano, Concha Gómez Farías y prologado por J.B, Hijar y Haro. De este curioso libro sólo conozco dos ejemplares, el que está en mi poder y uno alojado en la Biblioteca de la Universidad Autónoma de Nuevo León.

Castañón-310-150x150Adolfo Castañón. Poeta, traductor y ensayista. Es autor de más de 30 volúmenes. Los más recientes de ellos son Tránsito de Octavio Paz (Poemas, apuntes, ensayos) (2014) y Por el país de Montaigne (2015), ambos publicados por El Colegio de México.  Twitter: @avecesprosa


Posted: February 14, 2016 at 10:05 pm

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