Afrolatinoamérica y la industria editorial en español: muchas preguntas, nunca una respuesta
Odette Casamayor-Cisneros
“My crime is I’m alive to tell”
Maya Angelou
“La lista de finalistas más diversa en toda la historia de los premios Booker” anunciaba recientemente The Guardian. En la foto acompañando el artículo, incluidos entre los seis novelistas esperando recibir las 50 000 libras esterlinas otorgadas junto con el prestigioso premio, figuraban Maaza Mengiste y Avni Doshi, de origen etíope e hindú respectivamente, Tsitsi Dangarembga, de Zimbabwe y el africano-americano Brandon Taylor.
Satisface por supuesto el reconocimiento que reciben al fin creadores no blancos (de color, como con torpeza se les llama comúnmente). Duele sin embargo lo excepcional del hecho, el sensacionalismo del titular en The Guardian.
De cualquier manera, ¡prende el júbilo! Y en un mismo gesto reconozco que al menos es un suceso así posible en la industria editorial en lengua inglesa.
A veces, en la francesa.
Nunca en español.
El mundo editorial iberoamericano es el más reticente a publicar autores negros de América Latina. No es un secreto. Basta revisar catálogos, listas de premios y fotos de festivales. Palidez repetida al infinito y a través de los años, casi siglos ya.
¿Hay carencia de espejos en los consejos de edición y en las salas de redacción de las revistas literarias? No me parece. Más bien, lo único que falta entre ellos es alguien que no sea como ellos. Una negra, un negro, sentados a esas mesas donde se decide quién es publicado e invitado a festivales a los que acuden siempre los mismos y se promueve siempre lo mismo. ¿Les habrá interesado en alguna ocasión a estos editores y agentes cómo recrear la existencia de los negros en América Latina?
No es en lo absoluto casual que la presidenta del jurado del Premio Booker sea este año Margaret Busby, de origen ganés, quien en 1980 se convirtió en la primera editora negra del Reino Unido al fundar Allison and Busby (A&B)
¿Contamos con un caso similar en la industria editorial iberoamericana?
Es frecuente también escuchar otros pretextos cuando de justificar la escasa atención que editoriales y medios de difusión reservan a los creadores afrolatinoamericanos se trata. Suele invocarse sin reparos la presunta inexistencia de buenos escritores negros.
Pero, ¿han salido acaso nuestros agentes y editores a buscarlos? ¿Les han prestado atención? Fuera de Mayra Santos Febres (Puerto Rico), que por algún tiempo suscitó interés editorial en Barcelona y Madrid, impacta el vacío. Entretanto, la también puertorriqueña Yolanda Arroyo Pizarro y el cubano Marcial Gala, por citar sólo dos ejemplos, escriben, publican y ganan premios sin que esto parezca suscitar la más mínima curiosidad de las grandes casas editoriales en lengua hispana. Y aquellos que hemos sido lo bastante ilusos u osados para enviar manuscritos a editoriales, agentes y concursos, no hemos recibido la asistencia y orientación que es en cambio dedicada a muchos escritores blancos a los que sí se les quiere ver triunfar. Sus manuscritos son releídos -y hasta reescritos- por ojos -y dedos- expertos, hasta que se convierten en el libro ideal ofrecido al lector impaciente por leer… el único tipo de libro que le van a ofrecer.
Introduzco otra línea de reflexión:
¿Cómo es posible que el talentoso Colson Whitehead haya recibido dos veces el premio Pulitzer con novelas que recrean la experiencia afronorteamericana? No, no ha sido sólo un lectorado negro quien lo ha llevado al éxito. Lo leen todos, lo compran todos los que quieran leerlo, independientemente del color de su piel. Pero si al lector latinoamericano no se le brinda la oportunidad de leer sobre la experiencia afrolatinoamericana, ¿cómo los libros que la recrean pueden alcanzar un espacio en librerías, festivales y concursos?
Esporádicamente los grandes diarios españoles publican dossiers sobre literatura africana contemporánea. Sin embargo, la literatura producida por latinoamericanos negros es raramente mencionada. Diríase que, aún hoy, a los afrolatinoamericanos sobrevivientes al esclavizamiento y la discriminación racial, busca imponérseles la misma mordaza con que fueron acallados los gritos de sus ancestros esclavizados. Quizás, interrumpir el silenciamiento implicaría reconocer el peso que la empresa esclavista ha tenido en la creación de la riqueza que en su momento hiciera posible el surgimiento de las actuales casas editoriales y medios de difusión. El presente de toda gran industria europea -y la editorial no escapa a esta realidad consistentemente revelada por los buenos historiadores– es directa o indirectamente deudor de aquella época de látigo, cadena y grilletes. Presente por demás compartido por los descendientes de los criollos blancos de las Américas, en su mayoría igualmente cómplices del sistema esclavista que fundamentó nuestra existencia como afrodescendientes. De no haber necesitado la Europa del siglo XVI en adelante la acelerada producción en sus colonias, de no haber precisado de la importación forzosa de africanos, no existiría hoy una experiencia afrodescendiente en las Américas; y nosotros, los negros latinoamericanos, no tendríamos que contarla. Tal vez, entonces, escribiríamos como pueden hacerlo, las nigerianas Chimamanda Ngozi Adichie y Helen Oyeyemi o el angolano Ondjaki, ingeniosamente acercándonos a realidades que no están directamente vinculadas a las experiencias colonial y poscolonial iberoamericanas. Tal vez, seríamos de la suerte los escritores afrolatinoamericanos mejor considerados en Miami, Madrid, Barcelona o Ciudad México. Pero somos diferentes. Es otra nuestra historia. ¿Habrá algo en la manera que tenemos los negros latinoamericanos de contarnos a nosotros mismos que incomoda o resulta incomprensible a los editores blancos?
Escoltada por rutilante publicidad en el 2013 publicó Anagrama la novela Negra, de Wendy Guerra. Su protagonista, Nirvana del Risco, es presentada por la autora, que es blanca, como “la primera heroína negra cubana que se muestra desnuda, abierta y descarnada.” La apelación a la autenticidad resulta aquí risible, pues, en realidad, Nirvana del Risco no es más que una desdichada Frankenstein; artefacto cualquiera, nunca una mujer negra cubana. Un año antes de la publicación de la novela de Wendy Guerra, su compatriota negro Marcial Gala ganaba el premio Alejo Carpentier con La catedral de los negros –verdadera y delicadamente escrita inmersión en la experiencia negra cubana. Pero, mientras Guerra acapara la atención de los medios, pocos se han hecho eco del empeño literario de Gala. En consecuencia, la imagen de los negros cubanos con mayor entusiasmo divulgada nos llega a través de una escritora blanca que, en las páginas de los mismos diarios que la ensalzan, ofrece consejos prácticos sobre cómo procurarse, cuánto pagarle y qué uniforme endilgarle a sus criadas habaneras. ¿Será necesario precisar que la mayoría de estas criadas -o empleadas domésticas, como les llaman con afectación las nuevas burguesas cubanas- son negras?
Odette Casamayor-Cisneros es profesora de literatura y cultura latinoamericanas en la Universidad de Pennsylvania. Autora del volumen Utopía, distopía e ingravidez: reconfiguraciones cosmológicas en la narrativa postsoviética cubana y del libro de cuentos Una casa en los Catskills, actualmente prepara nuevas entregas sobre la experiencia y la producción cultural afrolatinoamericanas. Twitter: @odettecasamayor
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Posted: September 22, 2020 at 7:59 pm