Angelina Muñiz–Huberman: Microcosmos. La tierra prometida
Karla Sandomingo
Homenaje de Editorial Planeta y la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, 2016
La conocí en el Salón de la Poesía, cuando Israel fue el país invitado de la Feria Internacional del Libro. Había leído su obra poética y sabía que es también académica y narradora. Llegué al Salón de Autores puntualmente y supe, porque ahí mismo me dijeron, que ella ya estaba en el Salón. Atravesé pasillos abarrotados, como siempre sucede en esta Feria, rumbo a la zona de los salones con nombres y no con letras o números, sin mirar los libros, señales, letreros, espectaculares, personas, editoriales, maletas y bolsas; subí las escaleras y atravesé la puerta de vidrio. Entré, buscándola con la mirada, un poco turbada por los tiempos desfasados y la decepción de no haberla visto en el Salón de Autores para romper el hielo. Tampoco había podido verla previamente por compromisos adquiridos. No la conocía personalmente, pero la vi de inmediato, la reconocí (porque la busqué en Google, o quería saber quién era Angelina): estaba sentada en uno de los sillones junto a alguien más. Conocí primero a la poeta a través de la lectura, como sucede muchas veces, y luego vi a la persona, a la mujer, sencilla, aparentemente tranquila, transparente, con una sonrisa en el rostro.
Estuvimos ahí unos minutos, comentamos la dinámica de su lectura, surgió el tema del judaísmo, incluso alguien más allí me preguntó si yo era judía. Yo recién lo había descubierto. De alguna manera, me sentí en casa. Aunque no viví el exilio en carne propia como ella lo vivió, vengo de un bisabuelo que de Cuba viajó a Yucatán y luego a Sonora, para quedarse allí toda su vida. Ese viaje –de Cuba a México– lo hizo Angelina a los seis años. Pero el viaje –el exilio– comenzó desde antes de su nacimiento, de padres españoles que se trasladaron a Francia, –huyeron– a Francia, por la Guerra Civil Española y por la inminente Segunda Guerra Mundial. Angelina nació en “el viaje” y sobrevivió a la muerte, a varias muertes. La muerte del terruño, la muerte de la cuna, la muerte de la familia, la muerte de un hermano, la muerte de un futuro como debía estar planeado. La sobrevivencia está en su ADN y está en su nacimiento, en su sangre y en su raza. Pero también en su lengua –en el lenguaje–, en la palabra. La sobrevivencia a un padre que canceló la escritura por un hijo fallecido, la sobrevivencia a un padre que le canceló a ella la escritura, la sobrevivencia a sí misma tratando de abrirse paso en la palabra. La palabra –la literatura–, era su tierra prometida.
Una mujer receptiva desde el primero contacto. Una mujer comprometida con la mirada hacia el otro, con la mirada del otro. Nos leyó entrañablemente su obra poética esa hora de poesía y diálogo, aquella vez en el Salón de la Poesía. Algo de mí se sintió en casa estando con ella, y supe que eran nuestras raíces que nos conectaban más profundamente de lo que pensé. Y también el lenguaje. No había ningún hielo que romper, estaba en mi terruño, no solo porque es judía sino porque es generosa. Y todos nos sentimos en casa con una persona que da. Escucha, pregunta, sonríe, observa, mira. Ella escucha, pregunta, sonríe, observa, percibe, mira a cada persona, a cada autor que lee, cada recuerdo, cada instante de la historia, cada fragmento del mundo, y el Todo completo.
La impresión que da es de mucha serenidad, pero subyace un movimiento vertiginoso en ella, intelectualmente, emocionalmente, sensorialmente. Tiene una lente panorámica, una lupa y un microscopio, en el ojo, en la memoria, en las manos. En el corazón. Y tiene un amoroso laboratorio donde estudia la lengua, el pensamiento, y tiene también un espacio sagrado para las palabras, las palabras que no deben escribirse sino memorizarse, las palabras que deben escribirse transgrediendo, las que deben observarse en su origen, las que nos habitan, las que soñamos, las que nos nombran, a las que vamos, como a la tierra prometida.
Poco tiempo después entendería el puente que es su obra entre el pasado y el presente, entre lo que hubo y lo que vendrá, entre una mente y otra, una cultura y otra, entre la tradición y la modernidad. No sé si es preciso decir “puente” porque en su obra pareciera que no hay tiempo, porque hay una obra continuada en el ensayo, la poesía, la novela, el cuento y lo no encasillable ahí mismo, en esos géneros que ella escribe, hay voces que se unifican en su diversidad, en sus distintos alientos y géneros, en su misma sola voz. Y también en la palabra hablada. En Angelina, la palabra cotidiana cobra dimensiones literarias y oníricas porque su vida cotidiana es también su mundo literario, son lo mismo naturalmente.
A nuestra Angelina Muñiz–Huberman la trajo a México el exilio, como a tantos exiliados que eligieron nuestro país para volverlo su casa, trajo su sangre española, su sangre judía, su paso por Francia al nacer, su tiempo en Cuba, los fragmentos que pudo formar a temprana edad de rostros, calles, palabras. En sus maletas acomodó como pudo sus historias de exilio, sus pesares, sus obstáculos, sus triunfos, el arduo camino emprendido involuntariamente hacia todos lados, hacia la incertidumbre, hacia las preguntas, hacia otros pensamientos, hacia la memoria haciéndose, la memoria guardada, develada, pero también acomodó en su piel expuesta el contacto con otras pieles, con otros países, otras voces. Colmó de todo eso su abrumadora sensibilidad, su mente brillante, y cambió, junto a todos sus compañeros del exilio español, el rumbo de México. Unió su voz a la producción académica, artística, cultural de los mexicanos que sembraban ya esta otra historia. México es el México que somos también por ellos, por Angelina Muñiz–Huberman, por la palabra de Angelina. Y Angelina es quien es, también por México, por lo que México es y ha sido para ella, por lo que a ella le ha dado, porque Angelina, ya lo dije, abre las manos, recibe y da. Su palabra recibe y da. Su palabra, tierra fértil del lenguaje. Porque su palabra en todos sentidos tiene registros ilimitados. Está conformada de micro miradas: puede observar una bolsa de basura en Nueva York con un sentido profundo y puede observar a todos los hombres de la historia de la humanidad al mismo tiempo. Microcosmos.
Está conformada de macro miradas. Puede sostener una condición humana delicadamente entre los dedos, y puede abrazar un universo entero. Todo al mismo tiempo. Puede deconstruir una pieza musical en un ensayo, hablar de Béla Bartók, por ejemplo, y hacer música al hablar de Bela Bartók. Y contemplar la nieve, contemplar las notas musicales y escuchar la nieve, y atravesar la nieve. Y verla toda. Atravesar a Bartók. Microcosmos (“Microcosmos”: Arritmias, Bonilla y Artigas, México, 2015).
Veía caer los copos de nieve tras del cristal dela ve n t a n a y no eran copos de nieve, sino notas musicales. Blancas. Notas blancas. Con el peso de la nieve. El color de la nieve. La duración de la nieve. Su tiempo.
Cuatro por cuatro. Do, re, mi, fa. Sol, la, si, do. Do re, mi fa, sol la, si do. Do re mi fa, sol la si do. Cuatro por cuatro. Matemáticas y regla áurea.
El blanco invierno. El frío invierno. El hielo, el cristal de nieve en el cristal de la ventana.
En el cristal del cerebro. Las notas golpean, pausadas, pautadas. Do, re, mi, fa.
[…]
Sol, la, si, do. Cuatro por cuatro. Tras del cristal de la ventana, el hombre quisiera comer knishes. Pero no tiene dinero, ni una moneda, y hasta la chimenea está apagada. Se pone todo lo que encuentra de abrigo, prenda sobre prenda, la bufanda y los guantes.
Cuando el vendedor destapa la gran olla de knishes, el vaho parece llegarle al hombre de la ventana. Con eso come, con el leve olor que alcanza a aspirar, mientras la música bulle en su cabeza.
Este fragmento de un texto intitulado “Microcosmos” sobre Bartók, la melancolía y la poesía, puede decirnos mucho de ella, de su interés por la música, pero de su interés por la musicalidad de la poesía y de la palabra, pero de su interés por la contemplación del blanco y su representación poética y su música interna (la de los copos de nieve y la de su contemplación, la de ella), pero de su interés por el ser humano que no tiene dinero, que tiene frío, que tiene hambre, pero del proceso creativo que no puede esperar más y está por encima de todo. Y que tiene música en su cabeza. Pero de la condición del mundo, del hombre, creador, del lenguaje. Angelina ve lenguaje y pensamiento y poesía y música a partes e íntegramente. Y ve el pasado como presente y ve en aquel presente el futuro que está sucediendo.
Cuatro por cuatro. Una breve danza en forma de canon: Re do re mi. Fa mi re. Re mi fa do. Re re. Re sol fa mi. Fa mi re do. Re mi fa sol. Re re. Cuántos estudiantes de piano habrán de repetir esa melodía años, años, después
Y nos muestra la condición de soledad del creador: “Su música no es apreciada. No suena sino en su cabeza”.
Puede sentarse en un sillón a observar el todo en una calle. Puede ir a un encuentro de judíos ocupados en conocer a su comunidad y puede encerrarse en una habitación a escribir, escribir, porque en su cabeza resuenan las palabras, la música de las palabras, la naturaleza de las palabras.
Y, sin embargo, todo lo olvida el hombre: en su cabeza resuenan las notas, se acumulan, se acomodan, se ordenan en frases musicales. Y eso es suficiente para él.
Puede leer de poesía y puede leer a su compañero de vida, el hombre científico. Puede estudiar la Cábala con devoción y puede –con esa misma devoción– escribir una dedicatoria en el cuaderno de una niña que le hace preguntas en medio de un tumulto que vaga densamente, ruidosamente, por la FIL, aunque ello implique largos minutos por la dificultad de asir la pluma. Puede adentrarse a los clásicos y puede abrirse a los modernos. Su oído y su ojo son amplios, su mundo –ya lo dijo Wittgenstein– tiene como límite su lenguaje que es prácticamente ilimitado, porque Angelina está conformada por la memoria, por la historia, por el hombre, por la música, por la pintura, por las artes, por la ciencia, por la mano del otro, por el diálogo del otro en un café, en el aula, en el desayuno, en un auditorio. Ella es pura palabra, pura vida cotidiana, pura observación, puro sonido, memoria pura, receptora de la existencia.
Es un misterio hundirse en el mar de sonidos, en el oleaje de las frases que van y vienen, repetidas, variadas. En el rumor del caracol y en el eco de la montaña.
Ella va haciéndose con nosotros, con el tiempo que fue y que será, con el día de hoy, aquí con nosotros. Con el corazón.
Esa melodía que no existía antes, ¿de dónde vino para ser por él manifestada? ¿Por qué las frases llegan de un solo golpe y tienen sentido y lo desahogan?
Ese no saber parar y seguir incesante la escritura.
Ni aun con el frío ni con el hambre.
Ni en sueños.
(…)
Ese misterio del sabor y ese misterio del sonido.
Ese misterio que es la lengua, la poesía, la escritura en esta mujer, sentada entre nosotros, dando recibiendo. Ese misterio que es su amplitud. “Ese no saber parar y seguir incesante en la escritura”. Angelina Muñiz–Huberman, una tierra proemetida. Ese misterio que es abrazar lo vivo, la memoria, lo que sucede ahora entre nosotros, quien está sucediendo ante nosotros:
Angelina Muñiz–Huberman.
Angelina Muñiz–Huberman.
Angelina Muñiz–Huberman.
Karla Sandomingo (Guadalajara, Jalisco, 1970) es poeta y narradora. Fue subdirectora editorial de la revista cultural Tragaluz, en la que publicó las “Crónicas del desamparo”, y columnista del diario llamado antes Público, del grupo Milenio donde apareció su “Paso de cebra”. Tiene más de diez libros publicados. Ha sido traducida al portugués, al francés y al alemán. Fue becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, en 2005, en la categoría de Letras; obtuvo la beca “Estímulos a la Creación y al Desarrollo Artístico del Estado de Jalisco”, con la que escribió el libro Extracto del espejo, ganador el Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola en 2009, publicado por la Universidad de Guadalajara el mismo año.
Posted: January 18, 2017 at 11:16 pm