Essay
Los que se van
COLUMN/COLUMNA

Los que se van

Angelina Muñiz-Huberman

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Veo las hileras de hombres, mujeres, niños saliendo de sus países en busca de una mejor vida. Hambre, persecución, guerra, política, los acosa. Caminan hermanados por toda tierra de este nuestro planeta tan confundido. Caminan en silencio y ordenados. Tranquilos. A pesar de que no saben lo que les espera. ¿Acaso una mejor vida? ¿Era tan mala la suya que escogen el riesgo de un viaje impredecible? ¿Creen que hallarán la paz por fin?

Porque puede ser la paz de los sepulcros.

No importa. Se arriesgan.

Se van.

Cargan con sus vidas y sus recuerdos. Muy pocas pertenencias. Tal vez ropa y, entre ella, algún objeto memorable o algo de comer. Con niños en brazos, o niños solos, correteando. Todos ayudándose. En movimiento.

Caminan por senderos, bosques, selvas. Eligen atajos y escalan montañas. A la orilla de un río beben agua y se lavan. En las noches encienden un fuego, descansan y duermen. Hacen guardia por turnos.

Aprenden un nuevo ritmo de vida y hasta la disfrutan. Han roto con la rutina. Todo es nuevo. Se acercan a la naturaleza. Borran distancias. Esquivan las fronteras.

Si caminan cerca de las vías de un tren hay quienes lo esperan en una parada e intentan subirse al techo para así adelantar un buen tramo. A veces caminan por una carretera pero nadie los recogerá.

Me recuerdan el éxodo español durante la Guerra Civil. Las familias huyendo, y el perro y el gato acompañándolas. Las películas que se filmaron. Las fotografías de Robert Capa (el miliciano en el instante de caer al suelo acribillado por las balas franquistas), de Gerda Taro, de Chim. Los tres muertos en guerras.

La pintura de Antonio Rodríguez Luna en la que aparece Don Quijote encabezando la larga hilera de los desterrados. La de Pablo Picasso y la muerte en Guernica.

Exiliados que al cruzar la frontera con Francia fueron llevados a una prisión improvisada con el mar como la frontera última. Algunos, en la desesperación, eligieron el suicidio y se lanzaron al mar.

Los que se van de su tierra la llevan consigo. Hasta alguien que recogió un poco de ella y la guardó en un pequeño frasco pensando que si no regresaba se depositara sobre su tumba.

La esperanza rige su pensamiento. Todo será mejor. Aprenderán nuevas costumbres, situaciones, idiomas. Aunque podrán ser despreciados, injuriados, humillados. ¿Valió la pena? Nunca se sabe. Es un riesgo, como la lluvia, benéfica y maléfica.

Otros cruzan mares, como el Mediterráneo, y no saben si la embarcación naufragará, si caerán al mar sin saber nadar, si serán rescatados. El impulso es irse, creer que lo lograrán, que por fin estarán en paz.

Para otros está un muro infraqueable con policías esperándolos del otro lado y aguardando poder entrar. Mujeres embarazadas y niños que, de pronto, se ponen a jugar.

Los sueños que tienen son en claroscuro. Pájaros en vuelo. Al despertar se los cuentan unos a otros. Las imágenes se parecen: los paisajes perdidos, las familias abandonadas, los peligros que acechan. Borran la muerte, no quieren pensar en ella, aunque algunos la invocan como fin de todos los tiempos.

Las ropas se desgarran, se acumulan de polvo, de barro, de briznas de no se sabe qué plantas. Zapatos desgastados hieren los pies. A veces mucho calor, a veces mucho frío. El viento sacude cabelleras que crecen desordenadas.

Ya no se cuenta el tiempo. ¿Acaso importa? Salvo por el hambre que marca la hora de comer. ¿Comer? ¿Qué se come? Lo que sea, lo que esté a la mano.

Descansar. Si se pudiera descansar. Los rezagados se dejan caer al suelo. No pueden más. Ni un paso adelante. Han perdido los deseos de llegar. Si se los llevan a la cárcel lo agradecerían. Lo que no quieren es que los repatrien.

Y, sin embargo, se sienten protegidos. Es tan larga la hilera que son todos compañeros. Solidarios. Como si muchos fueran uno.

A campo traviesa los campesinos los miran azorados. ¿Y si ellos, un día, tuvieran que unirse a la hilera? Mejor no pensar. Seguir empujando el arado. Arrojando las semillas al surco. Espantando las moscas que se posan sobre el caballo. Aunque nunca se sabe.

Son más y más, la hilera crece. Hay niños abandonados que no saben porqué están ahí. Las leyes de los países receptores cambian, a favor y en contra. Organizaciones humanitarias los acogen y van a parar a campamentos en tránsito.

La palabra es ésa: tránsito. En tierra ajena la suerte les aguarda: ni siquiera saben qué trabajo encontrarán. Sólo quieren hallarlo. Afortunado el que sabe un oficio. Pero otros ni a eso llegan. ¿Qué harán?

Al término del camino los que se van han sumado pasos. Son expertos en caminar. Ansían una cama donde dormir, una sopa caliente y, por fin, descansar.

Cierran los ojos.

Las pesadillas regresan.

La humanidad no deja de irse.

Hoy y siempre.

*Foto de Valensia Sumardi en Unsplash Mount Bromo, Semeru, Indonesia

Angelina Muñiz Huberman es autora de más de 50 libros. Ha ganado el Premio Xavier Villaurrutia ,  el Premio Sor Juana Inés de la Cruz el Premio José Fuentes Mares, Magda Donato, Woman of Valor Award, Manuel Levinsky, Universidad Nacional de México, Protagonista de la Literatura Mexicana, Orden de Isabel la Católica, Premio Nacional de Lingüística y Literatura 2018, entre otros. Recibió el doctorado Honoris Causa por la Universidad Autónoma de México y es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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Posted: February 6, 2024 at 10:32 pm

There is 1 comment for this article
  1. Moises Mora at 9:36 pm

    Solo los que nos hemos visto en la necesidad de emigrar conocemos el sufrimiento que conlleva cruzar de manera ilegal a otro país y más difícil todavía establecerse en él
    Ese momento llega cuando uno pierde todas las esperanzas de progresar y tener una vida ordenada
    En lo personal estuve fuera de mi país 25 años
    Aprendí una mejor manera de ver la vida
    Aprendí a agradecer a todos aquellos que me abrieron sus hogares y sus vidas para que yo y mi familia pudiéramos tener trabajo, casa y seguridad
    Aprendí a agradecer al país que sin importar mi condición ilegal respeto mis derechos
    Ahora en mi país de origen me doy cuenta de que me valoraban más en el extranjero que en mi patria
    Y que es precisamente la ignorancia del pueblo y del gobierno las principales causas de la necesidad de emigrar
    Pero más todavía la cerrazón de la mentalidad de mucha gente al no querer ver la manera de crecer aquí mismo implementando logísticas y métodos aprendidos en el extranjero
    Me tocó ver la felicidad y el sufrimiento, el dolor y la sanación de muchos nacionales ( mexicanos) y centro y sur americanos en su cruce ilegal hacia los EEUU porque por varios años les ayude a cruzar allá por los 70as y 80as
    Ayude a muchos de los inmigrantes cuando se sentían desamparados en la frontera
    Me siento muy orgulloso de ello
    Las fronteras son los lugares más peligrosos para ellos

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