Bridebed, childbed, bed of death
Anamari Gomís
• Argentina Rodríguez: The Links in the Chain (colección Seminarios, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2018)
Pienso en el movimiento Me Too que, hasta donde sé, no reúne escritoras, y luego en las noticias que exhiben a una de las industrias iniciada a principios del siglo XX, la cinematográfica, porque paga menos a las protagonistas de las películas que a los que llevan el papel estelar masculino. Increíble que ocurra esto cuando hace mucho tiempo que las mujeres se incorporaron al mercado de trabajo. Argentina Rodríguez, en su nuevo libro, The Links in the Chain, cita a Ruth Perry, profesora escocesa y estudiosa de las tradiciones culturales de las mujeres, para informar que ya en la Edad Media en Inglaterra muchas mujeres realizaban trabajos productivos, algunas eran barberas, sastres, carpinteras, preparaban las pieles para abrigos etcétera. El sufijo ster indicaba la ocupación de una mujer. Baxters eran reposteras profesionales, brewers, aludía a las que hacían cerveza. Había muchos más oficios a los que se dedicaban. Para el siglo XVIII, sin embargo, no existía ya esta participación gremial y productiva. El concepto de lo que era una mujer y a qué debía dedicarse se anquilosó. Las mujeres no podían ganar dinero propio. Era muy mal visto.
Pero The Links in the Chain se centra no en cómo la mujer se convirtió en mano de obra en ciertos momentos de la historia antes de la Restauración en Inglaterra y de la Ilustración en Europa sino en quiénes fueron las primeras escritoras y cómo abordaron la cuestión femenina en las artes, en concreto, y en la literatura durante los siglos XVII y XVIII, lo cual sembró ideas sobre el papel que debían desempeñar las autoras. La educación fue un tema sobresaliente debido a que las mujeres habían sido excluidas de los colegios y de las universidades. La misma Virginia Woolf y su hermana, la pintora Vanessa Bell, antes ambas Stephen, como muchas otras jóvenes de familias ilustradas, recibieron clases en su casa a finales del XIX y principios del XX. Aún faltaba un trecho por recorrer. Lo que nos muestra Argentina Rodríguez, cuando se refiere a la Woolf y a su gran legado feminista en un mundo dominado por hombres es que A Room of One´s Own (1929) no brotó del vacío sino de una larga historia cultural femenina en Gran Bretaña. There are links in the chain. De entre las escritoras del XVII y XVIII que se estudian aparecen grandes sorpresas. Escritoras inteligentes e instruidas. En 1694, a los 28 años de edad, Mary Astell publicó A Serious Proposal to the Ladies for the Advancement of their True and Greatest Interest, texto que hace hincapié en la igualdad de los géneros y propone algo extraordinario: unos monasterios protestantes donde las mujeres pudieran dedicarse al conocimiento y luego casarse o quedarse ahí en reclusión y estudio para toda su vida, si fuere ese su deseo. “Con esto, Astell dio una solución práctica al problema económico de la mujer cuya única alternativa era el matrimonio” (p136). No puedo aquí más que pensar en Sor Juana, que murió un año después de que se publicara este libro. Comparo una tradición, la novohispana, con la inglesa. Sor Juana optó por el convento para dedicarse a la escritura y al estudio. No tuvo más salida que la vida religiosa. A pesar de la vida en el claustro gozó de una gran admiración en la corte de la Nueva España y entre las monjas jerónimas. Otra extraña diferencia: fue en un mundo patriarcal y bipolar —donde las mujeres, como expone Rodríguez, o eran los ángeles del hogar, sumisas y sin ideas, o se convertían en harpías aprovechadas de los hombres—Sor Juana fue considerada una escritora en toda la extensión de la palabra, mientras que a muchas de sus congéneres inglesas se las llamó hacks o simplemente scribblers. Alexander Pope, poeta y gran traductor de Homero, se convirtió en un brutal crítico de las mujeres que se decían escritoras. Incluso Jonathan Swift se burló de ellas, como lo hicieron muchos otros escritores ingleses. Sor Juana, al final, por un detalle teológico, tuvo ruidos con la Inquisición y abandonó la escritura, no sin antes contestar todas las reprimendas que le propinó el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz. El obispo había adoptado el pseudónimo de Sor Filotea de la Cruz y en su misiva a la monja jerónima no se manifestaba en contra de la educación de las mujeres sino en la falta de obediencia de las que ya estaban educadas. Le recriminaba a Sor Juana, eso sí, no dedicar su escritura a temas únicamente devotos.
Mary Wollstonecraft, a finales del XVIII, se transformó en la gran transgresora inglesa. Cuando uno la lee, suena como si hubiese viajado del futuro. En su Vindication of the Right of Women, y cito a Argentina Rodríguez, “denunció las desventajas de la educación que recibía la mujer así como la necesidad imperiosa de cambios, y mostró una y otra vez el sentido excluyente del discurso ilustrado del hombre sobre la mujer, en el que ella era tan sólo un objeto más de estudio (ps 146·147). Lo que escribió Wollstonecraft, madre de Mary Shelley, la autora de Frankestein, constituyó uno de los grandes principios feministas, que sabiéndolo o no, los retomó Simone de Beauvoir en su momento para el Segundo sexo.
La autora de The Links in the Chain analiza a lo largo del libro no sólo las diatribas poéticas y prosísticas de grandes escritores ingleses del XVII y del XVIII, en específico. Recoge también los conceptos de aquellos tiempos sobre la condición de la mujer, en los que la moral, el compromiso marital y la educación de los hijos eran las dotes principales de las mujeres a los ojos de la sociedad. Rodríguez cita tres palabras claves del Ulises de Joyce, escritor al que conoce muy bien, y que son demoledoras. Dice Argentina “A la mujer se le construyo desde su pasividad y su confinamiento en la prisión de la domesticidad y la familia: “Bridebed, childbed, bed of death”, como afirma James Joyce” (p.79).
Por otro lado, leer los poemas vejatorios de las mujeres que se incluyen en el capítulo de “The brinks of all we hate” resulta una suerte de gozo morboso. Es increíble la noción que se tenía de la mujer, totalmente cosificada, y que, sin duda, aún se mantiene en muchas culturas y estratos de la sociedad. The links in the chain, que analiza a escritoras contestatarias del siglo XVIII en Inglaterra muestra cómo surgieron las visiones feministas o proto feministas, como las de Mary Robinson y Catherine Macauly Graham, entre muchas otras. Los vínculos que forman la cadena son parte del ADN literario de la literatura escrita por mujeres en Inglaterra. La autora abre un canal de investigación que no ha sido del todo explorado. Y aquí yo me pregunto, en cuanto al mundo hispánico: ¿Será que Sor Juana Inés de la Cruz surgió de la nada o hay otras que la preceden? Seguramente existieron más voces en el amplio territorio de nuestra literatura que no partieron únicamente de la mística, como santa Teresa de Jesús, sino de lo que se necesitaba decir. ¿Fueron voces amordazadas? No sé, pero no puedo dejar de preguntármelo y de creer que hace falta una profusa investigación al respecto, como se lo propuso Argentina Rodríguez, cuyo The links in the Chain he leído con verdadera fascinación.
*Imagen de portada de Miquel Fabre
Anamari Gomís es escritora y académica. Es autora de Ya sabes mi paradero (Plaza & Janés, Narrativas, 2002), Los derechos de los niños (Planeta, 2004), Los demonios de la depresión (Turner/Ortega y Ortiz, Cuadernos de Quirón, 2008), De dónde viene el tiempo (Aldus/CONACULTA, La Centena, 2004) y Sellado con un beso, (Plaza y Janés, 2005) entre otros títulos. Su Twitter es @AnamariGomis
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Posted: February 28, 2019 at 9:00 pm