Essay
Lector de biografías converso
COLUMN/COLUMNA

Lector de biografías converso

Ricardo López Si

Luego de que Pancho Varona, la segunda espada perenne de Joaquín Sabina, se revelara ante mí  en una entrevista como un lector de biografías converso, pensé que debía replantearme las lecturas que tenía en puerta. De manera que, tras engullirme los Retratos y encuentros de Gay Talese, en días consecutivos me embarqué en la misión de leer las memorias de Luis Eduardo Aute, Bob Dylan y Bruce Springsteen.

Yo, antes que cualquier otra cosa, me considero un cazador de datos para sobremesas. De Aute me interesaba especialmente entender cómo alguien podía ser capaz de componer una canción tan perfecta como «Las cuatro y diez», donde confluyen el James Dean de Al este del Edén y el desencanto de la generación que padeció el franquismo: «Fue un ese cine, ¿te acuerdas? / En una mañana Al este del Edén / James Dean tiraba piedras / a una casa blanca, entonces te besé».

Resulta que en un principio la canción decía: «Fue en el cine Montera», puesto que remitía a la sala en la que Aute vio más veces la película del genial Elia Kazan, comunista redimido y estigmatizado como el gran delator de la «caza de brujas» promovida por el macartismo. Influído por la melancolía reverberante de Leonard Cohen, el cantautor madrileño la concibió como una historia de amor frustrado, en donde «toda la ilusión de una vida maravillosa entre dos» queda «anquilosada en los horarios» de un trabajo fijo que raciona el tiempo de una pareja.

Apenas terminé, acudí enseguida a Bob Dylan y sus Crónicas I, editadas por Malpaso. Su devoción por Honoré de Balzac, Guy de Maupassant, William Burroughs, Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Tennessee Williams, Dylan Thomas y Antón Chéjov, así como la herencia de Hank Williams, Woody Guthrie y Roy Orbison, era bastante previsible para cualquiera que haya seguido mínimamente la carrera del bardo, pero lo que realmente me conmocionó fue la conversación que sostuvo con Bono, el frontman de U2, en la que hablaba sobre un lugar llamado Alexandria, en su natal Minnesota, donde habrían desembarcado los vikingos que se asentaron en el siglo XIV, mucho antes de la llegada de Cristobal Colón. Ahora no puedo dejar de pensar en la idea de visitar aquel poblado y postrarme ante la estatua de madera de un vikingo barbudo, con casco, botas atadas hasta la rodillas, una larga daga envainada y un escudo con la leyenda: «La cuna de América». Mientras leía, musité: Dios bendiga las autobiografías.

Sin embargo, debo decir que lo mejor de dicho pasaje es la descripción que hace el propio Dylan sobre la ruta a seguir par alcanzar la ciudad de Alexandria, que a continuación transcribo:

Me preguntó cómo llegar y le dije que debía dirigirse río arriba, pasar por Winona, Lake City, Fontenac, salir de la autopista 10 hasta Wadena y tomar la 29. No tenía perdida. Bono me preguntó de dónde era yo y le dije que de la cadena del Hierro, del Mesabi Range.

—¿Qué significa Mesabi? —inquirió.

Le conteste que es una palabra ojibwa que significa «tierra de gigantes».

Después de Dylan, el paso natural era Bruce Sprinsgteen y su Born to run. Cuando comencé a sumergirme en la lectura, mi única reflexión posible fue: Todos necesitamos un Jon Landau en nuestras vidas. Landau abandonó su carrera como crítico musical —cuyo punto culminante fue aquella legendaria reseña sobre para The Real Paper en la que se referiría a Bruce como un híbrido de Chuck Berry, el primer Bob Dylan y Marlon Brando— para convertirse en el gran prescriptor y confidente del músico nacido en Freehold: «una población de infarto que se baja los pantalones, engendra revueltas raciales, odia a los diferentes». A partir de la figura de Landau se explica que Springsteen haya pasado de ser un outsider —hijo de madre italiana y padre irlandés— de la canción popular americana a convertirse en uno de los artistas más influyentes del último medio siglo.

En un inicio lo que más me interesaba de la autobiografía de Springsteen era confirmar que, en efecto, descendía conscientemente del árbol genealógico de Bob Dylan, Woody Guthrie, Hank Williams, Elvis Presley y Frank Sinatra y descubrir, al mismo tiempo, que la violencia soterrada de los cineastas Terrence Malick y John Ford fueron decisivas a la hora de transitar a nivel lírico y conceptual de discos como Born to run a The River y el infravalorado álbum acústico Nebraska. Toda esta idea puede ser perfectamente condensada en «Johnny 99», la oscura historia de un hombre que lo pierde todo tras el cierre de una planta de Ford en Mahwah, Nueva Jersey, detonando el comienzo de una vida delictiva que le condena a pasar 99 años en prisión. Pero, como dije antes, soy un cazador de datos irrelevantes. En el libro encontré cosas que no sabía y que, probablemente, me puedan dejar mal parado como springsteeniano tardío. Por ejemplo, ignoraba que Brian de Palma, nombre propio del Nuevo Hollywood, dirigió el video de «Dancing in the dark», que también resultó ser el rito de iniciación de Courteney Cox. Me parece una irresponsabilidad absoluta que los niños puedan crecer y aprobar en la escuela sin controlar ese tipo de datos.

Después de todo lo que he aprendido para brillar con luz propia en las conversaciones de sobremesa, no sé si sea capaz de abandonar el camino que me han trazado las biografías. Recién me hice de un libro de estudios de diversidad sobre los grandes líderes de los nativos americanos, pero, según parece, Morrissey, Neil Young y Ennio Morricone tienen otros planes en mente. Ya veremos quién logra imponerse.

© Bob Dylan and Joan Baez, 1963 (Flickr Public Domain)

 

Ricardo López Si es autor de El viaje romántico (UOC / Cuadernos Livingstone, 2021) y coautor de la revista literaria La Marrakech de Juan Goytisolo (Agora, 2019), el libro de relatos Viaje a la madre tierra (UOC / Cuadernos Livingstone, 2019) y de la antología Puentes (Gato Blanco, 2020). Columnista en Literal Magazine y Revista Panenka. Editor en revista Purgante. Su twitter es @Ricardo_LoSi

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Posted: September 28, 2022 at 10:29 pm

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