Essay
El mercado que todo lo puede

El mercado que todo lo puede

Ezio Neyra

En 1936, Walter Benjamin publicó “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, en donde desarrolló la tesis de la pérdida del aura. De forma distinta a los objetos que pueden apreciarse, por ejemplo, en una iglesia, en donde el emplazamiento y la vibración de la obra son únicos, parte incluso de un ritual místico; propone Benjamin que las técnicas de reproducción masiva —en particular la litografía y luego la fotografía y el cine— contribuyeron a que el aura, propia de los objetos únicos, se perdiera. Desencarnada por su reproductibilidad y declinación en infinitos submodelos, el arte pierde su autonomía original, afectando la  propia autoridad del objeto artístico. Esto es así, continúa Benjamin, ya que la reproducción de la obra de arte falla sobre todo porque carece de un elemento: su presencia en un tiempo y espacio determinados, y la consecuente pérdida de su existencia única en el lugar en que está emplazada.

            Varios años después, a principio de la década de los noventa, el famoso ensayo de Benjamin comenzó a ser leído como un presagio del cambio de estatus que sufriría la obra de arte. Si bien esta alteración del estatus puede rastrearse hasta comienzos del siglo XX, principalmente con el dadaísmo y su producción de objetos efímeros e iconoclastas; fueron los artistas del Pop Art quienes se entregaron a la serialización industrial de artefactos sin necesidad de que el artista intervenga directamente en su realización.

            Ya desde el siglo XIX los artistas vieron alterada la posición que tenían dentro de la sociedad—recibir el favor de un mecenas, puestos de trabajo en el Estado, favores desde las altas esferas—, y el propio status de sus producciones comenzó a cambiar, debiéndolo adaptar a las nuevas condiciones materiales: tras resguardarse en una atalaya —famosas torres de marfil—, y con la “amenaza” de las masas y la consigna de democratizar su arte, poetas de la talla de Rubén Darío llegarían a afirmar: “Yo no soy un poeta para las muchedumbres pero sé que indefectiblemente tengo que ir a ellas.” Junto al artista moderno también nació el público moderno y un mercado de arte en permanente ampliación de su poder.

            Desde la aparición del artista moderno, pasando por los dadaístas y el Pop Art, hasta nuestros días, mucha agua ha corrido bajo el puente. Los síntomas de la pérdida de la autonomía original del arte y de la autoridad del objeto artístico, que Benjamin describió hace más de 75 años, se han acentuado aún más, generando nuevas dinámicas en el interior del campo artístico contemporáneo.

Artista director de fábrica / Maestro de obra (The factorist)

En 2010, el periodista y escritor estadounidense James Frey fue invitado a participar de una clase del programa de Escritura Creativa de la universidad de Columbia. Ningún tema –“Can truth be told?” era el nombre del seminario– podía corresponderle mejor al mismo hombre que pocos años atrás había descolocado al establishment literario. Después de que fuera incluido en el Oprah’s Book Club, A Million Little Pieces, relato en primera persona sobre un joven alcohólico y drogadicto, alcanzó la cima de los rankings de ventas de los Estados Unidos. El éxito del libro vino acompañado de la denuncia de la publicación electrónica The Smoking Gun, que publicó el artículo “A Million Little Lies” en donde acusaban a Frey de poco menos que embustero. Si antes de la denuncia Frey se jactaba de haber producido una memoria que hacía justicia a la verdad esencial de su tránsito por las oscuridades de la adicción, meses después tuvo que dar vuelta a la tortilla y aparecer en el show de Oprah para anunciar que los mismos demonios que le hicieron caer en las garras del alcohol y la droga, le llevaron a inventar fragmentos enteros de su libro-memoria.

Tras el escándalo que significó la denuncia –pérdida de lectores, juicios, promesas de las editoriales de nunca volverle a publicar–, el autor de A Million Little Pieces tuvo que esperar dos años para aparecer ante su público y explicar que el lío alrededor de su libro se debió en buena parte a que había roto un sinnúmero de reglas, produciendo un libro inclasificable; e insertando su obra dentro de una tradición que incluye a autores como Miller, Kerouac o Bukowski, conocidos por fundir realidad y ficción. Llámenle o no lavada de cara a lo que Frey comenzó a hacer desde su reaparición, lo cierto es que logró que mucha gente cambiara de opinión y que incluso comenzaran a pensar en Frey como en un verdadero revolucionario de las letras, alguien adelantado a su tiempo.

Hablar de los límites entre ficción y realidad no fue lo único que James Frey hizo en las aulas de Columbia. También fue a reclutar escritores para su último proyecto: Full Fathom Five: una fábrica de escritores que producen Best Sellers. Frey se ha puesto al frente de un ejército de autores noveles que buscan ganarse un nombre en el mundo de los libros. En el que ha sido definido como el peor contrato posible que un escritor pueda firmar, Full Fathom Five ofrece 250 dólares por la entrega del libro terminado más el 40% de las ganancias generadas (si se publica, claro). El autor se compromete a que su escritura sea guiada por Frey (debe llevar a cabo todos los cambios que el amo Frey ordene), a renunciar a que el libro publicado lleve su nombre (que se firme con un seudónimo o con el propio nombre de James Frey depende exclusivamente de él) y a mantener estricto silencio sobre su participación en cualquier proyecto de Full Fathom Five.

Frey, junto a los autores anónimos, verdadera fuerza productiva, desarrolla el concepto, lo manda producir y lo publica, haciendo que la autoría de la obra de arte pase a un segundo plano: la autoridad del objeto artístico se ve alterada. Superada ya la tormenta tras la publicación de A Million Little Pieces, Frey, desde sus oficinas neoyorquinas se llena los bolsillos de dinero y los estantes de libros. ¿Que ninguna editorial le publicaría de nuevo? Mentira: ahí está I am Number Four, firmado por Pittacus Lore, primer hit del Art Factory de James Frey.

Artista marca

No solo James Frey es representativo del artista maestro de obra. De forma similar al Art Factory de Andy Warhol, hoy en día gran cantidad de artistas dirige su producción. Uno de ellos es el británico Damien Hirst, el miembro más prominente del grupo de Young British Artists (YBA), que desde los noventas domina la escena británica de artes plásticas, con una gran influencia en artistas de todas partes del mundo. El despegue de su carrera, así como el de Jeff Koons y Tracey Emin, entre otros, estuvo ligado al publicista y coleccionista Charles Saatchi, de quien se dice que fue pieza fundamental en convertir a Hirst en el artista vivo más rico del mundo (su patrimonio cuenta con más de 250 millones de libras esterlinas), al haber comprado piezas en un valor más elevado que el de su precio en el mercado.

            Para convertirse en lo que es hoy, Hirst tuvo que hacer de sí mismo una marca registrada (con un equipo de promotores, administradores y gente de marketing a cargo). Tan exitosa es Damien Hirst®, la marca, que le sigue permitiendo a su factorist revolucionar el campo del arte contemporáneo, dándose lujos a los que prácticamente ningún artista puede aspirar. Uno de ellos tiene lugar en estos días. Hirst logró convencer a la poderosa galería Gagosian para hacer una retrospectiva de sus cuadros con motivos de puntos (más de 1,500 piezas en total) en las once sucursales que tiene Gagosian en ocho ciudades de tres continentes. Ninguna otra muestra ha sido tan global como “Damien Hirst: the Complete Spot Paintings”. Un show de esta naturaleza, por la temática repetitiva de los lienzos y por su carácter global, mina la distancia entre la obra y el público, y la ausencia del happening en un espacio y tiempo determinados. De los cientos de cuadros que componen la muestra, únicamente cinco han sido pintados por el propio Hirst. Una de las piezas nuevas que iba a mostrarse era un lienzo de grandes dimensiones con dos millones de pequeños puntos, cada uno de aproximadamente un milímetro de diámetro, que fue encargado a dos asistentes que no lograron concluir el trabajo a tiempo. Hirst calcula que demorarán aproximadamente nueve años en terminarlo.

            De entre las exhibiciones que ha tenido el artista británico, aquella en donde fue más evidente la fortaleza de su marca aconteció en Sotheby’s. Saltándose todos los intermediarios habituales, Hirst logró convencer a la firma británica de tener dos sesiones de subastas con sus trabajos más representativos además de una buena cantidad de obra nueva. Aunque la predicción de ventas era en absoluto auspiciosa (se habló incluso de un lobby de las galerías para lograr que nadie levantara la paleta), Hirst logró vender arte por un total de 200.7 millones de dólares. ¿Cómo lo logró? Poniendo en marcha toda la maquinaria Hirst ®. Un mes antes de la subasta, miembros de su equipo invitaron a un selecto grupo de coleccionistas a su taller londinense para participar de un anticipo, en donde varios de ellos se comprometieron a adquirir costosas piezas. A diferencia del interior modernista, que reflejaba el cosmopolitismo haciendo gala de estímulos de los más variados orígenes; en el gabinete Hirst ®, restringido a exclusivos invitados, el dinero lo compra todo, hasta la pieza llamada “The Golden Calf”, un buey blanco conservado en formol, cuyos cascos y cuernos están hechos de oro de 18 quilates, y por la que algún coleccionista pagó más de veintitrés millones de dólares.

 El mercado que todo lo puede

Ambientado en la escena artística de Chelsea, Manhattan; (Untitled), film dirigido por Jonathan Parker en 2009, se centra en la galerista Madeleine Shelton, quien se convertirá en la mediadora entre los hermanos Adrian y Josh Goldberg y sus respectivos deseos. Josh, pintor de éxito comercial, es quien sostiene con sus innumerables ventas a la galería de Madeleine, aunque ésta nunca ha querido mostrar el trabajo de Josh en la sala de su galería pues lo considera malo. Más bien lo comercia tras bambalinas y vende sus pinturas para que decoren paredes de hospitales y hoteles. Adrian, por su parte, es un músico experimental, con influencias de John Cage, y de la música indeterminada en general, que saca sonidos al romper vidrios, pateando baldes o dando silbatazos, y a quien Madeleine, inmediatamente después de conocerlo, considera un verdadero artista.

De los tres personajes, la única que parece estar en una posición que le satisface es Madeleine. Su galería goza de bonanza económica (en buena parte gracias a las ventas del trabajo de Adrian) y de mucho prestigio, debido a que expone a artistas cuya obra es apreciada por coleccionistas (en especial a Ray Barko, artista plástico que en el film aparece retratado como una caricatura de Damien Hirst: Barko también tiene una maquinaria productiva a sus espaldas y suele mostrar enormes aves disecadas, animales muertos u ovejas montando bicicletas). Tanto Adrian como Josh, en cambio, están a la expectativa. Josh desea a toda costa tener un show individual (que le garantice lo que anhela: fama, prestigio y legitimación en el mercado) y para ello busca seducir a Madeleine, quien nunca da su brazo a torcer (“hay muchos tipos de artistas”, le dice, “y cada uno debe ser manejado a su manera. Lo tuyo es estar en la puerta trasera”.) Adrian, por su parte, vive obsesionado con su labor artística. Desea que su música sea más reconocida, que se valore su talento. Es Madeleine, con quien comienza un romance, quien le abre las puertas del mercado y consigue que le encarguen (pagándole por adelantado) una pieza musical, ganando por fin lo que desea: un público.

Escena tras escena, (Untitled) va construyendo dos triángulos que escenifican el papel del mercado, verdadera instancia legitimadora, en el campo del arte contemporáneo. En el personaje de Madeleine se cristalizan todos los canales de legitimación existentes. Al estar las expectativas de ambos, Josh y Adrian, en las manos de Madeleine, es ella quien se convierte en el vértice mediador de dos triángulos del deseo. Es ella la que otorga las condiciones para que Josh y Adrian puedan alcanzar sus respectivos objetos de deseo: el reconocimiento y un público. Sin Madeleine, ninguno de los dos existiría.


Posted: June 8, 2012 at 12:31 am

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