VIAJE AL FIN DE LA HISTORIA
Mónica Belevan
• Gustavo Faverón Patriau: Vivir abajo (Lima: Peisa, 2018. 646 pp.)
What immortal hand or eye
Could frame thy fearful symmetry?
William Blake, “The Tyger”
Vivir abajo es una novela difícil; producto de un hombre, digamos, difícil que, al momento de escribirla, se encontraba atravesando un trance de dificultad definitoria. Es, por ende, una novela escrita desde el umbral de una intensidad insostenible y el que esta fuerza logre mantenerse, como por milagro inverso, a lo largo de las casi setecientas páginas de ésta su primera edición (a la que por cierto espero que le sigan muchas otras, y en babélicos idiomas), la emparenta por momentos a frutos tan desconcertantes como Viaje al fin de la noche.
Aunque por tramos parezca un experimento maximalista cuyos detalles se reiteran como fractales a escalas distintas; Vivir abajo es, más bien, de un brutalismo afiligranado, que va cobrando proporción (reinscribiéndose y reescribiéndose sobre sí mismo) en la medida en que va colapsando los puentes, demasiado frágiles, de la verosimilitud (y volviendo, una y otra vez, a la encrucijada de la dialéctica). Ya sea mediante grandes eclípticas confesionales en boca (o a manos) de narradores de dudosa fiabilidad o trenzando tropos unos sobre otros con una insistencia suficiente como para provocar la resistencia friccionante del lector, Faverón consigue articular una Gestalt cuya suma es mayor que sus partes. Diríase que estamos una puesta en escena perversa de Repetición y diferencia de Deleuze, donde ambas fuerzas se perfilan como negativas, la lógica es degenerativa, y todo esfuerzo por recolocar el centro nos devuelve –al lector y a los personajes— al origen del maelstrom.
En este universo –cerrado, pero en expansión— se parte de una presunción de culpa, mas no respecto a una acusación concreta, sino porque todos somos culpables en el sentido más teologal de la palabra. A un chivo expiatorio su parte le cae en suerte no porque se la merezca –las correspondencias en materia histórica suelen ser un tanto asimétricas—, sino porque su rol está supeditado a un orden mayor y apenas escrutable que obliga a la ejecución de sacrificios en respaldo de una historia oficial [que genera y en parte depende de la producción de historias (sub)alternas].
Lo que sí ha de inscribirse en un espectro es la inocencia, y es dentro de este conjunto que Faverón inyecta a un elenco memorable de criaturas que subvierten los estereotipos del realismo sucio y los usos heredados (y horadados) del realismo mágico para constituir una suerte de Latin American gothic a caballo entre el “Informe sobre ciegos” de Sábato y obras de un sesgo meta y autorreferencial como Los mapas secretos de América Latina, de Francisco Simón. Más interesante aún es la suerte de juego oulipiano que libra al recombinar las relaciones entre todas estas partes (casi todas móviles) de modos que, sin viciar las reglas del juego que lo hagan legible en tanto tal, den fe de que este es, también, una estructura parentética.
Tampoco hay que olvidar que la protagonista de Vivir abajo es la Historia —a la que sólo se invoca, por nombre y con mayúscula, una vez— y sus procesos de composición y descomposición mediante la infinitud de historias que integran su mereología, pero no la agotan. La visión de la Historia que Faverón nos muestra tiene un telos, marcha hacia una consumación, pero carece de agencia. Ésta se le asigna a su flora bacteriana, a las personas; ninguna de las cuales puede comprender –ni podría, humanamente, soportar— la responsabilidad casi divina que cada una tiene sobre todo y todos los demás. La única posibilidad de una apocatástasis o reconciliación al final de los tiempos —de un fin al tiempo que erradique toda culpabilidad de forma y fondo— radica en que cada quién asuma la parte maldita —ya sea de víctima o victimario— que le corresponde. Para abusar de Shakespeare: all the world is a stage, and all the men and women merely executioners.
El camino hacia la realización de Vivir abajo está regado de leitmotifs que se mueven de voz en voz como transfusiones de sangre, asestando golpes de crónica roja, humor negro, bromas verdes y hasta purple prose que nos señalan la coloratura de las respectivas tramas hasta desbrozarse en acuarelas. Y aunque intuyamos que las cosas no son como se nos dicen, ni mucho menos tal y como los involucrados o colaterales las perciban o las representen, tampoco se nos dan las luces suficientes como para precisar qué impacto irán a tener todos estos hilos —claramente bien urdidos— en la trama de la Historia Leviatán: no, al menos, hasta que nos percatemos que también somos parte de ella. Quienes digan que el terror o el éxtasis son momentáneos no los ha experimentado en carne propia. Y así conoceréis a los falsos profetas.
Vivir abajo es una novela sobre la invariancia de la violencia, los meandros de la identidad y el sustrato —fértil, autofágico y combustible— de una Historia abonada de historias. Palabras mayores.
Mónica Belevan es filósofa y escritora con un MDesS del Harvard Graduate School of Design. Es socia fundadora de la firma de diseño Diacrítica y de la consultora HAUT, y editora de www.lapsuslima.com, revista sobre la intersección entre espacio y cultura. Es miembro del consejo editorial de Hueso húmero.
Posted: July 4, 2019 at 10:47 pm