Avísenle que sigo en Tenochtitlán
Naief Yehya
• Maurizio Guerrero: Avísenle que sigo en Tenochtitlán (Editorial Nitro Press, 2017).
“I damn sure don’t know what Mexico is. I think it’s in your head. Mexico”
Cities of the Plain, Cormac McCarthy
Nada parece más adecuado que esperar el fin del mundo en el Palazzo, un prostíbulo infecto situado en un gigantesco tiradero de basura. En el cuento El fiordo de Xochiaca, de Maurizio Guerrero, el viejo bordo del oriente de la ciudad de México que lleva ese nombre es el escenario donde una noche el mundo parece condenado a ser arrasado por una tormenta de proporciones apocalípticas. Una partida de cartas entre vividores, criminales de poca monta y un policía judicial son el eje de una vorágine que amenaza con inundar con basura y lodo no sólo a ese barrio sino, probablemente, a toda la ciudad. El relato con que Guerreo culmina su poderosa colección de historias desoladoras, Avísenle que sigo en Tenochtitlán, tiene una intensa calidad pictórica que evoca tanto a Goya como a Bosch, la cual es alcanzada con un lenguaje austero, deliberadamente controlado, producto de muchos años de periodismo. En este cuento se establece un contrapunto entre un espacio interior que va encogiéndose, donde tiene lugar el juego de cartas, y uno exterior que va extendiéndose, asfixiando a los protagonistas como un nudo corredizo. El vórtice va devorando el espacio y agotando aire, tornando el ambiente en un aquelarre grotesco de seres desesperados que tratan de escapar a la feroz tormenta. La imagen hace pensar en el diluvio bíblico, en un mundo de pecadores borrado por las aguas, pero aquí, en vez de arca, la última esperanza de redención es un burdel. Este “viaje al fin de la noche” es una crónica de la catástrofe de una “urbanización que metió reversa”, de un bordo que debía contener los desechos de la ciudad, ocultarlos y protegernos de su aliento fétido, pero en vez de eso Xochiaca terminó incorporando y asimilando a la urbe. Mi referencia a Louis-Ferdinand Celine no es casual, ya que como él, Guerrero explora el absurdo de un mundo violento, repugnante y cruel con una prosa ecuánime y elegante, en tonos que van de la desolación a un discreto humor negro sin perderse en la melancolía ni el moralismo.
El mapa que dibujan los relatos que integran el libro está hecho de locaciones emblemáticas: los contrastes ásperos de la Ciudad de México, la magia trasnochada y comercializada de Oaxaca, la frontera como límite de la esperanza y Neza como el epítome de la barbarie. Los cuatro cuentos que integran este libro giran entorno a la idea del viaje, por un lado como un desplazamiento real, de un origen a un destino, pero por otro, como recorridos imaginarios en los que no importa a dónde se va, sino las expectativas que provoca la travesía y el bagaje que se carga al emprenderla. Como Guerrero es corresponsal de Notimex en Nueva York, estos viajes son en cierta forma visiones del exilio, de un expatriado que mira la realidad nacional, comprometido y preocupado pero a la vez con el privilegio para reflexionar que da la distancia. Así, sus viajes en realidad son retornos en los que sus personajes encaran una identidad nacional atormentada y una fantasía de México, como un país que tenemos en la cabeza, a la manera de los cowboys de McCarthy.
En el cuento que da título a la colección tenemos a un periodista californiano de ascendencia mexicana, “pocho” como él mismo se hace llamar, que viaja a la ciudad de México en busca de una entrevista con un político corrupto, vinculado con negocios sucios y el culto de la Santa Muerte. La tarea es peligrosa ya que pone en peligro su vida, pero el verdadero riesgo es para su ética y estabilidad mental. Se puede decir que este es un viaje que “Charly”, como lo llama el político, comenzó mucho antes de subirse al avión; es un viaje que el personaje viene haciendo quizás desde su infancia, al reconocerse diferente de sus amigos, compañeros y vecinos. Es un viaje que tiene que ver con la contradicción de sentirse siempre extranjero y a la vez integrado. Charly, arrastra sus prejuicios, culpas y temores. Así, su viaje no es realmente al ex DF, sino que es una visita a un símbolo, a una mitología, a un Tenochtitlán de libro de texto, a un mundo muerto, en parte necrópolis violenta y en parte urbe poblada por fantasmas rencorosos, donde el pasado es un resentimiento que está presente como venganza silenciosa a la vuelta de la esquina.
El segundo viaje, en el cuento Los de Zumpango, lo realiza una estudiante de antropología con su amante, Mireya, a Huautla de Jiménez, en busca de restablecer el vínculo roto con los indígenas de nuestro país, por forzar una comunión en sus propios términos y de esa manera imaginarse menos invasor, menos colonizador, menos blanco. Guerrero no se entrega en ningún momento al folclorismo ni a la exuberancia, sino que mantiene el sarcasmo filoso, sin hacer de sus personajes caricaturas. El viaje de redescubrimiento en pos del ritual y la tradición se conecta con otro viaje, este a bordo de la psilocibina de los hongos y termina, como suele suceder, en experiencia exotista y desangeladamente turística. La ilusión de superioridad moral y de libertad de las chicas, se desvanece ante una realidad incomprensible, tanto por ignorar el idioma mazateco como por la incapacidad de franquear los clichés intelectuales y las fronteras culturales. Sin embargo, la derrota se traduce en una pérdida personal aún más profunda que una tarea inconclusa, ya que se vuelve un intenso desgarramiento emocional.
El tercer viaje tiene que ver con migrantes indocumentados que tratan de atravesar la frontera con la ayuda de coyotes sin escrúpulos. Aquí el personaje principal es una mujer trans, en su propio y amargo viaje de un género a otro, en medio de la hostilidad y violencia de un mundo brutal de explotación, abuso e intolerancia. Este personaje es particularmente complejo, ya que si bien es trágico, es también fácilmente ridiculizable. Ella es cómplice y víctima de los criminales que engañan a los migrantes, pero cuando tiene la oportunidad de redimirse con un acto de sacrificio, la trama da un giro para mostrar la futilidad de las buenas intenciones y la imposibilidad de salvación en un universo completamente corrupto.
En todos los relatos hay un elemento de responsabilidad: el reportaje, la investigación, el trabajo en un hotel, el oficio de policía, en todos la tentación y el deseo terminan seduciendo a los protagonistas: las prostitutas, el poder, la impunidad, los alucinógenos, el sexo y el juego. Guerrero nos presenta situaciones de injusticia social pero en vez de entregarse a obvios juicios y condenas moralistas, crea personajes que cargan con el malestar en su piel, que encarnan la desgracia y se convierten en algo más que decorado o simples reflejos pasivos de la historia. El drama personal del periodista, la desventura amorosa y filosófica de la antropóloga, el desastre moral de la mujer trans y la adicción al juego del policía federal se insertan en las tramas y las transforman en literatura con lo que se impide que los relatos se hundan en el pleonasmo lastimero que abunda en las visiones miserabilistas del México del siglo XXI. Avísenle que sigo en Tenochtitlán es una obra amarga y paradójicamente muy amena. En su búsqueda de Mexico, Guerrero se topó con una extraña y monstruosa fauna. Pudo haberse conformado con describir un carnaval de esperpentos, en lugar de eso, pobló su mundo con ilusiones de modernidad, sueños vanidosos de igualdad y justicia, confusos actos de apropiación cultural, flamantes libertades que encajan perfectamente en los viejos sistemas de opresión para generar novedosos mecanismos de explotación y una tensa sensación de ruptura imposible de suturar.
Naief Yehya es narrador, periodista y crítico cultural. Entre sus libros recientes están: Las cenizas y las cosas (Random, 2017), Pornocultura, el espectro de la violencia sexualizada en los medios (Planeta, 2013) y de la colección de cuentos Rebanadas (DGP-Conaculta, 2012). Es columnista de Literal y de La Razón. Twitter: @nyehya
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Posted: January 29, 2018 at 10:34 pm