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Un país en tu futuro
COLUMN/COLUMNA

Un país en tu futuro

Alberto Chimal

¿Qué harían ustedes si el sitio en el que viven dejara de existir?
Todo lo que sigue es, por supuesto, pura especulación.

Antecedentes

Desde que empezó la cuarentena debida a la pandemia, me ha dado por fotografiar y comentar libros en mi cuenta de Instagram. No soy académico, crítico literario ni booktuber (ni fotógrafo), pero empresitas como esa tienen su valor, me parece, y más en años como éste.

Hace como un mes publiqué allá una breve reseña de Norte, antología de cuentos publicada en 2015 por Ediciones Era, acompañando una foto del libro. A continuación la reproduzco sin cambios (e incluyendo un par de errores debidos a la prisa).

La nota

#LeerParaCuidarnos:
Hace un par de años, una persona me dijo que no quería ver “7:19”, una película en cuyo guión colaboré y que se trata del terremoto de 1985 en la ciudad de México. “Se me hizo que iba a ser una chilangada”, me dijo. La persona era de un estado del norte de México. Por supuesto, estaba en todo su derecho de ver o no ver cualquier película a partir de cualquier criterio de su elección. Y sé que “chilangada” es algo malo: una obra o una acción que se considera desagradable por exhibir características consideradas antipáticas de quienes habitamos el centro del país, en especial cuando se tiene la idea de que el ver o interactuar con “lo chilango” se impone, desde el “centro”, contra la voluntad de otros.
Y allá ella, pues.
                                                                              *
Todo lo anterior es trivial, pero lo recordé porque se ha puesto de moda la etiqueta #Nortexit, que algunos emplean para fantasear con la separación de los estados norteños del resto de México. Hay quien se ríe de ella, y de su origen en los golpes entre políticos de la actualidad. Yo me acuerdo del #Brexit, me acuerdo de que esta es la época en la que la humanidad entera se dispara alegremente en el pie a la menor provocación, y no me da tanta risa. Por otro lado, también me acuerdo de libros como esta antología: #Norte, de @edicionesera, compilada por Eduardo Antonio Parra. Es un libro riquísimo. Desde Martín Luis Guzmán hasta Luis Panini, desde Nellie Campobello hasta Cristina Rivera Garza, la famosa narrativa del norte es (la verdad) la columna vertebral de la narrativa nacional, y parte crucial de la imagen actual de lo mexicano en el mundo. Del norte viene el filtro amarillo de tantas tomas “de México” en el cine. Y si los libros mexicanos más celebrados internacionalmente en los últimos años son, quizá, de autoras no-norteñas (Fernanda Melchor y Valeria Luiselli), ambos se mueven en territorios delimitados por textos como los reunidos por Parra. De la mirada de la violencia al paisaje desértico y fronterizo.
Esta es una gran puerta de entrada, pues, a una gran literatura.
La extrañaré si se va.

 

Norte(s)
La booktuber Priscila Dragón Talavera comentó mi foto. Ahora reproduzco su comentario:

Me encantó ese libro. Hubo tanto en lo que me vi como norteñe. Ahora que he vivido en otros puntos cardinales del país (estaba en Mérida cuando lo leí) creo que no nos iría muy bien un país con pures norteñes como los que somos😂 Sé que es porque no he ahondado mucho en el tema, pero definitivamente me vi mucho en estos cuentos, en esta literatura. Me gustó muchísimo.

El comentario de Priscila es interesante porque hace pensar en varias cosas a la vez: uno, el valor de la antología de Parra como un documento no sólo literario sino antropológico; dos, el hecho de que la identidad se aprende y aun cuando ya la hemos aprendido, no siempre ahondamos en ella de la misma forma. (¿Cuántas personas viven toda su vida sin toparse nunca con un análisis o una representación artística de su manera de vivir?, ¿cuántas ni siquiera se enteran de que tales cosas existen?)

Y tres, una verdad menos visible: que las definiciones de identidad se transforman.

En la imagen popular del norteño, igual que en el estereotipo un poco más difuso del “macho mexicano”, hay poco o nada de las modernas perspectivas de género, que Priscila invoca con naturalidad mediante el uso del castellano incluyente. En su contexto cultural, ella es una excepción: parte de una generación nueva y diferente. Pero ¿cómo sería una república norteña con un habla así, con ideas de género no conservadoras?

Aun si conservaran todos sus otros rasgos, desde el look o el gusto musical hasta sus opiniones sobre el dinero o el trabajo, les norteñes –una nación que se nombrara y se concibiera unánimemente de ese modo, con todo lo que ello implica– serían algo muy distinto de los norteños que se perciben en los cuentos de Norte o de las personas que quieren, aunque sea por un momento, darse gusto imaginando un “Nortexit”. Por ejemplo, el estereotipo del norteño suele enfatizar una actitud desdeñosa ante la población del “Sur” mexicano, presuntamente “atrasada”, “perezosa”…, y en una vuelta de lo más curioso, el pensamiento norteñe que estoy imaginando se acercaría menos al de los texanos, o los libertarians conservadores, que al de comunidades como las de habla zapoteca del Istmo de Tehuantepec, en las que el género muxe –ni masculino ni femenino– existe y es aceptado desde hace siglos.

Esa sería una sorpresa del devenir histórico. Parece difícil, pero no es imposible. No hay forma de predecir cómo serán las comunidades y culturas que descenderán de las que hoy existen.

Y si a alguien le disgusta pensar que ciertas nociones de masculinidad o de poder pudieran ser transitorias, efímeras, algo más que vale la pena considerar es esto: tarde o temprano desaparecerán, junto con todo lo demás que representa algún asidero o justificación para quienes las defienden. Tarde o temprano, la noción misma del territorio que hoy llamamos México va a desaparecer, y será reemplazada por las de otros estados o naciones, con otras fronteras, idiomas, definiciones de su población e ilusiones acerca de su “ser”. No creo que una de ellas vaya a ser exactamente los “Estados Unidos Mexicanos del Norte” que salieron en la propaganda en redes, con la frontera limpiamente dibujada siguiendo la división política de los estados mexicanos actuales, de Guanajuato hasta el Río Bravo. Pero sí sé que nosotros –sea como sea que se defina ese nosotros– tenemos siempre los días contados.

¿Dónde estarás cuando ya no haya México?

Un libro muy útil para pensar en estos temas es Reinos desaparecidos (Vanished Kingdoms, 2011), del historiador Norman Davies. Es una serie de ensayos extensos en los que Davies describe lugares contemporáneos de Europa, desde Escocia hasta Ucrania, y luego relata qué naciones existieron antiguamente en esos mismos territorios. Sus pobladores se daban otros nombres, hablaban otras lenguas, pensaban en la relación de sus comunidades con “los otros”, “los extranjeros”, de maneras que para una persona del siglo XXI tendrían poco o ningún sentido, porque su conciencia del mundo estaba ligada a las creencias, limitaciones y delimitaciones de su propia cultura: a una noción de identidad que para ellos pudo ser muy firme, y que en algunos casos perduró durante muchas generaciones, pero que ya no existe más. Casi nunca hay continuidad reconocible entre aquellas identidades y las de hoy. Por ejemplo, Davies escribe que a los pobladores de lo que hoy llamamos el Imperio Bizantino (330-1453) les hubiera parecido ridículo oírse llamar así, porque aunque la capital del mismo era en efecto la ciudad de Bizancio –después llamada Constantinopla, y luego Estambul–, ellos mismos se consideraban súbditos del Imperio Romano, que desde nuestro punto de vista dejó de existir como una nación precisamente al dividirse en una porción occidental, con capital en Roma, y una oriental, con capital en Bizancio. Para ellos no existía la discontinuidad que, según nosotros, los define.

El concepto que promovían los partidarios del “Nortexit” (me parece que ya ha vuelto a pasar de moda) no es nuevo: la tensión entre el norte del país y el resto –aunque no siempre se les defina de la misma manera– existe al menos desde el siglo pasado, incluyendo aquel lema recurrente de “Haz patria, mata un chilango”. Ostentar la norteñidad tiene un valor performativo incluso para gente que no odia en realidad a las personas al sur de tal o cual paralelo, pero busca quedar bien con quienes le rodean. La verdad es es que todas las culturas hacen esto de alguna manera. Pero en una época como la presente, en la que varias crisis globales mal atendidas se suman a la pandemia que seguimos viviendo, semejante comportamiento se vuelve más atractivo: la incertidumbre del futuro nos lleva a buscar refugio en cualquier cosa que parezca más segura, más inamovible que el presente. Este es el motor de más de un movimiento extremista o (para el caso) separatista. Si algunas comunidades se rebelan contra auténtica opresión, otras, como la Inglaterra del Brexit, aprenden a creer en un enemigo imaginario, que busca “invadir” desde afuera a una sociedad “superior” y debe ser rechazado. Sus líderes explotan el miedo y el odio, y cuando se hacen con el poder deben seguir aparentando que combaten esa supuesta amenaza, para horror o desconcierto de quienes comparten su espacio pero no les creen.

Me parece que no hemos llegado aún a la situación de polarización social que haría falta para que un proyecto separatista tuviera éxito en lo que hoy se llama México, pero esa no sería la única forma en la que el territorio podría fragmentarse, redefinirse, desaparecer. Tan sólo el colapso ambiental, que se ha agudizado incluso durante este año de encierros parciales en buena parte del mundo, está llevando ya a que grandes poblaciones deban abandonar sus lugares de residencia, que se han vuelto inhabitables. A lo mejor quien lee estas palabras no vivirá para ver las peores consecuencias de las catástrofes en cámara lenta que ya están ocurriendo, pero yo mismo no le apostaría a esa forma de crueldad para con las generaciones futuras. Como también se anota en el libro de Davies, hay naciones que cayeron súbitamente, como la Unión Soviética, y no alcanzaron el siglo aunque en un tiempo parecieran inevitables, eternas.

Tal vez es simplemente saludable recordar que nada dura para siempre, incluyendo los componentes invisibles –imágenes mentales, palabras– de aquello que creemos ser. Algo perdurará en textos que sobrevivan a su tiempo, como espero que sobrevivan los de Norte y otros libros semejantes: aunque no siempre nos guste recordarlo, los seres humanos todavía tenemos mucho en común.

*

Estamos a punto de cruzar otra frontera (ilusoria, hecha de tiempo) para entrar en un nuevo país (imaginario, que sólo existirá durante 12 meses). Los efectos de todo lo que ha pasado en este año crítico (en este año horrible) no acabarán el 31 de diciembre: seguirán, querámoslo o no, en 2021 y más allá. Y todavía no podemos ver todas las consecuencias que van a tener.

Pero igual deseo que el cruce que vamos a hacer les trate bien y que el año por venir haga el esfuerzo pequeñísimo necesario para ser, desde el punto de vista de ustedes, mejor que éste. 

 

Alberto Chimal es autor de más de veinte libros de cuentos y novelas. Ha recibido el Premio Bellas Artes de Narrativa “Colima” 2013 por Manda fuego,  Premio Nacional de Cuento Nezahualcóyotl 1996 por El rey bajo el árbol florido, Premio FILIJ de Dramaturgia 1997 por El secreto de Gorco, y el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2002 por Éstos son los días entre muchos otros. Su Twitter es @AlbertoChimal

 

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Posted: December 8, 2020 at 9:59 pm

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