Tenemos que hablar de Didion
Miguel Cane
Señalar que Joan Didion (Sacramento, California, 1934) es una de las escritoras estadounidenses más relevantes del último medio siglo, sería simplificar demasiado un hecho contundente. Didion es, efectivamente, una voz importante y una prosista certera y fascinante; pero también es una de las personalidades más complejas que jamás se hayan hecho oír, amén de ser –al menos hasta ahora– prácticamente un misterio en su propia personalidad, misma que ha ido revelando en libros –particularmente El año del pensamiento mágico (2005) y Blue Nights (2011)– y aparece con mayores detalles en una biografía no autorizada (esas son las buenas): The Last Love Song, escrita por Tracy Daugherty y recién publicada en Estados Unidos.
Descendiente directa de pioneros que llegaron a la zona del valle de Sacramento en el siglo XIX, Didion es descrita en el libro como una niña que leía vorazmente y una adolescente obsesionada con la poesía y la literatura que se encontraba en una encrucijada: dejar atrás el destino plácido de la clase media alta y suburbana a la que pertenecía para buscar la trascendencia mediante la escritura. Su inquietud intelectual la llevó a matricularse en la universidad de Berkeley, donde estudió literatura (“me gradué con la cabeza llena de autores, la gran mayoría de ellos ya muertos”) y, posteriormente, a Nueva York, que hacia finales de los años 50 era una ciudad que hoy ya no existe. Fue en este mundo de cocteles y fiestas, del boom de la postguerra, que Didion obtuvo su primer trabajo escribiendo como redactora en la revista Vogue, a las órdenes de la legendaria editora Diana Vreeland; afilando su estilo mientras escribía sobre modas –irónicamente, Didion acabaría (para su sorpresa) convirtiéndose en un icono de la moda, incluso a los 80 años cumplidos–, hacía perfiles de celebridades (entre ellos Barbra Streisand) y reseñas cinematográficas (que la llevarían a tener una rivalidad más o menos agria con la formidable y pendenciera crítica Pauline Kael), mientras por las noches escribía desvelándose y a escondidas –como, mal que bien, hacen la mayoría de los escritores jóvenes– la que sería su primera novela: Run River (1963), una saga familiar, mezcla de soap opera de alcurnia con existencialismo beat y un oído agudo para la violencia en el entorno, ambientada en su añorada y repelida California.
Leyendo el retrato de Daugherty –que entrevista a decenas de personas que conocieron a Didion en diversas etapas de su vida– es posible imaginarla como una mujer joven: menuda y esbelta, el cabello oscuro en un corte que simula ser más largo de lo que realmente es, los ojos certeros muchas veces ocultos detrás de voluminosas gafas de sol, con trajes bordados traídos de Yucatán o elegantes vestidos de seda comprados en el departamento de niñas de la tienda Henri Bendel. Los cuellos de tortuga negros y los jeans que se volverían característicos aún muy lejos en su cronología del atuendo. Así es como el lector es testigo del torpe y abrupto cortejo de John Gregory Dunne y su posterior boda (celebrada en la misma Misión en San José que Alfred Hitchcock usó como locación en Vértigo, uno de sus filmes preferidos) en 1964; cómo decidieron en un impulso abandonar Manhattan en los primeros meses de su matrimonio y se trasladaron de vuelta a California, esta vez a Los Angeles, donde vivieron casi cinco lustros y donde adoptaron a su única hija, Quintana Roo –así nombrada por el estado más joven en México, “un territorio inexplorado” que descubrieron en un mapa–, nacida a principios de 1966. La aparente felicidad de estos años causa aún más zozobra para el lector que sabe que el cuento de hadas termina de otra manera.
Los años 60 y 70 descritos por Didion en sus dos principales colecciones de ensayos –Slouching Towards Bethlehem y The White Album– son un periodo fascinante y Daugherty nos proporciona un “detrás de cámaras” al respecto. Así, hay un desfile de figuras deslumbrantes que ella y Dunne (un escritor formidable por mérito propio y uno de los reporteros más notables educados en la cantera de la revista Time en su edad de oro) conocen e incorporan a su vida. Roman Polanski y su trágica esposa, Sharon Tate; Warren Beatty, Natalie Wood, Al Pacino –cuyo primer protagónico fue en una película que escribieron juntos Didion y Dunne: The Panic in Needle Park–; Vanessa Redgrave y su malograda hija, Natasha Richardson… La lista podría seguir; en el espacio de una década los Didion-Dunne se convirtieron en una de las parejas más influyentes en el panorama de la literatura y el periodismo estadounidenses, amén del complejo reino de Hollywood.
La creación de la obra de Didion –sus novelas más emblemáticas: Play it as it Lays (1970), A Book of Common Prayer (1977)– es también parte fundamental del volumen: Daugherty observa a la escritora en acción y presenta viñetas de cómo concibe las historias que cuenta para mantenerse con vida. Así es como somos testigos de los eventos que la llevaron a redactar The Year of Magical Thinking y su compañero, Blue Nights, textos dolorosos y descarnados sobre la pérdida. Algunos han acusado a Didion de hacer mournography, o bien, de explotar su duelo para escribir. Daugherty no la juzga, sólo la presenta tal como es. Una escritora viva y vibrante, aún a los 80 años, que ha visto y vivido prácticamente todo y que existe para narrarlo en una experiencia compartida, que no está exenta de maravilla… y de lágrimas. Uno de los grandes libros de este otoño.
Miguel Cane es autor de la compilación Íntimos ensayos y de la novela Todas las fiestas de mañana. Es colaborador de Literal. Su Twitter es @aliascane
Posted: November 19, 2015 at 10:41 pm
Es difícil hallar escritura de calidad como la tuya. Agradezco a personas como tú que
trabajen tanto y tan bien.