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Bridgerton, un delicioso placer culpable
COLUMN/COLUMNA

Bridgerton, un delicioso placer culpable

Miguel Cane

Cincuenta sombras de Austen

El cese de transmisiones de Game of Thrones en HBO puso fin a una era de escapismo altamente sexual para el televidente y dejó un hueco de fantasías para quienes no esperan otra cosa de un serial en pantalla, que desconexión mental, tramas absurdas pero absorbentes y gente imposiblemente guapa rezumando sex appeal, mientras retozan entre sábanas carísimas. Y no es que no haya opciones en los múltiples canales y plataformas de streaming (ahí están los Héroes de Chicago, de Dick Wolf: médicos, policías y bomberos, como dije, imposiblemente atractivos; también está la encantadora Rachel Brosnahan como la irresistible e hilarante The Marvelous Mrs. Meisel en Amazon Prime; los dramas salpicados de política inglesa de The Crown, e incluso Cobra Kai, que pese a su plétora de defectos, tiene un fandom feroz y devoto), es solo que no había vuelto a haber un producto que estimulara tanto la fantasía (y el hormonámen) hasta ahora.

¿Quién es responsable del más reciente fenómeno escapista en Netflix? Nada menos que Shonda Rhimes, la mujer con el toque de Midas (para bien o para mal) de la TV en los últimos 15 años –algunos la llaman la versión femenina de Wolf, el creador de Law & Order y todos sus sucedáneos, amén de la saga Chicago, pero ella es mucho más sorprendente e impredecible.

Con su talento para mezclar melodramas baratos y agoreros con una capa de distinción y  ropa bonita, elencos eclécticos que mezclan buenos actores con gente guapita, sin distinción de cultura o color de piel (el célebre Color Blind Casting que la ha hecho famosa) y tramas adictivas, con giros irracionales –algunos de plano absurdos– que se vuelven de algún modo verosímiles, la Rhimes nos ha dado programas como Grey’s Anatomy, que sí, todavía sigue viéndose, aún si parece imposible, después de todos estos años de eminencias médicas que juegan a las camas musicales en un hospital privado de Seattle, donde suceden lo mismo casos médicos increíbles (pero ostensiblemente documentados en la vida real) que triángulos amorosos improbables y harto sexo en todas partes, para enganchar.

A esta hay que sumar How to get away with murder, que sigue teniendo uno de los momentos más impactantes en pantalla de la última década cuando Viola Davis, a cara lavada, le suelta a Tom Verica, que encarnaba a su marido, la memorable frase: “Why is your penis in a dead girl’s phone’” (¿Qué hace tu pene en el móvil de una chica muerta?) y la popular Scandal en la que Kerry Washington lucía espectacular mientras resolvía crisis y se despachaba con la cuchara grande nada menos que a un imposiblemente atractivo presidente de la nación, ¿qué tal?

Es por lo mismo que resultó la productora ideal para la adaptación de la popular serie de novelas (bastante malitas, la verdad) de Julia Quinn, ambientadas a principio del siglo XIX, que podrían describirse como “Cincuenta sombras de Jane Austen”, que hoy por hoy es la sensación de Netflix y que, en esta época de la tercera ola de feminismo, ha sido precisamente defendida por una mayoría de críticas, periodistas y ensayistas mujeres, como un escape ideal para fantasear.

Pero, ¿de qué trata Bridgerton, que anda en boca de todos? Son ocho horas narradas por la exquisita dicción de Julie Andrews, plenas de romance, innuendo, un diseño de producción que no le pide nada a las películas de la Merchant-Ivory (tal vez las personas nacidas después de 1995 no las recuerdan, pero hubo un tiempo en que se hicieron películas como A Room With A View, Howard’s End o Maurice, adaptaciones de novelas decimonónicas a todo lujo con grandes elencos y sexo sugerente, mas no solo sugerido, producidas por Ismail Merchant y James Ivory, que hoy es más recordado por su adaptación del libro de André Aciman, Call me by your name) y un grupo de personajes atractivos y seductores (aunque algunos no tengan mucha profundidad, valga decirlo).

La trama tiene lugar en Inglaterra a principios del siglo XIX y sigue las aventuras y desventuras románticas de los ocho hermanos Bridgerton: Anthony, Benedict, Colin, Daphne, Eloise, Francesca, Gregory y Hyacinth. La protagonista central es Daphne Bridgerton (interpretada por Phoebe Dynevor), la cuarta hija y hermana mayor de la familia, se embarca en su primera “temporada”, que es básicamente los meses en los que las jóvenes ricas de la sociedad londinense “debutan” en la escena social y son presentadas ante la corte, para –como se estilaba– ser puesta a disposición de los aristócratas que estaban en busca de una esposa fértil y de buena familia. Lo que Daphne y su noble parentela encontrará en estos capítulos es lo que los cambiará (o no) a todos y les dará a los espectadores (principalmente a las mujeres, según el marketing dicta) mucho de qué hablar en redes y suficiente material para fantasear con los ojos cerrados y habilidad digital, en el baño de espuma.

Lo que esta serie, que es básicamente una telenovela de lujo (o un lujo de telenovela, según se vea) hace es glamorizar y romantizar las severas limitaciones impuestas a las mujeres durante ese tiempo; después de las guerras napoleónicas, si no estabas casada antes de los 21 años, eras una quedada (o una spinster), pero en este programa desinhibido, una mujer soltera puede perfectamente disfrutar del sexo (algo que tal vez ocurriera entonces, pero no hay documentos históricos definitivos acerca de las actividades sexuales de las mujeres de este periodo, a diferencia de la extensa investigación que hay sobre la mujer y el sexo en la época victoriana, ochenta años más tarde) sin culpa y por lo mismo en cada capítulo hay intensas escenas de sexo, que contribuyen al salaz gusto de quienes están haciendo maratones de sus 8 episodios.

Bridgerton no solo es atractiva en ese aspecto; siendo un producto de Shonda Rhime, también presenta personajes femeninos complejos (¿recuerdan a Cristina Yang o a Addison Shepard?), imperfectos y totalmente tridimensionales de manera brillante (al menos aquí no hay personajes tan desagradables como la propia Meredith Grey o aquella doctora que hacía Katherine Heigl, cuyo apelativo no puedo acordarme y no quiero usar Google mientras escribo).

Conforme se ve en la serie, puede que Daphne sea una de las aristócratas favoritas de la temporada, pero una serie de contratiempos la acercan a ser una rechazada social, cuando entra en la feroz competencia por tratar de encontrar un marido que no sea un creep total. Cuando está por a caer en desgracia, Daphne sabe que tiene que idear un plan para recuperar popularidad rápidamente, y este involucra al imposiblemente guapo (y convenientemente acaudalado) duque de Hastings, Simon (el carismático y hasta ahora semidesconocido Regé-Jean Page), que también anda en pos de una manera de quitarse de encima a todas las cazafortunas que andan tras sus huesos. Así pues, deciden ayudarse mutuamente: si se ve a Daphne con un aristócrata sexy y deseable y se ve a Simon como ya tomado, a ambos les funciona. Las cosas se complican cuando, obviamente, se enamoran y  terminan en una situación comprometedora (no contaré más, si ya se interesó, corra a verla, y si ya la vio, ya sabe qué sucede luego).

Ahora bien, hay que recordar que en aquellos años, cualquier cosa que fuera más allá de rozarse los dedos, era algo que se consideraba atrevido, por lo que ser atrapado in flagrante dándose de besos con un hombre, conocido o no, básicamente arruinaría la vida entera de una mujer, la reputación de sus hermanas y condenaría a la familia a la eternidad. Peor tantito si el hombre de marras no se casaba con ella inmediatamente después (esto lo hemos visto a lo largo de los años en las adaptaciones de Sensatez y sentimientos y Orgullo y prejuicio que se han hecho con caras conocidas como Emma Thompson, Kate Winslet, Jennifer Ehle, Hugh Grant, Colin Firth o Keira Knightley).

El escapismo es patente en la serie y si bien los argumentos provocarían la ira de más de una feminista, en realidad está claro que se está parodiando no solo al género del “romance histórico”, que es tan popular en la literatura de supermercado, y Rhimes y sus guionistas plantean algunos temas de manera subtextual en las tramas, que no están exentos de cierta controversia, que los elevan de ser solo confitería bonita y entretenida. Afortunadamente, Dynevor y Page son buenos actores y ​​su química es innegable y en un show de este tipo, cuando no hay mucha sustancia, la química es crucial.

Así pues, los ( o más bien las) fans de Game of Thrones o Outlander encontrarán en  Bridgerton el gusto de ver cómo se desarrolla su historia al mismo tiempo que reconoce los problemas que los protagonistas tienen y critica las decisiones que toman estos personajes, sus familias, sus amigos y el  ambiente que crea, que es un homenaje al género romántico que en su momento popularizó la escritora británica Bárbara Cartland, aquí mezclado con los reveses de la telenovela latinoamericana, y con los valores de producción de Downton Abbey. Como dijo una vez Julia Roberts: hay veces que el espectador quiere crême brulée y otras veces quiere gelatina. Bridgerton es gelatina, pero muy sabrosa, lo que explica que sea un delicioso placer culpable, se sea o no feminista.

 

Miguel Cane es autor de la compilación Íntimos ensayos y de la novela Todas las fiestas de mañana. Es colaborador de Literal. Su Twitter es @aliascane

 

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Posted: February 16, 2021 at 9:57 pm

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