¿Una presidencia bicéfala?*
Sergio Negrete Cárdenas
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La victoria de Claudia Sheinbaum en la elección presidencial fue aplastante y sorpresiva por su magnitud. Que hubiera logrado un mayor porcentaje del voto que López Obrador parecía algo casi imposible de concebir, pero así fue. Otro resultado inesperado fue la votación por el Congreso. Morena y sus aliados probablemente lograrán la denominada mayoría calificada tanto en la Cámara de Diputados como en la de Senadores (dos terceras partes de los votos). Esa victoria tan contundente tuvo un padre, artífice y verdadero jefe de campaña: Andrés Manuel López Obrador.
En la sombra de AMLO
Que AMLO fue el forjador de su triunfo es un hecho que la ganadora aceptaría sin reparo alguno e incluso con un timbre de orgullo. Sheinbaum Pardo nunca trató de hacer nada para distanciarse del Presidente, de mostrar siquiera un atisbo de pensamiento independiente, alguna propuesta de política que realmente la diferenciara de aquellas que implementadas por el gobierno.
En un sentido político, esta subordinación le ha sido inmensamente redituable. Siempre bajo la sombra del caudillo fue ascendiendo. La candidata a la presidencia fue ella, no Ebrard o Monreal, ni tampoco otro político cercano a AMLO desde la juventud, el también tabasqueño Adán Augusto López Hernández. Los cuatro compitieron en una de esas farsas a las que AMLO es tan afecto y que presenta como consultas o encuestas públicas, y cuyo resultado contundentemente favorable a la siempre favorita no asombró absolutamente a nadie. Sin López Obrador, en 2024 Claudia Sheinbaum estaría quizá contemplando el cierre de una carrera académica satisfactoria en la UNAM aunque sin grandes glorias en los anales científicos, al borde de la pensión (que de todas formas recibirá al haber continuado cotizando al ISSSTE en diversas formas) y quizá escribiendo artículos en La Jornada sobre transición energética y calentamiento global.
Lo más cercano a una reelección
En el sistema político del priato y la presidencia omnipotente (1935-1997) el Presidente saliente alcanzaba el máximo de su poder cuando designaba a su sucesor. En el argot popular, le quitaba la capucha al tapado, daba el dedazo. En las palabras de José López Portillo, se manifestaba el fiel de la balanza, y en las de Luis Spota se pronunciaban las “palabras mayores”. Y era también el momento de la separación, de marcar distancia, entre el todavía titular del Ejecutivo y quien había sido hasta entonces su fiel colaborador. El poder empezaba, lenta pero inexorablemente y a un ritmo irregular, a fluir del Presidente hacia el candidato. Claudia Sheinbaum en cambio mantuvo inalterable su papel de presentarse como una especie de clon del tabasqueño, la continuadora de la transformación sin alterarle una coma ni divergir un metro de la senda ya trazada. No cambió el guion que se había escrito para ella.
Su victoria representó en cierta forma esa reelección que AMLO tanto había deseado, y lo que surgió de ella fue un López Obrador envalentonado, legitimado una vez más por las urnas. Y sin ceder un ápice de poder a quien tomará su lugar en la silla presidencial. No lo hizo durante la campaña, nada indica que lo vaya a hacer ahora. Porque Morena sigue siendo (literalmente) su partido. En los amplios bloques legislativos y de gobernadores estatales de Morena no se perfila un grupo que deba su lealtad a la próxima Presidenta.
Morena es por ello una potentísima base de poder que seguirá en manos de López Obrador. Será en ese sentido una especie de Plutarco Elías Calles con el partido que fue de su creación en 1928, el Nacional Revolucionario, el abuelo del PRI. Resultó la plataforma para lo que se llamaría el Maximato, dado que Calles pasó a ser conocido como el “Jefe Máximo de la Revolución”.
La presidencia bicéfala
No dejaría de ser irónico que en alguna forma López Obrador adquiera un apelativo con el término de “jefe” cuando oficialmente entregue la banda presidencial, una designación que encontró acomodo en otras personas precisamente para evitar acusaciones de reelección cuando la larga estadía de Porfirio Díaz en Palacio Nacional lo había hecho algo poco aceptable. Venustiano Carranza no era inicialmente “Presidente” sino el “Primer Jefe del Ejército Constitucionalista” y, además, “encargado” del Poder Ejecutivo (o sea, Presidente en todo menos de nombre). AMLO será quizá el “Jefe Máximo de la Transformación”, entre otras posibilidades.
Habrá desde octubre una presidencia con dos cabezas. Mientras que era el “Jefe Máximo”, Calles vivía en la Colonia Anzures. Una pinta en el Castillo de Chapultepec (donde entonces residía el titular del Ejecutivo) resumió la situación magistralmente: “Aquí vive el Presidente, el que manda vive enfrente”. Para Sheinbaum sería, en Palacio Nacional: “Aquí vive la Presidente, el que manda está en Palenque”.
¿Ortiz Rubio o Lázaro Cárdenas?
Sheinbaum enfrenta un dilema. Por una parte, puede seguir el camino de la subordinación que ha dominado a la perfección. Le compensaría el cargo, el oropel de Palacio Nacional y tomar ciertas decisiones. Eso sí, siendo muy claro quién manda. Porque para López Obrador las apariencias son tan importantes como los hechos. En ese papel de presidencia compartida, Sheinbaum Pardo sería una repetición de Pascual Ortiz Rubio, el Presidente de México entre 1930 y 1932 bajo el inmenso poder del “Jefe Máximo”. Efectivamente ninguneado, al final hasta por el propio Calles, Ortiz Rubió presentó su Segundo Informe de Gobierno el 1 de septiembre de 1932 y al día siguiente renunció.
Quien finalmente defenestraría al “Jefe Máximo” fue el presidente Lázaro Cárdenas, quien tomó posesión en diciembre de 1934. A partir de mediados de 1935 se había iniciado el choque público entre ambos, con Calles criticando la tolerancia presidencial hacia las huelgas obreras. Cárdenas de inmediato solicitó la renuncia de todo su Gabinete, lo purgó de callistas y en los meses subsecuentes se deshizo (vía desafueros y desaparición de poderes) de diputados, senadores y gobernadores leales al expresidente. En abril de 1936 exilió al propio Calles del país.
Lo que posteriormente escribiría Cárdenas, el único líder político postrevolucionario que aparece en el logotipo del gobierno obradorista, sobre esa pugna de poder es tan claro como lapidario:
Los que pasan por la primera magistratura del país no deben aspirar a representar mayor autoridad política que el que tiene constitucionalmente la responsabilidad presidencial.
No deben, a menos que tengan un Ortiz Rubio ocupando formalmente el cargo. Es una cuestión de elección: ¿Sheinbaum será Ortiz Rubio o Lázaro Cárdenas?
¿Jefe (Máximo) del Estado Mexicano?
Si Claudia Sheinbaum opta por continuar en un plan subordinado, no puede descartarse que López Obrador le exija, imponga a través de sus legisladores, un regreso al primer plano de la política nacional, para así afianzar todavía más (si cabe) su poder.
Una posibilidad sería, por supuesto, permitir la reelección no consecutiva y así regresar a la presidencia en 2030, la jugada que hizo Álvaro Obregón en 1928 tras haber sido Presidente en 1920-1924. Habiendo ganado en la elección correspondiente y siendo Presidente Electo, fue asesinado en julio de 1928 por José de León Toral. Pero la edad jugaba a favor de Obregón, quien contaba con 48 años de edad en el momento de su muerte.[1] El de Macuspana, en cambio, tendría 77 años y 83 al final de ese hipotético sexenio.
Una alternativa inmediata sería una alteración radical del sistema político mexicano, y separar de la presidencia las funciones de Jefe de Estado. Sheinbaum seguiría siendo la Presidenta y como tal jefe de gobierno. El nuevo cargo podría ser llamado, por ejemplo, “Jefe del Estado Mexicano”, con López Obrador siendo designado (aclamado) así por su mayoría en el Congreso. Esto es, oficialmente ejerciendo un papel supuestamente apolítico y representando a la nación, como el Presidente de Italia, Portugal, Singapur o de varias otras naciones, entre las cuales destacan varias que formalmente son reinos, como España o Reino Unido.
Sería un arreglo institucional, entre muchos que puede tener lugar tras una remodelación constitucional, que formalizaría la presidencia bicéfala o el estatus de Claudia Sheinbaum como una especie de Vicepresidenta de México.
* Fragmento del libro De AMLO a Sheinbaum: la decadencia económica con éxito político que continuará” que será publicado en el mes de julio.
Sergio Negrete Cárdenas. Profesor de Tiempo Completo en la Escuela de Negocios del ITESO. Trabajó en el Fondo Monetario Internacional. Profesor en varias universidades de España y México, destacadamente la Universidad Pompeu Fabra y la Escuela Superior de Comercio Internacional, en Barcelona, la UNAM y la Escuela de Periodismo Carlos Septién en la Ciudad de México. Doctor en Economía y Maestría en Economía Internacional por la Universidad de Essex. Diplomado en Política Exterior de Estados Unidos por la Universidad de Maryland. Licenciado en Economía por el ITAM y en Ciencias de la Comunicación por la UNAM. Twitter: @econokafka
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NOTA
[1] En una aguda historia alternativa escrita por José Emilio Pacheco en 2008, el asesinato es evitado y Obregón se convierte en Presidente Vitalicio de México hasta su muerte el 2 de octubre de 1968. “El caudillo no es asesinado: El Obregonato, 1928-1968”, en Letras Libres: https://letraslibres.com/revista-mexico/el-caudillo-no-es-asesinado-el-obregonato-1928-1968/
Posted: June 19, 2024 at 6:54 am
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