¿Netflix mató a la TV tradicional?
Miguel Cane
Apenas cumple unos cuantos años como plataforma digital el servicio de streaming de video en línea Netflix, tras una larga época como un servicio de alquiler de películas en DVD por suscripción y menos tiempo aún (dos años) de generar su propio contenido en forma de series de TV –tanto dramáticas como de comedia– , documentales, especiales, etcétera. Sin embargo, ya se perfila como un líder en el ramo, obteniendo premios internacionales, ofreciendo una programación de calidad y sobre todo, creciendo más rápido que sus competidores (Amazon, que ha creado sus propias series, pero que está limitada únicamente al territorio estadounidense y a suscriptores del servicio Prime).
La oferta de Netflix ha superado con creces la de la TV de cadena tradicional –sólo hay, por el momento, una serie de la CBS que puede competir con ellos, el melodrama legal The Good Wife protagonizado por la elegante morena Julianna Margulies como una abogada con tribulaciones familiares, conyugales y laborales, que este año entraría en su séptima temporada– y ha supuesto un duro golpe a las cadenas de cable como HBO, Showtime, F/X o AMC, que con productos como la laureada Mad Men (que el próximo mes toca a su fin), Homeland, el drama satírico-sobrenatural The Leftovers, la estrafalaria serie antológica American Horror Story, las Soap Operas temáticas Game of Thrones (que es básicamente Falcon Crest con dragones) y Looking (serie naturalista sobre la juventud gay) o el pretencioso sitcom de la sobrevalorada pseudo-niña genio Lena Dunham Girls, habían liderato el nicho de mercado.
Series como House of Cards –que básicamente consiste en un placer culposo sobre una fantasiosa administración presidencial estadounidense con tintes de tragedia shakespeareana y entusiasmante vulgaridad con prístinas interpretaciones de Kevin Spacey y Robin Wright como Frank y Claire Underwood, una pareja de adictos al poder sin ningún tipo de escrúpulos– sirvieron para catapultar a Netflix a la fama. Otros productos no han sido tan afortunados: Hemlock Grove, un serial con toques sobrenaturales dirigido a un público más juvenil y hecho en clara competencia de True Blood, de HBO, no fue muy bien recibida por la crítica.
Con sus nuevas ofertas: Daredevil (basada en el popular justiciero invidente y temerario de la Marvel Comics), Unbreakable Kimmy Schmidt (un formidable y excéntrico sitcom creado por Tina Fey, ex reina del establo Saturday Night Live), Grace & Frankie (una serie cómica acerca de dos mujeres maduras cuyos maridos las abandonan de un día para otro para vivir entre ellos una relación homosexual, protagonizada por las legendarias Jane Fonda y Lily Tomlin, aquí reunidas treinta y cinco años después de la exitosa comedia negra 9 to 5) y el melodrama familiar Bloodline, protagonizado por Kyle Chandler y la magistral Sissy Spacek, Netflix se lanza con todo, intentando llegar a todo tipo de públicos: desde el juvenil hasta el maduro, y si bien las propuestas son desiguales, hay mucho qué ver.
Kimmy Schmidt, que se estrenó a finales de febrero, resultó un éxito sorpresa: protagonizada por Ellie Kemper (algunos la recordarán de la serie The Office), es la historia del personaje titular: una chica que fue secuestrada en 1998 por un culto apocalíptico y es rescatada al cumplir los 30 años, por lo que decide establecerse en Nueva York y vivir la vida de la que se vio privada. Sus aventuras y desventuras, compartidas con un estrambótico roommate, Tituss Andromedon (Titus Burgess, actor de Broadway), y una jefa totalmente chiflada, la socialite Jackie Voorhees (Jane Krakowski) la terminan colocando como la única persona aparentemente sensata, centrada y racional en la ciudad.
Por otro lado, Bloodline, estrenada el 20 de marzo, es una saga familiar al estilo Dallas, pero en lugar de tratar acerca de los problemas de los ricos y codiciosos, gira en torno a una familia de Florida con más de un vergonzoso secreto y feos sentimientos, encabezada por Sissy Spacek y Sam Shepard. Creada por los hermanos Todd y Glenn Kessler, responsables de la aclamada Damages (2009-2013), la serie sigue su acostumbrada noción de narrativa fragmentada y personajes antiheróicos que podrá atraer a un sector demográfico más elusivo (la sola idea de ver a Spacek y Shepard en un serial ya es razón suficiente, de todos modos).
La gran ventaja de Netflix, es que suele lanzar sus series originales en paquetes de 13 episodios todos el mismo día. Así, sin más. Esto por supuesto ha generado un nuevo fenómeno: el binge watching, ver uno tras otro los episodios sin la necesidad de esperar una semana, para poder recorrer el contenido completo de una temporada, que habitualmente dura hasta cinco o seis meses, en tan sólo tres o cuatro días.
¿Estas tácticas significan el fin de la TV como la conocemos? Es posible que haya ya un cambio más grande en camino: HBO está preparando su propia plataforma para debutar este año y Amazon está creando sus propias series que ya incluso han ganado premios (TransParent ha sido un éxito sorpresa con un Jeffrey Tambor imparable como un hombre que comienza su transición transgénero a los 60 años; y la muy anticipada versión de la novela de ucronía de Philip K. Dick El hombre en el alto castillo, que plantea un universo paralelo en el que el Eje Berlín/Roma/Tokio gana la Segunda Guerra Mundial, ha generado enorme expectación). Es un hecho que el espectador se encuentra ante un punto que nunca imaginó en seis décadas de televisión: ahora los contenidos están más cerca que nunca y se adaptan específicamente a sus gustos. Esto, si bien no creo que represente la muerte del medio, sin duda es un cambio de piel irreversible.
Miguel Cane es autor de la compilación Íntimos ensayos y de la novela Todas las fiestas de mañana. Es colaborador de Literal. Su Twitter es @aliascane
Posted: April 28, 2015 at 7:00 am