TRÁNSITOS
Ana García Bergua
Alguien, algo me espera,
a 11 grados de latitud norte,
allá en una ciudad
donde alguien me dio una cita
con renovado acento,
pero olvidó su nombre por mi nombre.
(Eunice Odio, Zona en territorio del alba)
En esta época de tránsitos y migraciones, nos centramos, como es normal, en el paso físico que viven los seres humanos de un continente a otro, de un país a otro. Pero hay también otros tránsitos, los espirituales, los estéticos, las transformaciones interiores que producen el viaje y la necesaria asimilación al ámbito extraño. La historia de los viajeros literarios o de los escritores que cruzan territorios habla también de sus tránsitos interiores y sus cambios; estos artistas y escritores inmigrados a México forman entre nosotros una larga lista, pero en ella no suele aparecer como debería la poeta costarricense Eunice Odio, de cuyo nacimiento se cumplen cien años en este 2019. Figura conflictiva quizá por sus ideas y su carácter rebelde similar al de Elena Garro, de quien fue amiga cercana, la intelectualidad de izquierda tomó distancia de ella y Octavio Paz dijo de su poesía que en ella había creado una mitología propia incomprensible para su época a la manera de William Blake o de Saint-John Perse, condenándola así a la soledad de la gloria póstuma. Hacia la época en que vivió en México, desde los años cincuenta hasta su fallecimiento, Odio ya había publicado sus poemarios Los elementos terrestres (1948), que obtuvo el premio centroamericano de Guatemala, donde radicó unos años al salir de Costa Rica, y Zona en territorio del alba (1953). En México escribió su libro más importante, Tránsito de fuego, así como El rastro de la mariposa. Trabajó, entre otras cosas, en el periodismo y la crítica de arte, vivía haciendo ensayos y traducciones y, al parecer, murió muy sola.
Tránsito de Eunice se llama la novela que José Ricardo Chaves, escritor y académico costarricense que lleva viviendo en nuestro país ya varias décadas, le dedica a esta poeta relegada injustamente en la memoria literaria de nuestro país por su mencionado anticomunismo, entre otras probables razones. Tampoco el feminismo la recuperaría, pues se declaraba antifeminista y defensora de la familia tradicional, aunque su vida personal fuera mucho más libre de lo que estas ideas harían suponer. A su rareza contribuiría su devoción por el arcángel San Miguel y su convicción teosófica (incluso a finales de su vida se unió a los Rosacruces): este sesgo es el que conecta de alguna manera al autor de Tránsito de Eunice con la personalidad de Odio. En efecto, José Ricardo Chaves es un profundo estudioso de aquellas espiritualidades, como lo demuestra su novela anterior Espectros de Nueva York (curiosamente, Eunice Odio vivió también un par de años en Nueva York, donde se relacionó con la generación Beat), dedicada a la vida de la médium creadora de la teosofía, Madame Blavatsky, o su libro en el que narra su viaje al Tíbet, junto con sus múltiples estudios y obras de literatura fantástica como los Cuentos tropigóticos.
Así, un poco como en una posesión espírita, Chaves se apropia de la voz de ultratumba de Eunice –y esto no es una metáfora, pues en efecto el personaje nos habla después de la muerte, desde el Mictlán–, y con aquella voz, que incorpora muchos elementos de su poesía, de sus palabras inventadas (costarrisibles, pluránimo) y de su biografía muy cuidadosamente investigada en estudios, diarios y correspondencias, nos da un retrato completo del personaje en pinceladas etéreas y contundentes, de complejas intrigas y un ingenio un poco cáustico, como el que debió poseer Eunice Odio, desde que abandonó su natal Costa Rica hasta sus últimos años en nuestro país. De igual manera, Tránsito de Eunice no es propiamente una novela histórica, pues en ella el autor recurre a ficciones simbólicas que atan con ingenio y misterio muchos cabos sueltos, ni un estudio sobre la vida y la obra de Eunice Odio, sino una novela peculiar y muy seductora, una gran novela contada por un fantasma en la que el vuelo de la voz expresa una verdad sobre el personaje y, de pasada, presenta a una galería de personajes muy interesantes del México de aquellas épocas: la ya aludida Elena Garro, pero también Amparo Dávila, Chavela Vargas, su vecino Juan Rulfo, Lee Harvey Oswald –a quien encontró en la famosa fiesta espiada por la CIA que contó Elena Garro y con el que Chaves construye una ficción probable entre el espía y la escritora–, Alexandro Jodorowski, los infrarrealistas, entre muchísimos otros. Es una novela de tránsitos: de Centroamérica a México, del cuerpo al alma y del pasado al presente, tránsitos que concluyen en el lector.
“En la poesía costarricense, Eunice Odio es la más alta cima: una Sor Juana Inés Laica y centroamericana (…) En ambos casos, mujeres solas con poesía de altos vuelos, Anábasis gnóstica con alas de letras”, nos dice José Ricardo Chaves en la nota final de la novela, en la que se extraña de que la escritora no haya sido recuperada y reeditada como se merece en nuestro país. De igual manera sería deseable que esta novela que estoy reseñando ahora, y que está publicada por la Editorial Costa Rica (a cuyo premio fue acreedora en 2017), pudiera ser publicada en esta que ha sido la patria adoptiva de Eunice odio y también, por cierto, la de José Ricardo Chaves.
*Retrato de Eunice Odio, obra de Miguel Elías
Ana García Bergua Es escritora y ha sido galardonada con el Premio de literatura Sor Juana Inés de la Cruz por su novela La bomba de San José. Ha publicado traducciones del francés y el inglés, y obras de novela y cuento, así como crónicas y reseñas en medios diversos. Su Twitter es: @BerguaAna
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Posted: October 30, 2019 at 10:20 pm