Un hombre y su caballo
Giovanna Rivero
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A veces solo la línea del horizonte, borrosa por el polvo que otros caballos han levantado. Pero el hombre avanza, atraviesa la llanura, las colinas, se acerca al abismo donde desbarrancarse es una tentación, ¿por qué no despojarse por fin de la dolorosa conciencia? Solo el caballo, su caballo, parece entenderlo. En una superficie terrestre desolada, la lepra es pura vitalidad: ella también avanza, devora, transforma, convierte al hombre casi en un zombi. ¿O de qué otro modo podría llamarse a aquel que atestigua su propia putrefacción mientras camina o cabalga, arrastrando el brazo muerto, incitado por una idea fija? Como lectora, nada puedo hacer para salvar a ese jinete de sus pesadillas. Ya quisiera yo estirar la mano, atravesar la página y sacudir el hombro del personaje. Es solo una pesadilla, le diría. Lo que has visto, tu pasado, las niñas que amaste, la familia que tuviste, la cabaña donde tu cultura adoraba a Dios, todo eso es solo una pesadilla. Amorosa, sí, pero pesadilla al fin.
Como lectora, sin embargo, no puedo rescatar al hombre del horror de su surrealismo; solo puedo recomendar Dios duerme en la piedra (editorial Fiordo, 2023), este western donde ha nacido el más melancólico de los jinetes. Mike Wilson –escritor chileno/estadounidense– ha inventado esta leyenda sobre tierras arrasadas por los vientos y las sectas religiosas, pero, sobre todo, tierras arrasadas por ideologías, miedos y fanatismos, un monstruo tricéfalo tan primordial como el ser humano. A través de esa cartografía de desolaciones viajan un hombre y su caballo, un cuerpo extensión del otro, una respiración atenta a la otra. ¿Qué busca este ‘rider’ que, además de racionar el agua porque los ríos podrían estar envenenados, lleva como preciosa posesión un cuaderno? Este constituye, sin duda, el gran misterio que nos unirá a su cabalgata. Querremos encontrar con él, junto a él, lo que el final del camino le depara.
A lo largo de la lectura nos azuza la pregunta sobre el tiempo en que esta historia de escasos diálogos puede estar instalada. ¿Es el pasado? ¿Acaso un futuro post-humano? ¿Sucede, está sucediendo, mientras leemos, en lugares del planeta que parecen ser otro planeta, pero que son profunda y quizás esencialmente este planeta? La respuesta, no obstante, está más cerca de un radical “qué importa eso”. Jinete y tiempo son aquí una misma sustancia, exenta de una cronología histórica de calendario, obsesionada con penetrar el espacio en su obstinado avance. El suyo, su avance, se opone además a la pretensión maquínica del ferrocarril, único indicio de modernidad convencional en esta novela:
“Cuando era joven fue testigo de la colocación del Clavo de Oro, que unificó el primer ferrocarril transcontinental en la cumbre de Promontory. Se acuerda de las máquinas ciclópeas, el bramido de sus motores con bocanadas blancas y aliento negro”. (63)
Una de las grandes virtudes de la prosa de Wilson en esta novela, una prosa capaz de sostener un discurso narrativo sin traicionarse, es decir, sin mezclas innecesarias de distintas esferas semióticas, es justamente el modo en que –quizás por esa suerte de pureza– pone en contacto una noción de hondo extrañamiento (tan propio de los diversos fantásticos) con la lucidez apabullante de los clásicos westerns, tan devotos del realismo. Así, sensación de irrealidad y sensación de realismo construyen en Dios duerme en la piedra la intuición de que ese jinete es desde hace rato un alma en pena, un pariente atemporal de Pedro Páramo, un mesías travestido de pistolero en tierras de navajos. Como en otras de sus obras, Mike Wilson amasa una lengua en el plano del realismo, pero esta lengua es engañosa: nos llevará a la niebla espesa del misticismo, ese lugar inestable donde el alma y la carne se trenzan en la más dura batalla. Y es que probablemente lo que también duerme en la piedra es la escritura como acto místico, como plegaria que conjura la finitud del ser humano y del mundo. No es casual, pues, que se le pudra el brazo; en ese pergamino de piel enferma se inscribe, ya no la presencia de ese hombre en la Tierra, sino del mundo en la fugacidad intensa de su existencia.
“El hombre extiende el brazo pestilente y le pregunta qué tiene que ver su dios con su malatía. Ella le dice que es un obsequio del Señor, una lepra veloz y divina que su cuerpo no sabrá contener, y que las formas que crecen en su piel dibujan paisajes sacros por los que él ha caminado y caminará en esta vida y en otras menos tangibles. Es un mapa, una constelación…” (97)
Probablemente, a partir de este momento, esta novela forme parte de esos pequeños espectros de libros a los que retorno siempre porque allí hay un cosmos y un estado de ánimo que palpitan con autenticidad. Sospecho que –si bien la ficción involucra el esfuerzo minucioso por construir lo que no existe, o existe solo en tanto prefiguración, y esa labor no es otra cosa que artificio– las ficciones trascendentes exceden el artificio e instalan a sus personajes en las vidas ‘históricas’ con la misma densidad material y psíquica de la experiencia táctil. Debe ser que el western es para mí un género entrañable, el relato fundacional y secreto por excelencia de mi espuria formación lectora: mi abuelo paterno leía novelas de pistoleros, y la imagen de cada tapa de sus libritos pocket era casi siempre la misma o apenas alterada, allí estaba el vaquero, surcando el Lejano Oeste, soliviantando con los cascos de su caballo el polvo amarillo del desierto. Enmarcado en el halo de esa polvareda, el jinete parecía un santo. Tal vez haya algo de eso también en el protagonista de Mike Wilson, tal vez la lepra sea el signo, el estigma, de una ambición inconfesable. Ella conjura en el cuerpo ofrendado al paisaje el mandato de un necesario e inmenso desapego. Dejar de ser, fundirse por fin con las estrellas, los planetas y la incomprendida ternura de las rocas.
Giovanna Rivero (Bolivia). Es doctora en literatura hispanoamericana por la University of Florida. Es autora de los libros de cuentos Tierra fresca de su tumba (2020) y Para comerte mejor (2015), y de la novela 98 segundos sin sombra (2014), entre otros libros. Fue seleccionada por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara como uno de “Los 25 Secretos Literarios Mejor Guardados de América Latina” (2011). Académica independiente. Junto a Magela Baudoin y Mariana Ríos dirige Editorial Mantis. Coordina talleres de escritura y lectura online. https://giovannarivero.com/
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Posted: December 26, 2023 at 10:55 pm