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Una Cuba sin Castro. Entrevista a Rafael Rojas

Una Cuba sin Castro. Entrevista a Rafael Rojas

Rose Mary Salum

Dentro del marco de una serie de presentaciones que tuvieron lugar en la Universidad de Houston y Rice University organizadas por Mabel Cuesta,  el historiador e intelectual Rafael Rojas habló sobre la situación actual de Cuba, su futuro, y la próxima sucesión de poderes que posiblemente se lleve a cabo una vez que Raúl Castro cumpla su promesa de transferir el poder a principios del 2018. Durante su visita tuve la oportunidad de charlar con él y aquí reproduzco nuestra conversación:

¿Cómo ves a la Cuba sin Fidel y, en tu opinión, cómo será el proceso de transición en el 18?

La muerte física de Fidel Castro se produjo después de diez años de fuerte rebajamiento de su omnipresencia política y mediática, bajo un liderazgo de diferente estilo encabezado por Raúl Castro. Eso explica tanto su relativo impacto como los intentos cada vez más evidentes de procesar el duelo del poder por medio de una afirmación del legado fidelista, que se resumen en la consigna pseudotomista “yo soy Fidel”. Pero quienes repiten la frase, sobre todo los millennials cubanos que protagonizarán el siglo XXI, saben que no es cierto: nadie es Fidel. Luego de la sucesión de poderes –que no transición democrática– del próximo 24 de febrero de 2018, se naturalizará aún más la ausencia de Fidel. No creo que el grupo más ortodoxo del poder cubano logre hacer de Castro un ícono equivalente al de Mao en China.

Si la pluralidad ideológica y política que hubo dentro del proceso revolucionario generalmente se pasa de largo, quiero suponer que la transición será también un núcleo de voces disímiles. ¿Quiénes son estas voces y qué piden?

Así es. En Cuba existe una sociedad cada vez más diversa y plural. Una ciudadanía heterogénea que ya comienza a producir una nueva sociedad civil, donde son más importantes las iglesias y los gremios, las comunidades y las tribus urbanas, que las viejas “organizaciones de masas” del Estado. Pero también en ese viejo Estado comienzan a perfilarse fricciones internas de diversa índole: generacionales e ideológicas, entre militares y civiles y entre reformistas e inmovilistas. La principal contradicción que observo es entre quienes piensan que lo que se iba a reformar ya se reformó, bajo Raúl, y quienes demandan una traducción constitucional de las reformas y un avance hacia mayores derechos civiles y políticos.

¿Cuáles serían las posibilidades de sucesión sin una reforma constitucional que amplíe los derechos civiles o políticos? ¿Sobre qué documento legal se desarrollará el tema legislativo? ¡La constitución actual es viejísima!

Así es. La actual Constitución es viejísima, no porque date de 1976 o 1992, sino porque se basa en el modelo de la constitución estalinista de 1936 en la URSS. Ninguna de las reformas raulistas de importancia –el trabajo por cuenta propia, las tierras en usufructo, el mercado inmobiliario, gastronómico, de transporte o de otros servicios, la inversión extranjera directa, la nueva Ley Migratoria…– ha sido recogida en la Constitución. Además, hay instituciones y leyes en esa Constitución que han sido rebasadas por la realidad en la última década. No sería fantasioso esperar que cuando comience a reformarse lo mucho que hay que reformar de esa Constitución se plantee una ampliación de derechos civiles y políticos y un rediseño institucional.

Durante el periodo de Fidel siempre hubo una oposición de intelectuales que se expresaban a través de revistas y otras publicaciones. ¿Qué papel tiene ahora esa oposición de intelectuales?

Siempre, en el pasado y ahora, han existido en el campo intelectual cubano distintos grados de crítica, además de disidencias u oposiciones resueltas. Observo, sin embargo, que conforme el discurso de legitimación oficial se caricaturiza o se degrada, la resistencia intelectual adquiere mayor sofisticación y rigor. Diversas muestras de esto último pueden advertirse en las asociaciones y publicaciones, independientes o relativamente autónomas, que están demandando la reforma constitucional, o en la reacción contra episodios de censura como los del “Susurro de Tatlin” de Tania Bruguera o el de la película Santa y Andrés de Carlos Lechuga, o en la presión a favor de una Ley de Cine que impulsa la comunidad cinematográfica de la isla.    

El ejército siempre se llevó un porcentaje muy considerable  del presupuesto total y a la gente le llegaba muy poco. ¿Dentro de las nuevas reformas se está haciendo algo para que el dinero fluya mejor en toda la isla o las nuevas reformas están acentuando la división de clases y favoreciendo a una élite?

Sí, desde los 90, como consecuencia de la pérdida de recursos del Estado que implicó el colapso soviético, en Cuba crece una diferenciación y una estratificación social. Con las reformas raulistas ese proceso se aceleró, generando incrementos visibles de la pobreza y la desigualdad, pero impulsando, también, la gentrificación y el surgimiento de élites económicas con niveles y hábitos de consumo despegados de la mayoría de la población. La consolidación de los militares en el manejo de los renglones estratégicos de la economía de la isla apunta a la vertebración de una casta militar-empresarial en Cuba.

¿Podrías hablarnos sobre el tema de la censura en Cuba?

La censura en Cuba responde a la codificación constitucional del estalinismo. Dado que el sistema cubano reproduce la idea de que una ideología de Estado, el “marxismo-leninismo martiano” –whatever that means– rige la educación y la cultura, la libertad de expresión está constantemente restringida e intervenida por el discurso oficial. A eso habría que agregar que en un sistema con un fuerte culto a la personalidad e interesado en crear una iconología intocable, en torno a las figuras de Fidel Castro, el Che Guevara o José Martí, las posibilidades de interpelación del poder se estrechan. La historia de la censura en Cuba, en las seis últimas décadas, es copiosa, y tiene como núcleo una idea formulada por Fidel Castro en el discurso Palabras a los intelectuales (1961), que establece que la censura es un “derecho” del Estado.

Venezuela fue un apoyo en los últimos años de Fidel. Sin embargo, ahora que están prácticamente en quiebra, ¿quién está apoyando al país?

Estamos en un momento de evidente depresión de las alianzas internacionales de Cuba. Tras un claro giro al pragmatismo y el realismo en la política exterior cubana, entre 2012 y 2016, que desembocó en la normalización de vínculos con la Unión Europea y Estados Unidos, y el viaje de Barack Obama a la isla, el gobierno de Raúl Castro parece dar otro golpe de timón y aferrarse al debilitado bloque bolivariano. El duelo por la muerte de Fidel, en la cúpula del poder, alienta esa marcha atrás en la política exterior. Sin embargo, es cada vez menos lo que obtiene Cuba, en términos de inversiones, créditos o subsidios petroleros, o de sublimación ideológica, del llamado “socialismo del siglo XXI”.

En tu opinión, ¿cuál debe ser la relación “ideal” con Estados Unidos y cuál es en realidad la que existe o se ve venir en los próximos años?

Lo ideal sería una relación normal, respetuosa y rentable, entre dos democracias soberanas y vecinas. Pero eso es pedir demasiado a quienes gobiernan ambos países. A mi juicio, la política que más se ha acercado a ese tipo de vínculo es la de Barack Obama en su segundo periodo. Con Donald Trump en la Casa Blanca nos enfrentamos a una reversión de las medidas positivas de la pasada administración o a un congelamiento del vínculo bilateral, sin cerrar embajadas o dar marcha atrás a las facilidades para viajes, remesas, negocios y colaboración. Es probable que suceda lo segundo y no se produzca una reformulación radical de la política hacia Cuba.

¿Cuba sigue teniendo una relación cercana con el gobierno de Putin?

El gobierno de Vladimir Putin tiene una clarísima vocación geopolítica. Cuba interesa a Moscú no por coincidencias ideológicas como en la Guerra Fría sino por las posibilidades de presión a la hegemonía de Estados Unidos que ofrece desde el Caribe. Sin embargo, no hay que olvidar que el Kremlin apuesta por una presión desde la normalidad diplomática. De ahí que Putin, a diferencia de Nicolás Maduro y el eje bolivariano, favorezca las buenas relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Tampoco Rusia está en condiciones de incrementar demasiado su transferencia de recursos a Cuba.

Cuál es el papel de China en Cuba, ¿existe actualmente algún tipo de apoyo estratégico a la isla?

China sí sería un socio comercial, inversionista y crediticio de mayor peso que Rusia o cualquier otro aliado geopolítico o ideológico. Pero China posee relaciones económicas más intensas con otros países latinoamericanos que con Cuba. ¿Por qué? Porque la economía china, como cualquier otro capitalismo global, requiere de garantías jurídicas y estabilidad macroeconómica para hacer negocios, que no existen en Cuba. Por otro lado, los chinos no comparten la agenda obsesivamente geopolítica de Rusia que, hasta ahora, ha sido más importante para el gobierno de Raúl Castro. Se dice, con frecuencia, que Cuba opta por la vía china o la vietnamita, pero, por lo visto, esa tendencia aun no se ha consolidado a nivel doméstico o internacional en las prioridades de La Habana.

Imagen de Carsten Ten Brink

RoseMarySalumRose Mary Salum es la fundadora y directora de Literal, Latin American Voices. Es la autora de El agua que mece el silencio (Vaso Roto 2015) y Delta de las arenas, cuentos árabes, cuentos judíos (Literal Publishing 2013) entre otros títulos.. Su twitter @rosemarysalum

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Posted: April 16, 2017 at 9:00 pm

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