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Caricia, abrazo, beso en la frente

Caricia, abrazo, beso en la frente

Sandra Lorenzano

Sobre La natura esposta, de Erri de Luca

Mar nuestro que no estás en los cielos
y abrazas los confines de la isla y del mundo,
bendita sea tu sal,
bendito sea tu fondo.
Acoge las cargadas embarcaciones
sin rumbo sobre tus olas,
los pescadores que de noche salieron,
sus redes entre tus creaturas,
que por la mañana vuelven
con la pesca de náufragos salvados.

Mar nuestro que no estás en los cielos,
al alba eres color del grano,
al atardecer de la uva de vendimia,
te hemos sembrado de ahogados
más que los tiempos de  tempestad.
Tú eres más justo que la tierra firme,
incluso cuando levantas olas como muralla
luego pasas a derribarlas.
Cuida las vidas, las vidas caídas
como hojas sobre el sendero,
sé otoño para ellos
sé caricia, sé abrazo, sé beso en la frente
de padre y de madre antes de partir.

“Mare nostro” es el título de este poema de Erri de Luca; una “plegaria laica”, como la llama él, dedicada a un Mediterráneo que los países europeos han convertido en tumba de miles de migrantes.1 Se dice que casi 20 mil personas han perdido la vida intentando llegar a Europa desde 2016 al día de hoy.

Mientras escribo estas líneas, el Acquarius, un barco con 629 personas provenientes de África, espera que algún país europeo lo reciba. Está a pocas millas de Malta y de Italia, pero ambos se han negado a que llegue a sus puertos.

629 personas, como ustedes y como yo, entre los cuales hay mujeres (varias de ellas embarazadas), hombres y 123 niños, esperan bajo el sol un gesto de humanidad por parte del viejo continente. Sólo el gobierno español de Pedro Sánchez ha ofrecido sus costas, pero la travesía puede tener complicaciones fatales después de tantos días a bordo en condiciones precarias, como han explicado Médicos Sin Fronteras (MSF) y SOS Mediterranée, quienes se han hecho cargo de la situación de los pasajeros. En tanto el nuevo ministro italiano del interior, Matteo Salvini, hace alarde de su decisión xenófoba. Esa prepotencia, ha dicho Erri de Luca, le hace mucho daño a Italia.

te hemos sembrado de ahogados / más que los tiempos de  tempestad.

Imposible no partir de esta realidad para hablar de La natura esposta. Imposible no sentir su dolor, su enojo, pero también su apuesta a una frágil esperanza.

Como me pasa con la mejor poesía, la escritura de Erri de Luca me recuerda siempre el sentido sagrado de las palabras. Aquello que sacude a un tiempo alma y cuerpo; que es espasmo y torrente, conmoción que lo cubre todo.

Su búsqueda parte en cada libro de unos pocos elementos que lentamente van tejiendo caminos hacia las preguntas esenciales: el sentido de la vida, la relación con la naturaleza, la presencia de la divinidad, la responsabilidad hacia el otro. Sus textos están marcados por los silencios profundos del no-creyente que mira el mundo desde una soledad esencial.

“No creyente, que no es lo mismo que ateo. El ateo excluye a la divinidad incluso de las vidas de los otros. La excluye como posibilidad. El no creyente la excluye sólo de su propia vida”, explica él mismo. (https://www.youtube.com/watch?v=hasCvcjHDjI )

Una soledad esencial, decía, pero responsable del otro, de los otros. Es, en este sentido, una soledad construida desde la ética de la alteridad. Algo del pensamiento de Emanuel Lévinas está presente en este militante de Lotta Continua, que le robaba horas al sueño en sus años de obrero para adentrarse en la lectura de la Biblia y el estudio del hebreo y del idisch. Allí descubrió que estaban todas las historias. También allí quizás descubrió la poesía.

Desde mi primer encuentro, deslumbrado, con su Montedidio (el nombre del barrio más alto de Nápoles), una bellísima novela de aprendizaje, no me he perdido uno solo de sus libros. Hasta hoy que he leído en unas cuantas horas y con la respiración casi suspendida, el último, publicado por Seix Barral como La natura expuesta.2

Una versión de la historia central del libro le fue narrada a De Luca por su amigo escultor Lois Anvidalfarei. “La natura expuesta proviene de una escucha. Es un relato teológico: si el mundo y las criaturas vivientes son obra de una divinidad, todo relato lo es necesariamente”, escribe en el “Preámbulo” (p.7).

Él ha recibido el relato como ofrenda. Y como ofrenda lo regresará transformado en novela. “La próxima vez que nos encontremos no me presentaré con las manos vacías” (p.9).

El escultor de la novela no quiere sentirse “artista”; no pretende siquiera mostrar su trabajo. Su pasión es la montaña, y transformar los elementos que la naturaleza le regala en pequeñas piezas que no buscan mayor contemplación que la de quien las crea. Conoce los caminos como pocos, por eso puede “trabajar” llevando a los migrantes indocumentados al otro lado de la frontera sin que pueda alcanzarlos ningún tipo de autoridad. Les cobra lo acordado con cada uno, pero al cruzarlos les regresa el dinero. “A ellos les hace más falta” (p.19). La mirada sobre el otro es la mirada que lo acoge y lo protege.

Como en todo relato teológico, los símbolos son fundamentales. Tal vez aquí, en este gesto que es expresión de un ética esencial, podamos pensar en el protagonista como en alguien que tiene a la alteridad dentro de sí desde el inicio: es gemelo de un niño muerto “por la ola de la crecida del arroyo en primavera” (p.21). Ese otro, a quien considera un hermano mayor, sabio y cauto, sigue estando presente: acompaña la vida cotidiana (“Él era zurdo, yo no. En su nombre quise aprender a usar su mano al mismo nivel. En el cuaderno escribo una página con la mía y otra con la suya. En la mesa alterno los cubiertos. Así las manos siguen siendo gemelas”, p.21) y tiene la última palabra en las decisiones importantes. Será, además, quien guíe el gesto con el que cierra la narración a través del consejo en el que se funda toda la escritura: “Realizabas el trabajo con orgullo y has sido rechazado. Debes realizarlo con temblor” (p.189). El temblor que nace de la desnudez esencial.

Ese niño de seis años que guía las manos y los pensamientos del protagonista, es también el paso de la infancia por las páginas del texto; una infancia desprotegida y abandonada a pesar de su sabiduría. La que aparece también en el niño refugiado con el que se cruza en el puerto y cuya única palabra –“Düsseldorf”– tiene un sentido que él no logra descifrar: “Le hago señas de que me espere allí. Voy a comprar un mapa. Vuelvo y ya no está. Entiendo el error con un escalofrío de vergüenza. No le hacía falta que le informara, sino que lo llevara. Me consterna mi reacción tardía” (p.124). “Los llaman menores, los tratan como objetos perdidos”, agrega más adelante. ¿Cómo no pensar en los 123 niños del Acquarius? ¿Cómo no pensar en los que buscan llegar cotidianamente a Europa arriesgando la vida? ¿O los que cruzan solos el territorio mexicano para cruzar a Estados Unidos?3

La misma búsqueda de contacto con los otros desde el cuerpo, que le hace sentir al protagonista ese “escalofrío de vergüenza” ante el niño que lo interpela, es la que lo lleva, en los montes en que se vivió la Gran Guerra, a tumbarse “junto a cuerpos que no existen ya”, con los párpados cerrados. “Espero hasta imaginarme que soy uno de ellos, coetáneo de desventura” (p.20).

Ser uno con el otro, ponerse en la piel del otro, como base de una ética de la acogida, de una ética de la recepción y la hospitalidad. Y Erri de Luca sabe que no puede ser diferente el sentido último de la literatura: una creación ética. El conocimiento y aceptación del otro, de la otra, de las múltiples alteridades. El conocimiento y la aceptación que es también solidaridad, empatía, compasión, la huella del infinito en el rostro del otro, una huella –no un muro, no una garita, no un documento–. En esa huella, que alguna vez se convirtió en su vida en lucha política, nace la palabra poética.

Como los seres a los que protege, también el protagonista deberá abandonar su tierra, sus amadas montañas, y buscar refugio en otro sitio. La furia de sus socios al conocer el trato que tiene hacia aquellos a los que guía para cruzar la frontera, lo obliga al exilio. “El herrero y el panadero me retiran el saludo, el acto más grave entre la gente del pueblo (…) El santo de los montes, el contrabandista caballero: la celebridad es una tomadura de pelo” (p. 25).

Comienza entonces la parte central de la novela donde ese “otro” representado por el hermano gemelo, por los migrantes o por los muertos de la guerra, se transforma en la figura del crucificado. Los condenados de la tierra todos en esa imagen dolorosa de un ser sometido al castigo humano y divino; cuerpo abandonado por dios y violentado por los hombres. No se habla de Cristo sino del “crucificado”, porque es ese ser que está sufriendo quien los representa a todos, más allá de los credos.    

El escultor que crea piezas con elementos que la naturaleza pone en su camino y que cada tanto restaura algunos detalles de obras religiosas, recibe un encargo que le permitirá reflexionar acerca de los misterios sacros en su vínculo con los seres humanos.

Un párroco latinoamericano –y el origen no es un dato menor en esta apuesta por una nueva iglesia–4 le muestra una escultura que tiene la perfección del Renacimiento pero que, en realidad, es obra de un artista de comienzos del siglo XX. Un italiano que también ha vivido la Gran Guerra y ha muerto en las montañas. El “ser uno de ellos” se convierte en ser “parte de él” ahora que deberá restaurar su obra más importante. Ya no se trata de tumbarse en la tierra y cerrar los ojos, sino de ser capaz de abrazar la obra de otro y regresarla al origen. Como en el juego de las manos cuando escribe o cuando come, en que una es la propia y la otra la de su gemelo, en la restauración que le encargan, una mano deberá ser la suya y la otra la del escultor que creó a ese “Cristo desnudo”. “Has de saber –le cuenta el cura- que en las crucifixiones el condenado era izado desnudo. En otros tiempos se admitía esa representación del suplicio. Incluso Miguel Ángel esculpió un crucificado desnudo, en madera. Después del Concilio de Trento la Iglesia se puso a recubrir la desnudez” (p.35).

Su función será “eliminar el drapeado”, volver a desnudar la escultura.

“Le digo que si se quita se dañará inevitablemente la natura.

–¿Qué natura?

La natura, el sexo, donde yo vivo a la desnudez de los hombres y de las mujeres la llamamos así.” (p.36)

Para reconstruir el sexo del crucificado, el escultor irá tejiendo día a día una profunda relación entre su propio cuerpo y el cuerpo de mármol, reproduciendo el amor y el cuidado que ha puesto en él el artista que lo ha creado. Es como si la identificación y el reconocimiento sucedieran en realidad entre los tres cuerpos.

La modernidad del crucificado desnudo quería representar a los jóvenes cuerpos destruidos en la guerra.  El artista se negó a vestir su obra y murió congelado en la montaña poco tiempo después.

Hay una historia que me obsesiona desde que la conocí y que en algo se vincula con estas imágenes creadas por Erri de Luca. Es una historia que nace para mí frente a un Cristo sin piernas en el “Mosteiro de Batalha”, en Portugal. “El Cristo de las trincheras” lo llaman. Durante la Primera Guerra Mundial, en una zona cercana a Lille, en la frontera entre Bélgica y Francia, fueron acribillados por las fuerzas alemanas cerca de siete mil soldados portugueses. Siete mil cuerpos jóvenes quedaron tendidos en la tierra. Y entre ellos la imagen lastimada de un Cristo –frente al cual se habían acostumbrado a rezar muchos de ellos–. Los sobrevivientes lo cuidaron y protegieron como a un herido más. Y cuarenta años después fue llevado a Portugal donde la veneración mezcla, como en la historia de La natura expuesta, lo humano y lo sagrado. Quienes se conmueven al ver a ese crucificado lo hacen pensando en los miles de jóvenes que han muerto y mueren en infinitos campos de batalla.

Como lo pensó el joven escultor al crear su obra. La sangre nueva condenada a muerte por los propios hombres. Los cuerpos puros mancillados por la violencia.

Como gesto de amor creó un Cristo hombre. Como gesto de amor, el protagonista de Erri de Luca deberá restaurarlo. El frío del mármol será para ambos cuerpo vivo. Tanto que en un momento dado el segundo le cubrirá los pies con su chaqueta para que no sienta frío.

Y en esta fusión entre los cuerpos vuelve a estar presente la lábil frontera entre lo humano y lo sagrado, o lo físico y lo espiritual. Con respecto a lo religioso son fundamentales los diálogos del personaje con representantes de las tres religiones monoteístas: el párroco latinoamericano, un rabino, y el obrero migrante que estudió en la escuela coránica. Tres miradas que, desde la humildad y la sabiduría –a las que se suma la mirada clásica, tanto a través del arte como de un cierto epicureísmo al que se alude varias veces–, le van develando los secretos de esa imagen. Una imagen que Erri de Luca pareciera recuperar hoy como símbolo complejo pero ineludible de solidaridad y compasión; un símbolo que viene de un pasado compartido y que en su dolor es también propuesta de futuro. En este diálogo interreligioso cruzado con el pensamiento laico y no creyente está una de  las mayores riquezas del texto.

A ese hombre al que debe reconstruir, el escultor tributa su cuerpo: el modelo será la antigua fotografía de la obra antes de ser cubierta y su propio sexo. Él mismo se volverá modelo y ofrenda a través de la circuncisión. Al ver la “natura” de Cristo, decide hacerse circuncidar y de ese modo reproducir en sí mismo la alianza primera con la divinidad inaugurada por Abraham.   

Para Derrida esa marca es herencia. “Soy un circunciso, es decir un heredero, escribe en alguna parte de su obra Circonfesión.” La herencia marcada así en el cuerpo es también la del lenguaje: “milah” que es como se llama la circuncisión en hebreo (“brit milah”, el pacto de la circuncisión) significa también “palabra”. De este modo “heredar es aceptar este dolor del corte, saber que con él, también la letra hace su entrada y se juega ‘con sangre’ en el controvertido proceso de la herencia”.5

El protagonista de Erri de Luca elige ser heredero, como elige serlo el propio escritor: con el cuerpo y con el lenguaje. Cuerpo y escritura. Creación que es punto liminar entre lo humano y lo divino. ¿Va por ahí la propuesta del autor napolitano? Quizás, o por lo menos en parte. En menos de doscientas páginas, la riqueza y la complejidad del texto es mucho mayor de lo que yo pueda decir en estas líneas. Tal vez sólo estoy tratando de decir mi propia conmoción.

Hacia el final del libro el crucificado es iluminado de manera tal que –explica el sacerdote- se hace “evidente la pena adicional de la desnudez, la voluntad de humillar así al condenado. Esa desnudez quiere añadir vergüenza. (…) El cuerpo ofendido se transfigura y su desnudez, de vergüenza de ser humano, se convierte en pureza de cordero sacrificado” (p.182).

En contraposición a esa exhibición transfiguradora (¿o como modo de acompañarla?), ambos artistas eligen el anonimato; eligen no poner sus nombres en la escultura. Esa humildad es la que permitirá finalmente que la obra se termine.

Cuando el protagonista intenta pegar la natura en su lugar siente que el mármol rechaza al mármol. Y entonces es su hermano muerto quien le habla –y vuelvo a la frase ya citada–: “Realizabas el trabajo con orgullo y has sido rechazado. Debes realizarlo con temblor” (p.189). Desnudo, entonces, y tembloroso, acerca las dos partes que –ahora sí– se “atraen por sí solas”.

Con ese gesto y la palabra “Fin” termina la novela. Con ese gesto y la palabra “Fin” se funda un mundo. Un mundo en el cual somos responsables de cuidar a los otros, de hacer que el Mediterráneo (y toda frontera y toda nueva tierra) sea caricia, abrazo, beso en la frente / de padre y de madre antes de partir.

Así sea.

junio de 2018

NOTAS

1http://fondazionerrideluca.com/web/mare-nostro-our-father-sea/  Traducción al español de Ana María González Luna.

2Erri de Luca, La natura expuesta. Traducción de Carlos Gumpert, Barcelona, Seix Barral, 2018.

3De acuerdo con el Instituto Nacional de Migración de México, cada año alrededor de 40 mil niños y niñas que migran son repatriados desde Estados Unidos, de éstos, 18,000 viajan solos. He escrito sobre este tema y sobre los 1500 niños “perdidos” en las últimas semanas en territorio estadounidense en http://www.sinembargo.mx/10-06-2018/3427216

4El interés por América Latina aparece en varias obras de Erri de Luca. En este caso puede entenderse como la vuelta a una Iglesia originaria, vinculada a los pobres, y en la que podría verse al trasluz la figura del Papa Francisco, primer pontífice latinoamericano.

5Ver Esther Cohen, “Heredar”, en Acta Poética 23, UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas, México, 2002, pp-109-118. 

 

Sandra Lorenzano es autora de Aproximaciones a Sor Juana (2005) y Políticas de la memoria: tensiones en la palabra y en la imagen (2007), de la novela Saudades (2007), del libro de poemas Vestigios (2010) y de La estirpe del silencio (2015). Forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte y es reconocida como una de las 100 mujeres líderes de México por el periódico El Universal.

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Posted: June 18, 2018 at 10:07 pm

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